Miranda y los canales de Nicaragua y Panamá
GERÓNIMO PÉREZ RESCANIERE
De Francisco de Miranda hay imágenes sueltas en la memoria.
Es el hombre de la corte de la zarina de Rusia, incluso lo pintan en la alcoba de la señora, lo cual parece no ser verdad, aunque ella era una devoradora y había un pasaje secreto por donde subían los amantes y a ella la exitaba escuchar citas de los clásicos griegos o de Voltaire en labios de un joven bien dispuesto, todo lo cual abundaba en el suramericano. Pero parece que no sucedió así.
Otras veces viste don Francisco la chaqueta norteamericana, independentista y republicana, negra en evocación de los puritanos que, considerando a Inglaterra podrida, se subieron a un barco y fundaron un país holandés, que no inglés, en la región de las praderas inmensas y las manadas de búfalos y los indios bravísimos. Los ingleses, más militares, los dominaron, pero ciento cincuenta años después, se zafaban. Allá es republicano.
Otra vez es el hombre de comandar treinta mil soldados de la Revolución Francesa en la región que hoy llaman Holanda.
Fracaso, traición, fue una abismal parada. El jefe supremo era el duque de Orleans, que propuso a Miranda regresar a París con ese ejército enorme y “renverser” la Revolución.
Ser “Labenius o Catón” fueron las opciones ofrecidas a Miranda por el duque en uso de lenguaje masónico. Miranda representaba el negocio más grande de mundo, América.
Cagliostro le había dado una piedra bezoar para que los agentes españoles comisionados, para secuestrarlo y llevarlo a España ante un juez y una horca, se confundieran y enfermaran ante su puerta.
“Ni Labenius ni Catón”, respondió. Hubieran detenido el orden que creaba la Revolución francesa, orden burgués, negocios inmensos, que nacerían cuando se tranquilizara el ultrasangriento espectáculo conferido por la guillotina.
Nadie ha imaginado el mundo que habría salido de una restauración borbónica, con coches rococó cruzando otra vez por París tirados por elegantes caballos blancos, el azúcar de Haití y otros productos de América enriqueciéndolo todo.
Nadie no, Orleans y sus socios lo concibieron. La función de Miranda era garantizar ese financiamiento.
Miranda dijo “Ni Labenius ni Catón” y estropeó el propósito. Todo eso es más o menos conocido en una colección de visiones barajadas del hombre audaz y misterioso.
CONCESIONES PELIGROSAS
Tras nuevas involucraciones en Francia, que le valieron una prisión de años y el peligro de conocer “la sonrisa de la guillotina” porque Robespierre no sentía simpatía por él, derrotado en una conspiración donde intentó nada menos que ser cónsul, uno de los tres que regirían un nuevo imperio romano que hablaría francés, Miranda huye a Londres.
Es lo más práctico, Inglaterra es la enemiga mortal de Francia. Pero antes ha reunido en París una teoría de subversivos que le son totalmente adictos y le ven como el cónsul y el más que cónsul, el jefe de Francia, ¿Para qué, si no es con esa aspiración, se reúnen en París, sitio peligrosísimo? Entre ellos hay un Pozo y Sucre, que conocerá Humboldt en la cercanía de Cumaná y ponderará como científico.
Ahora es jesuita, que quiere decir enemigo de España, enemigo de todo lo borbón. En el siglo siguiente aparecerá como miembro de las cortes españolas, liberales, masónicas, partidarias disimuladas de la independencia de América. Hay otros.
Miranda saca en París un documento que es un programa completo para la América española, y lo titula Acta de París.
También firma el papel y quizá participó en su redacción Pablo de Olavide, peruano, intelectual importante, amigo del conde de Aranda y de Diderot. Perseguido por el Santo Oficio, ha huido de España y se refugia en París, donde conoce a Miranda. Los tres suramericanos asientan en el Acta de París sus ideas de Independencia de la América española.
