El comodín de los derechos humanos en la guerra híbrida y sucia
Por: Clodovaldo Hernández
El capitalismo hegemónico global ha desarrollado al máximo la capacidad de apropiarse de las expresiones de protesta y rechazo que surgen en su contra, domesticarlas y convertirlas en otras formas de propaganda a su favor y en armas para amenazar, oprimir, chantajear, extorsionar y asesinar a los adversarios.
En el campo cultural esto ha sido evidente. Toda expresión contracultural (el rock, la salsa y muchos géneros y subgéneros musicales, por ejemplo) ha sido transformada en su correspondiente versión comercial orientada a la conservación del statu quo. Genial.
En el ámbito político, propiamente dicho, esta metamorfosis se ha dado en campos como los derechos humanos, configurando una de las ironías más diabólicas de nuestro tiempo: el sistema económico y político que ha pisoteado todas las conquistas humanas en materia de libertades y garantías, finge defenderlas y se erige en abogado, juez, policía y verdugo universal en esta materia.
La defensa de los derechos humanos se blande como una cachiporra contra cualquiera que ose desafiar los dictámenes del aparato dominante.
Se le usa para amedrentar a los gobiernos rebeldes y hacerlos entrar por el aro, y si se resisten, se le emplea como justificación para derrocarlos o declararles la guerra.
Estados Unidos y los países de la élite europea se han autoproclamado (desde hace años) como los vigilantes internacionales de los derechos humanos, lo que, de suyo, significa una indignante ironía, pues se trata de las naciones que tienen peor historia en ese campo, y que han sido imperios colonialistas sanguinarios y esclavistas, protagonistas de las peores guerras de la contemporaneidad y agresores directos en invasiones y saqueos a terceros países en tiempos muy recientes y en los actuales.
Esos Estados, que se arrogan el rol de garantes de las libertades humanas son, al mismo tiempo, los sostenedores de un orden económico mundial cada vez más injusto, generador del hambre y la violencia de miles de millones de personas en el planeta, es decir de las dos principales vulneraciones de los derechos de la gente.
Ni siquiera en el orden interno de sus países son referencias serias de respeto a los derechos ciudadanos. Segregación racial, tratos inhumanos a los excluidos, represión policial, penas infamantes y persecución política son solo algunas de las flagrantes violaciones de estos supuestos adalides dentro de sus propias fronteras.
¿Cómo lo hacen?
Cualquiera que comience a enterarse de este engaño podría preguntarse cómo logran estas élites presentarse ante el mundo como los defensores de los derechos humanos, cuando en realidad son sus principales violadores a través de la estructura misma del sistema que encarnan y de sus prácticas cotidianas.
La respuesta a esta pregunta, más allá de la necesaria desvergüenza como característica de los protagonistas, se encuentra en un complejo entramado del que forman parte los gobiernos que integran la camarilla del capitalismo hegemónico y sus satélites; los organismos internacionales y sus burócratas muy bien remunerados; las falsas organizaciones no gubernamentales; y la maquinaria mediática global con sus ramificaciones locales.
Tejido de gobiernos
Los gobiernos cómplices se sostienen mutuamente en este empeño de ser autoridad mundial en materia de derechos humanos.
Nunca mejor aplicado ese refrán según el cual una mano lava a la otra y las dos lavan la cara.
Así, por solo dar un ejemplo, EEUU viola los derechos humanos de sus migrantes latinoamericanos y los países europeos violan los derechos de los suyos, africanos.
Esconden sus trapos sucios y se dedican a escandalizar con supuestas crisis de refugiados, como la que indujeron ellos mismos en Venezuela.
Los gobiernos satélites de esas potencias capitalistas son obedientes de todos los mandatos de EEUU y Europa, participan en las maniobras que estos orquestan y, a cambio, obtienen impunidad para sus propios delitos de lesa humanidad y violaciones a los derechos humanos perpetrados contra sus ciudadanos.
Ejemplo siempre sobresaliente de esta segunda división de la derecha mundial es la oligarquía de Colombia.
No ha habido abuso policial, militar o paramilitar que esa clase política y económica no haya ordenado cometer o tolerado mirando para otro lado, pero -con el descaro que los caracteriza- no se sonrojan al acusar a otros países, siguiendo las instrucciones imperiales.
Organismos internacionales controlados
Los organismos internacionales, que nacieron con fines supuestamente más equilibrados, son usados como armas en las guerras híbridas y también en las guerras sucias.
Uno de los mecanismos para lograr el apoyo de estos organismos es el total control ideológico de su funcionariado, un proceso que comienza en los espacios académicos en los que se forman los especialistas, totalmente colonizados por la doctrina neoliberal.
Los excelentes salarios que reciben los burócratas de la diplomacia internacional los condicionan a preservar sus puestos a como dé lugar y eso significa, obviamente, plegarse a los lineamientos de quienes pagan la nómina, básicamente, los países que ostentan la hegemonía.
