miércoles, 4 de noviembre de 2020

Robarle el dinero a niños enfermos: ¿Qué clase de gente hace algo tan perverso?


Robarle el dinero a niños enfermos: ¿Qué clase de gente hace algo tan perverso? 

(+Clodovaldo)

¿Qué es peor: quitarle la pensión a una señora anciana, estafarle los ahorros de toda la vida a una familia trabajadora o robarse el dinero destinado a niños con graves enfermedades?

En cualquier caso, ¿Qué fluye en la mente de las personas que ejecutan este tipo de crímenes dignos de la borgiana Historia universal de la infamia? ¿Son gente normal o podemos catalogarlos como sociópatas extremadamente peligrosos?

Sabemos que los actos delictivos tienen sus niveles. 

Un ladrón que roba a otro ladrón tiene cien años de perdón, dice el refrán; quien atraca un banco no es tan culpable como el que lo funda, afirmaba convencido Bertolt Brecht; el que roba por hambre (hurto famélico, le llaman) puede tener la benevolencia de algún juez, aunque no era algo frecuente en los magistrados en tiempos de Víctor Hugo y parece que tampoco hoy en día… 

Y así llegamos a los casos más depravados más cotidianos de apropiación de lo ajeno: malandros que roban a adultos mayores muy pobres; vagos que asaltan al obrero que se ha doblado el lomo la semana entera; hijos que desfalcan a los padres o a los abuelos.

Pero siempre hay posibilidades de actos de robo más crueles, solo concebibles en la mente de personas que se han extirpado el órgano de la compasión, sea como sea que se llame. 

En este lote entran los que, por ejemplo, se roban una ayuda internacional donada con fines humanitarios; los saqueadores que asaltan a las víctimas de una catástrofe; los que se quedan con los alimentos enviados a escolares con riesgo de desnutrición.

En esta lista de lo especialmente perverso, en un puesto muy destacado, figura la camarilla de la ultraderecha venezolana, que acumula varias de estas barbaridades en su quehacer diario.

Comencemos por lo más escandaloso de la semana: resulta ser que Leopoldo López, Juan Guaidó y su combo, a través del periodista Roland Carreño, desactivaron la loable función social que cumplía la Fundación Simón Bolívar, dependiente del dinero aportado por Citgo, la filial de Pdvsa  en Estados Unidos, y decidieron –para decirlo con un verbo polisémico– cogerse ese dinero para ellos mismos, para su partido Voluntad Popular y para repartirles unas tajadas a sus compinches del G-4. Puras joyitas.

Al desviar esos fondos dejaron en la indefensión a varias decenas de niños enfermos de cáncer y otras dolencias graves, cuyas familias habían recibido medicamentos de alto costo y tratamientos en el exterior. 

También cerraron una ventana de esperanza para otras madres y padres que estaban tramitando por primera vez sus solicitudes.

Oír al señor Carreño explicando a qué actividades se han reorientado los dólares birlados a Citgo es de esas situaciones en las que uno necesita tener en casa un saco de boxeo (como el que tiene Pablo Medina en su “exilio” de Miami) o algo así a lo que se pueda golpear sin que venga la policía, con el solo riesgo de hacer el ridículo si alguien graba la escena (como Pablo, pues). 

Y es que no se trata solo de que se robaron la plata (se la están robando, mejor dicho, porque estos delitos están en flagrancia) que tenía como destino salvar la vida y recobrar la salud de unas criaturas. 

Ya eso sería bastante depravado. 

Además de eso hay que asimilar que la usaron en actividades proselitistas o, simplemente, se la rumbearon. 

Más allá de eso, existen indicios muy serios de que las actividades proselitistas referidas no eran precisamente pacíficas ni democráticas. 

O sea, que se robaron una plata que era para salvar vidas y la destinaron (al menos una parte) a planes destinados a matar gente.

Pero si vamos un poco más a fondo, el crimen se hace aún más complejo. 

La situación anómala que da origen a esta fechoría es que una empresa del Estado haya caído en manos de una caterva de degenerados.

 Ese es, en verdad, el delito mayor. 

La pandilla que tomó el control de la oposición se subordinó a un país declaradamente enemigo para robarse la empresa más grande que la República tenía fuera de las fronteras. 

Y es mediante esa operación de confiscación que tienen ahora el mando sobre la fundación que, de favorecer a familias de niños y niñas pacientes de enfermedades graves, pasó a alimentar los delirantes planes golpistas y los caprichos caros de los hijitos de papá y mamá de la oligarquía, y también los de individuos que, de tanto reseñar sus cocteles, terminaron por creerse parte de esa clase social.

