martes, 2 de agosto de 2016

La stevia, el dulce amargo de la biopiratería


Las multinacionales se han apropiado del saber de los guaraníes y usan la planta stevia para endulzar los refrescos. Sin embargo, la venta de esta planta, de uso ancestral entre los indígenas, está prohibida.





La stevia, el dulce amargo de la biopiratería

Mucho se habla estos días de la stevia, como el nuevo sustituto estrella, “sano y natural” del azúcar. ¿Pero sabemos de dónde viene? ¿Sabemos por qué está permitida su comercialización en latas de refrescos y sin embargo se prohíbe la venta de sus hojas? ¿Quién está detrás de este nuevo negocio que se vende como natural?
Un informe publicado a finales de 2015 por la Declaración de Berna, el Ceidra, Misereor, la Universidad alemana de Hohenheim, la ONG paraguaya SUNU y Pro Stevia Switzerland denuncia el entremado de biopiratería que se esconde en la comercialización de este edulcorante y exige que una parte de los ingresos generados por la venta de esta planta sea compartido de manera equitativa y justa con el pueblo guaraní como prevé la Convención sobre Diversidad Biológica y el Protocolo de Nagoya.
La stevia rebaudiana, a la que los guaraníes llaman Kaá he’é, se dio a conocer fuera de Paraguay cuando un botánico suizo, Moisés Santiago Bertoni, aprendió de sus bondades por los yerberos guaraníes en 1887, quienes le dieron información sobre la planta y le enseñaron su uso como endulzante y planta medicinal. Bertoni dejó escrito también que las hojas de stevia no tenían efectos nocivos, al contrario, “sus efectos beneficiosos para la salud son conocidos desde hace tiempo, como lo atestiguan los estudios del químico Ovidio Rebaudi” [1].

Un saber milenario

Este saber milenario pertenece al pueblo guaraní, concretamente a los grupos Guaraní Kaiowá de Brasil y a los Pai Tavytera de Paraguay. Estos últimos conforman una población de 15.097 habitantes, divididos en 61 comunidades. La expropiación de sus tierras y la deforestación han hecho que los Pai Tavytera sólo utilicen una pequeña parte de su territorio tradicional.
Sus medios de subsistencia, otrora basados en la caza, la pesca y la recolección, dependen cada vez más de la agricultura a pequeña escala y de un mísero salario en las fincas de ganado. Catorce de estas comunidades se han quedado sin tierras. Lo que antes era su hogar es ahora un polvorín de violencia y abusos controlado por los señores de la droga.
En la parte brasileña, donde viven alrededor de 46.000 guaranís Kaiowá [2], el panorama no es mucho mejor. Territorios expoliados, fincas extensivas de ganado y cultivos intensivos de caña de azúcar. Muchos Kaiowás no tienen tierra y viven en improvisadas tiendas de campaña al lado de las carreteras. Aquí, el conocimiento ancestral de los usos de la stevia se ha perdido. No así su lucha para recuperar una tierra que legítimamente les pertenece.
Los ataques contra la comunidad guaraní se han intensificado en los últimos años, especialmente en Mato Grosso du Sul. En 2014, 25 miembros de la comunidad guaraní fueron asesinados sólo en este Estado brasileño. En agosto de 2015, la relatora especial de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas, Victoria Tauli-Corpuz, expresó su consternación al conocer de primera mano cómo la policía estaba expulsando a los Kaiowá de su tierra. Según sus informaciones, al menos 6.000 guaranís se niegan a abandonar sus tierras y han alertado ya de que piensan resistir “hasta la muerte” si es preciso.

De Paraguay a Japón

Aunque hoy en día el aditivo de alta pureza (E-960) extraído de la stevia puede encontrarse en casi cualquier sitio del mundo en cientos de bebidas y alimentos como cereales, infusiones, zumos, leche, yogurt o refrescos, lo cierto es que la planta salvaje de la stevia está virtualmente extinguida.
A principios de los años 70, dos expediciones científicas japonesas fueron al lugar de origen de la stevia y extrajeron 500.000 plantas salvajes para llevárselas a Japón. Otros edulcorantes, como el ciclamato y la sacarina, empezaban a denunciarse como cancerígenos, así que la industria necesitaba encontrar un nuevo producto libre de azúcar y “natural” con el que endulzar las comidas de sus cada vez más obesos y diabéticos consumidores. Tras los japoneses, llegaron multinacionales de la talla de Cargill, Coca Cola y PepsiCo. El negocio de los glucósidos de esteviol estaba en marcha. Por dar sólo algunas cifras, se cree que este mercado doblará sus beneficios entre 2013 y 2017, saltando de 110 millones de dólares a 275 millones de dólares [3].
En Paraguay, la planta de stevia la cultivan sobre todo pequeños agricultores tanto porque su producción es intensiva en mano de obra, como porque puede cultivarse en sistemas diversificados. Otro aspecto sostenible es que se cultiva en rotación con otros cultivos. Lo mismo sucede en China, el mayor país productor y exportador de stevia en la actualidad.
El problema es que la industria y las grandes corporaciones ejercen una gran presión internacional para que estos sistemas de cultivo desaparezcan.
Los estándares internacionales establecidos por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Organización Mundial para la Salud (OMS) discriminan en favor de los glucósidos de esteviol purificados químicamente o de producción sintética.
Las hojas de stevia no pueden venderse en los mercados de Estados Unidos, Europa y España porque nadie quiere embarcarse en el largo y costoso proceso que supone su autorización reglamentaria. Y las multinacionales se libran así de los pequeños competidores.

