Rosa Luxemburg, la huelga política y la hidra de la revolución: otra vez Bélgica
Hace tres semanas, en Ideas de Izquierda, publicamos la primera parte de la polémica sobre el desarrollo
de la lucha del movimiento obrero belga entre abril y mayo de 1902 para obtener
el sufragio universal e igualitario, la huelga política que fue llamada para
conquistarlo, y la derrota debido a que los dirigentes del Partido Obrero Belga
(POB) fueron a la rastra de los liberales y no estuvieron a la altura de las
circunstancias. Este debate tuvo lugar en la prensa de la socialdemocracia
alemana e involucró principalmente, de un lado, a Rosa Luxemburg y Franz
Mehring y, del otro, al dirigente belga Émile Vandervelde. Hoy continuaremos
con la parte final de la polémica de ese año, dejando para un próximo artículo
la reapertura de la discusión sobre Bélgica entre 1912 y 1914.
Los
revisionistas y el “miedo a la guerra civil”. ¿“Plan de guerra”?
A medida que se desarrolla, la polémica deja
de tratarse de un tema de discusión sobre el desempeño de un partido hermano,
sección belga de la Segunda Internacional, para empezar a volverse una
discusión “alemana”: la redacción del Vorwärts, órgano
central del SPD, publica un artículo apologético hacia el POB, argumentando que
la continuación de la huelga en Bélgica hubiera conducido fácilmente a una
guerra civil…
Franz Mehring recoge el guante y toma
posición a favor de las críticas de Rosa Luxemburg y contra el Vorwärts, y sopesa que la capitulación sin lucha de los
socialistas belgas tendrá repercusiones para todo el movimiento obrero
internacional, por lo cual titula su artículo crítico, aparecido el 23 de
abril, como “Un lúgubre Primero de Mayo”. Mehring ve en las palabras de los
liberales y socialistas belgas y del Vorwärts la
misma actitud de “estadistas” y de “sentimiento de responsabilidad” con la que
los liberales alemanes traicionaron la Revolución de Marzo de 1848 amparándose
en una supuesta “intervención militar extranjera”:
Piensan que el pueblo aún no está “maduro”
para gozar de la libertad, y en última instancia el halcón extranjero hará
pedazos la libertad del polluelo local si este se atreve a chillar un poco. En
esta espléndida representación, el rey Leopoldo crece desmedidamente hasta
transformarse en una especie de mamut prehistórico: encarna en sí mismo a toda
la sociedad burguesa, que desaparece con él sin dejar rastros en la escena [1].
Uno de los artículos centrales de este debate
es el logrado balance de la lucha en Bélgica escrito por Rosa Luxemburg en tres
partes llamado “El experimento belga”, ya no en un diario local muy importante,
vocero del ala izquierda del SPD, como el Leipziger Volkszeitung,
sino en el órgano teórico central dirigido por Kautsky, Die Neue Zeit, que suscitará la respuesta airada de
Vandervelde y una nueva intervención de Rosa. Allí fustiga el espíritu
conformista de que “en última instancia la historia juega a nuestro favor”,
porque la victoria estaría asegurada –ese estado de ánimo que casi cuatro
décadas más tarde Walter Benjamin caracterizaría como el espíritu que corrompió
a la socialdemocracia– y que “la lucha no se levantó, apenas se pospuso”:
No ponemos en consideración que cada episodio
particular de la lucha de clases debe ser considerado a la luz del juicio del
desenvolvimiento general de la historia, que en última instancia juega
a favor nuestro. Eso es solo una precondición objetiva
dada de nuestra lucha como de nuestra victoria. Lo único que consideramos son
las instancias subjetivas, el comportamiento
consciente del movimiento obrero combativo y sus dirigentes, que tiene el
objetivo claro de asegurarnos la victoria según la línea
más corta [2].
