La vida falsa
Columna / Malú Rengifo
Es muy triste
cuando se vive en un Mundo que se desconoce la realidad del entorno, es como
vivir en una burbuja, es el Mundo en el cual nunca se supo en verdadero valor
de las cosas que se poseen, nunca sudaste, ni trabajaste para conseguir los
lujos que disfrutas, nunca preguntas de donde sale el Dinero para tu buen vivir,
no te procura si proviene de la trata de blancas, narcotráfico, expoliación, explotación
del obrero, robo o cualquier otro tipo dadivas mal habidas; Además te formaron
para creyeras que eres de una raza privilegiada, y te lo crees.
Columna / Una de la turba
La vida falsa
Malú Rengifo
Según muestran los anuncios comerciales de cereales,
leche hidratante y toallas sanitarias, una mujer que
consume tal producto se ha de despertar radiante todas las
mañanas de su vida, en una habitación invadida por un
sol apenas tibio que baña inmaculadas paredes color
blanco desde un gran ventanal, cuyas cortinas acarician el
viento y danzan en cámara lenta, el ritual que trae a la
vigilia a una hermosa dama de rostro impoluto, cuya mejilla
se encuentra casual y dulcemente apoyada en una mano
suave de uñas bien pulidas, como dictan los manuales
para ser una mujer perfecta, lo que deben ser las manos
femeninas.
Se estira, la blanquísima flaca, y abre los frescos ojos con
una gran sonrisa de dientes ordenados en perfecta
armonía.
Sus pupilas, como pequeños soles resplandecen y miran
hacia el cielo cuando la esbelta efigie se sale de la cama
para deleitarnos con un hermoso pijama rosa claro perlado
que combina a la perfección con las sábanas lisas y
lechosas.
El pelo está perfecto, los ojos bien abiertos. No hay bolsas,
no hay ojeras, y lo más sorprendente: no tiene una lagaña.
No luce así la vida cotidiana, al menos en la dimensión en
la que habito, y me surgen por ello una serie de dudas:
¿Qué tipo de persona se mira en ese espejo? ¿Cuánto
cuesta la vida de una mujer como esa? ¿Cuántas -ponga
su nombre aquí- se despiertan con la energía de la gente
en los anuncios, tan lozanas? Yo no entro en esa lista.
¿No hay contaminación en ese mundo?
¿Qué días le llega el agua a esa familia?
¿Tiene usted una pijama como esa?
¿Nadie más sino yo se despeina al dormir?
¿Quién paga esa publicidad que evocó usted leyendo el
inicio de nuestra conversación?
¿Alguien que duerme en una habitación como esa, o usted,
la que pagó el producto?
En mi casa se amanece entre bocinas, humo y motores, y
en la ventana ondea una cobija grande con pinta de
cortina, porque otra cosa es un lujo que no puedo pagar.
Otras mujeres se despiertan con los gallos, a ver qué se
cocina para el día, o a bañarse corriendo y salir al trabajo,
o a despertar al niño pa’ la escuela, o a buscar un remedio
en nosedonde.
A aprovechar que prendieron la bomba y ya se puede
guardar agua, esa es la vida real.
Y la pijama: una franela grande y unas medias.
Al lanzar la moneda nos salió la cruz del vaya a saber
dónde conseguimos la harina, el pan, o hasta la yuca para
hacernos la arepa, y menos mal que así dijo el destino,
porque si no capaz nos hubiera salido más cara la receta.
Fea, sucia y desarreglada
Hace unos días dos mujeres entrevistaron a una tercera y
causó revuelo. Impecables las tres, vestidas como las
perfectas mantenidas.
Incapaces de caminar con sus bellas sandalias tres
cuadras de Caracas sin coser un mojón con su tacón de
aguja.
La primera: “Ser rico no es malo, lo que pasa es que no le
tocó a uno”, una jalamecate desclasada;
la segunda: “Ser bello tampoco es malo!”, una estúpida.
La tercera mujer, la entrevistada, aprovechó con su mejor
sonrisa, para hacer manifiesto su desprecio por todas las
mujeres insumisas, trabajadoras, independientes, creativas
y sobre todo chavistas, que no somos aprobadas por sus
cánones frívolos y materialistas de belleza.
En sus palabras: “El gobierno está malacostumbrado a
que sus mujeres estén desarregladas, estén sucias,
anden, tú sabes, sin maquillaje…”.
Lo que no pensó Diana D’Agostino, la esposa de Henry
Ramos Allup, es que con sus palabras no estaba
despreciando a la mujer chavista, sino a la mujer pobre.
A la obrera, a la madre soltera, a la que no tiene tiempo
para pintarrajearse.
A la que trabaja con sus manos, a la que cuida niños y a la
que no le alcanza la plata para recortarse el pellejo que le
cuelga, ni el tiempo para perfilarse la nariz con maquillaje
caro, como hace ella.
“No, mira, -dijo D’Agostino-, las venezolanas no somos
así (…) a la venezolana le gusta lucir lo que tiene”, y yo me
imaginaba entre mis amigas del trueque del pasado
domingo, todas contentas, ilusionadas por lucir nuestras
ropas intercambiadas, todas alegres, altas, bajas, gordas,
flacas, blancas, negras y morenas, hermosas
absolutamente todas, sin maquillaje la mayoría, sencillas
en la totalidad del grupo.
En esa dimensión de los anuncios publicitarios, en esa
paralela realidad de la gente “bonita”, nosotras seríamos
el manchón vergonzoso de la escena. Jamás se ha visto
un comercial que te invite a usar ropa de segunda mano, a
ser una mujer solidaria, a ahorrar. Ese domingo, con
alegría, fuimos una parranda de feas, sucias, y
desarregladas.
A veces la fatiga va conmigo a la calle colgada de mis ojos
y nunca la maquillo, mi ropa tiene años y me encantan las
chivas.
De lucir tengo letras y muñecos de tela, no me he
casado y capaz no lo haga.
Pero sé que las mujeres como yo son muchísimas más
que las que se parecen a la Lady Diana de Ramos Allup, y
me siento por ello en todo el derecho de decirle a esa vieja
er’ coño: “no, mire, las venezolanas no somos como usted”.
No me venga con cuentos, soy una de la turba.
TOMADO DE: http://www.15yultimo.com/
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