El legado de León Trotsky y su actualidad
Christian Castillo
Publicamos aquí la presentación al libro El marxismo y nuestra época, que reúne algunos de los textos más relevantes de la obra de León Trotsky a 80 años de su asesinato, recién publicado por Ediciones IPS.
Este año se cumple el 80° aniversario del asesinato de León Trotsky. En su vivienda del exilio mexicano, en Coyoacán, un sicario enviado por Stalin asestó el golpe que terminó con su vida. No fue un acto irracional sino un frío cálculo político de la burocracia gobernante en la Unión Soviética, que opinaba que Trotsky era un gran peligro frente al descontento que podría generar la guerra mundial en la clase obrera y entre los comunistas a nivel internacional.
Así como Stalin encarnó el nombre
propio de la burocracia contrarrevolucionaria que se enquistó a sangre y fuego
en
el poder del primer Estado obrero de la historia, Trotsky fue el nombre de
la alternativa marxista al estalinismo.
Al comienzo de la lucha contra
Stalin, Trotsky ya tenía una enorme trayectoria revolucionaria. Su biógrafo
Isaac Deutscher decía que: “Tan copiosa y espléndida fue la carrera de Trotsky,
que cualquier parte o fracción de ella habría bastado para llenar la vida de
una personalidad histórica sobresaliente” [1]. No le
faltaba razón: en 1917 ya había pasado por dos exilios, luego de fugarse de las
cárceles y campos de deportación del zarismo. Había sido presidente del soviet
de Petrogrado en la Revolución de 1905, agitador contra la guerra imperialista
y uno de los teóricos marxistas más brillantes de la época, que pudo prever con
doce años de antelación y gran precisión la dinámica que iba a tomar la
Revolución de Octubre cuando proclamó la “herejía” de que era la clase obrera,
y no la burguesía, quien debía encabezar al campesinado y derrotar al zarismo.
Anticipó también que la clase obrera no se detendría en los límites de la
propiedad privada, sino que empezaría a tomar medidas dirigidas hacia la
construcción del socialismo. La primera formulación de su teoría de la
“revolución permanente”, un concepto de larga tradición revolucionaria y que se
utilizaba en los debates de los marxistas de la época, en Trotsky encontró un
sentido claramente distintivo.
Si Lev Davidovich Bronstein (ese
era su nombre real) hubiese fallecido a comienzos de los años ‘20 del siglo
pasado, más o menos cuando murió Lenin, habría sido recordado como uno de los
dos grandes líderes de la Revolución de Octubre, como el fundador del Ejército
Rojo, como su caudillo en la Guerra Civil y como el mentor de la
III
Internacional, la que antes de su burocratización, en sus cuatro primeros
Congresos, constituyó el escalón más alto que encontró la construcción de un
Estado Mayor de la
clase obrera internacional.
Como también señala Deutscher,
las ideas que él expuso y
la obra que realizó como jefe de la Oposición de Izquierda
en Rusia, entre 1923 y 1929, constituyen la suma y la sustancia del capítulo
más trascendente y dramático de los anales del bolchevismo y del comunismo.
Actuó como protagonista de la controversia más grande que tuvo el movimiento
comunista del siglo XX, como ideólogo de la industrialización y de la economía
planificada y, por último, como portavoz de todos aquellos que resistieron,
dentro del Partido Bolchevique, el advenimiento del estalinismo.
“Aun cuando él
no hubiera sobrevivido al año 1927,
escribía su biógrafo, habría dejado tras de
sí un legado de ideas que no podría ser destruido ni condenado al olvido
permanente, el legado por el cual muchos de sus
seguidores se enfrentaron al
pelotón de fusilamiento con
su nombre en los labios”.
