Heroínas americanas
Viernes, 20 de marzo de 2015
Por
Diana Ramos
Historias
que no se cuentan
¿Qué
hay de esas mujeres perdidas de la historia? ¿Dónde quedaron sus hazañas y sus
luchas? Perdidas en la historia oficial pero recordada en la memoria popular de
los pueblos latinoamericanos, las heroicas mujeres de la conquista americana se
hacen presentes.
Las
mujeres representan la mitad mas uno de la población mundial; fueron y son las
actrices invisibles de los acontecimientos más importantes a lo largo de la
historia humana. Como pequeñas hormigas ha colaborado en la gesta de grandes
suceso históricos, a la sombra de grandes referentes históricos, en la mayoría
de los casos masculinos.
¿Pero
qué hay de esas mujeres que mas que invisibles han sido borradas de la
historia? Hablo de las mujeres que han participado de la historia más allá de
los márgenes conocidos, de las mujeres que pertenecen al bando de los vencidos,
de las mujeres de la tierra, de las mujeres no occidentales, que la historia
oficial ha sabido borrarlas del mapa y que sus hazañas solo se conservan en la
memoria popular de los pueblos sometidos.
Es
el turno de darle voz a esas mujeres, las mujeres perdidas de la historia, que
se conozcan sus conquistas y sus convicciones.
1
Yawanawá. Fotografía: Agência de Notícias do Acre |
Vamos
a hablar de la mujer americana, de la “india”, de la esclava, de la mujer que
defendió su tierra durante la conquista española de América.
Hablar
del “descubrimiento de América”, en pleno siglo XXI, al referirse a la invasión
europea al continente americano, iniciada en octubre de 1492, nos delata un
concepto eurocéntrico según el cual las cosas y los seres comienzan a existir
cuando entran en contacto con los representantes del “viejo continente”; más
bien hablaré de la conquista americana y las consecuencias que trajo aparejadas
para las mujeres originarias del continente americano.
La
conquista americana del siglo XV ya es bien conocida. Europa se mediaba entre
el feudalismo y el naciente capitalismo empujado por la incipiente burguesía,
que por esa época estaba surgiendo. El toparse con América no fue una mera
casualidad de unos marineros aventureros que se lanzaron a la mar, más bien fue
la consecuencia de la búsqueda de nuevos mercados en ultramar. Este hecho fue
un triunfo para la burguesía comercial española en la instauración de nuevas
rutas comerciales, así mismo, para las instituciones monárquicas y
eclesiásticas.
Este
“encuentro entre dos culturas” fue violento: la combinación de la propaganda de
la fe cristiana y el sometimiento y apropiación de sus riquezas supuso una
intervención coercitiva por parte de los conquistadores en los sistemas
económico- sociales de los nativos, que tuvo como consecuencia la destrucción
total o parcial de sus sistemas culturales.
La
visión predominante de los conquistadores se centro en deshumanizar a los
conquistados y, como no podía ser de otra forma a las conquistadas. Sobre ellas
cayeron todas las descalificaciones impregnadas de la tradición misógina que
estaba en pleno apogeo en aquellos años de inquisiciones, brujas y hogueras.
Esta
“misoginia de exportación”, reflejó también que las mujeres eran muy poco
tenidas en cuenta en España, así mismo, como se verá reflejado en la
ausencia de las mismas en la mayoría de las crónicas de la conquista.
El
discurso dominante y recurrente de la época fue deshumanizar a la conquistada
para dar por válido el “justo castigo” disfrazado de civilización y naturalizar
los atropellos, las masacres y las incoherencias hasta convertirlas en algo
“lógico”, método que ha dado y sigue dando buenos resultados al discurso del
poder.
Es
muy frecuente encontrar en las crónicas de la época comparaciones exhaustivas
entre nativas y occidentales, obviamente en detrimento de las originarias y
dando una imagen bastante alejada de la vida cotidiana de sus congéneres
europeas.
Para
poder entender cuáles fueron los cambios sociales que sufrieron las mujeres
americanas es preciso que hablemos de su cotidianidad dando ejemplos de algunas
de sus formas de vidas. Para entender esto hay que desligarse del prejuicio de
que América comparte una cultura común y homogénea, como se vio reflejado
continuamente en las crónicas de los conquistadores, cargadas de su mirada
europea y su constante marco comparativo etnocéntrico; más bien América
constituyo un mosaico cultural con una variedad de formas culturales bien
distintas entre sí. Reveamos algunos casos.