Su crítica central no está dirigida ni a los
errores centristas de jugar con la huelga general ni a los de los revisionistas
haciendo pactos con los liberales, sino a la falta de un plan, objetivos y
organización claros a la hora de encarar una batalla.
Clausewitz, en su apartado sobre el “plan de guerra”
en su obra De la guerra, plantea que: “La
coerción que debemos ejercer sobre nuestro oponente se juzgará según la
grandeza de nuestras demandas políticas y las suyas. En la medida en que son
conocidas recíprocamente, habría la misma medida de esfuerzo; pero no siempre
son tan abiertamente visibles, y esta puede ser una primera razón de la
diferencia en los medios que ambos muestran” [3]. Los
partidos de la Segunda Internacional, en general, se seguían guiando por la
perspectiva del Programa de Erfurt de la socialdemocracia alemana, también
desarrolladas en el texto manipulado y censurado por Kautsky de la polémica
introducción de 1895 de Friedrich Engels a La lucha de clases en Francia
de 1848 a 1850 de Marx, a saber: el horizonte del desarrollo de
los sindicatos y los partidos socialistas nacionales y la pelea por reformas
como forma preparatoria para un horizonte socialista lejano en el tiempo, que
estaría planteado cuando el desarrollo del capitalismo llegara a sus límites.
Rosa Luxemburg hizo sonar fuertemente la alarma del cambio de época, y fue la
primera entre todos los dirigentes de la Segunda Internacional en plantear la
necesidad de la revisión de la táctica erfurtiana ya desde 1905-1906, a partir
de la primera revolución rusa y de su folleto Huelga de masas, partido y
sindicatos. Sin embargo, en su polémica de 1902 ya se puede ver un
adelanto de la necesidad de este cambio y de los límites con los que empezaba a
chocar la perspectiva de la “vieja y probada táctica”. Por caso, la lucha belga
de 1902, inscripta aún dentro de la “pelea por objetivos limitados”
(Clausewitz) propia del marco de época, para Rosa iba mucho más lejos que las
luchas que el proletariado europeo había librado desde la Comuna de París, ya
que el movimiento obrero belga tenía una tradición muy combativa, estaba
sufriendo los azotes de una fuerte crisis económica y respondiendo con duros
enfrentamientos físicos con el Estado, y sumado a todo esto, la pelea por la
reforma electoral y la conquista del sufragio igualitario abría
la posibilidad de la conquista de la mayoría parlamentaria socialista y la
perspectiva de un posible gobierno parlamentario, algo que la burguesía belga
veía con angustia, ya que haría que, muy tempranamente, el movimiento obrero
consiguiera conquistar un puesto de lucha y un papel determinante en la
política nacional, por lo cual no estaba dispuesta a cederlo fácilmente. En las
reflexiones de Luxemburg sobre la huelga política está muy presente la idea que
Lenin expresaría muchos años después, respecto a que “toda huelga oculta la
hidra de la revolución” [4]. Pero
además, la situación belga de ese momento y la posición del movimiento obrero
hacían que:
Si la defensa de los clericales ya era
desesperada en la década de 1890, cuando las concesiones apenas comenzaban,
precisamente ahora, cuando estaba planteado conceder lo que queda, como el
propio gobierno parlamentario, con toda probabilidad estaría planteada una
lucha a muerte. Los estruendosos discursos en el Parlamento obviamente no iban
a lograr nada.
El POB no estaba a la altura de las
circunstancias. Los socialistas no planificaron la pelea teniendo en cuenta la
segura traición de los liberales, como si la lucha obrera tuviera que empezar
siempre de cero. Los liberales determinaron de antemano tanto el programa como
los medios de lucha de los socialistas. Para Rosa, solo una enorme presión de
las masas hubiera sido capaz de derrotar la enorme resistencia del gobierno. La
vacilación de los socialistas en la proclamación de la huelga general, con la
esperanza de poder ganar sin llegar a
apelar a ella, mostraba que la política liberal se le estaba “contagiando” al
POB, “un tipo de política que, como sabemos, siempre intentó derribar todos los
muros de Jericó de la reacción con las trompetas de la retórica parlamentaria” [5].