En aquella controversia, la
burocracia sostuvo, a partir de 1924, la concepción reaccionaria de que era
posible construir el “socialismo en un solo país”, que fue la base para el
abandono de una política consecuentemente internacionalista. Contra los
estalinistas que planteaban
que en los países coloniales y semicoloniales la
clase
obrera tenía que ir a remolque de algún sector de la burguesía, Trotsky
sostenía que, en ciertas circunstancias, en estos Estados, la clase obrera
podía llegar al poder
antes que en un país capitalista avanzado. Pero
simultáneamente afirmaba que la construcción plena de
una sociedad socialista
necesita del triunfo de la
revolución en los principales países capitalistas,
ya que el capitalismo es un sistema mundial y su superación
requiere de la
conquista por parte de la clase obrera de sus fuerzas de producción más
desarrolladas. Esta es, nada
más y nada menos, que la base del
internacionalismo proletario, que ya fuera planteado por Marx en el Manifiesto Comunista.
En el curso de la lucha contra el
estalinismo, luego de la derrota de la Oposición de Izquierda, una parte de los
compañeros de Trotsky abjuraron de sus ideas y emprendieron el camino de la
capitulación, lo que no
impidió que años después fuesen asesinados por Stalin
durante las grandes purgas. Pero hubo muchos otros que resistieron
valientemente hasta el final todo tipo de presiones. Las cárceles de Stalin se
transformaron en la escuela de una nueva generación revolucionaria que solo
pudo ser reducida aplicando la “solución final”, es decir,
por medio de una
matanza generalizada de oposicionistas, realizada en los mismos años en que se
realizaban los tristemente célebres “Procesos de Moscú”, donde la GPU,
el
nombre que tenía entonces la policía política de Stalin, arrancaba confesiones
falsas a los acusados.
Ya en el exilio, primero en
Turquía y luego perseguido en lo que para él era “un planeta sin visado”, como
señaló en su autobiografía, Trotsky se dedicó a organizar la Oposición
de
Izquierda a escala internacional. Después que el estalinismo se negara a
convocar el frente único obrero
para enfrentar al nazismo, y que el ascenso de
Hitler al
poder no provocara reacción alguna en las filas de la Internacional
Comunista, consideró agotada la etapa de luchar por una reforma del PC de la
Unión Soviética y de la Internacional Comunista, y planteó la necesidad de
construir nuevos partidos revolucionarios y una nueva internacional, la IV.
También sostuvo que en la URSS
estaba planteado realizar una revolución
política para
barrer a la burocracia del poder y restaurar el dominio de
los
consejos obreros y la democracia soviética; una revolución que, al mismo
tiempo, terminara con el régimen despótico y mantuviera las relaciones de
propiedad surgidas de la Revolución de Octubre, sobre las que la burocracia
tenía que apoyarse aunque socavando paso a paso sus bases.
Cinco años después, en 1938, con
Trotsky ya en su exilio mexicano, se fundaba la IV Internacional en una reunión
clandestina, celebrada en las afueras de París, sobre la
base de un documento
que conocemos con el nombre de “Programa de Transición”, que condensaba las
lecciones programáticas y estratégicas de las Internacionales anteriores y de
la lucha contra el estalinismo, en la búsqueda de preparar a la vanguardia
revolucionaria para enfrentar el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial y
las circunstancias contrarrevolucionarias y revolucionarias que se
desprenderían de su estallido. Trotsky consideró
que, eliminada la vieja
guardia de la Revolución de Octubre, su rol en la tarea de mantener la
continuidad del marxismo revolucionario era mucho más importante que el que
había tenido al frente del Ejército Rojo o en la toma del poder.
Su sola
existencia era una molestia que Stalin no podía tolerar, y este fue el motivo
de su asesinato.
Con Trotsky desaparece una
inmensa personalidad revolucionaria, posiblemente la del teórico y estratega
marxista más prolífico del siglo XX. El que supo mantener
la firmeza cuando
otros flaqueaban, el que aún en la situación más adversa estaba convencido de
que el futuro comunista era el único destino progresivo al que podía aspirar la
humanidad. Como afirmaba en su Testamento:
Fui revolucionario durante mis
cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos luché bajo las
banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por
supuesto, de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la
misma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista
dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable.
Mi fe en el futuro
comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en
mi juventud.
Natasha se acerca a la ventana
desde el patio y la abre para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la
brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba
el cielo
claro y azul, y el sol que brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las
futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten
plenamente [2]
.
A pesar del tiempo transcurrido
desde su muerte, el
nombre de Trotsky sigue evocando la perspectiva de la
revolución social.
