miércoles, 8 de julio de 2020

El legado de León Trotsky y su actualidad

Christian Castillo

Publicamos aquí la presentación al libro El marxismo y nuestra época, que reúne algunos de los textos más relevantes de la obra de León Trotsky a 80 años de su asesinato, recién publicado por Ediciones IPS.

Este año se cumple el 80° aniversario del asesinato de León Trotsky. En su vivienda del exilio mexicano, en Coyoacán, un sicario enviado por Stalin asestó el golpe que terminó con su vida. No fue un acto irracional sino un frío cálculo político de la burocracia gobernante en la Unión Soviética, que opinaba que Trotsky era un gran peligro frente al descontento que podría generar la guerra mundial en la clase obrera y entre los comunistas a nivel internacional.

Así como Stalin encarnó el nombre propio de la burocracia contrarrevolucionaria que se enquistó a sangre y fuego en 
el poder del primer Estado obrero de la historia, Trotsky fue el nombre de la alternativa marxista al estalinismo.
Al comienzo de la lucha contra Stalin, Trotsky ya tenía una enorme trayectoria revolucionaria. Su biógrafo Isaac Deutscher decía que: “Tan copiosa y espléndida fue la carrera de Trotsky, que cualquier parte o fracción de ella habría bastado para llenar la vida de una personalidad histórica sobresaliente” [1]. No le faltaba razón: en 1917 ya había pasado por dos exilios, luego de fugarse de las cárceles y campos de deportación del zarismo. Había sido presidente del soviet de Petrogrado en la Revolución de 1905, agitador contra la guerra imperialista y uno de los teóricos marxistas más brillantes de la época, que pudo prever con doce años de antelación y gran precisión la dinámica que iba a tomar la Revolución de Octubre cuando proclamó la “herejía” de que era la clase obrera, y no la burguesía, quien debía encabezar al campesinado y derrotar al zarismo. Anticipó también que la clase obrera no se detendría en los límites de la propiedad privada, sino que empezaría a tomar medidas dirigidas hacia la construcción del socialismo. La primera formulación de su teoría de la “revolución permanente”, un concepto de larga tradición revolucionaria y que se utilizaba en los debates de los marxistas de la época, en Trotsky encontró un sentido claramente distintivo.
Si Lev Davidovich Bronstein (ese era su nombre real) hubiese fallecido a comienzos de los años ‘20 del siglo pasado, más o menos cuando murió Lenin, habría sido recordado como uno de los dos grandes líderes de la Revolución de Octubre, como el fundador del Ejército Rojo, como su caudillo en la Guerra Civil y como el mentor de la
 III Internacional, la que antes de su burocratización, en sus cuatro primeros Congresos, constituyó el escalón más alto que encontró la construcción de un Estado Mayor de la 
clase obrera internacional.
Como también señala Deutscher, las ideas que él expuso y
 la obra que realizó como jefe de la Oposición de Izquierda en Rusia, entre 1923 y 1929, constituyen la suma y la sustancia del capítulo más trascendente y dramático de los anales del bolchevismo y del comunismo. Actuó como protagonista de la controversia más grande que tuvo el movimiento comunista del siglo XX, como ideólogo de la industrialización y de la economía planificada y, por último, como portavoz de todos aquellos que resistieron, dentro del Partido Bolchevique, el advenimiento del estalinismo. 
“Aun cuando él no hubiera sobrevivido al año 1927, 
escribía su biógrafo, habría dejado tras de sí un legado de ideas que no podría ser destruido ni condenado al olvido permanente, el legado por el cual muchos de sus 
seguidores se enfrentaron al pelotón de fusilamiento con
 su nombre en los labios”.
