PLEBISCITO EN COLOMBIA-ANALISIS
Triunfo del No, detona crisis política
en Colombia
El rechazo al acuerdo entre el gobierno de Santos y las
FARC provocó una seria crisis política y una coyuntura compleja políticamente y
poco previsible. Aquí, realizamos un primer análisis del terremoto político.
Lunes 3 de octubre
Se impuso por un muy estrecho margen el rechazo a los términos del
Acuerdo final firmado hace días por el gobierno de Juan Manuel Santos y la
cúpula de las FARC.
La derrota es un duro golpe político para el presidente que va más
allá del cuestionamiento al Acuerdo. De hecho, su gobierno queda severamente
debilitado. Paralelamente, el ex presidente Uribe, cabeza de la oposición
derechista, emerge fortalecido y se convierte en el inevitable interlocutor,
sino árbitro, de una renegociación.
Por otra parte, es una derrota política
también para las FARC y los sectores de izquierda jugados al Acuerdo y que
habían aceptado la propuesta de plebiscito de Santos.
En distintas notas hemos venido siguiendo el proceso de “paz”.
Aquí abordaremos algunos elementos para un primer análisis del terremoto
político que el inesperado resultado implica.
El NO en las urnas
Sólo un tercio del padrón electoral votó en un país donde la
tradición de abstencionismo electoral refleja los estrechos límites de este
régimen de “democracia para ricos”. La leve ventaja del No (50,2 % de los
votos contra 49,8 % afirmativos), apenas 53.000 votos sobre un total de
casi 13 millones de sufragios, expresó la enorme polarización social y política
en el país, que aparece virtualmente dividido al medio entre ambos polos.
El triunfo urbano del NO podría reflejar una mayor movilización
conservadora de las capas medias, sobre todos en las ciudades y en regiones
tradicionalmente votantes del uribismo, como Antioquía (su capital es Medellín)
o en Casanare, mientras que el predominio del SÍ en muchas áreas rurales se
apoyaría en sectores campesinos y populares más directamente afectados por el
conflicto armado.
El rechazo refleja también el viraje político a derecha que viene
avanzando en Latinoamérica, al compás del descalabro de los proyectos
progresistas y nacionalistas, con la asunción del gobierno de Macri en
Argentina, el golpe institucional que encumbró a Temer en Brasil y la
profundización de la crisis venezolana, donde aumenta la presión del
imperialismo y la derecha regional para imponer una “transición
poschavista”.
En ese marco, también sufre un traspié el gobierno de Obama, que
apostaba a lograr con la “pacificación de Colombia” uno de los escasos logros en
política exterior que podría entregar a su reemplazante en la Casa Blanca.
Si
bien el giro a derecha latinoamericano confirma la recuperación de influencia
estadounidense en la región, su doctrina general de política exterior de
“centro” combinando negociación y presión, incluso militar, se enfrenta en
Colombia con un nuevo e inesperado dolor de cabeza que aunque pueda ser
remontado, se suma a los empantanamientos y fracasos políticos en Medio Oriente
y otras partes del globo que viene cosechando Washington.
El triunfo del NO demuestra además que las divisiones en las
alturas, con su dinámica propia, pueden terminar en efectos negativos para lo
que esperan los sectores dirigentes.
Perdiendo percepción respecto de los
humores y tendencias que influyen en el conjunto social, el “error de cálculo”
de Santos se volvió en su contra como un boomerang... salvando las diferencias,
una suerte de “efecto brexit” tropical.
Santos convirtió el proceso de “paz” en la clave de sus planes
políticos. Sellado el Acuerdo final, no estaba obligado a recurrir al
expediente plebiscitario, pues le era jurídicamente suficiente lograr el aval
del Congreso y la Corte Constitucional. Sin embargo, en medio de crecientes
dificultades económicas y enfrentando una fuerte baja en su popularidad, buscó
en ese mecanismo la forma no sólo de legitimar el Acuerdo, sino de revalidar el
conjunto de su política y asestar un golpe categórico al uribismo. Con esto se
puso en riesgo, pues redoblaba la apuesta sin medir bien la situación. El
plebiscito -un mecanismo bonapartista- fue una maniobra para recuperar fuerza
política y avanzar en sus planes de conjunto que le salió mal.