Con motivo del centenario de la
Revolución rusa de
octubre de 1917, el gobierno de Vladimir Putin auspició una
miniserie plagada de distorsiones históricas y de
calumnias sobre su vida.
Cuando en 2019 la plataforma Netflix la difundió internacionalmente, generó un
inmediato y amplio repudio que se expresó en la cantidad de firmantes que
adhirieron a la Declaración “Netflix y el Gobierno ruso unidos para mentir
sobre Trotsky” [3] impulsada
inicialmente por Estebán Volkov, el nieto de Trotsky, y el CEIP “León Trotsky”.
Intelectuales de renombre internacional como Fredric Jameson, Nancy Fraser,
Slavoj Zizek, Robert Brenner, Mike Davis, Michael Löwy, Michel Husson, Stathis
Kouvélakis, Franck Gaudichaud, Eric Toussaint, Suzi Weissman, Kevin B.
Anderson, Alexander
V. Reznik, Paul Le Blanc y muchos otros se plegaron a esa
iniciativa, junto a una multitud de dirigentes y referentes de la izquierda
antiestalinista de diferentes países.
La lucha inclaudicable de Trotsky
contra la burocracia estalinista lo vuelve también alguien molesto para los
liberales, que permanentemente buscan identificar comunismo con totalitarismo
burocrático. Por el contrario,
la perspectiva por la que el fundador de la IV
Internacional fue asesinado es la de una democracia mil veces superior
a la más
amplia de las democracias burguesas, cuyos antecedentes vimos en la Comuna de
París y en los soviets rusos. Donde el pueblo trabajador pueda cotidianamente
deliberar y decidir sobre los destinos económicos y políticos de la sociedad,
planificando en forma democrática la producción. Algo sin lo cual la superación
de las contradicciones estructurales y de las irracionalidades de este sistema
es imposible. Esta democracia de los trabajadores y las trabajadoras es un paso
inevitable para pasar del “reino de la necesidad al reino
de la libertad” (Marx), es decir, a una sociedad plenamente
comunista.
Trotsky
y la crisis actual
Los 80 años de la muerte de
Trotsky se cumplen en un mundo conmocionado por las consecuencias de la
pandemia de coronavirus. En cierta medida, esto no ha sido un hecho
imprevisible, sino que estamos frente al tercer o cuarto episodio (según el
criterio que tomemos) de transmisión de virus no habituales de animales a
humanos en lo que va del siglo XXI, producto de la combinación de una serie de
factores como la deforestación, la cría intensiva de animales en la producción
de alimentos, los nuevos hábitos de consumo y posibilidades de propagación
rápida. La propia Organización Mundial de la Salud había advertido sobre la
posibilidad de la aparición de una pandemia de
este tipo. Sin embargo, no se
tomó previsión alguna respecto de los sistemas sanitarios.
A la vez, quedaron en evidencia
las consecuencias nefastas de las políticas de recortes de los presupuestos de
salud y de privatización y control oligopólico de ese sector a nivel
internacional. En particular, los ajustes en el sector recrudecieron tras la crisis
del 2008, en función de que numerosos Estados direccionaron sus gastos a los
pagos de las deudas tomadas para salvar a los bancos. En lo que hace a la
industria farmacéutica, los grandes laboratorios que la manejan a nivel
internacional dirigieron la
producción hacia áreas más rentables que las
enfermedades infecciosas, mientras la investigación
estatal en este terreno
también ha sido fuertemente desfinanciada.
Las corporaciones que componen la
“Big Pharma” en los Estados Unidos, por ejemplo, han dejado de lado la
investigación y el desarrollo de nuevos antibióticos y antivirales para
centrarse en medicamentos que resultan más rentables, como los tranquilizantes
adictivos.
Ahora, con la pandemia desatada, comenzó una brutal competencia
entre Estados y laboratorios para ver quién
se queda con el negocio de una
vacuna contra el COVID-19.
