La política y el odio
FREDDY ÑAÑEZ
Politóloga belga Chantal Mouffe
1.- Basta revisar la prensa nacional e internacional para llegar a una conclusión apresurada: “Venezuela vive una conflictividad insostenible”.
Estos titulares del supuesto clima hostil vienen acompañados de fotos con marchas y contramarchas, declaraciones del Parlamento retando al Ejecutivo, del Ejecutivo replicando y gobernando.
Sigue a la lista pronunciamientos del Poder Judicial y de un copioso foro de periodistas, opinadores y analistas expresándose a favor de unos y en contra de otros, sin veto.
Es decir cada poder haciendo su trabajo. ¿No es esta conflictividad testimonio de una democracia sana? Hay cierta tendencia (evidente sobretodo entre familiares, vecinos y amigos) a valorar negativamente las confrontaciones de ideas, las interpretaciones disidentes, los desacuerdos y las posturas de principios que dividen en grupos, como es inevitable, a las personas.
Y al mismo tiempo es lugar común entre la misma gente decir: “cada cual con sus ideas”.
Esta suerte de ambigüedad que se presenta como un aura impoluta de la ciudadanía no es por cierto espontánea ni hace parte de la naturaleza social. El fenómeno que nos lleva a soslayar y rechazar los conflictos éticos y colectivos presentes en el mundo contemporáneo se llama despolitización y tiene entre sus objetivos no brindarnos armonía sino anular del individuo su potencial orgánico, es decir, su vocación creadora y racional frente al conflicto, su sentido de responsabilidad con los otros –lo diferente– y su identidad socializante.
La asociación libre entre política y odio, entre militancia y fanatismo es mucho más que propaganda: se ha convertido en un sofisma de la modernidad liberal. Al contrario de la creencia vulgar solo la política modera las antipatías y es mediante sus procesos que “se legitiman los conflictos”. ¿Cómo es posible esto? A partir del sentido positivo que la política otorga a las contradicciones.
2.- ¿Qué pasaría con la disidencia sin la invención de la política? Sería una fuerza puramente antagónica sin otro despliegue social que la violencia.
La política es entonces el poder de decidir y hacer en conjunto, puede definirse como el proceso universal que organiza las diferencias, norma la aversión y produce identidad con lo plural.
Un individuo no alcanza su humanidad sin ese poder y hay que entender que tal poder se vuelve inercia sin el desafío agónico, para decirlo con Chantal Mouffe, del conflicto.
Donde no hay disenso ni divorcio de las partes, ni tensiones, no hay democracia. Y no se trata de un culto a la contradicción: para convertir la dispersión en proyecto, para razonar el conflicto, para inventar lo común en medio de la heterogeneidad y para incorporarla a un cuerpo más amplio de existencia, necesitamos la política y ella solo puede ser sobre la lógica de los intereses, las pugnas y las contradicciones, trascendencia y garantía de la coexistencia social.
3.- La concepción de la política como factor de discordia promovida a través de la opinión pública, tiene un correlato muy peligroso en la legitimación de la guerra.
¿Qué antecede y qué sigue a los períodos bélicos, ya sea a gran o pequeña escala, trátese de guerras civiles o entre Estados? Autoritarismo.
Es decir, tiempos de consensos verticales, de pensamiento único, signo de una existencia apolítica.
Es fundamental defender el valor positivo del conflicto, las verdades de sus procesos singulares, la importancia de la polaridad Izquierda vs. Derecha, como producción de pluralidad. Hay que sostener la política como el más efectivo regulador del odio.
TOMADO DE: http://ciudadccs.info/
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