En aquella controversia, la burocracia sostuvo, a partir de 1924, la concepción reaccionaria de que era posible construir el “socialismo en un solo país”, que fue la base para el abandono de una política consecuentemente internacionalista. Contra los estalinistas que planteaban 
que en los países coloniales y semicoloniales la clase 
obrera tenía que ir a remolque de algún sector de la burguesía, Trotsky sostenía que, en ciertas circunstancias, en estos Estados, la clase obrera podía llegar al poder 
antes que en un país capitalista avanzado. Pero simultáneamente afirmaba que la construcción plena de
una sociedad socialista necesita del triunfo de la 
revolución en los principales países capitalistas, ya que el capitalismo es un sistema mundial y su superación 
requiere de la conquista por parte de la clase obrera de sus fuerzas de producción más desarrolladas. Esta es, nada 
más y nada menos, que la base del internacionalismo proletario, que ya fuera planteado por Marx en el Manifiesto Comunista.
En el curso de la lucha contra el estalinismo, luego de la derrota de la Oposición de Izquierda, una parte de los compañeros de Trotsky abjuraron de sus ideas y emprendieron el camino de la capitulación, lo que no 
impidió que años después fuesen asesinados por Stalin durante las grandes purgas. Pero hubo muchos otros que resistieron valientemente hasta el final todo tipo de presiones. Las cárceles de Stalin se transformaron en la escuela de una nueva generación revolucionaria que solo pudo ser reducida aplicando la “solución final”, es decir, 
por medio de una matanza generalizada de oposicionistas, realizada en los mismos años en que se realizaban los tristemente célebres “Procesos de Moscú”, donde la GPU, 
el nombre que tenía entonces la policía política de Stalin, arrancaba confesiones falsas a los acusados.
Ya en el exilio, primero en Turquía y luego perseguido en lo que para él era “un planeta sin visado”, como señaló en su autobiografía, Trotsky se dedicó a organizar la Oposición 
de Izquierda a escala internacional. Después que el estalinismo se negara a convocar el frente único obrero 
para enfrentar al nazismo, y que el ascenso de Hitler al 
poder no provocara reacción alguna en las filas de la Internacional Comunista, consideró agotada la etapa de luchar por una reforma del PC de la Unión Soviética y de la Internacional Comunista, y planteó la necesidad de 
construir nuevos partidos revolucionarios y una nueva internacional, la IV. También sostuvo que en la URSS 
estaba planteado realizar una revolución política para 
barrer a la burocracia del poder y restaurar el dominio de 
los consejos obreros y la democracia soviética; una revolución que, al mismo tiempo, terminara con el régimen despótico y mantuviera las relaciones de propiedad surgidas de la Revolución de Octubre, sobre las que la burocracia tenía que apoyarse aunque socavando paso a paso sus bases.
Cinco años después, en 1938, con Trotsky ya en su exilio mexicano, se fundaba la IV Internacional en una reunión clandestina, celebrada en las afueras de París, sobre la 
base de un documento que conocemos con el nombre de “Programa de Transición”, que condensaba las lecciones programáticas y estratégicas de las Internacionales anteriores y de la lucha contra el estalinismo, en la búsqueda de preparar a la vanguardia revolucionaria para enfrentar el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial y las circunstancias contrarrevolucionarias y revolucionarias que se desprenderían de su estallido. Trotsky consideró 
que, eliminada la vieja guardia de la Revolución de Octubre, su rol en la tarea de mantener la continuidad del marxismo revolucionario era mucho más importante que el que había tenido al frente del Ejército Rojo o en la toma del poder. 
Su sola existencia era una molestia que Stalin no podía tolerar, y este fue el motivo de su asesinato.
Con Trotsky desaparece una inmensa personalidad revolucionaria, posiblemente la del teórico y estratega marxista más prolífico del siglo XX. El que supo mantener 
la firmeza cuando otros flaqueaban, el que aún en la situación más adversa estaba convencido de que el futuro comunista era el único destino progresivo al que podía aspirar la humanidad. Como afirmaba en su Testamento:
Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos luché bajo las 
banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto, de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable. 
Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud.
Natasha se acerca a la ventana desde el patio y la abre para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba
 el cielo claro y azul, y el sol que brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente [2]
.
A pesar del tiempo transcurrido desde su muerte, el 
nombre de Trotsky sigue evocando la perspectiva de la revolución social.