Pero la pandemia desencadenó no
solo una crisis sanitaria sino también una crisis económica y social de
consecuencias duraderas. La falta de recursos sanitarios y la imprevisión
estatal llevó a los distintos gobiernos a implementar medidas más o menos
generales de
aislamiento social que implicaron el freno a una economía
internacional que ya venía estancada y con señales de una próxima crisis. El
resultado ha sido millones de nuevos desocupados y nuevos pobres. En tres meses
la caída de
la economía estadounidense ha sido equivalente a la ocurrida en los
tres años transcurridos desde 1929 hasta 1932, durante la Gran Depresión.
Aunque muchos Estados han destinado paquetes billonarios al rescate de los
capitalistas (en su mayoría) y a recursos directos para la subsistencia de la
población, la salida del
desconfinamiento no implicará una vuelta a la
situación anterior. Ramas enteras de la economía seguirán afectadas quién sabe
por cuánto tiempo. Un trabajo conjunto de la CEPAL y la OIT respecto a las
consecuencias del COVID-19 en la región de América Latina y el Caribe es
lapidario respecto de lo que se viene. El PBI regional se contraería al menos
un 5,3 % para finales del 2020 y en el segundo trimestre se perderían el
equivalente a 31 millones de puestos de trabajo a tiempo completo. La pobreza
en ascenso alcanzaría a 214,7 millones de personas y la pobreza extrema a 83,4
millones [4]. A su vez,
el fantasma del default recorre internacionalmente Estados y empresas. La suma
de las deudas públicas y privadas en todo el
mundo alcanza a 253 billones de
dólares, tres veces el tamaño del PIB global. Un estudio del J. P. Morgan
pronostica que uno de cada cinco países no pagarán sus deudas en un período
cercano.
Mientras esto ocurre, algunos de
los más ricos han acrecentado sus fortunas. Entre ellos se cuentan el jefe de
Amazon, Jeff Bezos, el multimillonario Elon Musk, Steven Ballmer, de Microsoft,
el magnate inmobiliario John Albert Sobrato, el fundador de Zoom, Eric Yuan, al
igual que Joshua Harris, de Apollo Global Management o Rocco Commisso, de
Mediacom.
Esta situación permite
pronosticar que tenemos por
delante un acrecentamiento de las tensiones entre
los Estados y entre las clases. Estados Unidos y China continúan su escalada,
en una suerte de “guerra fría” de nuevo tipo, con la peculiaridad de que
mientras que el primero no tenía prácticamente intercambio económico
con la ex
Unión Soviética, en el antiguo Imperio del Medio son numerosas las
corporaciones estadounidenses allí instaladas o con intereses directos
implicados. No es muy aventurado pronosticar que la tendencia a las rebeliones
populares que se había hecho sentir previamente a la pandemia en numerosos
países va a volver aumentada, como están mostrando las movilizaciones en los
propios Estados Unidos luego del asesinato de George Floyd a
mano de la policía
de Minneapolis.
La ola de rebeliones había
abarcado diferentes regiones
del planeta. En el norte de África, Argelia y
Sudán. En
Medio Oriente y el Golfo Pérsico, Líbano, Irak e Irán. En Asia, Hong
Kong. En América Latina, Ecuador, Chile, Colombia y la resistencia al golpe en
Bolivia. Y antes, Puerto Rico, Nicaragua y Costa Rica. En Europa, Cataluña y
Francia por partida doble, primero con los “chalecos amarillos” y luego con la
huelga contra la reforma del sistema de pensiones
de Macron. De conjunto estas
acciones tendieron a expresar el descontento creciente de millones con un mundo
cada vez más desigual.
Todo el ciclo neoliberal ha
implicado una enorme transferencia de recursos desde el mundo del trabajo hacia
el capital. Con la crisis de Lehman Brothers en 2008 el equilibrio capitalista
neoliberal se quebró y, desde entonces, a pesar de que mediante el monumental
endeudamiento de los Estados se evitó que esta crisis llegara a los niveles de
la de los años ‘30 del siglo XX, no se logró un nuevo
período de crecimiento
acompasado de la economía internacional. Esta tendencia al estancamiento
económico internacional estaba en la base de la escalada de las “guerras” y
disputas comerciales entre Estados Unidos, China y la Unión Europea, de las
cuales el Brexit es un episodio no menor. Los partidos de lo que Tariq Ali
llamó
“el extremo centro” [5] tendieron
a entrar en crisis, quedando marginados o encontrando liderazgos que expresan
las tendencias a la polarización política, como ocurrió con Trump en el Partido
Republicano o en el movimiento desarrollado en 2016 y 2020 alrededor de la
candidatura presidencial, frustrada en ambos casos, de Bernie Sanders en las
internas del Partido Demócrata.