El respeto a rajatabla de la legalidad no fue en interés de “ahorrar sangre
obrera”, como decían los socialistas, sino de no salirse del Parlamento como
centro de gravedad [6].
La
justificación de Vandervelde. Un “desfile” que solo alienta a la burguesía a
“echar mano a la espada”
Finalmente, Émile Vandervelde intervino
defendiendo la orientación de los revisionistas belgas en la prensa
socialdemócrata alemana el 7 de mayo en Die Neue Zeit con
su artículo “Otra vez el experimento belga” [7]. En él, el
dirigente socialista belga que con la Primera Guerra Mundial devendría en un
partidario de la “paz civil” con el bando imperialista Aliado y luego sería
primer ministro de su país, defiende la alianza con los liberales en términos
de que el POB no se habría supeditado a ellos sino al revés, que los liberales
se pasaron a la posición de los socialistas gracias a los esfuerzos
propagandísticos de su partido y ante la posibilidad de que una fracción de la
base liberal se volviera socialista. También plantea que nunca se habría
firmado formalmente ningún pacto con los liberales, pero que para llegar a un
acuerdo habrían sacrificado el voto femenino solo momentáneamente. De todas maneras, Vandervelde llega al
colmo de declarar que la exclusión del sufragio femenino del programa de la
huelga no habría sido una concesión a los liberales, sino… a la propia base
obrera (masculina), que según él opinaba que la extensión del voto a las
mujeres simplemente reforzaría indefinidamente el gobierno del partido católico
(por su hipotético conservadurismo y atraso político). También argumentó que,
en realidad, en todo momento los liberales estuvieron contra los socialistas, incluso utilizando la
represión en aquellas ciudades donde gobernaban. De esta manera, el objetivo de
Vandervelde era el de exagerar una “situación desesperada” y pintar al POB y al
movimiento obrero como completamente aislados y enfrentando enemigos en todas
las otras clases y partidos, y así poder llevar a los lectores a la conclusión
de que cualquier lucha en las calles era impotente desde el comienzo: “¿Qué
podían hacer los miles de manifestantes, con todo su valor, contra los fusiles
de la gendarmería y la guardia civil, sumados a las sesenta mil bayonetas del
ejército regular, un ejército que ciertamente parecía poco fiable para el
gobierno, pero una gran parte del cual se habría sometido al menos a la
ejecución de una masacre?” [8].
Es decir, “salvando” sus fuerzas para una
futura batalla en mejores condiciones en un futuro indeterminado, el dirigente
belga también consideraba que la huelga había sido una demostración de la
disciplina proletaria, sobre todo por… la capacidad del proletariado de
levantar la huelga y volver a sus lugares de trabajo tan ordenadamente como
antes los habían abandonado…
La polémica de 1902 se cierra con la
respuesta de Rosa a Vandervelde con su artículo “Y por tercera vez el
experimento belga”, publicado el 14 de mayo en Die Neue
Zeit [9]. Si, como
decía Vandervelde, los liberales estuvieron en el campo enemigo del movimiento
por la reforma electoral desde el comienzo, era bien claro que la acción
puramente parlamentaria era un callejón sin salida, y que solo la acción
extraparlamentaria y la lucha en las calles hubieran posibilitado salir de ese
entuerto. ¡Sin embargo, la conclusión de los dirigentes belgas fue que “el
experimento belga” habría dado la sentencia de muerte final para el arma de la
huelga de masas! El problema no habría sido, como pensaba Luxemburg, que solo
se había apelado a la huelga de forma inconsecuente, sino que los socialistas
debían haberse opuesto a ella desde el vamos. Para Luxemburg, el argumento de
Vandervelde de que el único mérito de la huelga de masas consistía en mostrar
“la disciplina” de los trabajadores en acatar órdenes emanadas desde arriba por
los jefes, era apuntar a la capacidad del movimiento obrero para organizar no
ya combates, sino “desfiles militares” de dudosa calidad. En esta discusión con
Vandervelde se preanuncian algunos elementos del futuro debate con Kautsky
alrededor de las “dos estrategias” [10]. Se
pueden tomar estas tempranas reflexiones de Luxemburg para aprender a articular
los “volúmenes de fuerza para el combate” para que, como diría Clausewitz,
cuando la burguesía eche mano a la espada no terminemos saliéndole al cruce con
una ceremonia o un “desfile”, como mera “revista de las fuerzas” potenciales
con las que se cuenta, justo en el momento en que hay que ponerlas en juego en
la acción decisiva de la batalla.
