Por Marcelo Colussi
Publicada: viernes, 26 de julio de 2019
La sociedad capitalista está sostenida
por una serie de contradicciones que, lejos de resolverse, se profundizan cada
vez más conforme pasa el tiempo.
La sociedad capitalista
está sostenida por una serie de contradicciones que, lejos de resolverse, se
profundizan cada vez más conforme pasa el tiempo, aunque aparentemente se las
quiera “suavizar”, hacerlas más digeribles y presentables.
Son contradicciones
inherentes al capitalismo en tanto sistema, si bien algunas existían antes de
él. Aquella sentencia de Karl Marx de que “Con el capital el mundo se hizo
redondo” plantea ya con toda claridad que una de las
características fundamentales del modo de producción capitalista desde sus
inicios, es su desarrollo a escala global.
Por ello puede decirse que la
preconizada y a la moda “globalización” actual empezó prácticamente con el
capitalismo mismo, con la llegada del hombre blanco a tierra americana.
En el período de la
acumulación originaria en los países europeos dominantes, la sobre explotación
de la fuerza de trabajo esclava traída a América desde el África y la fuerza de
trabajo indígena de este continente jugaron un papel determinante.
Eso no puede
explicarse sin entender el racismo que acompañó el desarrollo capitalista,
racismo que sirvió para justificar la inmisericorde explotación (“civilizados”
–hombre blanco– versus “salvajes” –esclavos africanos negros, población
originaria de América–).
El racismo, o discriminación étnica, para ser
“políticamente correctos” al día de hoy, no ha desaparecido.
Es más: se ha
incorporado cotidianamente, por eso en Guatemala, por ejemplo, un pobre que no
se auto-reconoce como indígena puede decir campante: “seré pobre pero no indio”.
Como se ve, las contradicciones se articulan, se anudan todas entre sí: para el
caso, la económica con la étnica.
Lo mismo puede decirse de
los bienes y recursos naturales que se extrajeron de África y América con
destino a Europa: oro, plata, piedras preciosas, maderas preciosas, entre otros
(sangría que nunca terminó, y que ahora se reaviva, dado el espíritu depredador
del actual capitalismo extractivista).
Estos recursos, y los de Europa, fueron
determinantes en el período de la acumulación originaria.
También alimentaron
el inicio y desarrollo de la revolución industrial.
El extractivismo fue clave
en la acumulación originaria de capital y en el posterior desarrollo del
capitalismo.
En otros términos: la contradicción del modo de producción
industrial-capitalista con la naturaleza está en la base del sistema.
El mundo,
para esta visión, es considerado “gran cantera” de donde extraer materia prima
para su posterior industrialización.
El “progreso” se abre paso contra el medio
ambiente, lo cual abre un interrogante fundamental:
¿eso es el progreso?
Evidentemente, con la catástrofe medioambiental que vivimos hoy, está clara la
respuesta.
Por otro lado, en este
sistema, desde sus orígenes hasta su fase actual, el patriarcado ha constituido
un sistema de dominación, opresión y explotación de los varones hacia las
mujeres.
Si bien existió en los modos de producción anteriores, Federico Engels
señala que “es
con el capitalismo industrial, el desarrollo de la propiedad privada y del
modelo de la familia monogámica moderna, que la opresión patriarcal de las
mujeres adquiere un nuevo giro, instaurándose la esclavitud doméstica de las
mujeres”.
El trabajo doméstico es fundamental para mantener viva a
la población; alguien debe reproducir la vida –biológicamente– y asegurar su
estabilidad (preparar los alimentos, mantener el aseo de la casa, de la ropa).
Eso, habitualmente, lo hacen las mujeres, las “amas de casa”.
Para el
capitalismo ese trabajo es vital… ¡pero no se paga! Por tanto, el trabajo
esclavo de las mujeres como amas de casa (la mitad de la población mundial) es
imprescindible.
Pero nunca se registra como robo, como explotación. La
contradicción brota por todos lados. Sin embargo, como efecto de la
cultura-ideología dominante, esa mujer no trabaja: “¿Tu mamá trabaja? No, es ama de
casa”. Inadmisible, absolutamente… ¡pero es así! Una contradicción
alimenta la otra.
Con todo lo anterior
queremos afirmar que con el surgimiento y desarrollo del capitalismo han
surgido, por lo menos, cuatro contradicciones fundamentales: capital-trabajo,
capital-naturaleza, varones-mujeres (patriarcado) y étnica-racial (racismo).
Cada una de estas contradicciones constituye un sistema de dominación en sí
mismo; el primero, el tercero y el cuarto son, además, sistemas de opresión y
explotación de la fuerza de trabajo, de las mujeres y de la población indígena,
originaria y afrodescendiente. Estas contradicciones se reproducen además en un
contexto de capitalismo imperialista, en tanto el capitalismo más desarrollado
(el europeo en un inicio, el estadounidense luego, o el japonés) arrasa con los
llamados “sub-desarrollados”, manteniendo todas esas contradicciones.