Con la magnitud de la crisis actual, las
tendencias a la polarización social y política van a multiplicarse. Incluso la
posible relocalización de ciertas áreas de la producción en los países
imperialistas implicará ataques a los salarios y condiciones de trabajo en esos
países, donde las
patronales querrán imponer estándares “chinos”. Esto
difícilmente pase sin resistencia.
A la vez, veníamos presenciando
una nueva y masiva irrupción del movimiento de mujeres en distintos países,
que
no puede separarse del creciente carácter femenino de la fuerza de trabajo
asalariada ni de los mayores padecimientos que el capitalismo impone a la mujer
trabajadora. El trabajo doméstico gratuito, que recae mayoritariamente en las
mujeres, es parte indisoluble del capitalismo. La emancipación plena de las
mujeres no
puede tener lugar más que con la eliminación de este sistema.
Nuestra época también expresa al
rojo vivo, como nunca antes, la gravedad de los perjuicios causados por la
utilización irracional de los recursos de la naturaleza.
Más allá de la pausa
en los niveles de emisión de dióxido
de carbono generada por la pandemia,
estamos
atravesando una verdadera crisis ecológica que no tiene salida en los
marcos de este sistema. En el próximo
período histórico, si no logramos
terminar con el capitalismo, el capitalismo puede terminar con todos nosotros.
Los fenómenos políticos que se
venían gestando previamente a la pandemia van a resignificarse. Es casi
una
obviedad decir que el mundo no será el mismo que antes pero en qué se va a
convertir no es algo que esté definido de antemano sino que se decidirá en el
terreno de
la lucha de clases. En medio de la crisis que estamos viviendo, para
intentar incidir en el curso de la misma, apropiarnos de las lecciones y del
método expresado por Trotsky en el “Programa de Transición” es una herramienta
insustituible. Como allí se señala:
Es preciso ayudar a las masas en
el proceso de sus luchas cotidianas a encontrar el puente entre sus
reivindicaciones actuales y el programa de la revolución socialista. Este
puente debe incluir un sistema de reivindicaciones transitorias,
partiendo de las condiciones actuales y de la conciencia actual de amplias
capas de la clase obrera y conduciendo a una sola y misma conclusión: la
conquista del poder por el proletariado[p. 176] [6].
.
Demandas como la nacionalización
bajo gestión obrera de las fábricas que cierren o despidan, la nacionalización
de la banca y el comercio exterior, la reducción de la jornada de trabajo sin
afectar el salario y el reparto de las horas de trabajo entre ocupados y
desocupados, la escala móvil de salarios (su aumento automático de acuerdo a la
inflación) están al orden del día en numerosos países. Desde ya que los
capitalistas y sus voceros todo el tiempo plantearán la imposibilidad de
realizar estas reivindicaciones. Bien vale recordar lo que Trotsky decía frente
a argumentos de este tipo en medio de otra crisis de magnitud histórica como la
que estamos enfrentando hoy nuevamente:
Se trata de preservar al
proletariado de la decadencia, de la desmoralización y de la ruina. Se trata de
la vida y la
muerte de la única clase creadora y progresiva y, por eso mismo,
del futuro de la humanidad. Si el capitalismo es incapaz de satisfacer las
reivindicaciones que surgen infaliblemente de los males por él mismo engendrados,
debe morir. La “posibilidad” o la “imposibilidad” de
realizar las
reivindicaciones es, en el presente caso, una cuestión de relación de fuerzas
que solo puede ser
resuelta por la lucha. Sobre la base de esta lucha, y al
margen de cuáles sean los éxitos prácticos inmediatos, los obreros comprenderán
mejor la necesidad de liquidar la esclavitud capitalista [p. 176].
