Británicos y estadounidenses se las han ingeniado para fingir que la colonización de América no fue una matanza.
los ingleses entendían que los indígenas de América debían ser literalmente exterminados–
Fue mucho peor: los genocidios de los ingleses contra nuestra leyenda negra
Los españoles cometieron tropelías en la conquista de América, pero en el caso de los ingleses la mortandad podría calificarse de matanza, sin más consideración o interpretación
Una forma de crueldad inusual
Antes de la llegada de los ingleses a América, existían civilizaciones bien estructuradas forjadas durante siglos en algunos casos.
Para ellos, los habitantes de dichas civilizaciones
no tenían la consideración de humanos.El colono anglosajón mostró una forma de crueldad inusual fuera de los campos de batalla y en ello, aunque aquí, en caliente, entran atenuantes obvios.
Los pueblos sometidos fueron meros espectadores de las masacres cometidas en los actuales Estados Unidos, Caribe, África y Australia, por mencionar algunas latitudes al azar.
Mientras los españoles intentaban convertir a los autóctonos al catolicismo, a veces con métodos algo expeditivos, y los portugueses, más mercantiles, trataban de controlar los puertos de Brasil y la costa oeste de África e India para así potenciar su fabulosa red comercial, los ingleses entendían que los indígenas de América debían ser literalmente exterminados– como así ocurrió en sus zonas de actuación–, para de esta manera repoblar el continente con ingleses de pura cepa.
Y no vale decir que eran presidiarios desalmados o disidentes recalcitrantes frente a la monopolista fe anglicana, no; avezados exploradores como Rourke, Cook, y, antes que ellos, el inefable Drake, postulaban el exterminio en masa de los lugareños que asistían sorprendidos a la total subversión de la hospitalidad por aquellos energúmenos adecentados con uniformes de lujosa botonadura.
Era la educada Inglaterra la que se oponía al mestizaje con los subhumanos.
El caso de Australia y de los EEUU es un ejemplo sangrante de lo que sin rubor se puede llamar perfectamente un genocidio
El abuso e imposición arbitrarias de una Inglaterra exultante ante sus conquistas (no existían entre ellos un Fray Bartolomé de las Casas ni la más mínima normaque se pareciera a las Leyes de Indias) permitiría el salvaje saqueo, el expolio y el apalizamiento a millones de “indios” o aborígenes por parte de una cultura que a sí misma se llamaba civilizada.
En lo económico y político, los beneficios soslayaron cualquier atisbo de humanidad, dejando a los intereses indígenas totalmente condenados a la muerte en guerras asimétricas, a la inanición en la mayoría de los casos y a la esclavitud flagrante y rampante.
El caso de Australia y de los EEUU es un ejemplo sangrante de lo que sin ruborse puede llamar perfectamente un genocidio.
En menos de un siglo en la costa este bajo la influencia colonial inglesa no quedaban autóctonos para contarlo salvo los que servían de diversión en los circos, y por supuesto, ni quédecir de la ola aniquiladora posterior de sus pupilos que no dejaron títere con cabeza hasta llegar al Pacífico en California.
En la India, tras más de dos siglos de dominación británica, la esclavitud era generalizada y no se les permitía a los locales competir con productos propios en los mercados internacionales, hasta que llegó Gandhi con su rueca.
En Australia se les fue la mano totalmente.
De más de 900.000 aborígenes contabilizados por su propia Sociedad Geográfica, algo más de 30.000 escaparon a aquel Apocalipsis de destrucción sistemática y, probablemente, planificada.
Estos aborígenes llevaban en Australia aproximadamente 60.000 años cuando los primeros ingleses les hicieron notar su avanzada civilización, era el año 1770 y el infierno abría sus fauces.
Los ingleses declararon a Australia como terra nullius, es decir, sin habitantes humanos, de tal manera podrían así justificar el despojo de las tierras indígenas y el saqueo del continente. Tras arrebatarles las tierras fértiles, arrojaron a los aborígenes a las zonas áridas del interior donde morían como chinches. Enfermedades desconocidas arrasaron aquel último reducto del paraíso en la tierra, en un siglo exacto desde aquel terrible desembarco de los pulcros y puritanos anglos.
Sus hazañas africanas despojaron de su nombre, identidad, dignidad y libertad a millones de esclavos procedentes de los puertos de Senegal y Guinea hacia las plantaciones del Caribe, Norteamérica y Sudamérica.
Los infernales viajes donde una multitud de seres castrados de los más elementales derechos de existencia, encadenados entre sí, sin espacio para moverse, viajando durante meses, mareados hasta la extenuación, rodeados de vómitos, entre los alaridos de las mujeres y los lamentos de los agonizantes, generaban escenas de horror inconcebibles.
Se calcula que uno de cada tres sobrevivía a esta travesía.
Estas acciones de inhumanidad flagranteeran la obra de los que imputaban a España la famosa Leyenda Negra.
El pasado es inevitable
Es probable que bastantes de nosotros podamos sentir vergüenza sobre algunos aspectos de nuestra conquista allende los mares.
La esclavitud en Potosí, la explotación en las encomiendas, el asesinato de Atahualpa por Pizarro, los efectos colaterales de las enfermedades transmisibles, etc; pero al menos teníamos unas claras y bastantes expeditivas leyes moderadoras.
Pudo ser de otra manera, pero no fue así.
El pasado es inevitable al tiempo que es una enseñanza.
Tradicionalmente, los historiadores más minimalistas cifran la población precolombina en unos 12.000.000 aborígenes
Mientras las campañas de propaganda bien orquestadas y engrasadas por nuestros adversarios tenían un efecto multiplicador, nosotros usábamos la imprenta para propagar la palabra del Señor que, a la hora de la verdad, estuvo un poco flojo de asistencia en los momentos críticos.
Henry Kamen, excelente hispanista, en su extraordinario libro 'Imperio', escora en mi opinión en una apreciación quizás algo exagerada, pues habla del genocidio demográfico más grande de la historia documentada (un 90% de mortalidad en los 150 años posteriores al desembarco de Colón).
Tradicionalmente, los historiadores más minimalistas cifran la población precolombina –Henry Dobbyns– en unos 12.000.000 aborígenes (los maximalistas hablan de 50.000.000 en todo el continente).
La mortalidad posterior por la acción de la guerra de exterminio y la cruel viruela, y las no menos agresivas venéreas, dejó los territorios del norte de América hollados por los ingleses en una tabula rasa sin contar con el énfasis expansivo posterior de sus pupilos tras la independencia.
Parafraseando a Mae West, a la Inglaterra de entonces se le podría adjudicar aquella famosa frase dicha por esta dicharachera fémina con un daikiri en la mano y media docena en el estómago:
"He perdido mi reputación.
Pero no la echo en falta".
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