Con motivo del centenario de la Revolución rusa de 
octubre de 1917, el gobierno de Vladimir Putin auspició una miniserie plagada de distorsiones históricas y de 
calumnias sobre su vida. Cuando en 2019 la plataforma Netflix la difundió internacionalmente, generó un inmediato y amplio repudio que se expresó en la cantidad de firmantes que adhirieron a la Declaración “Netflix y el Gobierno ruso unidos para mentir sobre Trotsky” [3] impulsada
 inicialmente por Estebán Volkov, el nieto de Trotsky, y el CEIP “León Trotsky”. Intelectuales de renombre internacional como Fredric Jameson, Nancy Fraser, Slavoj Zizek, Robert Brenner, Mike Davis, Michael Löwy, Michel Husson, Stathis Kouvélakis, Franck Gaudichaud, Eric Toussaint, Suzi Weissman, Kevin B. Anderson, Alexander 
V. Reznik, Paul Le Blanc y muchos otros se plegaron a esa iniciativa, junto a una multitud de dirigentes y referentes de la izquierda antiestalinista de diferentes países.
La lucha inclaudicable de Trotsky contra la burocracia estalinista lo vuelve también alguien molesto para los liberales, que permanentemente buscan identificar comunismo con totalitarismo burocrático. Por el contrario, 
la perspectiva por la que el fundador de la IV Internacional fue asesinado es la de una democracia mil veces superior 
a la más amplia de las democracias burguesas, cuyos antecedentes vimos en la Comuna de París y en los soviets rusos. Donde el pueblo trabajador pueda cotidianamente deliberar y decidir sobre los destinos económicos y políticos de la sociedad, planificando en forma democrática la producción. Algo sin lo cual la superación de las contradicciones estructurales y de las irracionalidades de este sistema es imposible. Esta democracia de los trabajadores y las trabajadoras es un paso inevitable para pasar del “reino de la necesidad al reino de la libertad” (Marx), es decir, a una sociedad plenamente comunista.
Trotsky y la crisis actual
Los 80 años de la muerte de Trotsky se cumplen en un mundo conmocionado por las consecuencias de la pandemia de coronavirus. En cierta medida, esto no ha sido un hecho imprevisible, sino que estamos frente al tercer o cuarto episodio (según el criterio que tomemos) de transmisión de virus no habituales de animales a humanos en lo que va del siglo XXI, producto de la combinación de una serie de factores como la deforestación, la cría intensiva de animales en la producción de alimentos, los nuevos hábitos de consumo y posibilidades de propagación rápida. La propia Organización Mundial de la Salud había advertido sobre la posibilidad de la aparición de una pandemia de 
este tipo. Sin embargo, no se tomó previsión alguna respecto de los sistemas sanitarios.
A la vez, quedaron en evidencia las consecuencias nefastas de las políticas de recortes de los presupuestos de salud y de privatización y control oligopólico de ese sector a nivel internacional. En particular, los ajustes en el sector recrudecieron tras la crisis del 2008, en función de que numerosos Estados direccionaron sus gastos a los pagos de las deudas tomadas para salvar a los bancos. En lo que hace a la industria farmacéutica, los grandes laboratorios que la manejan a nivel internacional dirigieron la 
producción hacia áreas más rentables que las 
enfermedades infecciosas, mientras la investigación 
estatal en este terreno también ha sido fuertemente desfinanciada.
Las corporaciones que componen la “Big Pharma” en los Estados Unidos, por ejemplo, han dejado de lado la investigación y el desarrollo de nuevos antibióticos y antivirales para centrarse en medicamentos que resultan más rentables, como los tranquilizantes adictivos.
 Ahora, con la pandemia desatada, comenzó una brutal competencia entre Estados y laboratorios para ver quién
 se queda con el negocio de una vacuna contra el COVID-19.