¿Veremos bajo el golpe de la
crisis emerger procesos de movilización que superen el estadio de rebelión y se
transformen en revolución abierta? Aunque todo
pronóstico histórico siempre es
condicional, por la
magnitud de la crisis en curso es probable que tengamos por
delante nuevas situaciones revolucionarias que
pongan en jaque a gobiernos y
regímenes. ¿Darán lugar algunas de ellas a victorias revolucionarias de la
clase trabajadora? Imposible saberlo porque depende de una combinación
particular de elementos objetivos y subjetivos. Pero de lo que sí estamos
convencidos es que si esto no ocurre el futuro para la clase trabajadora será
sombrío. Sin embargo, no tenemos motivos para el pesimismo histórico. No hay
dios que haya definido que en este siglo XXI los explotados no volverán a
desafiar el poder del capital.
Los años que hemos pasado sin procesos
revolucionarios protagonizados por la clase trabajadora no pueden hacernos
perder perspectiva histórica. Nunca debemos olvidar que,
en el siglo XX,
obreros y campesinos lograron quebrar el poder del Estado burgués en distintos
países. Pero esas revoluciones o se burocratizaron, como ocurrió en la Unión
Soviética, o implantaron, prácticamente desde los inicios, regímenes de partido
único y burocracias gobernantes que impidieron el real ejercicio del poder a
las masas. Y al no derrotar la revolución al capitalismo en los centros del
sistema imperialista, permitieron el contraataque del capital con la
restauración capitalista en la ex URSS, en China y en otros países incluida.
Este resultado histórico y los acontecimientos más recientes vuelven
imprescindible reactualizar los debates estratégicos que cruzaron la teoría de
la “revolución permanente”.
En primer lugar, el rol
claudicante de las burguesías nacionales en los países oprimidos, incapaces de
terminar con la dependencia y el atraso. América Latina muestra
esto con
claridad. Los mismos movimientos nacionalistas burgueses, que habían surgido
con retórica antiimperialista, fueron los aplicadores directos de las políticas
neoliberales en la década del ‘90, como el peronismo en Argentina con Menem, el
PRI en México con Salinas de Gortari y Zedillo, el Movimiento Nacionalista
Revolucionario en Bolivia o el APRA en Perú. Y ya en este siglo, los llamados
“gobiernos progresistas” empezaron a ajustar ni bien golpeó la crisis
internacional y bajaron los precios de las materias primas que exporta la
región. A pesar de toda la retórica sobre la “Patria Grande” y la “Unidad
Latinoamericana” no fueron capaces de enfrentar como un bloque común el flagelo
del endeudamiento externo. ¿Qué podrían haber hecho los “fondos buitres” y los
organismos internacionales si conjuntamente Argentina, Brasil, Ecuador,
Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Uruguay dejaban de pagar sus deudas
fraudulentas y usurarias? No hay una etapa independiente donde puede
conquistarse la independencia nacional junto a la burguesía local y otra
posterior donde se planteará la lucha por el socialismo. O la clase
trabajadora,
acaudillando al conjunto de los explotados, toma el liderazgo de
la lucha antiimperialista y se hace del poder o nuestros países seguirán por la
pendiente y el atraso que los caracterizan. De ahí la importancia de mantener
la plena independencia política frente a estos movimientos y de enfrentar, al
mismo tiempo, todo ataque de las fuerzas derechistas.
En segundo lugar, la historia ha
dado con creces la razón a Trotsky contra Stalin: el socialismo no puede
construirse
en las fronteras de un solo país sino que debe proponerse terminar
con este sistema en todo el planeta, algo que se deduce del carácter
internacional de las fuerzas
productivas por él generadas. El
internacionalismo, que incluye el antiimperialismo consecuente, es hoy más
necesario que nunca.
Por último, la Revolución de
Octubre fue pionera en lograr conquistas en amplios terrenos de la vida social.
El aborto fue legalizado en 1920, mientras que en Estados Unidos recién se legalizó
en 1973 y en la mayoría de los países latinoamericanos es aún hoy un derecho
inexistente. Se tomaron medidas para socializar el trabajo doméstico y
cuestionar la estructura patriarcal de la familia burguesa.
