Han pasado 40 años desde el día que me otorgaron el Premio Nobel de la Paz, cuando el país vivía en el dolor y la resistencia bajo la dictadura militar, hacía poco que me habían liberado de la prisión y de la libertad vigilada.
Cuando el embajador de Noruega me da la noticia el primer sorprendido fui yo, no esperaba premio alguno, le dije al embajador que no podía recibirlo a título personal, el trabajo no es de una persona, sino de miles de hombres y mujeres en toda Latinoamérica que luchamos juntos por alcanzar y construir un mundo de iguales, que lo asumía en nombre de todos los pueblos de América Latina, de los hermanos y hermanas indígenas, campesinos, religiosos y religiosas, organizaciones sociales de derechos humanos, de las queridas Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y organismos de DDHH que luchan día a día por un mundo más justo y fraterno.
Ese año 1980 es asesinado Monseñor Oscar Romero en El Salvador, da su vida para dar Vida y esperanza su pueblo y a la Iglesia.
Estos años continúan siendo caminos entre dolores y esperanzas, pero hay que seguir andando, como decía el querido “pelao” Angelelli, tenemos que aprender a vivir como si “fuéramos eternos”, a pesar de nuestras pequeñeces y errores, saber que lo que sembramos recogemos, siempre afirmé que nadie puede sembrar con los puños cerrados, hay que abrir la mano para que la semilla vuelva a la Madre Tierra y de su fruto.
Hoy a 40 años el mundo se encuentra en zozobra, camina entre angustias y esperanzas frente a la Pandemia del Covid 19 que ha cobrado miles de vidas y pone al descubierto las desigualdades sociales, económicas y políticas, el aumento del hambre, el desempleo, la pobreza.
El daño que el ser humano ha hecho a la Madre Tierra en su afán mercantilista de aquellos que privilegian el capital financiero sobre la vida y continúan su explotación y daños a nuestra Casa Común.
Vivimos en un mundo dónde sobran los alimentos y dónde aumentan los hambrientos.
Desigualdad que viola los DDHH y derechos de los Pueblos.
Son tantos los recuerdos y vivencias del caminar por nuestro continente y el mundo que no alcanzan las palabras.
Sólo agradecer y decirles gracias… tomar fuerzas para continuar al servicio de miles de rostros que nos cuestionan e interpelan y reclaman un lugar digno en la vida y sabe que otro mundo es posible si hay fuerza y unidad en la diversidad.
Violeta Parra nos ha regalado esa canción que debemos llevar en nuestra mente y corazón: “Gracias a la Vida que me ha dado tanto…”.
En este caminar de luchas y esperanzas, agradezco a cada uno y una el compartir caminos de un nuevo amanecer y agradecer a mi familia, a los compañeros/as del Serpaj en América Latina, a tantos amigos, amigas militantes de la vida en el mundo que nos acompañan, a las organizaciones de cooperación, a las Iglesias, a la Comisión Provincial por la Memoria, a la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, a mis alumnos/as.
Quiero transmitirles que la Universidad Nacional de Buenos Aires, junto con el Serpaj hemos decidido que el Premio Nobel de la Paz, condecoraciones, obras de arte, biblioteca, archivos, se constituya La Casa de los Premios Nobel Latinoamericanos en la antigua sede del Serpaj en la calle México y Bolívar de la CABA, La UBA será Custodia de todo lo señalado en nombre de los pueblos de éste continente como testimonio de quienes dedicaron sus vidas a la investigación científica, a la literatura y a la Paz.
Un fuerte abrazo y mucha fuerza y esperanza.
Buenos Aires, 13 de octubre del 2020
- Adolfo Pérez Esquivel es Premio Nobel de la Paz de 1980.
Tomado de: http://noticiasuruguayas.blogspot.com/
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