Pero la pandemia desencadenó no solo una crisis sanitaria sino también una crisis económica y social de consecuencias duraderas. La falta de recursos sanitarios y la imprevisión estatal llevó a los distintos gobiernos a implementar medidas más o menos generales de 
aislamiento social que implicaron el freno a una economía internacional que ya venía estancada y con señales de una próxima crisis. El resultado ha sido millones de nuevos desocupados y nuevos pobres. En tres meses la caída de
 la economía estadounidense ha sido equivalente a la ocurrida en los tres años transcurridos desde 1929 hasta 1932, durante la Gran Depresión. Aunque muchos Estados han destinado paquetes billonarios al rescate de los capitalistas (en su mayoría) y a recursos directos para la subsistencia de la población, la salida del 
desconfinamiento no implicará una vuelta a la situación anterior. Ramas enteras de la economía seguirán afectadas quién sabe por cuánto tiempo. Un trabajo conjunto de la CEPAL y la OIT respecto a las consecuencias del COVID-19 en la región de América Latina y el Caribe es lapidario respecto de lo que se viene. El PBI regional se contraería al menos un 5,3 % para finales del 2020 y en el segundo trimestre se perderían el equivalente a 31 millones de puestos de trabajo a tiempo completo. La pobreza en ascenso alcanzaría a 214,7 millones de personas y la pobreza extrema a 83,4 millones [4]. A su vez, el fantasma del default recorre internacionalmente Estados y empresas. La suma de las deudas públicas y privadas en todo el 
mundo alcanza a 253 billones de dólares, tres veces el tamaño del PIB global. Un estudio del J. P. Morgan pronostica que uno de cada cinco países no pagarán sus deudas en un período cercano.
Mientras esto ocurre, algunos de los más ricos han acrecentado sus fortunas. Entre ellos se cuentan el jefe de Amazon, Jeff Bezos, el multimillonario Elon Musk, Steven Ballmer, de Microsoft, el magnate inmobiliario John Albert Sobrato, el fundador de Zoom, Eric Yuan, al igual que Joshua Harris, de Apollo Global Management o Rocco Commisso, de Mediacom.
Esta situación permite pronosticar que tenemos por 
delante un acrecentamiento de las tensiones entre los Estados y entre las clases. Estados Unidos y China continúan su escalada, en una suerte de “guerra fría” de nuevo tipo, con la peculiaridad de que mientras que el primero no tenía prácticamente intercambio económico 
con la ex Unión Soviética, en el antiguo Imperio del Medio son numerosas las corporaciones estadounidenses allí instaladas o con intereses directos implicados. No es muy aventurado pronosticar que la tendencia a las rebeliones populares que se había hecho sentir previamente a la pandemia en numerosos países va a volver aumentada, como están mostrando las movilizaciones en los propios Estados Unidos luego del asesinato de George Floyd a 
mano de la policía de Minneapolis.
La ola de rebeliones había abarcado diferentes regiones 
del planeta. En el norte de África, Argelia y Sudán. En 
Medio Oriente y el Golfo Pérsico, Líbano, Irak e Irán. En Asia, Hong Kong. En América Latina, Ecuador, Chile, Colombia y la resistencia al golpe en Bolivia. Y antes, Puerto Rico, Nicaragua y Costa Rica. En Europa, Cataluña y Francia por partida doble, primero con los “chalecos amarillos” y luego con la huelga contra la reforma del sistema de pensiones 
de Macron. De conjunto estas acciones tendieron a expresar el descontento creciente de millones con un mundo cada vez más desigual.
Todo el ciclo neoliberal ha implicado una enorme transferencia de recursos desde el mundo del trabajo hacia el capital. Con la crisis de Lehman Brothers en 2008 el equilibrio capitalista neoliberal se quebró y, desde entonces, a pesar de que mediante el monumental endeudamiento de los Estados se evitó que esta crisis llegara a los niveles de
 la de los años ‘30 del siglo XX, no se logró un nuevo 
período de crecimiento acompasado de la economía internacional. Esta tendencia al estancamiento económico internacional estaba en la base de la escalada de las “guerras” y disputas comerciales entre Estados Unidos, China y la Unión Europea, de las cuales el Brexit es un episodio no menor. Los partidos de lo que Tariq Ali llamó 
“el extremo centro” [5] tendieron a entrar en crisis, quedando marginados o encontrando liderazgos que expresan las tendencias a la polarización política, como ocurrió con Trump en el Partido Republicano o en el movimiento desarrollado en 2016 y 2020 alrededor de la candidatura presidencial, frustrada en ambos casos, de Bernie Sanders en las internas del Partido Demócrata. 
