chavismo
A lo largo de los años nos ha tocado ser testigos de muchos debates; argumentaciones que siempre buscaban explicarnos porque el socialismo es la mejor opción para nuestros países, y como la revolución es la vía hacia ese horizonte. 
Paralelamente, conocimos muchas rivalidades intransigentes alrededor de las mismas tesis que nos ofrecían un mundo mejor; antagonismos que prevalecen hasta nuestros días y que no poseen ningún sustento teórico o practico que los justifique.
Y si la parte doctrinaria se estancó en estériles disputas de intereses mal entendidos, los aportes hechos a nuestra propia teoría revolucionaria han sido pobrísimos, lo que resulta, como es fácil suponer, en serios reveses, dudas, y contradicciones. 
Un poco de estudio nos pone fácilmente a cuestionarnos la viabilidad de la revolución en países en los que las fuerzas productivas no alcanzan el desarrollo necesario para implicar la consolidación de una clase proletaria de vanguardia. 
Y es que es difícil el asunto este, especialmente si partimos del hecho de que el desarrollo de nuestros medios de producción, así como la producción de capital, no han sido dispuestos por nosotros (ni siquiera por nuestras clases dominantes, aun enquistadas en el oscurantismo feudal).
El debate político de izquierda se centra en cuestiones coyunturales, y la relación con la academia sigue siendo deficitaria, y, no en pocos casos, el divorcio con esta es total. 
No nos debe costar mucho llegar a la conclusión que en un ambiente dominado por condiciones semejantes, es complicadísimo elaborar una visión estratégica de largo plazo que nos permita superar el marco de muchos países, pocas naciones, sin pasado ni futuro que nos ha correspondido como parte del pastel del “destino manifiesto”. 
Y sin esa visión, nuestro papel seguirá restringido a la parte operativa en escenarios que nos disputamos, con mucha desventaja, frente a la manipulación ideológica.
Los paradigmas y estereotipos utilizados por la derecha a lo largo de varios siglos, son los mismos que utilizamos nosotros en nuestras relaciones; midiéndonos en países grandes y pequeños, gigantes y enanos, importantes e irrelevantes. 
Las consecuencias de todo esto son trágicas, y pueden percibirse fácilmente, en un momento en que tratamos de explicar lo que sucede como una restauración del conservadurismo. Posiblemente nuestro mayor problema en este momento de nuestra historia es que aún no somos realmente independientes; que aun estructuramos pensamientos desde una perspectiva colonizada. 
Los conservadores no se fueron nunca, han estado aquí todo este tiempo, con una sola ocupación: imponer por la fuerza su bienestar, sus intereses.
Claro está, teniendo una mentalidad sometida, no podemos visualizarnos a nosotros mismos como una potencia de nivel mundial. 
Seguramente son muy pocos los que se han detenido a pensar el significado de las palabras del comandante Hugo Chávez cuando decía que había que convertir a Venezuela en una potencia mundial. 
No se trataba de una expresión grandilocuente para adormecer al público, no; se trataba de una visión de largo plazo que entendía nuestro rezago, nuestra falta de coherencia, y nuestro limitado conocimiento.
Cháveztenía claro que para hegemonizar al enemigo tenemos que ser independientes de este, no solo por mera declaración. Sabia meridianamente que este continente nunca avanzaria si no se convierte en una sola entidad, fuerte, poderosa, revolucionaria que piense por si misma; que no se convierta con tanta facilidad en víctima de los vicios del sistema dominante, ni caiga encantado por las formas y los esquemas que le imponen un estilo de vida.
El comandante entendió con gran claridad que nuestra producción material era una seria limitante para nuestro desarrollo, pero másallá, como un asunto más grave se encuentra nuestra limitada producción intelectual colectiva. 
Nuestros países siguen siendo colonias, y nuestras clases dominantes nunca han necesitado pensar en serio, se han limitado simplemente a reproducir patrones y modelos que les imponen desde fuera; y para nuestra desgracia esa es una realidad que como pueblos heredamos y reproducimos constantemente.
Hoy nos sorprendemos por algunos resultados adversos, y con gran impotencia caemos una y otra vez en la tentación de recurrir a la explicación más sencilla, que termina invariablemente culpando a nuestros pueblos. Lo que no entendemos nos abruma, y frente al desafío no sabemos qué hacer, mientras desde la barrera muchos que “piensan” como nosotros nos atacan sin piedad. planteando lo increíblemente mejor que serían las cosas si les hubieran hecho caso a ellos.
Las soluciones no son el resultado de una iluminación divina, sino, más bien, de la construcción orgánica. 
El primer gran obstáculo con el que nos topamos es la perspectiva fragmentada que tenemos de nuestra realidad. Desafortunadamente, el montón de pedazos a que estamos reducidos solo le convienen a quienes nos dominan; de fuera y de dentro. 
Pero nosotros no seremos nunca independientes si no completamos la tarea de la liberación a nivel continental. Ese pensamiento tan sencillo ronda nuestros países desde inicios del siglo XIX; nunca se trató de ilusiones o caprichos de Bolívar o Morazán, por citar solo al par insigne. Y mientras eso no se ubique de nuevo en nuestras agendas, nuestras luchas serán cuesta arriba.
Para la izquierda variopinta, el asunto es más serio. El estudio limitado e incompleto de los clásicos, especialmente de Marx solo ha servido para poner en riesgo toda la lucha revolucionaria.
 No parece que nadie se haya percatado que de lo que hablaba Marx sobre la teoría revolucionaria trataba esencialmente de superarnos a nosotros mismos todo el tiempo; se trata de superar a Marx mismo. Para ello, nuestros académicos deben superar las limitaciones coloniales que los atan, deben pensar en colectivo, deben formular las concepciones necesarias para que podamos seguir nuestra ruta propia.
El mundo es muy bien explicado por muchas tesis, todas deben ser parte de nuestro análisis y entendimiento, debemos aprender a utilizar el sentido crítico, pero sin prejuicios ni arrogancia. 
La producción intelectual en cuanto actividad individual no sirve a nuestras sociedades, menos aún será capaz de proponer no solamente el camino de la integración como resultado de los límites tolerables aceptados por nuestras burguesías locales, sino la unión efectiva de nuestros pueblos en una sola nación latinoamericana.
Para sobrellevar los retos que se nos han de plantear en el futuro inmediato, tendremos que aprender a pensar en grande; pensar en una gran nación, unida desde sus pueblos, no por los intereses de sus oligarquías entreguistas.
 La lucha debe remontar las bellas consignas para construir realidades, ser el resultado de una construcción común, que nos haga encontrar nuestras fortalezas comunes. En ese punto recién iniciaremos el combate por nuestra independencia.
Un buen comienzo seria plantear con seriedad la lucha por Venezuela; el enfrentamiento frontal con el enemigo. Ese enemigo que debe entender que estamos listos para dar todo por la patria grande.
Ricardo Arturo Salgado Bonilla
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