jueves, 9 de junio de 2016

La vida falsa 

Columna /  Malú Rengifo




















Columna / Una de la turba

La vida falsa

Malú Rengifo

Según muestran los anuncios comerciales de cereales,

 leche hidratante y toallas sanitarias, una mujer que 

consume tal producto se ha de despertar radiante todas las

 mañanas de su vida, en una habitación invadida por un 

sol apenas tibio que baña inmaculadas paredes color 

blanco desde un gran ventanal, cuyas cortinas acarician el 

viento y danzan en cámara lenta, el ritual que trae a la 

vigilia a una hermosa dama de rostro impoluto, cuya mejilla 

se encuentra casual y dulcemente apoyada en una mano 

suave de uñas bien pulidas, como dictan los manuales 

para ser una mujer perfecta, lo que deben ser las manos 

femeninas.


Se estira, la blanquísima flaca, y abre los frescos ojos con 

una gran sonrisa de dientes ordenados en perfecta 

armonía. 


Sus pupilas, como pequeños soles resplandecen y miran 

hacia el cielo cuando la esbelta efigie se sale de la cama 

para deleitarnos con un hermoso pijama rosa claro perlado 

que combina a la perfección con las sábanas lisas y 

lechosas. 


El pelo está perfecto, los ojos bien abiertos. No hay bolsas, 

no hay ojeras, y lo más sorprendente: no tiene una lagaña.


No luce así la vida cotidiana, al menos en la dimensión en 

la que habito, y me surgen por ello una serie de dudas: 

¿Qué tipo de persona se mira en ese espejo? ¿Cuánto 

cuesta la vida de una mujer como esa? ¿Cuántas -ponga 

su nombre aquí- se despiertan con la energía de la gente 

en los anuncios, tan lozanas? Yo no entro en esa lista.


¿No hay contaminación en ese mundo? 

¿Qué días le llega el agua a esa familia? 

¿Tiene usted una pijama como esa? 

¿Nadie más sino yo se despeina al dormir?


¿Quién paga esa publicidad que evocó usted leyendo el

 inicio de nuestra conversación? 

¿Alguien que duerme en una habitación como esa, o usted,

 la que pagó el producto?

En mi casa se amanece entre bocinas, humo y motores, y 

en la ventana ondea una cobija grande con pinta de 

cortina, porque otra cosa es un lujo que no puedo pagar. 

Otras mujeres se despiertan con los gallos, a ver qué se 

cocina para el día, o a bañarse corriendo y salir al trabajo, 

a despertar al niño pa’ la escuela, o a buscar un remedio 

en nosedonde. 


A aprovechar que prendieron la bomba y ya se puede 

guardar agua, esa es la vida real. 


Y la pijama: una franela grande y unas medias. 

Al lanzar la moneda nos salió la cruz del vaya a saber 

dónde conseguimos la harina, el pan, o hasta la yuca para 

hacernos la arepa, y menos mal que así dijo el destino, 

porque si no capaz nos hubiera salido más cara la receta.


Fea, sucia y desarreglada

Hace unos días dos mujeres entrevistaron a una tercera y 

causó revuelo. Impecables las tres, vestidas como las 

perfectas mantenidas.


 Incapaces de caminar con sus bellas sandalias tres 

cuadras de Caracas sin coser un mojón con su tacón de 

aguja. 


La primera: “Ser rico no es malo, lo que pasa es que no le 

tocó a uno”, una jalamecate desclasada; 

la segunda: “Ser bello tampoco es malo!”, una estúpida

La tercera mujer, la entrevistada, aprovechó con su mejor 

sonrisa, para hacer manifiesto su desprecio por todas las 

mujeres insumisas, trabajadoras, independientes, creativas 

y sobre todo chavistas, que no somos aprobadas por sus 

cánones frívolos y materialistas de belleza. 


En sus  palabras: “El gobierno está malacostumbrado a 

que sus mujeres estén desarregladas, estén sucias, 

anden, tú sabes, sin maquillaje…”.


Lo que no pensó Diana D’Agostino, la esposa de Henry

Ramos Allup, es que con sus palabras no estaba 

despreciando a la mujer chavista, sino a la mujer pobre. 

A la obrera, a la madre soltera, a la que no tiene tiempo 

para pintarrajearse. 

A la que trabaja con sus manos, a la que cuida niños y a la

 que no le alcanza la plata para recortarse el pellejo que le

 cuelga, ni el tiempo para perfilarse la nariz con maquillaje 

caro, como hace ella.


“No, mira, -dijo D’Agostino-, las venezolanas no somos 

así (…) a la venezolana le gusta lucir lo que tiene”, y yo me 

imaginaba entre mis amigas del trueque del pasado 

domingo, todas contentas, ilusionadas por lucir nuestras 

ropas intercambiadas, todas alegres, altas, bajas, gordas, 

flacas, blancas, negras y morenas, hermosas 

absolutamente todas, sin maquillaje la mayoría, sencillas 

en la totalidad del grupo. 


En esa dimensión de los anuncios publicitarios, en esa

 paralela realidad de la gente “bonita”, nosotras seríamos 

el manchón vergonzoso de la escena. Jamás se ha visto 

un comercial que te invite a usar ropa de segunda mano, a 

ser una mujer solidaria, a ahorrar. Ese domingo, con 

alegría, fuimos una parranda de feas, sucias, y 

desarregladas.


A veces la fatiga va conmigo a la calle colgada de mis ojos 

y nunca la maquillo, mi ropa tiene años y me encantan las 

chivas. 

De lucir tengo letras y muñecos de tela, no me he 

casado y capaz no lo haga. 

Pero sé que las mujeres como yo son muchísimas más 

que las que se parecen a la Lady Diana de Ramos Allup, y 

me siento por ello en todo el derecho de decirle a esa vieja 

er’ coño: “no, mire, las venezolanas no somos como usted”.

No me venga con cuentos, soy una de la turba.



TOMADO DEhttp://www.15yultimo.com/
Y PUBLICADO EN: http://victorianoysocialist.blogspot.com/ y en Libertad Bermeja//Facebook

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