2
Reina Anacona
|
En
las sociedades del mundo andino la estructura básica comunitaria, denominada
ayllu (forma de comunidad familiar extensa con una descendencia común
que trabaja en forma colectiva en un territorio de propiedad común), muestra
que no había una marcada división sexual del trabajo. En general se compartían
las tareas y era indistinto que un hombre o una mujer se dedicaran a la cría de
ganado. La elección de la pareja se hacía en un marco de cierta libertad aunque
seguramente en los ayllus más destacados las uniones estaban condicionadas por
cuestiones estratégicas y vínculos entre linajes. Se conoció también la
poligamia dentro de un sistema estrictamente patriarcal, en el cual la hermana
y esposa legítima del Inca gozaba de más privilegios que las concubinas.
Otro
ejemplo lo constituyen los tallanes, mochicas y huancavelicas (etnias costeras
de Perú), quienes practicaba la poliandria. Estas “kapullanas” (cacicas),
dueñas de señoríos, que incluían tanto tierras como “yanaconas” (servidores),
contaban con el privilegio de contar con varios concubinos procedentes de
rangos superiores al suyo y gobernaban sobre hombres y mujeres. Ellas se
ocupaban de labraban los campos y explotar las tierras, entretanto sus maridos
permanecían en casa, tejiendo, hilando, fabricando armas y ropas.
En
las costas venezolanas la mujer cultivaba los campos y se ocupaba de la tareas
domesticas, mientras que el hombre se dedicaba a la caza. En Nicaragua eran los
hombres los que se ocupaban de la agricultura, de la pesca y del hogar; las
mujeres se consagraban al comercio.
La
cultura maya tenía una organización patriarcal donde la mujer no ejercía cargos
religiosos, militares o administrativos, pero ellas vendían el producto de su
trabajo en los mercados y se ocupaban de la economía doméstica, puesto que sobre
ellas recaía la responsabilidad del pago de impuestos. Se sabe que organizaban
bailes para ellas y que los hombres no participaban.
Los
conquistadores dan cuenta de que en el “Nuevo Mundo” existían comunidades
matriarcales y matrilineales como en el Cuzco y las costas del Pacífico,
enfrente de Panamá, donde el heredero de un señor era su mujer legítima y luego
el hijo de la hermana. En algunas etnias, las cacicas accedían al poder por la
línea de descendencia materna. Es decir, heredaban los cargos que dejaban sus
madres, así como lo hacían los hombres por vía paterna.
Otro
rasgo común que caracterizó a las civilizaciones precolombinas era la mujer
guerrera. Los cronistas de la época, deslumbrados por el caso, aseveraban
haberse enfrentado a mujeres que peleaban con bravura. El conquistador
Francisco de Orellana, quien fue el primero en explorar el río de la América
meridional en 1540, encontró en las márgenes del río a mujeres que recordaban a
las amazonas de Capadocia. Antes de la conquista, sin embargo, algunas
mujeres, al igual que los hombres, podían ejercer funciones de gobierno y
liderazgo político en sus comunidades, que la administración española
desconoció y alteró, dando paso a un nuevo ordenamiento, donde los cargos de
autoridad quedaron reservados a los conquistadores y a los miembros varones de
la jerarquía nativa, convirtiéndose de este modo en intermediarios entre la
Corona española y las culturas precolombinas.
Los
cambios abruptos que supuso la conquista provoco la pérdida de las posiciones
ancestrales que las habitantes americanas desarrollaron durante los siglos
anteriores. Esta situación empeoro aun más la esfera de las mujeres nativas que
perdieron todos los privilegios con los que gozaban dentro de cada cultura
particular y se convirtieron en un objeto de venta, dominación, abuso y
abandono.
La
invasión española en el siglo XV, sin duda, modificó la situación de las
mujeres indígenas, las costumbres, las creencias y el régimen comunitario de la
tierra. De hecho, la administración colonial reservó para las mujeres un lugar
secundario y subordinado.
El
golpe más duro fue el sistema de “encomiendas”. Este sistema fue una
institución socio-económica mediante la cual un grupo de individuos debía
retribuir a otro en trabajo. Así fue que se entregó a pocos propietarios
grandes extensiones de tierra junto con los indígenas que vivían en ellas,
estos debían de prestar su trabajo en los campos viviendo en condiciones
infrahumanas. Peor aún, todos debían pagar tributo, consistente en la entrega
de productos agrícolas, telas o animales, a los administradores de la colonia.
Si
bien al inicio de la colonia, las mujeres estaban libres de pagar tributo, en
los hechos esta exigencia recaía también indirectamente sobre ellas. Por
ejemplo, en la cultura andina, hombres y mujeres participaran por igual en la
economía del hogar y era menester que las esposas ayudaran a sus esposos y
familiares a cumplir con la carga económica que aquel tipo de explotación
suponía.