Con la magnitud de la crisis actual, las tendencias a la polarización social y política van a multiplicarse. Incluso la posible relocalización de ciertas áreas de la producción en los países imperialistas implicará ataques a los salarios y condiciones de trabajo en esos países, donde las 
patronales querrán imponer estándares “chinos”. Esto difícilmente pase sin resistencia.
A la vez, veníamos presenciando una nueva y masiva irrupción del movimiento de mujeres en distintos países, 
que no puede separarse del creciente carácter femenino de la fuerza de trabajo asalariada ni de los mayores padecimientos que el capitalismo impone a la mujer trabajadora. El trabajo doméstico gratuito, que recae mayoritariamente en las mujeres, es parte indisoluble del capitalismo. La emancipación plena de las mujeres no 
puede tener lugar más que con la eliminación de este sistema.
Nuestra época también expresa al rojo vivo, como nunca antes, la gravedad de los perjuicios causados por la utilización irracional de los recursos de la naturaleza. 
Más allá de la pausa en los niveles de emisión de dióxido 
de carbono generada por la pandemia, estamos 
atravesando una verdadera crisis ecológica que no tiene salida en los marcos de este sistema. En el próximo 
período histórico, si no logramos terminar con el capitalismo, el capitalismo puede terminar con todos nosotros.
Los fenómenos políticos que se venían gestando previamente a la pandemia van a resignificarse. Es casi 
una obviedad decir que el mundo no será el mismo que antes pero en qué se va a convertir no es algo que esté definido de antemano sino que se decidirá en el terreno de
 la lucha de clases. En medio de la crisis que estamos viviendo, para intentar incidir en el curso de la misma, apropiarnos de las lecciones y del método expresado por Trotsky en el “Programa de Transición” es una herramienta insustituible. Como allí se señala:
Es preciso ayudar a las masas en el proceso de sus luchas cotidianas a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa de la revolución socialista. Este puente debe incluir un sistema de reivindicaciones transitorias, partiendo de las condiciones actuales y de la conciencia actual de amplias capas de la clase obrera y conduciendo a una sola y misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado[p. 176] [6].
.
Demandas como la nacionalización bajo gestión obrera de las fábricas que cierren o despidan, la nacionalización de la banca y el comercio exterior, la reducción de la jornada de trabajo sin afectar el salario y el reparto de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados, la escala móvil de salarios (su aumento automático de acuerdo a la inflación) están al orden del día en numerosos países. Desde ya que los capitalistas y sus voceros todo el tiempo plantearán la imposibilidad de realizar estas reivindicaciones. Bien vale recordar lo que Trotsky decía frente a argumentos de este tipo en medio de otra crisis de magnitud histórica como la que estamos enfrentando hoy nuevamente:
Se trata de preservar al proletariado de la decadencia, de la desmoralización y de la ruina. Se trata de la vida y la
 muerte de la única clase creadora y progresiva y, por eso mismo, del futuro de la humanidad. Si el capitalismo es incapaz de satisfacer las reivindicaciones que surgen infaliblemente de los males por él mismo engendrados, 
debe morir. La “posibilidad” o la “imposibilidad” de 
realizar las reivindicaciones es, en el presente caso, una cuestión de relación de fuerzas que solo puede ser 
resuelta por la lucha. Sobre la base de esta lucha, y al margen de cuáles sean los éxitos prácticos inmediatos, los obreros comprenderán mejor la necesidad de liquidar la esclavitud capitalista [p. 176].
