La última red de seguridad de Gaza en peligro
Sara
Roy
No hace
mucho, tuve una charla con un funcionario que conozco de la UNRWA (agencia de
la ONU para los refugiados palestinos).
Me habló de
una conversación que mantuvo con un oficial de alto rango de las Fuerzas de Defensa
de Israel (FDI). El funcionario de la UNRWA le pidió al oficial de las FDI que
describiera la política de Israel hacia Gaza.
La
respuesta fue concisa: “ni desarrollo, ni prosperidad, ni crisis
humanitaria”, un
estribillo habitual en el seno del establishment político
y militar israelí.
Esta aterradora descripción ofrece una
reflexión muy precisa de la política israelí hacia Gaza en los últimos 50 años.
Aunque Israel permitió un grado
limitado de prosperidad durante los primeros años de la ocupación, ha tenido
como objetivo impedir toda forma de desarrollo económico en el territorio y,
por lo tanto, la emergencia de un estado palestino.
Este planteamiento ha sido especialmente
ruinoso para Gaza en los diez últimos años, durante los cuales Israel ha impuesto
un asfixiante bloqueo que ha eliminado prácticamente todas las exportaciones,
ha reducido un 60 por ciento el sector manufacturero y ha provocado una
disminución del 50 por ciento del PIB, según datos del Banco Mundial. Además,
Israel ha lanzado tres importantes operaciones militares desde finales de 2008
—la última y mayor de todas el verano pasado, la denominada Operación Margen
Protector—, arrasando barrios, destruyendo infraestructuras e infligiendo daños
inconmensurables en esta diminuta franja y sus casi dos millones de habitantes.
Trágicamente, lo que una vez fue considerada una economía de rentas bajas y medianas (junto con Cisjordania) se ha convertido en un territorio al borde del colapso económico y humanitario.
Trágicamente, lo que una vez fue considerada una economía de rentas bajas y medianas (junto con Cisjordania) se ha convertido en un territorio al borde del colapso económico y humanitario.
Según un informe de 2015 del Banco Mundial,
la tasa de desempleo en Gaza es del 43 por ciento (más del 60 por ciento de los
jóvenes de Gaza están desempleados), la más alta del mundo.
Casi el 40 por ciento de su población
vive por debajo del umbral de la pobreza. El agua limpia es una rareza y el 90
por ciento del suministro no es apto para el consumo humano. La electricidad es
algo esporádico, disponible solo entre cuatro y seis horas al día, y no hay un
sistema de tratamiento de aguas residuales digno de ese nombre. En efecto, ni desarrollo,
ni prosperidad.
Debajo de esta desastrosa situación hay otra
que amenaza con desestabilizar aún más la vida en Gaza: la disminución de la
financiación de la UNRWA, el organismo de la ONU en el que trabaja mi colega y
una de las pocas organizaciones que se interpone entre la gente de Gaza y el
sufrimiento humanitario sin paliativos.
La
situación se ha agravado tanto que, en junio, el comisionado general de la
UNRWA, Pierre Krähenbühl, advirtió que la agencia podría tener que suspender
sus operaciones en un plazo de tres meses.
La UNRWA fue creada en 1949 por la Asamblea
General de la ONU tras el conflicto árabe-israelí de 1948. La UNRWA comenzó a
funcionar el 1 de mayo de 1950, con la misión de desarrollar programas de
socorro directo y obras públicas para los palestinos que huyeron o fueron
obligados a abandonar sus hogares.
El hecho de que siga existiendo más de 60
años después de su creación es una clara ilustración del fracaso político en la
búsqueda de una solución justa para los refugiados palestinos.
Con unos 30.000 empleados (aproximadamente el
42 por ciento de ellos trabajando en Gaza), la UNRWA proporciona protección y
ayuda a 5,2 millones de refugiados palestinos en todo Oriente Medio, sobre todo
en Siria, Jordania, Líbano, Cisjordania y la Franja de Gaza. Su cometido consiste
en ofrecer atención médica, educación, servicios sociales, ayuda de emergencia
y apoyo logístico.
Y hace todo esto con un presupuesto anual de
1.400 millones de dólares.
Solo en Gaza, la UNRWA proporciona ayuda a
1,28 millones de refugiados, la cuarta parte del total regional. Como tal, en
palabras del secretario general de la ONU Ban Ki-moon, “en un momento de agitación en la región, la
UNRWA es un factor vital de estabilización”.