En lo simbólico es doblemente deplorable que hayan cometido (y estén cometiendo) esos desafueros con el dinero de una fundación que lleva el nombre del Libertador, ellos que son de un antibolivarianismo ramplón y furibundo.

Abogados del diablo pueden decir que fue algo involuntario, que no sabían a quién le estaban quitando los fondos. 

Pero ese atenuante no tiene ninguna base real. 

Por el contrario, es muy revelador de su calaña moral que se hayan hecho los desentendidos ante las solicitudes de apoyo que muy pronto se hicieron públicas cuando el dinero dejó de llegar a los pequeños pacientes, en 2019. 

Hay que tener una piedra en el lugar del corazón para andar por ahí consiguiéndole 4 mil dólares en efectivo al jefe para sus gastos y derrochando en juergas, sabiendo que un niño está esperando una operación urgente o un trasplante. 

(Ya va, disculpen un momento, tengo que ir al saco de boxeo. Vuelvo en un rato y sigo escribiendo).

Más agravantes

Listo. 

Continuemos añadiendo agravantes a la conducta de estas personas. 

Un elemento muy pesado en este campo es que estamos ante una oposición que se plantea al país como la alternativa a la corrupción del gobierno revolucionario. 

Debe ser un trance muy triste para quienes se han tragado tal idea porque en el lapso de menos de dos años, esta cáfila de hampones se ha robado (se está robando, insisto) hasta los clavos de la cruz. 

Y, en su empeño de apropiarse de todo, no han reparado ni siquiera en los más vulnerables. ¡Vaya, qué alternativa son estos tipos! Si así se comportan sin haber llegado al gobierno, calcule usted.

Sigamos con el memorial de agravios. 

La figura destacada en este caso específico es un periodista, por lo que de inmediato comenzó la operación destinada a convertirlo en víctima.

 Como es habitual se utiliza una lógica falaz, de acuerdo a la cual el hombre no puede ser un corrupto ni un articulador de planes violentos porque es licenciado en Comunicación Social. 

Como si el título universitario fuera un certificado de rectitud moral o de vocación pacifista expedido de por vida. 

Y como es más que habitual, se usa su condición de periodista para pretender dotarlo de inmunidad (o impunidad), bajo el chantaje de que detenerlo o interrogarlo es un atentado contra la libertad de prensa.

De acuerdo a la experiencia, tales esfuerzos no se detendrán por más que se haya presentado su propia confesión y aunque se consigne una carretilla llena de pruebas. 

Para los defensores de lo indefendible, seguirá siendo un comunicador al que se pretende silenciar.

Un rol destacado en esta “denuncia” lo tienen, desde luego, otras figuras de la comunicación masiva (dueños de medios, periodistas e influencers de redes sociales). 

Esto, por cierto, no ocurre únicamente porque los personajes mediáticos opositores experimenten una tendencia perniciosa a la solidaridad automática. 

Ojalá fuera solo por eso. 

En un número importante de casos (que seguramente se denunciarán con más recaudos e indicios) esa solidaridad se debe a algo peor: complicidad

Del festín con el dinero robado a los niños enfermos han participado unos cuantos medios y periodistas de esos de la “prensa libre”.

Solo agregaré un detalle más antes de volver a hacer catarsis con el saco. 

Se trata del uso y abuso del argumento de la enfermedad, que salta de inmediato a escena cuando un opositor es detenido o sometido a juicio. 

En el caso del periodista Carreño, de inmediato se señaló, con tono dramático, que podía sufrir una hipoglicemia y, por supuesto, se incorporó la advertencia de que el rrrégimen sería responsable de cualquier cosa que pudiera ocurrirle a su salud. 

Ya sabemos que estas repentinas dolencias han sido un recurso muy socorrido para lograr beneficios procesales inmerecidos, que siempre preceden a las fugas y a nuevas movidas conspirativas. 

Nadie se extraña ya de que las usen. 

Pero en este caso resulta particularmente cínico este subterfugio, pues se trata de sujetos que –sin la menor misericordia– han robado el dinero que debió servir justamente para tratamientos y medicinas de pacientes de graves enfermedades, que, para colmo de vileza, son niños y niñas.

(No sigo. 

Me voy a pagarla con el saco).

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)


Tomado de: https://www.laiguana.tv/

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