¿Veremos bajo el golpe de la crisis emerger procesos de movilización que superen el estadio de rebelión y se transformen en revolución abierta? Aunque todo 
pronóstico histórico siempre es condicional, por la
 magnitud de la crisis en curso es probable que tengamos por delante nuevas situaciones revolucionarias que 
pongan en jaque a gobiernos y regímenes. ¿Darán lugar algunas de ellas a victorias revolucionarias de la clase trabajadora? Imposible saberlo porque depende de una combinación particular de elementos objetivos y subjetivos. Pero de lo que sí estamos convencidos es que si esto no ocurre el futuro para la clase trabajadora será sombrío. Sin embargo, no tenemos motivos para el pesimismo histórico. No hay dios que haya definido que en este siglo XXI los explotados no volverán a desafiar el poder del capital. 
Los años que hemos pasado sin procesos revolucionarios protagonizados por la clase trabajadora no pueden hacernos perder perspectiva histórica. Nunca debemos olvidar que,
 en el siglo XX, obreros y campesinos lograron quebrar el poder del Estado burgués en distintos países. Pero esas revoluciones o se burocratizaron, como ocurrió en la Unión Soviética, o implantaron, prácticamente desde los inicios, regímenes de partido único y burocracias gobernantes que impidieron el real ejercicio del poder a las masas. Y al no derrotar la revolución al capitalismo en los centros del sistema imperialista, permitieron el contraataque del capital con la restauración capitalista en la ex URSS, en China y en otros países incluida. Este resultado histórico y los acontecimientos más recientes vuelven imprescindible reactualizar los debates estratégicos que cruzaron la teoría de la “revolución permanente”.
En primer lugar, el rol claudicante de las burguesías nacionales en los países oprimidos, incapaces de terminar con la dependencia y el atraso. América Latina muestra 
esto con claridad. Los mismos movimientos nacionalistas burgueses, que habían surgido con retórica antiimperialista, fueron los aplicadores directos de las políticas neoliberales en la década del ‘90, como el peronismo en Argentina con Menem, el PRI en México con Salinas de Gortari y Zedillo, el Movimiento Nacionalista Revolucionario en Bolivia o el APRA en Perú. Y ya en este siglo, los llamados “gobiernos progresistas” empezaron a ajustar ni bien golpeó la crisis internacional y bajaron los precios de las materias primas que exporta la región. A pesar de toda la retórica sobre la “Patria Grande” y la “Unidad Latinoamericana” no fueron capaces de enfrentar como un bloque común el flagelo del endeudamiento externo. ¿Qué podrían haber hecho los “fondos buitres” y los organismos internacionales si conjuntamente Argentina, Brasil, Ecuador, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Uruguay dejaban de pagar sus deudas fraudulentas y usurarias? No hay una etapa independiente donde puede conquistarse la independencia nacional junto a la burguesía local y otra posterior donde se planteará la lucha por el socialismo. O la clase trabajadora, 
acaudillando al conjunto de los explotados, toma el liderazgo de la lucha antiimperialista y se hace del poder o nuestros países seguirán por la pendiente y el atraso que los caracterizan. De ahí la importancia de mantener la plena independencia política frente a estos movimientos y de enfrentar, al mismo tiempo, todo ataque de las fuerzas derechistas.
En segundo lugar, la historia ha dado con creces la razón a Trotsky contra Stalin: el socialismo no puede construirse 
en las fronteras de un solo país sino que debe proponerse terminar con este sistema en todo el planeta, algo que se deduce del carácter internacional de las fuerzas 
productivas por él generadas. El internacionalismo, que incluye el antiimperialismo consecuente, es hoy más necesario que nunca.
Por último, la Revolución de Octubre fue pionera en lograr conquistas en amplios terrenos de la vida social. El aborto fue legalizado en 1920, mientras que en Estados Unidos recién se legalizó en 1973 y en la mayoría de los países latinoamericanos es aún hoy un derecho inexistente. Se tomaron medidas para socializar el trabajo doméstico y cuestionar la estructura patriarcal de la familia burguesa. 