En Gaza es correcto decir que la UNRWA es el
único factor de estabilidad en un entorno que, por otra parte, se sigue
deteriorando.
De hecho, una séptima parte de la economía de
Gaza, o alrededor del 14 por ciento del PIB, está vinculada con la UNRWA, según
fuentes de la misma organización.
Pero la UNRWA se enfrenta a una grave crisis
financiera que amenaza con reducir —y posiblemente terminar— su labor en toda
la región.
En la actualidad, la UNRWA tiene un déficit de
más de 100 millones de dólares en sus fondos generales, con los que paga sus
servicios fundamentales, como son la educación y la atención médica.
Además, tiene un déficit adicional de unos
230 millones de dólares en su sección de ayuda de emergencia para los
territorios palestinos ocupados, correspondiendo el 88 por ciento de los mismos
a Gaza, y otros 280 millones de dólares en la sección para los refugiados en
Siria. Estas dos últimas secciones proporcionan ayuda económica y comida
inmediatas a los refugiados más necesitados. La semana pasada, la agencia
celebró una “sesión extraordinaria” en Jordania para debatir posibles
respuestas a la crisis.
Con el fin de reducir costes, la UNRWA ha
tenido que poner en marcha varias iniciativas que no han sido bien acogidas.
Ha suspendido su programa de ayudas
económicas, que afectaba a 20.000 familias de Gaza antes de la Operación Margen
Protector.
En Líbano, la UNRWA suspenderá en breve sus
ayudas económicas a los refugiados palestinos procedentes de Siria para que
puedan pagar los alquileres.
Hay también planes para aumentar el número de
alumnos por aula en las escuelas de la UNRWA, pasando de 45 a 50, así como para
congelar la contratación de más maestros y otros empleados. Además, la UNRWA
puede tener que tomar la difícil decisión de retrasar la apertura de sus 700
escuelas al comienzo del próximo curso escolar, lo que afectará a unos 500.000
niños, la mitad de los cuales está en Gaza.
En un
momento en que el Estado Islámico y otros grupos extremistas están reclutando
adeptos, medio millón de niños que deberían estar en las escuelas de la ONU
deambularán por las calles de Oriente Medio.
Por otro lado, según un alto funcionario de
la UNRWA, si el organismo no es capaz de reducir el déficit para octubre, no
podrá pagar los sueldos del personal, lo cual sería catastrófico.
Solo en Gaza, donde el tamaño medio de la
familia era de seis personas en 2012, alrededor de 76.250 personas podrían
quedarse sin ninguna fuente de ingresos.
¿Qué hacer entonces? Recientemente, en Gaza y
Jordania, refugiados palestinos protestaron violentamente por los recortes de
la UNRWA y afirmaron que estas decisiones forman parte de una conspiración para
eliminar el problema de los refugiados.
Esto es una expresión de la confusión y la
agitación que acompañarán a los nuevos recortes en los servicios fundamentales
de la UNRWA.
El problema de la infrafinanciación crónica
no es algo nuevo para la UNRWA.
En el fondo, refleja las actitudes políticas
más generales hacia los palestinos, que son vistos como algo marginal y
molesto. Pero en
el momento actual, deriva de varios factores nocivos.
En primer lugar, mientras muchos importantes
donantes siguen financiando la UNRWA e, incluso, han incrementado sus
contribuciones, las necesidades del organismo han crecido mucho más, dadas las
exigencias políticas de la región, las altas tasas de crecimiento demográfico y
el aumento de los costes. Así, la brecha existente entre las necesidades de
protección y lo que la UNRWA puede proporcionar actualmente se ha ampliado
dramáticamente. Es absolutamente vital que los países donantes más importantes
aumenten sus contribuciones más aún de lo que ya lo han hecho.
En el contexto de estas severas restricciones
en las finanzas de la UNRWA, hay un problema con uno de los donantes, Canadá,
que merece una atención especial. La decisión de Canadá de reducir, primero, y
suspender, después, la financiación de la agencia, una decisión que ningún otro
gobierno ha tomado, ha sido extremadamente perjudicial para la UNRWA.
En 2007 y 2008, Canadá donó más de 28
millones de dólares anuales a la UNRWA.
En esos dos años, más de la mitad de los
fondos se destinaron a los Fondos Generales, y la mayor parte de los restantes
fueron a parar a la sección de emergencias.