La
falsa contraposición entre “combate u organización”
Adelantando también la tormenta de apenas
cuatro años más tarde dentro del SPD, Rosa polemiza con lo que los socialistas
belgas consideran que es “el método alemán”… que privilegiaría la educación
pacífica y la organización socialistas a la acción en las calles. La referencia
a este “método alemán” refiere a que, largo tiempo antes de las grandes
polémicas sobre la huelga de masas de 1905-1906 y 1910-1914, el tema era
recurrente en los congresos de la Segunda Internacional, especialmente por la
polémica con los anarquistas como el holandés Niewenhuis, surgido de la
socialdemocracia, quien postulaba la huelga económica indefinida como una
panacea que por sí misma acabaría con el capitalismo, y que era enfrentado
centralmente por los dirigentes de la socialdemocracia alemana que le contraponían
la acción política y el desarrollo de la lucha sindical como elementos de
preparación. Rosa entonces plantea que bajo el rótulo “huelga de masas” en
realidad se abarca una gama muy amplia de métodos de lucha, y entonces hace una
tipología de estos métodos, algo que retomará en su famoso folleto de
1906 Huelga de masas, partido y sindicatos:
En una palabra, la primera condición para una
evaluación seria de la cuestión de la huelga general es distinguir las huelgas
generales nacionales de las internacionales, las políticas de las sindicales,
las huelgas por rama de las generales, las causadas por un acontecimiento
temporal particular de las derivadas de las aspiraciones generales del
proletariado, etc. Basta con mirar toda la variedad del aspecto concreto de la
huelga general, la variedad de experiencias con este medio de lucha, que sería
de una enorme ligereza transformarla en un modelo y rechazar o glorificar en
forma sumaria esta arma [11].
Dejando de lado las “huelgas de protesta”
sindicales (como las que predominan en nuestros tiempos), Rosa se concentra en
la huelga general política, en la que distingue la huelga de tipo anarquista y
la huelga socialdemócrata (es decir, marxista revolucionaria, de acuerdo a la
terminología de la época). En el caso anarquista, la huelga general sería la
panacea para establecer el orden socialista, con una impronta voluntarista: “la
creencia en una categoría abstracta y absoluta de la huelga general como medio
de la lucha de clases, igualmente aplicable y victoriosa en cada momento y en
todos los países. Los panaderos no entregan productos horneados, las linternas
permanecen apagadas, los ferrocarriles y tranvías no circulan… ¡hemos llegado
al colapso!” [12].
La Segunda Internacional, que en sus primeros años incluía en su seno todavía a
una minoría anarquista, se moldeó en esos años como organización marxista en la
lucha contra ellos, y para esto prestó demasiado énfasis a la lucha contra la
idea anarquista de la huelga de masas.
