Censuras en la red
MARÍA CRISTINA MARTÍNEZ
LETRA CRÓNICA /
Facebook decidió cerrar temporalmente la cuenta del escritor noruego Tom Egeland por publicar la mítica foto La niña del napalm, del reportero Nick Ut tomada en 1972 durante la Guerra de Vietnam.
El Gobierno de Noruega y el principal diario de ese país (Aftenposten) han sacado sus garras hasta lograr que la red social más importante (mil 650 millones de usuarios) se ponga marcha atrás.
La empresa de Zuckerberg establece que un contenido debe suprimirse si se trata de “cualquier tipo de fotografía de personas desnudas que muestren por completo los genitales o nalgas, o desnudos completos del pecho femenino”.
Es decir, Facebook no posee tecnología capaz de distinguir entre un desnudo común, artístico, o histórico, como es el caso. Quiero creerles.
Estamos hablando de censura de un ícono de nuestra historia contemporánea (una foto –Premio Pulitzer– en la que se ve una niña corriendo desnuda tras el bombardeo con napalm realizado en una aldea por el Ejército de EEUU), pero también estamos hablando de Noruega, de un país europeo con suficiente poder para solicitar que semejante aberración tenga correctivo de manera inmediata.
Hagan el ejercicio de imaginar si en vez de Egeland la foto la hubiese publicado Britto García.
Y en vez de la primera ministra Erna Soldber, fuese Maduro quien estuviera exigiendo poner las cosas en su sitio.
Suena gracioso, ¿verdad?
Tal hecho pudiera ser un perverso preludio de las censuras que nos esperan, pero no lo es. Ya han ocurrido otras censuras en Facebook que han sido menos polémicas pero no menos bochornosas.
Cuando se censura a alguien con fama y poder todos terminamos por enterarnos y pasamos –nosotros ciudadanos del mundo– a tomar partido. A formar parte de esa noria incansable que son las discusiones en redes sociales.
Hasta ahora nuestras alarmas frente a la censura se prenden más rápido cuando se trata de medios tradicionales. Si un canal de televisión o una emisora de radio nos censura vamos corriendo a otro medio y armamos una algarabía exigiendo libertad de expresión. Pedimos la cabeza de un ministro o de un gerente por el agravio.
En las redes sociales en cambio mantenemos un estado pasivo. Quedamos inmóviles frente al abuso de poder de empresas que no se rigen por leyes nacionales y de las que parece que nadie humano estuviera a cargo.
Sin embargo, es allí –en las redes– donde seguimos entregando información personal a todo momento como si se tratara de los pronósticos del tiempo.
En 2013, cuando Álvaro Uribe fue elegido por el Canal History como el Gran Colombiano de la historia, cometí la osadía de comentar en el muro de una amiga las razones por las que aquel homenaje me parecía lo bastante grotesco.
Las palabras que usé fueron: ‘Uribe, paramilitar, falso positivo, motosierra, jajaja’. Al cabo de un rato todos los comentarios habían sido borrados. Sospechosas de que algo extraño estaba pasando, mi amiga y yo volvimos a escribir “ofensas” contra el Mesías y el resultado fue el mismo.
Sí, lo lamento. Por encima de nuestra libertad de expresión está la libertad de ciertos y determinados empresarios, gobernantes y personajes influyentes a las que nuestra opinión les importa los mismo que una concha de plátano. Esto no es nuevo. El mundo virtual no va a ser distinto, ¿por qué lo sería?
TOMADO DE: http://ciudadccs.info/
y en
Facebook//Libertad Bermeja
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