domingo, 28 de febrero de 2016

"La democracia tiene que darles lugar al


 disenso y a la pasión"


Reproduzco una entrevista con la posmarxista belga Chantal Mouffe publicada en 2007 en el diario argentino La Nación en la cual desarrolla algunas de sus ideas sobre la necesidad de construir nuevos modelos de democracias que permitan la apertura de canales legítimos para la emergencia del conflicto, y la necesidad de repensar y reavivar la política desde la diferencia.
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"La democracia tiene que darles lugar al disenso y a la pasión"
Miércoles 3 de octubre de 2007
Por Verónica Chiaravalli
De la Redacción de LA NACION

Para la politicóloga belga Chantal Mouffe, si se quiere evitar que la democracia perezca como sistema de gobierno hay que poner en práctica las enseñanzas del psicoanálisis y no desdeñar el papel de las pasiones en la conducta humana.
 Porque no es otra cosa que la pasión encauzada en proyectos políticos claramente diferenciados, sostiene Mouffe, lo que lleva a los ciudadanos al cuarto oscuro cada vez que hay elecciones, en un acto que mantiene vivo el sistema democrático y lo protege de su principal amenaza: la visión pospolítica del mundo.

“La pospolítica es esa especie de consenso en el centro que se ha convertido en el espíritu de la época, como consecuencia del movimiento hacia la derecha de los partidos de izquierda –explica Mouffe en diálogo con La Nacion–. 
Ese consenso en el centro impide que exista una diferencia real entre las distintas propuestas políticas.”

A partir de allí, el diagnóstico de la politicóloga es simple. Atenuada la distinción ideológica, el debate político pierde vigor, la noción de adversario se debilita y se instala la engañosa creencia de que es posible alcanzar un acuerdo que incluya a todos los miembros de una sociedad y articule los intereses opuestos.

Pero como el conflicto es inherente a la naturaleza humana, recuerda Mouffe, y por lo tanto imposible de erradicar definitivamente, la confrontación entre adversarios reprimida en la arena política resurgirá en el ámbito de la moral, transformada en enfrentamiento entre enemigos. 
Desde el momento en que el otro ha dejado de ser una persona a la que conviene persuadir para convertirse en una amenaza que es necesario eliminar se puede impulsar gradualmente la democracia hacia el totalitarismo.

Profesora de Teoría Política en el Centro para el Estudio de la Democracia de Westminster, en Londres, docente e investigadora en varias universidades europeas y americanas, Mouffe ha dedicado los años más recientes de su trabajo a reflexionar sobre la democracia y la razón de ser de la izquierda después de la derrota del comunismo, en libros como La paradoja democrática (2003) y Hegemonía y estrategia socialista. 
Hacia una radicalización de la democracia (2004), entre otros.
Hace poco Mouffe visitó la Argentina para ofrecer un seminario en la Universidad de San Martín y presentar su libro En torno a lo político (Fondo de Cultura Económica), trabajo en el que retoma y profundiza la tesis que ya había expuesto en El retorno de lo político. Comunidad, ciudadanía, pluralismo, democracia radica l (Paidós).

-En su nuevo libro, además de reprobar el punto de vista

 pospolítico, ataca la visión antipolítica. ¿En qué

 consiste y cómo se manifiesta hoy este concepto?

-El concepto de antipolítica está ligado a lo que fue la disidencia en los países comunistas. 
Una cantidad de pensadores de aquellos pueblos (entre ellos, el escritor y ex presidente checo Vaclav Havel) decían entonces que no había que tratar de cambiar la sociedad a través de los partidos políticos, sino buscar nuevas formas de organización civil.
 Eso tenía sentido en los países comunistas, porque allí no se podían utilizar los canales de expresión tradicionales. 
Esa posición sigue vigente en la línea de pensamiento defendida por gente como Tony Negri. Estos intelectuales también están en contra de pensar la política como un instrumento de transformación de las estructuras del Estado. 
Sostienen que el movimiento de transformación debe ser únicamente de la sociedad civil, que no hay que colaborar con los partidos ni con los sindicatos, sino construir paralelamente otro tipo de estructuras.

-¿En ese sentido la antipolítica se parece a la pospolítica?

