La segregación en Israel no
comienza ni termina en los
autobuses
Sea el
plan desechado o no, el hecho es que Israel es un país donde destacados
ministros proponen y ponen en marcha la segregación… y siguen en sus puestos.
Hay algo inquietantemente falso
en las doce horas de furor que se desataron sobre la segregación —y
la subsiguiente retirada de la segregación—
de un puñado de líneas de autobuses israelíes el miércoles por la mañana.
Cuando el primer ministro Benjamín Netanyahu ordenó suspender el “inaceptable” plan de segregación, un suspiro de
alivio recorrió en los sectores dominantes israelíes.
La democracia vive para ver otro día el muro de separación evitó, una vez
más, que la segregación se infiltrara por la Línea Verde.
La segregación en los autobuses
provocó la indignación en Israel, no por la segregación en sí misma (una
mayoría de los israelíes apoyan, de hecho, la idea , sino debido a que se quiso poner en
marcha dentro de Israel.
Los desplazamientos matutinos de los trabajadores palestinos ya están segregados Pero dios no quiera que alguien sea
discriminado —en base a la nacionalidad— en un autobús público de Tel Aviv, en
el “Israel democrático” de Peter Beinart.
La comunidad internacional solo reconoce la soberanía israelí
dentro de las líneas del armisticio de 1949, pero Israel no hace semejante
distinción.
Ciertamente,
es el ejército israelí, y no el gobierno, el poder técnicamente soberano en
Cisjordania.
Pero los
generales reciben sus órdenes del gobierno. Así pues, un único régimen israelí
dirigido por un único gobierno, con un único conjunto de ministros, gobierna en
todo el territorio que va desde el río Jordán hasta el Mediterráneo.
Bajo este régimen singular, no
solo existen líneas de autobuses
segregadas sino
también ciudades y pueblos segregados, incluso sistemas legales segregados.
En la misma pequeña parcela de tierra gobernada por un único régimen,
unos tienen libertad de movimientos y otros no.
Unos tiene libertad para expresarse
políticamente y derecho a protestar;
los otros no.
Una población tiene derecho a asociarse sindicalmente; la otra no.
Unos tienen derecho a vivir con su cónyuge y su familia; otros no.
Unos tienen derecho a andar por algunas calles; otros no.
Unos viven bajo el temor de perder su casa si un familiar comete un crimen atroz; otros no.
Unos reciben apoyo del gobierno para crear nuevas comunidades;
otros se enfrentan a las demoliciones y las
expulsiones.
Unos tienen impunidad casi absoluta para cometer crímenes de odio contra los otros; estos otros no.
En un país normal que dice tener
valores democráticos, un ministro que elaborara y pusiera en marcha un plan
para segregar líneas de autobuses sería rápidamente expulsado o, al menos,
desprestigiado.
Pero nada de esto sucede en Israel. Nada de esto le ha sucedido al
ministro de defensa Moisés Yaalon.
Y esta no es la primera vez que
Yaalon ha intentado segregar autobuses.
El primer ministro Netanyahu —y el resto del país— pueden fingir
tanta indignación y conmoción como quieran sobre la segregación de autobuses,
pero Yaalon hizo público su plan antes de las recientes
elecciones.
Netanyahu conocía este plan cuando le nombró ministro de defensa.
El miércoles, el primer ministro
dijo que el plan de segregar autobuses era “inaceptable”.
¿Ha utilizado ese término para calificar los sistemas legales de separación de niños palestinos
e israelíes que
existen en Cisjordania? ¿Ha declarado que la segregación de calles enteras en
Hebrón es algo “inaceptable”? ¿Ha denunciado algún ministro israelí alguna vez
el encarcelamiento de defensores palestinos de los derechos humanos
por el delito de organizar protestas políticas
pacíficas?
Mientras
haya ocupación, habrá segregación.
En la medida
en que el estado de Israel se considere un “estado judío”, con algunos
ciudadanos disfrutando de más derechos individuales y colectivos que otros, la
discriminación, la segregación y la desigualdad será la norma, no la excepción.
Temas como la segregación de
autobuses molesta a la gente.
Los activistas comienzan a planear manifestaciones y
campañas masivas los
medios de comunicación internacionales comienzan a prestarle atención y parece que, por un instante, la
gente se preocupa por la suerte de los palestinos que viven bajo la ocupación.
Hasta que la misma energía,
indignación y movilización se materialice en torno a la ocupación misma, contra
el concepto de supremacía institucionalizada y la opresión, solo tendremos más
síntomas ante los cuales fingir indignación.
Michael Omer-Man es escritor, periodista y editor.
Es editor jefe de la revista +972 y previamente trabajó como
director de la sección de noticias de JPost.com.
Traducción: Javier Villate (@bouleusis)
TOMADO DE: http://blog.disenso.net/
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