Santos no tuvo en cuenta que tras cuatro años de tortuosas
negociaciones, la expectativa en el proceso de “paz” había ido decayendo
mientras el tenaz rechazo uribista ganaba audiencia. Tampoco midió el
descrédito de su propio gobierno ni el descontento con la situación económica y
social.
Pesó el odio a la guerrilla que Santos mismo, como Uribe y el
conjunto del mundo político burgués y la prensa fue sembrando machaconamente en
estos años, haciendo a las FARC culpables de la violencia de más de medio siglo
con sus terribles secuelas, cuando en verdad la responsabilidad histórica recae
primordialmente en el Estado, sus fuerzas militares, sus “auxiliares”
paramilitares y los cárteles del narcotráfico.
A eso ayudó la política de años
de la propia guerrilla, con sus métodos alejados de las necesidades y
experiencia del movimiento obrero y de masas, cuando no acciones reaccionarias e
inhumanas como los secuestros de la “pesca milagrosa”, las represalias contra
la población civil, incluyendo masacres de poblados, y otras que hicieron poco
creíble su conversión pacifista.
Todo esos rechazos fueron cosechado por la oposición uribista con la
“escoba” del NO. Así, la jugada de Santos terminó estallándole en la cara. No
fueron suficientes para evitarlo ni el amplio apoyo imperialista y de sectores
decisivos de la clase dominante, ni la colaboración del progresismo (como el
Polo Democrático Alternativo) la izquierda reformista (el PC colombiano, Marcha
Patriótica y otras fuerzas) y las direcciones de sindicatos y movimientos
sociales que se cargaron al hombro la campaña por el SÍ.
Una seria crisis política y la búsqueda de un
nuevo pacto
El fracaso en el plebiscito, caso para el cual el gobierno había
confesado no tener “Plan B”, causó un terremoto político que afecta al régimen
en su conjunto. Sobre el filo de los resultados, tanto desde el gobierno, como
desde la oposición y las FARC adelantaron declaraciones conciliadoras.
Santos ratificó que el cese de hostilidades bilateral seguirá
vigente y que seguirá "buscando la paz hasta el último minuto" de su
mandato. Convocó "a todas las fuerzas políticas, y en particular a las que
hoy se manifestaron por el ’No’, para abrir espacios de diálogo". Ya en la
mañana de hoy lunes, el senador uribista Everth Bustamente, declaró que el
rechazo "debería ser interpretado por el Gobierno y las FARC como la
necesidad de un replanteamiento de varios puntos de la negociación",
mientras que el ex vicepresidente Francisco Santos precisó que "el acuerdo
lo podemos mejorar entre todos, hoy Colombia les dice a las FARC que queremos
que este acuerdo continúe y le vamos a dar todas las garantías".
Por su parte, Timoshenko, principal comandante guerrillero
reafirmó que “Las FARC mantienen su voluntad de paz y mantendremos únicamente
el uso de la palabra como su medio de construcción", reiterando "Al
pueblo colombiano que sueña con la paz, que cuente con nosotros, la paz
triunfará".
Ya el lunes se preparaban los primeros contactos entre el uribismo
y el gobierno en busca de un “pacto político” que permita reencauzar el
proceso. La “Embajada”, es decir el imperialismo norteamericano, la ONU y los
“gobiernos amigos” (comenzando por los de la Unión Europea y Cuba que fueron
mediadores de las negociaciones) se moverán también.
Uribe, que subrayó que “queremos aportar a un gran pacto
nacional”, adelanta sus pretensiones para modificar el Acuerdo: que las
sanciones a los jefes de las FARC incluyan cárcel; que no puedan ser electos;
que los bienes y recursos de la guerrilla paguen los costos de la reparación y
reconstrucción; entre otros.