En la naciente
Unión Soviética la homosexualidad fue descriminalizada, mientras la
Organización Mundial de la Salud recién dejó de considerarla una enfermedad en
1990
y en los propios Estados Unidos la actividad sexual consentida entre
personas del mismo sexo solo se legalizó para todo el territorio nacional el 26
de junio de 2003
(antes dependía de cada Estado, siendo Illinois el primero en anular las leyes persecutorias en 1962). La ciencia y el arte dieron fenómenos
de avanzada que aún siguen influenciando distintos ámbitos de la cultura. Es cierto
que la contrarrevolución burocrática estalinista vino acompañada de la
eliminación de gran parte de estos derechos. El estalinismo y toda la izquierda
que orbitó a su alrededor cultivaron la homofobia y tuvo como modelo la familia
patriarcal. Fueron aplastadas todas las disidencias
en los terrenos artístico y
científico. Hoy pensar la revolución es, retomando lo hecho por los
bolcheviques al inicio de la Revolución de Octubre, pensarla en todos los
terrenos de la vida, y la lucha contra las distintas opresiones del sistema es
parte integral de la pelea por revolucionar el conjunto de la sociedad.
¿Pero no se ha dicho que la clase
obrera perdió poder
social –está desapareciendo dicen algunos–, y que es ya
incapaz de llevar adelante una revolución? Estas afirmaciones son en realidad
parte de la batalla ideológica dada por el capital, con el objetivo de minar la
moral de los trabajadores, algo a lo que se han adecuado las distintas
burocracias sindicales. Si algo ha evidenciado la crisis actual es que sin
trabajadoras y trabajadores la economía
no se mueve. La clase trabajadora no ha
desaparecido
sino que se ha reconfigurado, como ha ocurrido tantas veces en la
historia del capitalismo y está ocurriendo hoy mismo bajo los golpes de la
crisis. Cuenta con una enorme fuerza social potencial para doblegar al capital,
a sus gobiernos y a sus Estados. Es más numerosa que nunca antes en su
historia. Está más expandida geográficamente, es más femenina, más urbana, en
promedio más pobre y más multiétnica que hace
cuarenta años, aunque más
precaria. En Estados Unidos y en los principales países de la Unión Europea han
variado,
lo que podemos considerar, sus “posiciones estratégicas”,
es decir,
aquellos sectores con una mayor capacidad de afectar la producción y la
circulación del capital, ganando peso los sectores vinculados al transporte y
la logística. Gran parte de la producción industrial se ha trasladado en las
últimas décadas a China y a otros países del sudeste de Asia y,
más
recientemente, a África, donde hay un nuevo proletariado
en pleno desarrollo.
En muchos países, es posible que
sectores precarizados y de bajos salarios,
considerados
“esenciales” durante la pandemia, ganen en capacidad de
organización y lucha, especialmente de la juventud.
A la vez, cientos de
millones constituyen una suerte de subproletariado, viviendo miserablemente en
las periferias
o urbanizaciones precarias de las grandes ciudades,
frecuentemente dependiendo para sobrevivir del auxilio estatal, donde este
existe. Esta precariedad no significa
que estos sectores no puedan organizarse.
De hecho, lo hacen en distintos países, ya sea en movimientos “por el techo”,
de desocupados o
de trabajadores precarizados. A nuestro entender, la falta
de
intervención independiente y de liderazgo de la clase trabajadora no ha sido un
problema sociológico sino político-moral.
La ofensiva neoliberal, una
verdadera guerra de clases del capital contra el trabajo, no solo logró bajar
el precio de la fuerza de trabajo a nivel mundial sino que produjo importantes
niveles de retroceso en la conciencia de clase
y en la organización. Las
burocracias sindicales y los
partidos comunistas y socialistas se entregaron
prácticamente sin lucha, y aplicaron ellos también políticas neoliberales. La
burocracia gobernante en la Unión
Soviética y los países
de Europa del este se
pasó con armas y bagajes al campo de
la restauración capitalista, verificando
la hipótesis de Trotsky respecto a su carácter social. En China la apertura
capitalista impulsada desde arriba por el propio Partido Comunista fue central
para la expansión neoliberal. Esto favoreció la idea de un capitalismo
imbatible y dominante como también la imposición de un sentido común
posibilista y de resignación. Pero desde la crisis de 2008, donde se mostraron
los límites de la hegemonía neoliberal
y de la expansión capitalista lograda
con la restauración
en los Estados obreros burocratizados, algo ha comenzado a
cambiar también en este terreno. En los propios Estados Unidos ya Donald Trump
ha incluido en dos de sus discursos “de la Unión” al socialismo como el mal a
conjurar. Distintas encuestas muestran cómo en la
juventud estadounidense crece
la preferencia por el “socialismo”
por sobre la del “capitalismo”, aun cuando
sea muy vaga
la
idea de socialismo de la que se habla. Muchos de esos jóvenes
se encuentran ahora en la primera línea de las protestas en Estados Unidos,
donde se unen la población
de origen afroamericano con los jóvenes blancos que
repudian el racismo policial y del estado en su conjunto.