En la naciente Unión Soviética la homosexualidad fue descriminalizada, mientras la Organización Mundial de la Salud recién dejó de considerarla una enfermedad en 1990
 y en los propios Estados Unidos la actividad sexual consentida entre personas del mismo sexo solo se legalizó para todo el territorio nacional el 26 de junio de 2003
 (antes dependía de cada Estado, siendo Illinois el primero en anular las leyes persecutorias en 1962). La ciencia y el arte dieron fenómenos de avanzada que aún siguen influenciando distintos ámbitos de la cultura. Es cierto que la contrarrevolución burocrática estalinista vino acompañada de la eliminación de gran parte de estos derechos. El estalinismo y toda la izquierda que orbitó a su alrededor cultivaron la homofobia y tuvo como modelo la familia patriarcal. Fueron aplastadas todas las disidencias 
en los terrenos artístico y científico. Hoy pensar la revolución es, retomando lo hecho por los bolcheviques al inicio de la Revolución de Octubre, pensarla en todos los terrenos de la vida, y la lucha contra las distintas opresiones del sistema es parte integral de la pelea por revolucionar el conjunto de la sociedad.
¿Pero no se ha dicho que la clase obrera perdió poder 
social –está desapareciendo dicen algunos–, y que es ya incapaz de llevar adelante una revolución? Estas afirmaciones son en realidad parte de la batalla ideológica dada por el capital, con el objetivo de minar la moral de los trabajadores, algo a lo que se han adecuado las distintas burocracias sindicales. Si algo ha evidenciado la crisis actual es que sin trabajadoras y trabajadores la economía
 no se mueve. La clase trabajadora no ha desaparecido 
sino que se ha reconfigurado, como ha ocurrido tantas veces en la historia del capitalismo y está ocurriendo hoy mismo bajo los golpes de la crisis. Cuenta con una enorme fuerza social potencial para doblegar al capital, a sus gobiernos y a sus Estados. Es más numerosa que nunca antes en su historia. Está más expandida geográficamente, es más femenina, más urbana, en promedio más pobre y más multiétnica que hace
cuarenta años, aunque más precaria. En Estados Unidos y en los principales países de la Unión Europea han variado,
 lo que podemos considerar, sus “posiciones estratégicas”, 
es decir, aquellos sectores con una mayor capacidad de afectar la producción y la circulación del capital, ganando peso los sectores vinculados al transporte y la logística. Gran parte de la producción industrial se ha trasladado en las últimas décadas a China y a otros países del sudeste de Asia y, 
más recientemente, a África, donde hay un nuevo proletariado 
en pleno desarrollo. En muchos países, es posible que 
sectores precarizados y de bajos salarios, considerados
“esenciales” durante la pandemia, ganen en capacidad de organización y lucha, especialmente de la juventud. 
A la vez, cientos de millones constituyen una suerte de subproletariado, viviendo miserablemente en las periferias
 o urbanizaciones precarias de las grandes ciudades, frecuentemente dependiendo para sobrevivir del auxilio estatal, donde este existe. Esta precariedad no significa 
que estos sectores no puedan organizarse. De hecho, lo hacen en distintos países, ya sea en movimientos “por el techo”, de desocupados o 
de trabajadores precarizados. A nuestro entender, la falta 
de intervención independiente y de liderazgo de la clase trabajadora no ha sido un problema sociológico sino político-moral.
La ofensiva neoliberal, una verdadera guerra de clases del capital contra el trabajo, no solo logró bajar el precio de la fuerza de trabajo a nivel mundial sino que produjo importantes niveles de retroceso en la conciencia de clase
 y en la organización. Las burocracias sindicales y los 
partidos comunistas y socialistas se entregaron prácticamente sin lucha, y aplicaron ellos también políticas neoliberales. La burocracia gobernante en la Unión 
Soviética y los países 
de Europa del este se pasó con armas y bagajes al campo de 
la restauración capitalista, verificando la hipótesis de Trotsky respecto a su carácter social. En China la apertura capitalista impulsada desde arriba por el propio Partido Comunista fue central para la expansión neoliberal. Esto favoreció la idea de un capitalismo imbatible y dominante como también la imposición de un sentido común 
posibilista y de resignación. Pero desde la crisis de 2008, donde se mostraron los límites de la hegemonía neoliberal
 y de la expansión capitalista lograda con la restauración 
en los Estados obreros burocratizados, algo ha comenzado a cambiar también en este terreno. En los propios Estados Unidos ya Donald Trump ha incluido en dos de sus discursos “de la Unión” al socialismo como el mal a conjurar. Distintas encuestas muestran cómo en la
 juventud estadounidense crece la preferencia por el “socialismo” 
por sobre la del “capitalismo”, aun cuando sea muy vaga
 la 
idea de socialismo de la que se habla. Muchos de esos jóvenes se encuentran ahora en la primera línea de las protestas en Estados Unidos, donde se unen la población 
de origen afroamericano con los jóvenes blancos que 
repudian el racismo policial y del estado en su conjunto. 