Hoy día
podría anotarse otra contradicción como Norte-Sur (lo que en algún momento se
llamó Primer Mundo-Tercer Mundo).
Definitivamente, todas las
contradicciones se entrelazan y todas son igualmente importantes.
De todos
modos, siguiendo a Néstor Kohan, no puede olvidarse que “El capitalismo puede permear
cierto pluralismo e ir integrando la política de las diferencias [léase:
incluir las contradicciones que algunos llamarán “secundarias”: género, etnia,
ecología].
Pero lo que no puede hacer jamás, a riesgo de no seguir existiendo o dejar de
reproducirse, es abolir la explotación de clase.
Precisamente por esto, dentro
de la alianza hegemónica de fuerzas potencialmente anticapitalistas, aunque
todas las rebeldías contra la opresión tienen su lugar y su trinchera, el
sujeto social colectivo que lucha contra la dominación de clase debe jugar un
papel convocante y aglutinador de la única lucha que posee la propiedad de ser
totalmente generalizable.”
De ese modo, puede
concebirse un capitalismo donde las mujeres toman el poder contra los varones,
o los pueblos originarios contra los blancos, pero la contradicción de base: la
explotación del trabajo, se mantiene.
Por tanto, si bien todas las
contradicciones marchan juntas y se retroalimentan, la contradicción
capital-trabajo asalariado tiene un estatuto especial. Significativo al
respecto es que hoy día el capitalismo se permite hablar (pero no cambiar mucho
en lo sustancial) de estas contradicciones paralelas (la étnica, la de género,
el llamado cambio climático).
Sin embargo, de la lucha de clases no menciona
una palabra.
Contradicción
capital-trabajo
El desarrollo del capitalismo
a nivel mundial en las últimas décadas ha supuesto cambios importantes en la
configuración de las clases sociales y, por supuesto, en la lucha de clases.
Aunque se haya querido proclamar triunfalmente “el fin de las ideologías y de la
historia” (Fukuyama), la lucha interclases sigue siendo el motor de
la historia.
La acumulación de capital
ha trascendido la forma principal enunciada por Marx hace alrededor de 150
años, a partir de la creación de valor (de cambio) en el proceso de producción
(de mercancías) y su apropiación por el propietario de los medios de
producción.
Marx planteó que la acumulación de capital se daba en dos ámbitos:
en la producción de los instrumentos de producción y en la producción de bienes
y servicios.
En ambos, la acumulación de capital es posible por la explotación
del trabajador (cualquiera sea: urbano-industrial, rural, de bienes o de
servicios, productor manual o intelectual, etc., y habría que agregar: amas de
casa haciendo trabajo doméstico no remunerado) mediante el trabajo no pagado
(plusvalía), a partir de unas relaciones de producción favorables al
propietario de los medios de producción.
La contradicción
capital-trabajo se manifiesta en la lucha permanente que se desarrolla entre
los capitalistas (burguesía industrial, oligarquía terrateniente, hoy día:
clase capitalista global si se quiere) que buscan incrementar la plusvalía
pagando menos a los trabajadores, o sobre explotándolos, y éstos que tratan de
mejorar sus condiciones salariales.
Dicho de otra forma, es la lucha que se da
entre las dos clases sociales fundamentales en el capitalismo: los propietarios
y los trabajadores.
Con el desarrollo del
capitalismo, las clases sociales están sometidas a cambios y reconfiguración.
Hoy no son lo que fueron, por ejemplo, durante el capitalismo industrial
europeo estudiado por los clásicos en el siglo XIX.
Con los procesos de
robotización y eso que ha dado en llamarse, engañosamente, deslocalización
(ubicación de las industrias del Norte en los países del Sur, donde las condiciones
de explotación son mucho mayores, se evaden impuestos y no hay controles
medioambientales), esa contradicción fundante ha sufrido variantes.
Es válido
preguntarse, como lo hace Fidel Castro: “¿Puede sostenerse, hoy por hoy, la
existencia de una clase obrera en ascenso, sobre la que caería la hermosa tarea
de hacer parir una nueva sociedad? ¿No alcanzan los datos económicos para
comprender que esta clase obrera –en el sentido marxista del término– tiende a
desaparecer, para ceder su sitio a otro sector social? ¿No será ese innumerable
conjunto de marginados y desempleados cada vez más lejos del circuito
económico, hundiéndose cada día más en la miseria, el llamado a convertirse en
la nueva clase revolucionaria?”.
