¿Qué pasó? Pues que la disolvimos en pequeñas patrias rivales que se enfrascaron en mezquinas guerras, facilitando que cayéramos bajo el dominio económico del imperio británico y luego bajo el poder pleno del ascendente imperio estadounidense, que todavía hoy, ahora en su descenso, nos tiene en su puño y nos trata como esclavos.
Pero es que hay más, porque en realidad no estamos desunidos.
Porque lo peor de todo es que desde hace ya más de un siglo Estados unidos nos unió, reuniéndonos a todos bajo su mando para tenernos sometidos y explotarnos a voluntad.
Falsificando la idea bolivariana de Patria grande, que lo excluía, empezó creando el Panamericanismo, y en su Unión Panamericana entramos todos como dóciles borregos.
Un Panamericanismo falso que reunía como integrantes de igual peso a un enorme, rico y poderoso país industrial anglosajón con una larga lista de países latinos, atrasados, pobres y débiles, dispuestos a obedecer la voz del amo.
Se nos impuso el 14 de abril como Día Panamericano, se nos hizo cantar en las escuelas el himno de esa falsa unidad.
Y con las Conferencias panamericanas se nos fue recolonizando.
En 1945 se nos llevó bozaleados a la creación de la ONU a votar por Estados Unidos; en 1947, con el TIAR, se nos ató a la Guerra fría haciéndonos enemigos de la Rusia socialista con el cuento de que esta y no Estados Unidos nos amenazaba; se nos impusieron dictaduras y gobiernos vendidos; en los 80 se nos impuso la DEA y en los 90 se nos arrastró a integrarnos en la ALCA.
Y, por supuesto, mucho antes, ya en 1948, Estados Unidos había creado la OEA, la infame Organización de Estados Americanos, su Ministerio de colonias, y todos juntos entramos sin chistar.
Y hoy, salvo Cuba y Venezuela, todos nuestros países siguen en ella, esperando, los más indignos, para obedecer la voz del amo o la del servil cipayo latinoamericano que la presida.
O, para proponer, los que aún tienen dignidad, alguna medida decente que no prospera porque no logra nunca mayoría.
Llevamos más de dos siglos sometidos a ese imperio yankee ahora decadente.
¿No ha sido acaso tiempo suficiente? ¿Es que no estamos hartos ya de esta pesada inercia y de este pasivo sometimiento a ese poder que nos arruina?
En la primera década de este siglo vivimos una esperanza.
Con el sueño de Bolívar como guía, Chávez, al frente de Venezuela, mediante logros concretos y colectivos (Telesur, Petrocaribe, Alba, Unasur y sobre todo la CELAC) consiguió lo que no se había intentado ni podido conseguir en más de un siglo: hacer avanzar la construcción de la Patria grande latinoamericana, la unión fraternal de nuestros pueblos y su exitosa lucha antiimperialista por su soberanía e independencia.
La CELAC se definió como organismo colectivo de todos nuestros pueblos para buscar la unidad discutiendo y resolviendo nuestros problemas y diferencias con plena libertad y autonomía, sin OEA, sin Estados Unidos, sin Canadá, sin injerencias imperiales.
Pero el proyecto se estancó.
Faltó tiempo para darle bases sólidas.
Chávez enferma y muere.
Venezuela es bloqueada por Estados Unidos y entra en crisis.
Los gobiernos progresistas se estancan y se recobran las derechas.
El servilismo neoliberal se impone, el imperio aumenta su dominio y Cuba y Venezuela se quedan solas resistiendo.
Este año parece haberse iniciado un cierto despertar impulsado por el gobierno mexicano.
López Obrador resaltó la visión de Patria de Bolívar y propuso a América Latina romper con la indigna OEA. Al principio el apoyo fue poco y el silencio grande porque la inercia pesa mucho y el cambio suele dar miedo.
El imperio se nos impone.
Las derechas siguen opuestas a todo lo que beneficie al pueblo.
Pero ha habido reiteradas y masivas luchas populares en Chile y en Colombia.
En Chile esa lucha exitosa avanza buscando resultados más firmes mientras en Colombia, protegida de Estados Unidos y de sus medios mercenarios, la lucha es aplastada; hay muertos y desaparecidos, su gobierno asesino lo celebra, y nadie dice nada.
Y entre ambas, vencido antes el golpe fascista apoyado por la OEA, Bolivia retoma su revolución, y la izquierda moderada logra hace poco un triunfo cerrado en el Perú.
En días pasados México convocó una reunión, la sexta, de la CELAC, olvidada desde 2017; y, pese a algunas ausencias, hubo una importante asistencia de jefes de Estado y de representantes de gobiernos.
Se trató como prioridad el tema de la pandemia, de la escasez y manipulación de las vacunas y hubo unanimidad en reclamar urgentes soluciones.
Se condenó el bloqueo de Estados Unidos a Cuba y sus sanciones a Venezuela.
Se reactivaron viejos y justos planteamientos que tuvieron aceptación dando lugar a acuerdos que, por lo pronto son meras palabras, pero palabras que comprometen y que deberían generar pronto decisiones más firmes.
Todo esto está muy bien y debe celebrarse como un nuevo inicio, exitoso y, por supuesto, marcado también por los inevitables y necesarios debates y enfrentamientos ideológicos que siempre hay que asumir.
Pero hay también obstáculos, obstáculos pesados, grandes y verdaderos, como los que mencionaba en forma genérica al comienzo.
Para enfrentarlos, habrá primero que hablar y discutir mucho acerca de ellos.
Por mi parte, intentaré al menos decir algo al respecto en el próximo artículo, el segundo que por ahora dedicaré a este vital e ineludible tema.
Tomado de: /https://ultimasnoticias.com.ve/
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