Empiezan proponiendo una alianza con Inglaterra aunque no excluyen a los Estados Unidos. A quien excluyen decididamente es a Francia, que se ha comprometido por la firma de la paz de Basilea, a apoyar a España para impedir dicha Independencia.
“Las colonias hispanoamericanas, habiendo resuelto en su mayor parte proclamar su independencia y asentar su libertad sobre bases inquebrantables, se dirigirán con confianza a la Gran Bretaña invitándola a apoyarlas en una empresa tan justa como honorable…”.
Luego racionalizan su aspiración como la venganza británica por el apoyo que dieron los borbones de Francia y España a la independencia norteamericana:
“En efecto, si en estado de paz y sin ninguna provocación, Francia y España han favorecido y proclamado la independencia de las colonias angloamericanas, cuya opresión seguramente no era tan vergonzosa como la de las colonias españolas, Inglaterra no vacilará en colaborar en la Independencia de las colonias de América Meridional, en momentos en que se encuentra empeñada violentamente en una guerra contra España y contra Francia…”.
Este párrafo define una exactitud. Más adelante entran en materia de colaboraciones militares y condiciones económicas, y proponen:
“Por una parte, la Gran Bretaña debe comprometerse a suministrar a la América Meridional fuerzas marítimas y terrestres con el objeto de establecer la independencia de ella y ponerla al abrigo de fuertes convulsiones políticas; por la otra parte, la América se compromete a pagar a su aliada una suma de consideración en metálico, no solo para indemnizala de los gastos que haga por los auxilios prestados, hasta la terminación de la guerra, sino para que liquide también una buena parte de su deuda nacional.
Se establece alianza permanente y preferencias comerciales a Inglaterra.
Una alianza defensiva entre Inglaterra, los Estados Unidos y la América Meridional está indicada de tal manera por la naturaleza, por la situación geográfica de cada uno de los tres países, por los productos, la industria, las necesidades, las costumbres y el carácter de esas naciones, que al formarse la alianza tiene que ser duradera (…).
Se hará con Inglaterra un tratado de comercio, concebido en los términos más ventajosos a la nación británica; y aun cuando debe descartarse toda idea de monopolio, el tratado le asegurará naturalmente, y en términos ciertos, el consumo de la mayor parte de sus manufacturas”.
VENTAJAS EN LOS CANALES DE PANAMÁ Y NICARAGUA
Y aquí viene lo más fuerte:
El paso o navegación por el Istmo de Panamá, que de un
momento a otro debe ser abierto, lo mismo que la
navegación del lago de Nicaragua, que será igualmente ç
abierto para facilitar la comunicación del mar del Sud
con el Océano Atlántico, todo lo cual interesa altamente
a Inglaterra, le será garantizado por la América
Meridional, durante cierto número de años, en
condiciones que no por ser favorables lleguen a ser
exclusivas”.
Todavía no se ha producido la Revolución Industrial, pero ya el comercio internacional es una necesidad –obsesión más bien– de Inglaterra, y también, como veremos en futuros artículos, lo era de España y lo será de Bonaparte.
Miranda también está escribiendo sobre canales, aunque
las vías interoceánicas no se inscriben en la geografía
venezolana, igualmente Bolívar hablará de los de
Panamá y Nicaragua en la Carta de Jamaica y en otras
conexas con ésta. Es que Miranda, Olavide, Bolívar, trabajaban en términos continentales, planificaban continente. El tema reaparecerá muchas veces, mostrando una lucha soterrada entre potencias por controlarlos, por construirlos, por impedir su construcción. De canales nacen países, se genera balcanización y, en tanto actos geopolíticos, aparecen en un siglo y en otro. Se excavan hoy bajo el peso plantígrado de China.
Con el Acta de París entre las ropas, el inquieto americano se embarca para Inglaterra, allí tratará con Pitt estas cosas.
ILUSTRACIÓN ETTEN CARVALLO
TOMADO DE: http://ciudadccs.info/
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