El pasado domingo 27 de septiembre concluyó la segunda temporada de la serie LCB: La otra guerra y muchos mensajes en las redes sociales instantáneamente celebraron que un espacio de la televisión cubana nos hubiese devuelto con tanto esmero a esos momentos de nuestra historia, en que héroes anónimos del pueblo revolucionario salieron a defender la soberanía conquistada ante la agresión de grupos armados por Estados Unidos, deseosos del retorno a un pasado de dominación y movidos por pandillismos y ansias de protagonismos personales.
Hoy, a la luz de esos hechos, les comparto mi preocupación sobre otros sucesos más contemporáneos.
Del lado de los que siguen siendo alentados desde el Norte, una falacia es lanzada en las redes sociales por quienes desean un cambio de sistema político en Cuba y pudiera llegar a confundir a quienes no tengan una visión sistémica de lo que está siendo la guerra mediática contra nuestro país actualmente: son iguales quienes históricamente han atacado a la Revolución y quienes la defienden, dos extremos idénticos.
Esta mentira, con la que incluso se ha llegado a igualar a funcionarios del Estado cubano o a quienes, sin serlo, asumen una postura a favor de la continuidad del socialismo, con figuras mediáticas de la peor estirpe, vinculadas a lo más conservador y reaccionario de la mafia anticubana, constituye un exceso, cuyo fin es crear una matriz de opinión para el descrédito de la Revolución y nuestro sistema político.
Habría que desconocer la historia de nuestro país o rayar en el cinismo, para colocar a quienes defienden la continuidad de un proceso histórico en el que cristalizaron los sueños de independencia y justicia social, que forjaron el sentido de la nación desde 1868, y que hizo posible por vez primera la libertad, junto a quienes sistemáticamente han agredido a Cuba de todas las formas imaginables, incluyendo actos de terrorismo, que han causado la muerte de muchos cubanos y un injusto bloqueo económico de más de 60 años.
Otras mentiras se suman: se minimiza lo que la Revolución Cubana ha aportado de valioso al ser y a la conciencia de la nación, por lo contrario, pareciera que el triunfo de enero de 1959 solo vino a taponar el vuelo de una república burguesa ahora edulcorada en extremo, cuando sabemos que la pobreza, el analfabetismo, la discriminación, la falta de derechos y libertades efectivas para una parte importante de cubanas y cubanos, la corrupción política, el servilismo a Estados Unidos, junto al rezago de una economía dependiente (sin bloqueo) constituyeron rasgos esenciales de la neocolonia; para ellos defender la Revolución y el Socialismo son sinónimo de todo lo obsoleto o dogmático, pero solo quienes estén muy desentendidos de la historia y del destino de los más humildes de este país podrían sostener tesis como esas.
Mirar más al Sur, esa América que Martí amó entrañablemente, comprender el momento que está viviendo la región y buscar menos tutelaje del «Norte revuelto y brutal que nos desprecia», tal vez haría más entendible la postura de quienes defienden la continuidad de la Revolución y del Socialismo en Cuba para los que se empeñan en acusarlos de crear divisiones e igualarlos a la mafia contrarrevolucionaria.
La idea de la existencia de dos extremos que son exactamente lo mismo abre de forma conveniente un espacio para los que desean emerger, al margen de un conflicto fundamental para el destino de la nación, como falsos abanderados de la unidad de todos los cubanos.
Sin embargo, unidad, como diría Fidel, «significa compartir el combate, los riesgos, los sacrificios, los objetivos, ideas, conceptos y estrategias, a los que se llega mediante debates y análisis.
Unidad significa la lucha común contra anexionistas, vendepatrias y corruptos, que no tienen nada que ver con un militante revolucionario.
A esa unidad en torno a la idea de la independencia y contra el imperio, que avanzaba sobre los pueblos de América, es a la que me referí siempre».