En este marco, cualquier renegociación implica modificar a derecha
los términos acordados con las FARC, recortando o anulando varias de las
garantías de la “justicia transicional” o las modalidades de desarme,
reintegración a la vida civil y participación política como partido legal que
se habían firmado.
Los comandantes guerrilleros se verán ante la presión para
hacer más concesiones como precio para reflotar el Acuerdo y deberán convencer
a sus bases de aceptarlas. Esta es una de las principales razones que
posiblemente compliquen la resolución de la crisis.
De hecho, están en cuestión los ritmos y pautas para la puesta en marcha de la fase de concentración, desarme y desmovilización de la guerrilla para la cual aceleraban preparativos la ONU, el gobierno y las Fuerzas Armadas de una parte, y las FARC de otra.
De hecho, están en cuestión los ritmos y pautas para la puesta en marcha de la fase de concentración, desarme y desmovilización de la guerrilla para la cual aceleraban preparativos la ONU, el gobierno y las Fuerzas Armadas de una parte, y las FARC de otra.
Los objetivos profundos del plan burgués para la
“paz”
Uribe y Santos comparten el objetivo central de los diálogos de
“paz” desde el punto de vista burgués: obtener la “rendición negociada” de la
guerrilla. Chocan alrededor de los términos a imponer para la misma. Mientras
Santos optó por una fórmula más “de centro”, potable para la conducción de las
FARC, Uribe, apoyándose en un ala burguesa y terrateniente ferozmente
anticomunista y que teme verse perjudicada, opina que las concesiones a la
guerrilla son excesivas y que es posible apretar mucho más para profundizar esa
rendición negociada y dejar más claro quién ganó la guerra.
A fin de cuentas, las necesidades políticas propias de ambos son
contradictorias pero los objetivos estratégicos son convergentes entre las dos
alas burguesas que representan.
Para empezar, comparten el programa neoliberal
y la defensa de las “conquistas” burguesas y terratenientes acumuladas en
largos años de guerra interna a costa del pueblo, algo que el Acuerdo Final en
verdad no amenazaba.
El Plan Colombia, financiado por Estados Unidos aportó durante la
pasada década y media cerca de 10 mil millones de dólares en asistencia
económica y militar, siendo decisivo en el fortalecimiento del Estado
colombiano y la potenciación de sus Fuerzas Armadas hasta acorralar a la
guerrilla.
La cúpula política y militar del país y el imperialismo asumieron
que no era posible erradicar a las FARC sólo por medios militares, era
necesaria una salida política, es decir negociada.
La guerra llevada adelante
con generosa ayuda imperialista creó las condiciones para la negociación en La
Habana. Ahora, rebautizado como "Paz Colombia," ese plan continúa y
se ampliará a unos US$ 500 millones en 2017, lo que da idea de la importancia
que tiene para Washington la consolidación de Colombia como uno de sus
principales agentes económicos, políticos y militares en al región.
Los sectores claves de la burguesía y el imperialismo que apoyan
el plan de Santos juzgan esta vía el mejor modo de consolidar y lavar la cara
del orden de dominación política mediante una “reconciliación nacional” que
cierre las profundas grietas de medio siglo de extrema violencia sociasl y
política; con ello, abrir los territorios hasta ahora bajo control guerrillero
a la inversión nacional y extranjera en minería, petróleo, ganadería y
agroindustrias; y finalmente, proyectar a Colombia como actor regional con más
peso en los asuntos continentales.
Un impasse que deja en suspenso y sujeto a
rediscusión el Acuerdo
De todas formas, la situación colombiana ha entrado en una coyuntura
compleja políticamente y poco previsible, aunque la variante menos probable por
ahora parece ser una reanudación de los combates. Indudablemente, en los
próximos días abundarán las novedades a seguir atentamente en medio de la
incertidumbre que este impasse provoca. También será ocasión de discutir el
balance del apoyo político al “proceso de paz” y su plebiscito, otorgados por
la mayor parte de la izquierda, así como las alternativas desde el punto de
vista de los intereses de los trabajadores, los campesinos, los
afrodescendientes y pueblos originarios de Colombia.
TOMADO DE: http://www.laizquierdadiario.com/
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