A
medida que la obligación del tributo se hacía más pesada y los varones de
la comunidad no alcanzaban a cubrir los montos requeridos, debido a la
disminución de la población y a las migraciones de los varones, a las mujeres
les tocó compensar esta situación pagando tributo en telas y tejidos para
satisfacer las cuotas que la comunidad debía entregar a la administración colonial.
Las condiciones en que muchos españoles se aseguraban el tributo femenino no
fueron precisamente las más cristianas, pues incluyeron varias formas de brutal
explotación. Muchos procedieron a encerrar a las mujeres para lograr que
tejieran e hilaran para ellos, convirtiéndolas en sus virtuales prisioneras o
esclavas.
El
régimen tributario para las mujeres no sólo significó la explotación de su
fuerza de trabajo, sino también provocó que quedaran privadas del acceso a la
propiedad de la tierra. Muchos varones indígenas se vieron obligados a disputar
las tierras que sus esposas habían heredado de sus madres, para que este modo
poder pagar el tributo. De esa manera, gracias al sistema colonial imperante,
los indígenas varones contribuyeron a romper una tradición andina que daba a
las mujeres un derecho autónomo sobre la tierra, desarrollando así una nueva
situación social coherente y vinculada con los valores y costumbres traídas de
Occidente.
3
Yanequeo. Por: Pilar Ríos
|
A
pesar de que las crónicas no den voz a estas mujeres nativas, ellas no quedaron
apacibles ni sumisas ante estos eventos. Muchas mujeres americanas se
alzaron ante semejantes injusticias y desafiaron a los colonos. Existen relatos
e historias en la memoria mas intima de los países americanos que recuerdan a
estas heroínas que lucharon por su pueblo y sus seres queridos.
Anacona
Tal
es el caso de Anacona (1474-1504), una nativa taína de
la isla La Española (actual Santo Domingo). Esta mujer acompaño
a su esposo Caonabó en el primer levantamiento de los pueblos originarios en
1493, apenas iniciada la conquista, y que se prolongo por una década. Tras el
apresamiento de su esposo, ella continuo la resistencia por varios meses, hasta
que fue capturada. Fue ahorcada en 1504 por orden del gobernador Nicolás de
Ovando.
Otra
fue la Gaitana, cacica de Timaná en los Andes colombianos,
quien lideró la resistencia de los Yalcón. Según cuenta la historia, Pedro de
Añazco en 1538 fue designado para que fundara una villa en Timaná con
el fin de facilitar las comunicaciones entre Popayán y el río
Magdalena. Este quiso congregar a los habitantes de la región para comenzar a
imponer el tributo y demás obligaciones relacionadas con la encomienda. Los
Yalcón se abstuvieron a su llamado, esto causo un gran enojo al español, que
ordeno ejecutar al líder de la tribu como escarmiento por tal desobediencia.
Esto provoco gran indignación en los nativos, quienes organizaron un gran
alzamiento en toda la región comandado por Gaitana.
Gaitana
consiguió derrotar a Añazco y continuo la resistencia haciendo frente a demás
españoles que fueron en su búsqueda. Logró reunir una confederación de todos
los pueblos indígenas de la región, más de diez mil guerreros, para hacer la
última tentativa con el fin de arrojar a los españoles de Timaná. Luego de
varios encuentros desafortunados los españoles abandonaron la región.
Más
al sur de Colombia, más precisamente en la región central de Chile, nos topamos
con la Yanequeo, quien fue una mujer lonco (jefa) de
origen mapuche. Tras la muerte de su compañero en mano de los españoles,
se puso al frente de sus guerreros y tuvo a raya a los invasores desde 1586. Su
preparación militar y cualidades de líder, hicieron que se ganara el apoyo de
los estrategas militares de su pueblo. Después de varias batallas durante el
año 1587, derrotó las tropas invasoras, con la participación de
grupos mapuche-puelches. Fatigada de la guerra se retiró hacia el sur a
sus tierras cerca de Villarrica donde desapareció sin dejar rastro.
En
la actual Venezuela, en Barquisimeto, Ana Soto de la etnia Guayón era cocinera
de una hacienda. Cansada de los malos tratos huyó al monte y organizó a su
gente para luchar contra los invasores. Desde 1618, Ana combatió contra los
españoles para defender sus tierras y rescatar a sus pares de la esclavitud.
Fue la pesadilla de gobernadores y capitanes durante 50 años, hasta que en 1668
dieron con ella y fue condenada al suplicio del empalamiento.