Ahora bien, luego de que la socialdemocracia
doblara tanto la vara en el sentido de contraponer la organización y educación
del proletariado en las peleas cotidianas como preparación hacia la lucha por
el objetivo final (el llamado “método alemán”), hacía falta restablecer el
equilibrio y volver a otorgar a la huelga de masas su papel estratégico que en
la lucha revolucionaria, a riesgo de que, de no hacerlo, y a medida que la
lucha de clases experimentara un nuevo ascenso, la rutina sindical y política
fuera derivando cada vez más hacia la cristalización de una nueva concepción
que terminara acercándose a la de los revisionistas que la Segunda
Internacional, formalmente, por mayoría, rechazaba. Por eso, no se podía seguir
rechazando el método de la huelga política de masas en general. Este método, en
algunos casos, no se podía utilizar
… en absoluto porque contradiga un supuesto
“método alemán” de lucha socialista, sino simplemente porque se necesitan
condiciones sociales y políticas muy específicas para hacer posible una huelga
general como medio político. En Bélgica, el alto nivel de desarrollo
industrial, combinado con el pequeño tamaño del país, hace que tanto la
difusión local de la huelga sea fácil y rápida, y que un número no demasiado
grande de huelguistas, alrededor de 300.000, sea suficiente para paralizar la
vida económica del país. Alemania, como país extenso con regiones
industriales localmente dispersas, grandes distritos agrícolas dispersos entre
ellos y un ejército de trabajadores enorme, se encuentra en este sentido en una
posición incomparablemente menos favorable. Y lo mismo se aplica a Francia en
su conjunto, y a los países más grandes y menos centralizados industrialmente
en general [las cursivas son mías –Nota del autor–] [13].
Es interesante la evaluación que hace
Luxemburg sobre el “poder de fuego” de un número reducido de trabajadores, que
según ella lograrían, de ser puestos en pie de combate, sacudir y hacer perder
el equilibrio al capitalismo belga. Tal vez pueda aventurarse que la conciencia
de ese poder es lo que moderaba al extremo a los dirigentes del Partido Obrero
Belga, combinado con la opinión positiva que dirigentes como Vandervelde tenían
del colonialismo belga en África, que redundaba en la formación de una incipiente
“aristocracia obrera” en la metrópoli, aunque por aquellos años ese término
(acuñado más tarde por Lenin y Bujarin en su teoría del imperialismo) aún no
era corriente. Siguiendo ese período de desarrollo capitalista que fue
desenvolviendo las tendencias imperialistas, al igual que otros partidos de la
Segunda Internacional, el POB iba atando su suerte en forma espontánea,
mediante la rutina de la lucha con un horizonte de reformas, a los marcos de su
propio capitalismo nacional [14].
Relacionado con este “poder de fuego” de un sector estratégico de trabajadores,
según el sociólogo norteamericano John Womack Jr., se pueden encontrar las
raíces de su concepto de “posición estratégica” en estas polémicas sobre la
huelga de masas en esos años en Bélgica y Holanda [15].
Para Rosa, no se puede considerar el “método
alemán” de ninguna manera como una imaginaria superioridad de la
socialdemocracia alemana y la huelga de masas como un rasgo de países más
atrasados (Bélgica sería uno de ellos). Por el contrario, en el aspecto de las
libertades democráticas y de organización, Alemania es un país también
atrasado, policial, lo cual redunda en métodos de lucha más “cautelosos”. Aquí
Rosa preanuncia su argumento, que aparece seguidamente a partir de la
revolución rusa de 1905, contra esa especie de “chovinismo de aparato” de la socialdemocracia
alemana, de arrogarse una supuesta tutela, donde los socialistas alemanes
“adelantados” serían los profesores y los demás, los “atrasados”, los alumnos.
La organización y la ilustración no hacen por
sí mismas superfluas las luchas políticas, así como la formación de sindicatos
y la recaudación de contribuciones no hacen superfluas las luchas salariales y
las huelgas. Lo que en realidad se opone, al alabar las ventajas de la
organización y la ilustración en contraste con los "medios
revolucionarios" es, por un lado la revolución violenta, por otro lado la
reforma legal, el parlamentarismo.
