Por qué ya nadie ignora el
movimiento de boicot a Israel
Beenish
Ahmed
Durante
diez años, los activistas pro palestinos han luchado contra el colonialismo
israelí en Cisjordania promoviendo campañas en contra de las compañías que
hacen negocios allí.
La popularidad del movimiento BDS (Boicot,
Desinversiones y Sanciones) alcanzó nuevas cotas el año pasado a raíz del
conflicto entre Israel y Hamas.
Como puso de relieve una audiencia del
Congreso de EEUU sobre este asunto celebrada el mes pasado, muchos de un lado y
otro del debate tienen sus reservas sobre la ética y la eficacia del boicot.
El movimiento BDS, que se define como “un verdadero movimiento global contra el apartheid israelí”, nació en julio de 2005, cuando casi 30
organizaciones de la sociedad civil palestina hicieron
un llamamiento a
boicotear al estado judío y desarrollar iniciativas de desinversión contra
Israel similares a las que se aplicaron en contra del régimen delapartheid sudafricano.
En la
década transcurrida, el movimiento ha crecido hasta convertirse en una amenaza
real para la economía israelí. Algunos han descrito al BDS como “una amenaza existencial para el estado judío”.
Basando en gran parte su estrategia en el
movimiento anti-apartheid, los objetivos declarados del BDS son
presionar a Israel para que acepte tres demandas: el fin de la ocupación de los territorios palestinos
ocupados en 1967, igualdad de trato para los ciudadanos palestinos de Israel y
derecho de retorno de los refugiados palestinos, tal como fue establecido por
la Resolución 194 de la ONU.
Aunque es poco probable que estas demandas sean satisfechas en el futuro inmediato, los boicots y las protestas han obligado a las autoridades y las empresas israelíes a tomarse el BDS en serio.
Aunque es poco probable que estas demandas sean satisfechas en el futuro inmediato, los boicots y las protestas han obligado a las autoridades y las empresas israelíes a tomarse el BDS en serio.
“No
existe la menor duda de que nuestra reputación como personas y como sociedad se
vio comprometida debido a las mentiras y las alegaciones dirigidas contra
nosotros por el BDS”, dijo Daniel Birnbaum,
presidente de SodaStream, en el transcurso de una audiencia ante el Comité de
Supervisión del Congreso de EEUU.
No obstante, él mantuvo que la decisión de
cerrar su fábrica de Cisjordania formaba parte de un plan de “reestructuración
global” de la compañía y no fue el resultado de las protestas.
Birnbaum también dudó en atribuir una disminución del 42 por ciento en
ventas en EEUU a las campañas de boicot, a pesar de que el movimiento BDS se atribuyó la responsabilidad de la caída de los
beneficios de la compañía.
Bajo las
crecientes presiones del movimiento, otras compañías han negado las acusaciones
del BDS sobre su supuesta asociación con Israel.
Barclays, un banco con sede en Londres, negó las alegaciones del BDS según las cuales habría realizado
importantes inversiones en Elbit Systems, una compañía que proporciona armas a
Israel.
A pesar
de ello, casi 1,8 millones de personas
firmaron una petición en la que solicitaban al banco que retirara sus inversiones en la
compañía y diversas manifestaciones cerraron sucursales en todo el país en el mes de
noviembre.
Aunque es
difícil de medir el impacto económico del movimiento, la amenaza del BDS no
está siendo tomada a la ligera por las autoridades israelíes. Entre otras
razones, por el apoyo que varios países europeos han dado a dicho movimiento.
Doce
países de la Unión Europea (UE) advirtieron a sus ciudadanos de los riesgos que contraían al
trabajar o invertir en compañías que operaban en los asentamientos israelíes,
calificados como “ilegales según el derecho internacional”.
El 16 de abril, los ministros europeos
de asuntos exteriores firmaron una carta en la que instaban a la UE a etiquetar
los productos hechos en los asentamientos israelíes de Cisjordania de forma
distinta a los fabricados en Israel.
Estas decisiones fueron abordadas sin rodeos
por Yair Lapid cuando fue ministro de finanzas de Israel. “Cuando les hablas a los israelíes del ‘boicot
europeo’, creen
que este año no van a comer queso Camembert”, dijo en una conferencia sobre
seguridad realizada el
año pasado. “Ese no es el caso”.
Lapid
estimó que un descenso del 20 por ciento en las exportaciones israelíes a la UE
le costaría a Israel 5.700 millones de dólares anuales.
“Si las negociaciones con los
palestinos se atascan o se rompen y tuviéramos que enfrentarnos a un boicot
europeo, aunque fuera un boicot parcial, la economía israelí retrocedería y
todos los ciudadanos israelíes lo sentirían en sus bolsillos”, añadió.
Así pues,
el BDS ha comenzado a tener cierta influencia en las decisiones políticas.
“Los riesgos son muy altos para Israel”, dijo John Kerry,
secretario de estado norteamericano, tras la ruptura de las conversaciones de
paz entre israelíes y palestinos en febrero pasado. “La gente está hablando de
boicot. Y eso se intensificará en el caso de que [las conversaciones de paz]
fracasen”.