Los
guaraníes también tuvieron una heroína, Juliana, esclava cristiananizada luego
de que su pueblo sea sometido. Después de ver como los españoles pasaron a
cuchillo a gran parte de sus parientes masculinos, las indias guaraníes
procedieron a hacer lo mismo con sus “amos”. Juliana fue la iniciadora de esta
rebelión, cansada de ser abusada junto con sus hermanas por Nuño Cabrera
decidió cortarle la cabeza en 1539. El ejemplo cundió entre las demás muchachas.
En
1524 en la zona actual de Nicaragua, los invasores comenzaron a traficar
indígenas con destino a la zona minera del Perú. Esto provocó una despoblación
que llevo a varios caciques de la región a rebelarse. Estos fueron derrotados y
condenados a muerte. Así fue como entonces sus mujeres comenzaron una “huelga
de amores”, se reusaron a mantener relaciones sexuales con los españoles para
no traer hijos esclavos.
Estas
son algunas de las historias que no fueron contadas, estas fueron algunas de
las mujeres que cargaron con la resistencia en vía de defender su tierra, su
pueblo y su libertad. En lo más profundo de la memoria colectiva de los países
latinoamericanos se las recuerda, pero nada de ellas se dicen los libros de
historia oficial.
4
Monumento
a La Gaitana. Fotografía: Guillermo Vazquez
|
La
otra historia de la conquista no es conocida ni contada. No solo existió el
saqueo de recursos, ni los miles de indígenas y esclavos muertos como
consecuencia de la explotación, sino que fue destruida la estructura
económica y moral de las culturas precolombinas, sobre cuyas bases se
levantaron los cimientos de la sociedad colonial, un régimen brutal que
legitimó la violación de las mujeres indígenas ante las miradas absortas de sus
maridos, hermanos e hijos. No en vano se cantan elogios a la bella Anacaona,
reina de la región más grande de La Española, quien por un largo tiempo supo
poner en un equilibrio de fuerzas a los ocupantes o se recuerda la
resistencia que encontraron las huestes de Pedro de Valdivia ante la
heroica Yanequeo.
Aun
así, y luego de tantas idas y vueltas de la historia, las condiciones de los
pueblos indígenas no han cambiado demasiado y es por eso que siguen existiendo
mujeres que defienden sus derechos como nativas. No es muy difícil encontrar
nuevas resistencias y luchas entre las mujeres originarias, tales son los casos
de Rigoberta Menchú Tum, indígena guatemalteca y ganadora de un premio Nobel de
la Paz; Martha Sanchez Nestor, Verónica Huilipan, Tarcila Rivera Zea, la joven
María del Carmen Cruz Ramírez, la Comandanta Ramona, entre otras.
Hace
más de dos siglos, Charles Fourier aseguraba que “los progresos sociales y
cambios de época se operan en proporción al progreso de las mujeres hacia la
libertad”. Cuando en el siglo XIX, Charles, exponía estas ideas para nada
estaba equivocado con esta premisa. La historia le ha dado la razón a medida
que el tiempo avanzo y las conquistas femeninas fueron en alza. Aunque aún
queda un largo trecho por andar y nuevas conquistas que conseguir, es evidente
que “el grado de emancipación de la mujer en una sociedad es el barómetro
general por el que se mide la emancipación general“.
La
historia americana, desde la conquista española hasta la actualidad, corrobora
a diario la afirmación del socialista utópico francés. Las mujeres americanas,
como protagonistas en todos los aspectos, construyeron su identidad a través
del trabajo, la cultura, los debates, las luchas políticas y sociales, la vida
familiar, barrial y colectiva. Un papel que, por lo general, suele negarse o
limitarse a la mención de unas pocas figuras destacadas a la hora de escribir
nuestra historia. No hay que perder de vista su participación en los procesos
históricos, políticos y económicos que fue siempre mucho más destacada de los
que suele enseñársenos.
Bibliografía:
Biagini,
Hugo: Identidad Argentina y compromiso Latinoamericano, Ed. Reun, Argentina,
2009.
Ellefsen,
Bernardo: Matrimonio y sexo en el incario, Ed. Los Amigos del Libro,
Cochabamba, 1989.
Galeano,
Eduardo: Memoria del fuego I, Ed. Catalogos, Argentina, 2007.
Pigna,
Felipe: Mujeres tenían que ser , Ed. Planeta, Argentina, 2012.
Séjourné,
Laurette: América Latina, Ed. Siglo XXI, España, 1976.
Diana
Ramos es Licenciada en Antropología (UNLP, Argentina) con estancia académica en
la Universidad de Jaén. Arqueóloga. Participación en campañas arqueológicas,
proyectos de extensión universitaria y docencia en actividades complementarias
de grado.
Fuente:
Mito Revista Cultural
TOMADO DE: http://cronicasinmal.blogspot.com/
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