En Chile, 
como señalamos, uno de los paradigmas del capitalismo mundial fue puesto en cuestión por la acción de masas. 
Es cierto 
que junto con estos fenómenos hemos visto el 
florecimiento de todo tipo de ideologías reaccionarias y de liderazgos 
que expresan fenómenos fascistizantes, como el de Bolsonaro en Brasil. Los nacionalismos reaccionarios 
anti inmigrante en los países imperialistas (y también en otros que no lo 
son como Hungría y Polonia, la línea “anti indio” de los 
golpistas bolivianos o toda la retórica anticomunista de Bolsonaro) son expresión por derecha de la crisis de la hegemonía neoliberal que vemos desde 2008, una de las tendencias a
 la polarización política y social que caracterizan nuestro tiempo y que, como hemos señalado, es posible que se acrecienten en medio de una crisis económica y social con pocos paralelos históricos.
Sabemos que es solo al calor de la lucha que la conciencia de clase puede recuperarse y conseguir niveles superiores, no solo para la disputa cotidiana en el plano sindical, sino especialmente en el de la lucha política, la “verdadera 
lucha de clases” al decir de Marx, la que se plantea la disputa 
por el poder estatal. Y, a la vez, sabemos que la lucha por
 sí sola no basta, que requiere estar precedida por una clara teoría revolucionaria para ser victoriosa. Movimiento y
 teoría revolucionaria se retroalimentan y se necesitan el 
uno a la otra. Teoría que no será nunca la obra de un individuo aislado sino el producto de la deliberación colectiva entre quienes nos planteamos terminar con este sistema. De ahí 
la necesidad de constituir partidos revolucionarios nacionales y una internacional revolucionaria, que solo puede forjarse participando activamente en la lucha cotidiana de las 
masas y desarrollando constantemente la teoría y la estrategia revolucionarias.
En este marco, esperamos que estos escritos de León Trotsky que estamos presentando sean no solo una introducción para quienes no conozcan el conjunto de su prolífica e invalorable obra sino un insumo fundamental 
para intervenir en las luchas emancipadoras del presente.

Buenos Aires, 3 de junio de 2020
NOTAS AL PIE

[1] Deutscher, Isaac, Trotsky, El profeta desterrado, México D. F., Ediciones Era, 
1969, p
. 460.
[2] Trotsky, L., Mi vida, Buenos Aires, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2012,
 pp. 651-652 (Obras Escogidas 2, coeditadas con el Museo Casa León Trotsky).

[3] Declaración: “Netflix y el Gobierno ruso unidos para mentir sobre Trotsky”. Consultado el 01/06/2020 en: http://www.laizquierdadiario.com/Declaracion-

[4] Ver Coyuntura Laboral en América Latina y el Caribe N.° 22, mayo 2020:
 “El trabajo en tiempos de pandemia: desafíos frente a la enfermedad por 
coronavirus (COVID-19)”, CEPAL-OIT. Consultado el 01/06/2020 en: https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/45557/1/S2000307_

[5] Término que acuñó para definir la transformación de los partidos de los 
regímenes bipartidistas, entre partidos conservadores y socialdemócratas 
o laboristas, en dos caras de un mismo bloque político neoliberal.

[6] En adelante, las citas del presente libro serán referidas con el número de
 página correspondiente entre corchetes al final de la misma.
 EN: Facebook//ADOLFO LEON LIBERTAD

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