Pero tras haber recibido fuertes críticas de
parlamentarios estadounidenses, Kerry aclaró su postura sobre
el boicot a las compañías israelíes y los inversores en ellas.
En el discurso de apertura de la
conferencia del AIPAC de marzo, dijo: “Con el fin de que Israel siga
prosperando económicamente, tenemos que permanecer juntos y rechazar con una
única voz los boicots arbitrarios e injustificados contra Israel”.
“Durante
más de 30 años, me he opuesto de forma firme e incondicional a los boicots
contra Israel”, añadió. “Y seguiré oponiéndome de forma firme e incondicional a
los boicots contra Israel. Eso nunca cambiará”.
Dado el tipo de escrutinio que Kerry tuvo que
afrontar cuando mencionó la posibilidad de un boicot, el movimiento BDS no
puede esperar mucho apoyo de Estados Unidos.
Israel ha
sido el mayor receptor de ayuda exterior de EEUU desde la Segunda Guerra Mundial. Ha recibido, hasta la fecha, la asombrosa
cantidad de 124.300 millones de dólares.
Y como han señalado muchos críticos de la inquebrantable alianza de
Washington con Israel, EEUU ha aumentado esta ayuda cuando Israel ha
intensificado sus críticas al acuerdo nuclear con Irán.
Eso
sugiere que, por su parte, EEUU seguirá apoyando a Israel incluso cuando sus
objetivos políticos entren en colisión.
Sin embargo, EEUU no ha tomado una postura
formal sobre el movimiento BDS. Ese fue el objetivo declarado de una audiencia
del Congreso celebrada el mes pasado, aunque, como señalaron algunos, no hubo ningún defensor real
del boicot. En cambio, tres de cada cuatro que acudieron a
testificar eran conocidos opositores al BDS.
En su
testimonio, Birnbaum, el presidente de SodaStream, dijo que el BDS empleaba
“tácticas de guerra política” y que su “ideología está basada en el odio al
estado judío, en mentiras flagrantes y en verdades a medias”.
Además, cuestionó que la presión ejercida
para que cerrara su fábrica de Cisjordania fuera beneficiosa para los
trabajadores palestinos, que perdieron sus empleos.
“Es de
dudosa moralidad exigir al estado judío una norma que no se exige a nadie más”, ha dicho Mark Regev,
portavoz del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu.
“¿Están
ustedes boicoteando algún otro lugar de soberanía disputada en el planeta o,
por el contrario, están seleccionando su indignación moral?”. Regev alegó que
existe una tendencia injusta en las críticas de las políticas israelíes y
afirmó que la gente “está siendo muy selectiva con su indignación, y eso encaja
con ciertos prejuicios culturales”.
Pero para Omar Barguti, uno de los
fundadores del movimiento BDS en 2005, no se trata de boicotear a un pueblo,
sino más bien de “boicotear algo, un acto, una empresa, una organización, con
la que estás en desacuerdo”.
El movimiento ha dejado claro que está
“inspirado en la lucha de Sudáfrica contra el apartheid“, pero
tiene un largo camino que recorrer y muchos obstáculos que sortear antes de que
pueda tener un impacto parecido al movimiento contra el apartheid.
Los boicots a las corporaciones y las
desinversiones de Israel no deben ser subestimados, pero, como han señalado
muchos historiadores, el movimiento contra el apartheid obtuvo su más importante apoyo entre
los gobiernos, especialmente el de EEUU, que consiguieron que los inversores
privados se retiraran de Sudáfrica.
Fue solo cuando Washington se tomó en serio
la posibilidad de imponer sanciones económicas que “la desvinculación [del
régimen] se convirtió en una opción atractiva para quienes no querían correr
más riesgos”, ha explicado el profesor Kenneth A. Rodman.
La tentación de los inversores de
“comprar barato” en una economía debilitada quedó totalmente neutralizada por
la amenaza de que las empresas no podrían exportar sus productos debido a las
sanciones.
Pero
las tensiones económicas derivadas de las desinversiones no fueron suficientes,
por sí solas, para acabar con elapartheid en Sudáfrica.
“La presión popular llevó a los
inversores institucionales a impugnar la moralidad de los beneficios obtenidos
de la colaboración con el régimen represivo del apartheid“, escribió en el New
York TimesCecelie Counts, una antigua activista anti-apartheid. Las
desinversiones fueron solo una parte de “una lucha muy amplia y bien organizada
en una variedad de frentes”.
Israel no tiene el mismo interés económico
en el bienestar de los palestinos, que no están tan integrados en la economía
israelí como los negros sudafricanos bajo el régimen del apartheid.
El desempleo alcanza a un 75 por ciento de la población en Cisjordania y Gaza,
y solo uno de cada diez palestinos
mayores de 15 años trabaja en
Israel o en los asentamientos.
Con el apoyo que Israel sigue recibiendo de
los gobiernos occidentales y su economía floreciente,
el movimiento BDS tiene ante sí un largo camino que recorrer antes de que pueda
influenciar la política israelí hacia los palestinos.
Beenish Ahmed es reportera de ThinkProgress. Anteriormente
fue periodista independiente y becaria en Pakistán del Pulitzer Center on
Crises Reporting.
Traducción: Javier Villate (@bouleusis)
TOMADO DE: http://blog.disenso.net/
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