La
ley como “violencia latente”
Por último, uno de los puntos más destacables
de la polémica de Rosa es la relativa “defensa” de la necesidad de la violencia
y la lucha ilegal. Esto contradice una imagen bastante extendida, a partir de
sacar de contexto y malinterpretar un par de pasajes de su obra (como su
folleto inédito sobre la Revolución rusa y el programa de la Liga Espartaco,
ambos de 1918) de parte de la vulgata alrededor de su figura que intenta
mostrarla como una alternativa “socialista democrática” frente a Lenin,
rechazando la violencia revolucionaria:
Lo que nos parece extraño sobre todo en la
firme decisión de sustituir todo uso de la violencia en la lucha proletaria por
la acción parlamentaria es la idea de que las revoluciones son maquinaciones
arbitrarias […] Según este punto de vista, las revoluciones se hacen o se
omiten, se preparan o se dejan en suspenso, según se reconozcan como útiles o
como superfluas y perjudiciales […] La historia de todas las revoluciones hasta
hoy nos muestra que los movimientos populares violentos, lejos de ser un
producto arbitrario y deliberado de los llamados "dirigentes" o
"partidos" como los imagina el policía y el historiador burgués
oficial, son más bien fenómenos sociales bastante elementales, impuestos por la
fuerza de la naturaleza, que tienen su origen en el carácter de clase de la
sociedad moderna. La aparición de la socialdemocracia no ha cambiado aún esta
situación, y su papel no es imponer leyes al desarrollo histórico de la lucha
de clases sino, por el contrario, estar al servicio de sus leyes y, a través de
ellas, de la propia lucha de clases.
En el pasaje más premonitorio de todos, Rosa
Luxemburg deduce que, si de este primer test de una lucha dirigida por
revisionistas se empieza a generalizar, ocurrirá que:
Si la socialdemocracia quisiera oponerse a
las revoluciones proletarias, que son una necesidad histórica, el único
resultado sería que la socialdemocracia se transformara de dirigente en alguien
que va a la rastra, o en un obstáculo impotente para la lucha de clases, que
eventualmente, para bien o para mal, tendría que triunfar sin ella y contra
ella en el momento dado.
Posiblemente, conociendo este debate y estos
trabajos, fue que el propio Trotsky hizo una predicción similar tan temprano
como en 1906 en el final de su folleto Resultados y perspectivas.
En cuanto a la polémica de Luxemburg, opino que hay una paradoja en el tono y
el tema en la similar insistencia, a lo largo de todo el debate, la posibilidad
de que la socialdemocracia, buscando controlar completamente el movimiento,
termine jugando un rol antirrevolucionario. Esa paradoja consiste en que la
disputa con los revisionistas belgas es lo que resuena muy cercanamente en la
mucho más conocida polémica de Rosa con Lenin en 1904, en su folleto Problemas de organización de la socialdemocracia rusa.
Me parece que este último folleto no se puede terminar de entender sin la
disputa belga de apenas dos años antes, pero esta discusión excede el presente
artículo [16].