A ese conjunto de empobrecidos,
precarizados, que sobreviven como pueden, muy acertadamente Frei Betto les
llamó “pobretariado”.
Eso lleva a plantearse quién es hoy el sujeto
transformador en la sociedad. O, dicho de otro modo: cuál es la contradicción
fundamental del sistema por la que dicho sistema puede eclosionar.
En el ámbito de las clases
sociales y la lucha de clases, el actual capitalismo neoliberal que viene
desarrollándose estas últimas décadas, ha logrado en gran medida la flexibilidad
laboral, que es otra de sus características.
La flexibilidad
laboral, infame eufemismo que quiere reemplazar la idea de “trabajador” por la
de “colaborador” de la empresa, implica la anulación o no aplicación de las
leyes laborales favorables a los trabajadores.
En los empobrecidos países del
Sur esto tiene manifestaciones grotescas: las condiciones laborales de los
trabajadores sin prestaciones de ninguna clase, sin derecho a sindicalizarse y
reprimidos violentamente cada vez que intentan protestar, pretende “hacer
atractivo” a esos países para la inversión de capital transnacional.
La
profundización de la explotación se da en todos lados, pero son los países
pobres del Sur (mal llamados “periferia”, en contradicción con la pretendida
“metrópoli”), los que acusan mayormente ese deterioro.
Es decir, en las
condiciones de expansión capitalista actual existe una sobre explotación de la
fuerza de trabajo que agrava la por siempre existente contradicción
capital-trabajo.
En el Norte la situación no es sustancialmente mejor, por
cuanto la pérdida de poder adquisitivo por un capitalismo que se siente
triunfal a partir de la caída del bloqueo socialista europeo, hace de la clase
trabajadora una víctima sin mayor capacidad de defensa.
Sin embargo, y
curiosamente, frente a esta profundización de la explotación, la lucha de los
trabajadores (en cualquiera de sus expresiones) no aparece fuertemente, o
aparece en expresiones mínimas.
Las actuales políticas neoliberales
consiguieron postrar así los reclamos de la clase trabajadora, haciendo del
tener asegurado un puesto de trabajo un “tesoro” que no se puede perder.
Si a
mediados del siglo XIX el fantasma que recorría Europa era el comunismo, hoy es
la desocupación.
El movimiento sindical de
clase, combativo en otros tiempos, poco a poco, por efectos de la represión en
el Sur y factores como la corrupción y la despolitización/cooptación (en el
Norte), se convirtió en un movimiento intrascendente, aliado de las patronales,
en definitiva. En general, los sindicatos ya no responden a la lucha de los
trabajadores en su conjunto.
La
contradicción capital-naturaleza
La contradicción
capital-naturaleza puede sintetizarse en que cada vez hay una mayor presión del
capital sobre los bienes y recursos naturales para su mercantilización, a fin
de incrementar la producción capitalista y mantener el “crecimiento económico”
capitalista, vital para la generación de mayor plusvalía.
A lo largo del siglo
XX, pero sobre todo en las últimas décadas, esta contradicción se ha agudizado.
Con la expansión del capitalismo en su fase neoliberal a partir de finales de
la década de 1970, la naturaleza, los bienes y recursos naturales han sido
sometidos a una mayor presión por las grandes corporaciones transnacionales.
La
búsqueda desenfrenada de fuentes energéticas y de minerales estratégicos para
las industrias de punta (en muchos casos: la militar) marcan esa tendencia.
Los efectos sobre el medio
ambiente son desastrosos: agudización del cambio climático que provoca
fenómenos naturales cuya magnitud resulta en desastres sociales y económicos;
agotamiento de los recursos y bienes naturales; contaminación medio ambiental
con polución del agua, del aire y de la tierra.
El hiper-consumismo capitalista
no se arregla buscando paliativos superficiales, como el reciclar, el separar
la basura o la generación de una supuesta “conciencia verde”, no usando
pajillas para tomar una gaseosa, por ejemplo.
Todo ese esfuerzo hecho a nivel
personal logra contener la contaminación global en apenas un 1%. El problema de
fondo, la contradicción original es la voracidad del capital, que destruye todo
en aras de su propio beneficio.
El modelo de capitalismo
neoliberal trajo consigo el dominio absoluto del capital financiero sobre el
proceso productivo.
Hoy día son los capitales globales que se mueven de un
paraíso fiscal a otro sin ninguna regulación los que marcan el ritmo del
sistema.
En su proceso de expansión, este capitalismo neoliberal provoca una
disputa por la tierra y los recursos naturales entre las grandes corporaciones
que dominan esa expansión, por un lado, y comunidades y pueblos que obtienen de
ella los bienes necesarios para su existencia, por otro.