En Chile,
como
señalamos, uno de los paradigmas del capitalismo mundial fue puesto en cuestión
por la acción de masas.
Es cierto
que junto con estos fenómenos hemos visto el
florecimiento de todo tipo de ideologías reaccionarias y de liderazgos
que
expresan fenómenos fascistizantes, como el de Bolsonaro en Brasil. Los
nacionalismos reaccionarios
anti inmigrante en los países imperialistas (y
también en otros que no lo
son como Hungría y Polonia, la línea “anti indio” de
los
golpistas bolivianos o toda la retórica anticomunista de Bolsonaro) son
expresión por derecha de la crisis de la hegemonía neoliberal que vemos desde
2008, una de las tendencias a
la polarización política y social que
caracterizan nuestro tiempo y que, como hemos señalado, es posible que se
acrecienten en medio de una crisis económica y social con pocos paralelos
históricos.
Sabemos que es solo al calor de
la lucha que la conciencia de clase puede recuperarse y conseguir niveles
superiores, no solo para la disputa cotidiana en el plano sindical, sino
especialmente en el de la lucha política, la “verdadera
lucha de clases” al
decir de Marx, la que se plantea la disputa
por el poder estatal. Y, a la vez,
sabemos que la lucha por
sí sola no basta, que requiere estar precedida por una
clara teoría revolucionaria para ser victoriosa. Movimiento y
teoría
revolucionaria se retroalimentan y se necesitan el
uno a la otra. Teoría que no
será nunca la obra de un individuo aislado sino el producto de la deliberación
colectiva entre quienes nos planteamos terminar con este sistema. De ahí
la
necesidad de constituir partidos revolucionarios nacionales y una internacional
revolucionaria, que solo puede forjarse participando activamente en la lucha
cotidiana de las
masas y desarrollando constantemente la teoría y la estrategia
revolucionarias.
En este marco, esperamos que
estos escritos de León Trotsky que estamos presentando sean no solo una
introducción para quienes no conozcan el conjunto de su prolífica e invalorable
obra sino un insumo fundamental
para intervenir en las luchas emancipadoras del
presente.
Buenos Aires, 3 de junio de 2020
NOTAS AL PIE
[1] Deutscher, Isaac, Trotsky, El profeta
desterrado, México D. F., Ediciones Era,
1969, p
. 460.
[2] Trotsky, L., Mi vida, Buenos Aires, Buenos
Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2012,
pp. 651-652 (Obras Escogidas 2, coeditadas con
el Museo Casa León Trotsky).
[3] Declaración: “Netflix y el Gobierno ruso unidos
para mentir sobre Trotsky”. Consultado el 01/06/2020 en: http://www.laizquierdadiario.com/Declaracion-
[4] Ver Coyuntura Laboral en América Latina y el Caribe
N.° 22, mayo 2020:
“El trabajo en tiempos de pandemia: desafíos frente a la enfermedad
por
coronavirus (COVID-19)”, CEPAL-OIT. Consultado el 01/06/2020 en: https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/45557/1/S2000307_
[5] Término que acuñó para definir la transformación de
los partidos de los
regímenes bipartidistas, entre partidos conservadores y
socialdemócratas
o laboristas, en dos caras de un mismo bloque político
neoliberal.
[6] En adelante, las citas del presente libro serán
referidas con el número de
página correspondiente entre corchetes al final de
la misma.
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