Precisamente la “defensa” que hace Rosa de la
violencia revolucionaria en esta polémica, tan temprano como en 1902, cuando
esto no era popular y se venía de tres décadas de luchas obreras reformistas
mayoritariamente pacíficas y cuando aún faltaban tres años para vislumbrar la
revolución en el horizonte (Rusia 1905), no dejan lugar a dudas de la constante
de toda su vida a ir contra la corriente incluso dentro del movimiento
socialista, y de que pertenece a una misma corriente junto con Lenin, Trotsky y
la tradición de la Tercera Internacional:
Basta con mirar estos simples hechos para
darse cuenta de que la cuestión: ¿revolución o transición puramente legal al
socialismo? No es una cuestión de táctica socialdemócrata, sino sobre todo una
cuestión de desarrollo histórico. En otras palabras: al borrar la revolución de
la lucha de clases proletaria, nuestros oportunistas decretan nada más y nada
menos que la violencia ha dejado de ser un factor en la historia moderna […]
¿Cuál es la función de la legalidad burguesa? Cuando un "ciudadano
libre" es forzado por otro, contra su voluntad, y llevado a un lugar estrecho
e incómodo y es retenido allí durante un tiempo, todos entienden que se trata
de un acto de violencia. Sin embargo, tan pronto como la operación se basa en
un libro impreso llamado Código Penal, y la cárcel se llama "Real Prisión
Prusiana" o penitenciaría, entonces se convierte en un acto de legalidad
pacífica. Cuando una persona es obligada por otra persona contra su voluntad a
matar sistemáticamente a sus semejantes es un acto de violencia. Pero tan
pronto como lo mismo se llama "servicio militar", el buen ciudadano
se imagina respirando toda la paz de la legalidad. Si una persona es privada de
una parte de sus posesiones o ganancias por otra persona contra su voluntad,
nadie duda de que se trata de un acto de violencia, pero si este acto se denomina
"recaudación de impuestos indirectos", entonces es simplemente un
ejercicio de las leyes vigentes. En una palabra: lo que se nos presenta como
legalidad burguesa no es otra cosa que la violencia de la clase dirigente, que
ha sido elevada al rango de norma obligatoria desde el principio. Una vez que
se ha hecho esta determinación de los actos individuales de violencia como
norma obligatoria, entonces el asunto puede reflejarse en el cerebro del
jurista burgués y no menos en el cerebro del oportunista socialista al revés:
el "orden jurídico" como creación independiente de la
"justicia" y el poder coercitivo del Estado como mera consecuencia,
una "sanción" de las leyes. Por el contrario, en realidad, la
legalidad burguesa (y el parlamentarismo como legalidad en ciernes) no es en sí
misma más que una cierta manifestación social de la violencia política de la
burguesía que ha surgido de la base económica […] Si nuestra actividad legal y
parlamentaria no está respaldada por la violencia de la clase obrera, siempre
dispuesta a actuar en caso de emergencia, entonces la acción parlamentaria de
la socialdemocracia se transforma en un pasatiempo igualmente ingenioso, como,
por ejemplo, intentar sacar el agua con un colador. Los ‘Realpolitiker’ que
señalan constantemente los "éxitos positivos" de la acción
parlamentaria de la socialdemocracia para utilizarlos como argumento contra la
necesidad y la utilidad de la violencia en la lucha de los trabajadores, ni
siquiera se dan cuenta de que estos éxitos, aunque sean menores, solo pueden
considerarse como un producto del efecto invisible y latente de la violencia” [17].
NOTAS AL PIE
[1] Franz Mehring, “Ein dunkler Maitag”, Die Neue Zeit, 23/4/1902.
[2] Rosa Luxemburg, “Das belgische Experiment”, Die Neue Zeit, (26/4/1902).
[3] Carl von
Clausewitz, Vom Kriege, Libro 8, Capítulo 3B.
[4] V.I. Lenin, Informe
político del Comité Central al 7° Congreso Extraordinario del PC (b) ruso, 7/3/1918.
[5] Ibídem.
[6] Por otra parte,
Luxemburg señala también cómo fue empleada la huelga general: “Pero el empleo
de la huelga de masas en Bélgica plantea también un problema muy específico en
la peculiar situación política actual. En efecto, la huelga, en su efecto económico inmediato, se
dirige en primer lugar contra la burguesía industrial y comercial y solo en
menor medida contra el verdadero enemigo, el partido clerical. El efecto
político de la huelga de masas en la lucha actual con los clericales en el
gobierno puede ser, por tanto, sobre todo indirecto, a través de la
presión que la burguesía liberal, oprimida por la huelga general, ejerce sobre
el gobierno clerical y la mayoría parlamentaria. Pero la huelga general también
ejerce inmediatamente una presión
política sobre los clericales, ya que se les aparece como precursora, como la
primera etapa de una verdadera revolución
callejera. El significado político de la huelga silenciosa de las masas de
trabajadores siempre ha sido, y sigue siendo, que en el caso de la obstinada
negativa de la mayoría parlamentaria pueden estar dispuestas y ser capaces de
aplastar al partido gobernante por medio de disturbios, por revueltas
callejeras […] Una huelga general aherrojada de
antemano con los grilletes de la legalidad es como una demostración de
guerra con cañones cuya carga ha sido previamente lanzada al agua frente al
enemigo. […] Por eso, el uso de la fuerza por parte de los trabajadores podría
no haber sido necesario esta vez tampoco, si los dirigentes no hubieran
descargado sus armas de antemano, si no hubieran
transformado la movilización para la guerra en un desfile dominical, si no
hubieran convertido el trueno de la huelga general en un mero disparo al aire.