El funcionario que decida tomar una actitud equilibrada en un caso que al sistema hegemónico le interese particularmente (Venezuela, por ejemplo) corre un doble riesgo: perder un empleo con excelentes prestaciones o ser relegado a asuntos menos importantes o de alto riesgo.
En los tiempos que corren, bajo la administración de un sancionador compulsivo como Donald Trump, otro peligro latente para quienes se salgan del redil es ser castigados por EEUU, país al que no se le salvan ni siquiera los magistrados de la Corte Penal Internacional.
Como se ha podido comprobar en los episodios más recientes, un grupo de funcionarios debidamente captado por los intereses hegemónicos puede incluso usar el nombre de la organización para avalar un informe hecho a la medida, totalmente sesgado y puesto a circular con intenciones muy distintas a la defensa de los derechos humanos.
El tinglado de las ONG
En la arquitectura del sistema internacional en apariencia dedicado a la defensa de los derechos humanos, han cobrado importancia clave las organizaciones no gubernamentales.
Y debido a ese peso creciente, han perdido su esencia, han dejado de ser no gubernamentales, pues las financian e influyen los gobiernos de los países más poderosos y las corporaciones que, a su vez, ejercen dominio sobre dichos gobiernos.
Cuando se hace el más ligero estudio del destino de los fondos «donados» por entes públicos o privados de EEUU y Europa a la lucha por implantar a como dé lugar su estilo de democracia en otros países, se observa que una de las mayores tajadas corresponde a las ONG, que se presentan como fundaciones sin fines de lucro ni políticos, aunque luego sus promotores suelen terminar millonarios y postulados a cargos (pero ese es otro tema).
En el campo de derechos humanos, las ONG «puyadas» por el imperio (valga la palabra, que en Venezuela se refiere a los licores adulterados) son fácilmente distinguibles por su sibilino accionar.
Todas las violaciones de derechos humanos que investigan son atribuidas al gobierno, nunca a los factores externos e internos generadores de violencia y meten a todas las víctimas en el mismo saco, incluso a las personas linchadas, de manera pública y notoria, por particulares supuestamente pacíficos, militantes de toldas opositoras.
La especialidad de la ONG es preparar documentos basados en informaciones sin verificar publicadas en medios abiertamente identificados en el plano político e, incluso, en versiones muy tergiversadas o palmariamente falsas, difundidas por redes sociales.
Utilizan su «marca» para legitimar datos fraudulentos y medias verdades y si alguien refuta sus informes, los voceros de la ONG se victimizan y denuncian que se les quiere coartar su trabajo.
Los informes de las falsas ONG alimentan a los de los organismos internacionales y, a la vez, se alimentan y retroalimentan con los materiales publicados por la maquinaria mediática.
En cuestiones de talento humano, muchas de las ONG están vinculadas a poderosos bufetes nacionales y globales.
No es raro que destacados abogados, integrantes de algunas de esas poderosas empresas privadas (que tienen como clientes a las mayores corporaciones) posen al mismo tiempo de defensores de derechos humanos, en una especie de servicio comunitario o de ejercicio de la responsabilidad social empresarial.
En realidad, se trata de lo mismo: usar la bandera de los derechos humanos como arma contra los gobiernos de izquierda, progresistas o populares.
La maquinaria mediática: pieza clave
En muy buena medida, todas las maniobras de los gobiernos imperiales, los gobiernos cómplices, los organismos internacionales y las falsas ONG no conseguirían resultados si no contaran con el respaldo de una poderosa y multiforme maquinaria mediática, que de un tiempo a esta parte es acompañada y algunas veces superada por las ubicuas redes sociales.
Es este portentoso aparato el que permite ocultar las tropelías cometidas por los gobiernos de los países autoproclamados adalides de los derechos humanos, sepultándolas debajo de toneladas de propaganda o de denuncias sobre otras naciones.
En muchos casos no se ocupan de ocultarlos, sino de venderlos como actos legítimos, operaciones humanitarias y en defensa de la paz.
De allí han surgido contorsiones discursivas tan disparatadas como llamar operación humanitaria a una agresión armada que incluye bombardeos sobre la población civil.
La prensa y las redes se encargan de demonizar a los mandatarios «enemigos», utilizando los informes y declaraciones de los gobiernos hegemónicos, los gobiernos cómplices, las falsas ONG y otros medios de comunicación y redes, en una verdadera centrífuga de lo que ahora es denominado posverdad.
Ese ataque sostenido y multimedia autoriza a que se lleve a cabo cualquier acción contra el presidente señalado como violador de derechos humanos, inclusive algunas claramente violatorias de derechos humanos.
Es así como el capitalismo hegemónico ha convertido la supuesta lucha por los derechos humanos en uno de sus comodines para enfrentar a quien se le oponga.
Una superficial revisión permite entender que para desmontar unas operaciones tan bien planeadas y con tantos intereses en juego, se necesita algo más que una arenga política.
De entrada hace falta mucho análisis, mucho estudio, mucha discusión y mucha conciencia.
Sería prudente empezar por ahí.
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