En 2009, el gobierno canadiense redujo su
contribución casi 10 millones de dólares, dejándola en 19 millones, la mayor
parte de los cuales fueron destinados a la sección de emergencias y nada para
los Fondos Generales. A partir de ese año, ningún dinero fue asignado a los
Fondos Generales.
En 2010, la contribución de Canadá se redujo
nuevamente a unos 15 millones de dólares, cantidad que se mantuvo dos años más,
yendo la mayor parte de esos fondos y, finalmente, la totalidad de los mismos a
la sección de emergencias.
A comienzos de 2013, al parecer sin previo
aviso, Canadá suspendió toda financiación a la UNRWA.
La pérdida de esos 28 millones de dólares
procedentes de Canadá constituye un serio revés para la agencia, que no puede
encontrar un sustituto, y, en palabras de un funcionario de la UNRWA, ha sido “desesperadamente perjudicial”, contribuyendo sustancialmente al actual
déficit de los Fondos Generales del organismo. Sin embargo, lo más indignante
es la decisión del gobierno canadiense de suspender su contribución de 15
millones de dólares para la sección de emergencias: al hacerlo, Canadá se ha
negado a proporcionar alimentos a los palestinos empobrecidos, que son la
mayoría en Gaza.
Un tercer factor que ha dañado las finanzas
de la UNRWA ha sido la caída del euro.
Puesto que la mayoría de las contribuciones a
la UNRWA son realizadas en euros, la devaluación de esta moneda ha supuesto una
pérdida de entre 20 y 25 millones de dólares el último año. Además, en 2014, la
UNRWA gastó 7,5 millones de dólares en transportar materiales a Gaza, una
consecuencia directa del bloqueo impuesto por Israel. Este dinero podía haber
sido empleado para construir cuatro escuelas infantiles en Gaza, algo vital
dado que la UNRWA tiene que construir siete escuelas cada año en Gaza para
afrontar el ritmo de crecimiento de la población en edad escolar.
La crisis que afecta a la UNRWA también
refleja un problema global más amplio, en el que las necesidades emergentes
sobrepasan a los recursos existentes.
Nunca desde la Segunda Guerra Mundial, el número de
personas exiliadas de sus hogares ha sido tan alto como ahora, con casi 60
millones de personas que son refugiadas, internamente desplazadas o buscadoras
de asilo, una de cada 122 personas en el mundo.
Sin embargo, la falta de recursos es solo una
parte de la crisis que asola al sistema humanitario; la incapacidad para
resolver los conflictos políticos es la otra. Por otra parte, en ausencia de
soluciones políticas, la ayuda humanitaria ha sido instrumentalizada a menudo,
utilizada para gestionar y manipular problemas políticos, como ha sido el caso
de Israel con Gaza.
La dependencia, la debilidad y el temor se
han convertido en la política del ocupante en Gaza. Por muy restringido y
limitado que haya sido, el desarrollo ya no juega ningún papel.
Las
razones son muchas, incluyendo el hecho de que los donantes no quieren ver sus
proyectos destruidos en futuros conflictos. Pero el resultado neto es que Gaza
está condenada a depender de la ayuda humanitaria, no del progreso, que es exactamente
lo que quiere Israel, como lo expresó con suma claridad
el oficial de las FDI citado al principio.
En este contexto, escribe un colega de la
ONU, la asistencia se ha convertido cada vez más en “la gestión de poblaciones problemáticas que están
al borde de conflictos permanentes […] con los palestinos hemos llegado a una
política de no resolver [el conflicto], una política aceptada de no vislumbrar
soluciones. Esto no parece ser un fallo. Esto es una decisión. La gestión de
poblaciones molestas sin otro objetivo que no sea más gestión”.
Aún así, aunque la ayuda humanitaria no sea
una respuesta adecuada, es algo necesario y una ulterior reducción de los
servicios de la UNRWA (por no hablar de su suspensión o terminación) solo
servirá para profundizar el sentimiento de desesperación y abandono que ya es
muy fuerte entre los refugiados palestinos dondequiera que residan.
Las
consecuencias políticas de ver cómo tus hijos pasan hambre son claras. ¿Quién
de nosotros soportaría este dolor en silencio?
Sara Roy es
investigadora del Centro de Estudios de Oriente Medio de la Universidad de
Harvard. Su libro más reciente es Hamas and Civil Society in
Gaza: Engaging the Islamist Social Sector (Princeton
University Press, 2011, 2014).
Traducción: Javier Villate (@bouleusis)
TOMADO DE: http://blog.disenso.net/
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