De ahí que esta
contradicción capital-naturaleza se evidencia en la lucha de pueblos
originarios que defienden sus territorios contra empresas multinacionales
extractivistas que invaden sin miramientos destruyendo todo a su paso
(compañías petroleras, mineras, monocultivo destinado a biocombustibles, desvío
de ríos para empresas hidroeléctricas generadoras de electricidad). Solo para
graficarlo: para la obtención de un galón de biocombustible (utilizado en los
países capitalistas del Norte próspero), hecho a base de azúcar, maíz o palma
aceitera, se necesitan 2,000 litros de agua (robada a los empobrecidos del
Sur).
El
racismo y la contradicción étnica
En articulación con las
anteriores contradicciones destaca la llamada étnica (o racismo).
Es la que se
desprende de la invasión, despojo y explotación colonial, que conminó a los
pueblos originarios de Latinoamérica y los grupos afrodescendientes traídos a
la fuerza a estos territorios en calidad de esclavos, a ser considerados casi
animales, objeto de esclavitud y sobre-explotación, marginados y excluidos como
seres de última categoría, objeto permanente de despojo de sus tierras y
territorios, oprimidos en tanto sujetos colectivos y en tanto individuos.
Eso, aun cuando presenta
cambios, ha sido mantenido en esencia por un capitalismo que justifica y
reproduce la explotación laboral y el robo descarado a partir de razones
étnicas y raciales.
Esto ha configurado en todo el sub-continente
latinoamericano sociedades profundamente racistas, en donde los que se dicen
descendientes de los conquistadores (españoles y portugués, que llegaron a
“civilizar”), resultan beneficiados por una sociedad estratificada étnicamente,
mientras los pueblos originarios se ven afectados por un sistema que los trata
como ciudadanos de segunda categoría, como mano de obra barata, excluyéndoles
de los escasos y raquíticos derechos sociales, económicos, políticos,
culturales, al mismo tiempo que les niega derechos correspondientes a su
carácter de sujetos colectivos, como pueblos, entre ellos a los de
autodeterminación y autonomía.
En el caso de América del
Norte, o más específicamente de Estados Unidos, esa conquista de siglos
anteriores confinó a los pueblos originarios en “reservas”.
Ahí el racismo se
juega fundamentalmente entre los blancos conquistadores (de origen europeo) y
la población negra, de origen africano, otrora mano de obra esclava.
En todos
los casos, el racismo justifica la opresión económica.
Queda claro que todas
las contradicciones se anudan y entrelazan entre sí.
El
patriarcado y la contradicción varones-mujeres
Otra contradicción
histórica, íntimamente ligada con el carácter y curso del capitalismo como
sistema, pero que debe ser entendido como un sistema en sí mismo, que requiere
ser transformado al mismo tiempo y en todo espacio, es la opresión patriarcal.
Esta contradicción se
expresa en una relación de sobre explotación de la mujer en el ámbito de las
relaciones de producción, su mayor exclusión de las fuentes de empleo formal,
del salario y la raquítica seguridad social con que cuenta, e íntimamente
relacionada, de los ámbitos de decisión fundamental en el proceso productivo,
reproductivo y en el proceso político.
Esa condición se agrava cuando es
utilizada como mercancía para propósitos de trata de personas, como producto de
publicidad y como simple objeto sexual.
El sexismo, en tal sentido, es otra
contradicción anudada a todo lo anterior.
No obstante, también se
expresa en un papel predefinido por el patriarcado, que se orienta a su
conminación a la reproducción de la especie, de la familia y del mismo sistema
patriarcal que la oprime, lo cual se manifiesta en la violencia, exclusión y
dominio que el varón ejerce sobre ella, con el agravante que muchas veces las
religiones lo justifican.
Dicha opresión patriarcal
se expresa con mayor agudeza en la medida que la mujer pertenece a la clase
trabajadora y a comunidades rurales, campesinas y marginalizadas.
De todos
modos, la exclusión de las mujeres en los distintos ámbitos de la vida es algo
que atraviesa todas las sociedades.
En
conclusión
Si se intentan modificar
profundamente todas estas injusticias, queda claro que todas las
contradicciones deberían superarse a la vez, simultáneamente.
No es posible una
justicia económica si sigue habiendo patriarcado; no es posible equidad de
género si no hay equidad económica.
Es imposible superar la contradicción
étnica sin considerar las anteriores.
No puede aspirarse a un mundo más
armónico si persiste la locura consumista que nos impone el sistema capitalista
depredando nuestra casa común, el planeta Tierra.
En conclusión: todas las
contradicciones marchan de la mano, y no es posible superar ninguna de ellas
por separado.
Si ello se intenta, no pasa de un intento vano.
Marcelo
Colussi
PUBLICADO EN: http://victorianoysocialist.blogspot.com,
EN: Twitter@ victoriaoysocialista y
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