Pero, en segundo lugar, la alianza con los liberales también destruyó el otro
efecto de la huelga de masas, el efecto mediato. La presión de la huelga sobre
la burguesía solo tiene significado político si se ve obligada a transmitirla a
sus dirigentes políticos, los clericales gobernantes, pero a condición de
sentir al proletariado detrás suyo como un perseguidor impetuoso del que no
puede escapar”.
[7] Émile
Vandervelde, “Nochmals das belgische Experiment”, Die Neue Zeit (7/5/1902).
[8] Ibídem.
[9] Rosa Luxemburg, “Und zum dritten Mal das belgische Experiment”, Die Neue Zeit, (14/5/1902).
[10] Ver el capítulo 1 de
Emilio Albamonte y Matías Maiello, Estrategia
socialista y arte militar, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2017.
[11] Ibídem.
[12] Ibídem.
[14] Trotsky en 1918
aporta una visión retrospectiva interesante sobre la “nacionalización” de los movimientos obreros.
A propósito de la institución del 1° de Mayo, plantea que: “El propósito de
designarlo así fue el de preparar el terreno, mediante una manifestación
simultánea de los trabajadores de todos los países en ese día, para reunirlos
en una única organización proletaria internacional de acción revolucionaria que
tuviera un centro mundial y una orientación política mundial [...] Al lado de
las consecuencias progresivas (como resultado de la unión de los trabajadores
de un país determinado) había, por lo tanto, un lado conservador negativo:
vinculaba demasiado estrechamente a los trabajadores con el destino de un
Estado determinado y de esta manera preparaba el terreno para el desarrollo del
social-patriotismo”.
[15] Ver John Womack
Jr., Posición estratégica y fuerza obrera.
Hacia una nueva historia de los movimientos obreros, México DF, FCE,
edición electrónica, 2016, p. 92. Según Womack, posición
estratégica es cuando “‘dentro del proceso productivo’, sus ‘posiciones
estratégicas’ [son] cualesquiera que les permitieran a algunos obreros detener
la producción de muchos otros, ya sea dentro de una compañía o en toda una
economía” (ibídem, p. 44).
[16] Es decir, el reproche
de Luxemburg a Lenin sobre que su forma de organización iba en el sentido de
encorsetar la lucha de clases en vez de fructificarla. No es el tema de este
artículo la polémica de 1904 sobre Rusia y con Lenin en general, algo que
dejaremos para otro momento, pero, visto en retrospectiva, el destinatario de
tales reproches en el debate de 1904 no podía ser más equivocado. Sin embargo,
hay una cierta “vulgata” sobre las ideas de Luxemburg, según la cual, desde el
comienzo de su carrera como revolucionaria, uno de los puntos centrales habría
sido el de dedicarse a “prevenir” sobre los peligros del leninismo como un
proyecto “autoritario” de socialismo que, visto retrospectivamente, llevaría
desde la cuna los orígenes del estalinismo. De este “antileninismo extremo” se
concluye a menudo que esta criticaba a Lenin desde una visión de la “democracia
en general” y más afín al pensamiento que representó su rival-enemigo Kautsky
durante la Revolución alemana de 1918-19 que al suyo verdadero.
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