Injusticia social y ambiental

El éxito comercial de la stevia se basa no sólo en una gran injusticia social y ambiental, sino también en una confusión que en ocasiones puede calificarse de estafa. Entre las hojas de stevia que cultivan sabiamente los guaraníes y los glucósidos de esteviol que produce la industria hay un abismo de laboratorios y manipulación genética. Además, el aditivo resultante suele representar no más de un 1%, y lo que se vende como stevia viene mezclado con otros edulcorantes.
La situación podría aún empeorar. Como apunta la Declaración de Berna en su informe: “en la actualidad, todavía es posible que Paraguay y otros países en desarrollo reciban por lo menos una pequeña proporción de las utilidades cultivando plantas de stevia como materia prima para el proceso de producción. Sin embargo, si prosiguen los planes para producir glucósidos de esteviol mediante biología sintética, desaparecería el mercado para las hojas de stevia”.
En este sentido, el portavoz de la Declaración de Berna, François Meienberg, alerta de los peligros de utilizar stevia derivada de la biología sintética. “No debería utilizarse la SinBio antes de que exista una evaluación positiva de su impacto en la salud humana y el medio ambiente -demanda-, y de hacerse, debe en todo momento informarse al consumidor de que proviene de la biología sintética”.

Al pueblo lo que es del pueblo

Impulsados por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), existen actualmente dos instrumentos jurídicos internacionales destinados, en teoría, a defender a los estados soberanos de labiopiratería, o lo que es lo mismo, de la apropiación por parte de las grandes empresas de los recursos genéticos [4] de un país.
Se trata de la Convención sobre Diversidad Biológica (CDB), ratificada en 1993 por 195 países y cuyo propósito es reconocer los derechos de los Estados sobre sus recursos genéticos; y del Protocolo de Nagoya, que está vigente desde 2014 y que pretende asegurar una distribución justa y equitativa de los beneficios económicos que emanan de los recursos genéticos y los conocimientos tradicionales relacionados.
En la práctica, estos dos instrumentos cargados de buenas intenciones, están sirviendo de muy poco a los pueblos originarios, sobre todo la parte que habla “vagamente” del reparto de beneficios. Además, en el Protocolo de Nagoya, y por raro que parezca, se define la “utilización de recursos genéticos”, en su artículo 2 como “realización de investigación y desarrollo sobre la composición genética y /o bioquímica de los recursos genéticos, lo que incluye la aplicación de la biotecnología, tal como se encuentra definida en el Artículo 2 de la Convención (...)”. Ello parecería excluir el uso directo de hojas de stevia como edulcorante, pero incluye los glucósidos de esteviol producidos mediante procesos de extracción o biología sintética.
Ante la ineficiencia de este paraguas que se aleja cada vez más de las regiones de lluvia, se pide desde la sociedad civil un cambio en el enfoque y que se incluya al pueblo guaraní en las negociaciones que se llevan a cabo entre los productores y usuarios de glucósidos de esteviol sobre el reparto de beneficios. Los autores del informe demandan también a los gobiernos de los países usuarios y proveedores (entre ellos, Paraguay), que implementen en todo el país de manera efectiva el Protocolo de Nagoya, con una legislación nacional que impida que se comercialicen sus recursos genéticos y conocimientos tradicionales relacionados cuando se obtienen de manera ilegal y no se comparten los beneficios.
En cuanto a los consumidores, el informe demanda a los gobiernos y empresas de los países consumidores que detengan el uso de publicidad engañosa. Que no se publiciten los glucósidos de esteviol como productos “tradicionales” o “naturales”.
El informe El sabor agridulce de la stevia [5] fue publicado, entre otros, por la asociación suiza La Declaración de Berna en noviembre de 2015. Según ha comentado a esta revista su portavoz en Zurich, François Meienberg, el informe fue distribuido en Paraguay y Alemania además de en Suiza. Esta asociación quiere publicar los resultados de sus demandas en julio, junto a una actualización de dicho informe.
* Redacción. Revista Ecologista nº 89.
Notas
[1] Bertoni, M. S., 1918. Anales Científicos Paraguayos – Serie II, 6 de Botánica, Núm. 2, Puerto Bertoni, Paraguay.
[2] Datos de 2010.
[3] Mintel, 2014. Stevia set to steal intense sweetener market share by 2017, reports Mintel and Leatherhead Food Research, 13 January 2014;www.mintel.com/, acceso el 05.05.2016.
[4] Según la definición de la OMPI, el término de recursos genéticos “se refiere al material genético de valor real o potencial. El material genético es todo material de origen vegetal, animal, microbiano o de otro tipo que contenga unidades funcionales de la herencia. Como ejemplos cabe citar material de origen vegetal, animal o microbiano como puedan ser las plantas medicinales, los cultivos agrícolas y las razas animales”.
[5] Puede encontrar le informe completo, en castellano, en el sitio web: www.bernedeclaration.ch
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