-Los teóricos de la pospolítica son gente progresista que quiere la modernización de la socialdemocracia. 
Y consideran que ese desdibujamiento de la frontera entre la izquierda y la derecha, del que hablamos al comienzo, hay que celebrarlo como un progreso. Yo, por el contrario, creo que ese hecho empírico no es positivo, sino muy negativo, porque produce una serie de fenómenos que pueden poner en cuestión la democracia.

Una de las consecuencias de ese consenso en el centro es el desarrollo del populismo de derecha. 
Esos partidos se transforman en la única alternativa porque son los únicos que dicen que van a cambiar las cosas, aunque las soluciones que propongan sean inadecuadas. Otra consecuencia es que la participación electoral es cada vez más baja, porque la gente se pregunta para qué votar si no hay diferencia entre unos y otros.

-La tesis principal de su libro es que la política debe volver a ser una confrontación entre diversos adversarios para que la democracia sobreviva.

-Sí. Ulrich Beck en Alemania y Anthony Giddens en Inglaterra dicen que el modelo adversarial de la política tal vez haya estado bien para el siglo XIX, pero hoy se ha vuelto obsoleto. 
Según ese punto de vista, ya no hay antagonismos y se puede establecer un amplio consenso: ahora somos todos de clase media, dicen, y entonces podemos estar de acuerdo.
 Creo que la característica específica de la democracia moderna es el pluralismo. El problema es que, aunque hay excepciones, la mayor parte de los autores liberales ha encarado ese pluralismo de manera demasiado consensual y armoniosa. Piensan que la existencia de distintos valores en una misma sociedad no debe constituir un conflicto, que esos valores pueden ser conciliados. Eso es un grave error.

-¿Por qué?

-Hay otros teóricos, el más importante de ellos es Max Weber, que reconocen que el pluralismo implica necesariamente el conflicto; que no todos los valores pueden ser conciliados, porque algunos se definen sobre la negación de otros. Hay que reconocer que existe esta dimensión antagónica en una sociedad, y crear las instituciones y las prácticas que la encaucen.
 Si el conflicto se da entre amigo y enemigo, al oponente no se le reconoce ningún derecho a tener una posición; simplemente se quiere eliminarlo. 
En cambio, entre adversarios, uno sabe que no hay una solución racional al conflicto, que no se trata de sentarse a ver si entre todos nos ponemos de acuerdo, sino de luchar aceptando algunas reglas de juego, entre ellas, que el oponente también tiene derecho a defender su punto de vista. 
Dejar que la confrontación entre adversarios sea reemplazada por la lucha entre enemigos tarde o temprano lleva a la destrucción de la democracia y a la guerra civil.

-¿Es por esa desconfianza en la posibilidad de una solución puramente racional que usted propone que la política incorpore principios del psicoanálisis?

-Sí, y porque la necesidad de pertenecer a un grupo es característica de la condición humana. Si esa necesidad no se puede satisfacer en el campo político, se busca satisfacerla en otro ámbito. 
En Europa se produce un fenómeno muy frecuente y muy preocupante: el reforzamiento de las identidades de tipo religioso. 
Antes, muchos inmigrantes podían encontrar en los partidos políticos una manera de integrarse; ahora ya no pueden hacerlo. 
Entonces, se sienten más atraídos por el discurso religioso. No es bueno para la democracia que la gente se reconozca más en una religión que en un partido político. 
Para que eso no ocurra, es importante reconocer el papel de las pasiones en la política, toda la dimensión afectiva que está en juego en la formación de identidades colectivas. 
Uno va a votar porque se identifica con un partido, porque puede encauzar su pasión hacia un cierto proyecto. 

La pospolítica nos dice que hay que pensar la política en términos de cuestiones individuales. Pero cuando uno se toma un poco en serio el psicoanálisis se da cuenta de que la necesidad de pertenecer a un grupo es constitutiva del ser humano y de que las identidades nunca son cosas dadas de un modo esencialista, sino que son el resultado de procesos de identificación. 
Una vez que uno entiende eso, se da cuenta de que una

 parte importante de la lucha política consiste,

 precisamente, en cómo ayudar a que se forme cierto

 tipo de identificación.

TOMADO DE: http://arte-nuevo.blogspot.com/

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