Ningún proceso ha hecho más por la unidad de los cubanos que la Revolución cuando los unificó en la lucha por la liberación del país del yugo extranjero y en la reivindicación de todas las batallas anteriores, golpeando radicalmente un sistema clasista al que le era inherente la división más oprobiosa entre todas, la bárbara explotación de unos cubanos por otros.
Nunca antes en los espacios públicos fue tan expresivo el grito de unidad de los cubanos que cuando se levantó contra un modelo de nación subyugada.
Fue necesaria mucha unidad para la construcción del país diferente que vendría luego.
Y si aún se continúa en el empeño es justamente por la unidad alcanzada.
Es obvio, que entonces, como ahora, siempre ha existido un doloroso saldo de ruptura y división entre la mayoría que optó por defender la Revolución y una minoría alineada con el imperio, nos lo acaba de recordar, entre lágrimas, esta bella lección de historia y lucha de clases que ha sido la serie LCB.
Desconocerlo sería insostenible.
¿A qué deberíamos renunciar para evadirlo? ¿A la defensa de la soberanía nacional? ¿Acaso quienes buscan alianzas con el Norte para un cambio de sistema no están socavando el pacto de nación que hemos elegido la mayoría de los cubanos? ¿Eso no constituye un agravio al tipo de unidad que queremos? Quienes hoy hacen un falso llamado a la unidad no se cansan de esgrimir ofensas a falta de argumentos, ventilar odios y resentimientos, prometer futuros sangrientos a quienes no comparten sus puntos de vista.
Llaman a los revolucionarios «extremistas de izquierda», tal como los funcionarios estadounidenses llamaron a Antonio Guiteras.
Insultan a Fidel con los peores epítetos.
La huella fidelista en los cubanos es tan honda como martiana.
Hablan del levantamiento del bloqueo en los mismos términos que el imperio: con la condición de que Cuba haga concesiones políticas.
Leerlos recuerda la postura de los grupos que desde Miami han desplegado todas las acciones posibles contra nuestro país, en definitiva, aunque con medios diferentes, persiguen los mismos fines.
Pero las mentiras solo serán útiles para seguir aclarando el camino y fortaleciendo las convicciones.
Mientras más falacias se fabriquen más revolucionarios sabremos ser.
Y no se trata de batallas personales, aunque hay quienes desean reducirlo a eso porque la victimización es todo cuanto tienen a favor.
Se trata, como siempre lo ha sido, del debate entre dos proyectos diferentes de nación, uno que, supeditado a los intereses del Norte, debe retrotraerse al capitalismo y otro que deberá seguir construyendo su propio camino, afrontando cambios, asumiendo críticas y desafíos, pero desde un profundo sentido de independencia y desde la conciencia del momento que vive el mundo.
Aunque es más cómodo no asumir este debate en lo que es, practicando malabares teóricos sin programa alguno que no sea el de destruir la Revolución, muchas cubanas y cubanos asumen su compromiso con la defensa de la soberanía de la Patria y apuestan con todas sus fuerzas por que esta pueda tener un futuro mejor, desde disímiles lugares físicos y simbólicos.
Muchos están hoy, en diferentes espacios dando lo mejor de sí para que el país se sobreponga a esta situación de pandemia y pueda seguir hacia adelante cambiando todo lo que deba ser cambiado.
En esa unidad creemos.
Ellos son, como en 1960, las y los héroes de hoy.
No dejemos que nos roben el horizonte.
Tenemos un camino por delante lleno de importantes desafíos y será necesaria mucha unidad para vencer la desmemoria, las falacias, las agresiones y para seguir construyendo un país mejor que el que ahora tenemos, de pie y de frente, con la cabeza en alto, orgullosos de la belleza de nuestra historia y sus héroes, defendiendo la mayor rebeldía de todas: nuestro derecho a tener una nación libre que se proponga ser cada vez más justa.
Y en esa rebeldía correremos el riesgo de que quienes no comprendan la complejidad del momento que estamos viviendo nos acusen de radicales, pero ¡no se puede ser revolucionario a la mitad!
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