Colombia hacia el 'posturibismo':
5 puntos para
entender la transición
Al perder
importancia el conflicto armado, producto
de la firma de la paz con las FARC en
2016, los flujos
de conflictividad política se vienen moviendo hacia
agendas de
mayor contenido social y menos
ideológico.
Publicado:7 ago 2020
No es solamente la decisión de la Corte Suprema de Justicia
(CSJ) en lo referente a la detención de Uribe lo que genera expectativas sobre
la solidez del actual Gobierno colombiano. Ya han ocurrido un
conjunto de decisiones institucionales, sumadas a la alta conflictividad que se
vivió a finales de 2019 y a la derrota electoral del uribismo en el mismo año,
que hacen ver que Colombia esta viviendo un proceso de transición hacia
otro modelo político.
El
uribismo visto desde la izquierda latinoamericana como un conglomerado godo,
paramilitar y narcotraficante solo vislumbra una cara de la moneda. Hay
que contemplar que, por más formas de cooptación que utilice, ha sido un
fenómeno electoral y político que lleva casi 20 años de hegemonía y que hay que
comprender si se quiere superar.
Si bien el uribismo no pudo vencer la altísima abstención
que hay en Colombia, sí pudo asegurar el voto mayoritario. Y eso es
algo que ha podido mantener desde
el 2002 hasta el 2018, sin muchos peligros en este terreno.
Además, ha sobrevivido ya a tres presidentes y este es el quinto período
electoral que gobierna.
Esto quiere decir que las
políticas de Uribe, su procedencia y sus escándalos han contado con legitimidad.
Una legitimidad enrarecida por la situación de guerra interna y por la alta
abstención, que va desde el 45 % al 55 % en diversas presidenciales, pero
legitimidad al fin y al cabo. Esto significa que para gobernar, el uribismo ha
contado con una mayoría abrumadora de votos.
Esto es lo que parece que está cambiando. Pero ¿hacía
dónde?
Si en su mejor momento, en las presidenciales de 2006, Uribe
sacó 7.397.835, el actual presidente, Iván Duque, del partido Centro
Democrático (fundado por Uribe), en 2018 sacó 10.398.689. Aunque bajó en
porcentaje de votos, mantuvo su crecimiento en cantidad de votantes, lo que es
un logro a pesar de las divisiones internas al uribismo, incluida la zanjada
con el expresidente Santos.
El
régimen uribista está caracterizado por un sistema de alianzas hegemónicas que
tributan hacia EE.UU., y que se sostiene por la perpetuación del conflicto
armado interno, con el que se pretende justificar un orden extra legal
Todo ello en medio de escándalos de todo tipo y del uso grotesco
de la fuerza para abatir a su
principal enemigo: las guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC).
El régimen uribista está caracterizado por un sistema de
alianzas hegemónicas que tributan hacia EE.UU., y que se sostiene por la
perpetuación del conflicto armado interno, con el que se pretende justificar un
orden extra legal.
Al perder importancia el conflicto armado, producto de la firma
de la paz con las FARC en 2016, los flujos de conflictividad política se vienen
moviendo hacia agendas de mayor contenido social y menos ideológico. Emerge la protesta social,
especialmente la urbana, lo que
descuadra las formas tradicionales con las que se venía configurando la
política, que tenía como escenario central la lucha armada rural,
o bien en los propios enfrentamientos o bien en las mesas de negociación, pero
siempre en torno a las guerrillas y especialmente a las FARC.
Una vez concretada la pacificación de las FARC, a quien la
opinión pública y los gobiernos de EE.UU. achacaban toda la culpa de la
violencia y el tráfico de drogas, entonces cabe la pregunta sobre quién exporta
ahora la droga, cuáles sectores mantienen el conflicto armado, por qué Colombia
no termina de producir otra imagen de sí y quién es ahora el culpable de todo
esto.
La sincera expresión de Trump en abril de 2019, cuando cuestionó
a Duque debido al aumento del tráfico de drogas, sonroja y apena a las élites
económicas, que en el caso colombiano son las mismas élites políticas.
La transición hacia el posturibismo significa entonces, por un lado,
que existe la emergencia de una alternativa progresista con
opciones de llegar al poder por la vía electoral, pero también un
reacomodo de las élites tradicionales que quieren dirigir un país que
no se muestre desnudo en las series de Netflix o televisión que el
planeta observa todas las noches y que hacen ver al país como un territorio de
impunidad, sangre y descontrol.
El cúmulo de
acontecimientos que se han producido en la política colombiana los últimos
meses son claves que permiten comprender la decisión de la Corte y los próximos
sucesos que irán ocurriendo:
1. Quiebre interno del bloque
hegemónico
La ruptura de Uribe
con la partidocracia tradicional hay que entenderla como la emergencia de un
populismo de derecha que rehizo a su manera el sistema de alianzas entre las
oligarquías, los grupos en ascenso signados por la ilegalidad de la principal
riqueza y sectores populares.
Uribe ha sido una excepción como mandatario, en tanto no es el típico
oligarca con apellido de renombre al que acostumbramos ver presidiendo
Colombia, sino una propuesta de derecha diferente que permite producir un
liderazgo populista de derecha que desestabilizó el sistema tradicional de
partidos. Con Uribe llegan al poder los sectores emergentes colombianos
que era rechazados por las oligarquías históricas.
Con la fricción
entre Juan Manuel Santos, expresidente que ganó en dos períodos impulsado por
los votos del uribismo, y Uribe, la alianza con las oligarquías se resquebrajó.
La firma del acuerdo de paz hizo ver que había una clase dirigente que quería
producir otra imagen para Colombia que no fuera la violenta, que se impuso
durante la guerra interna existente por varias décadas, pero que llegó a su
clímax entre la década de los '90 y principios de este siglo.
El resultado hasta ahora es que Santos tiene un Premio Nobel y
Uribe casa por cárcel. Aunque, siempre hay que tenerlo presente, Uribe ganó el plebiscito contra todos.
La ruptura de
Santos y Uribe, cada vez más manifiesta, es la de la clase oligárquica
histórica y la clase oligárquica emergente.
Pero a su vez, el
uribismo viene agrietándose internamente entre muchas fracciones, como el uribismo
radical de Fernando Londoño, por ejemplo, y otro más 'light' entre los que se
encuentra gente allegada a Santos, a los partidos, a otras familias de renombre
y a poderes en los territorios.
Esta grieta se
ensanchó y se hizo pública a partir de las regionales de 2019, en las que el
principal derrotado fue, por primera vez, el uribismo.
Esta situación
interna al uribismo y al bloque histórico oligárquico está facilitando un
conjunto de decisiones institucionales que van preparando el marco legal y
normativo del posturibismo.
2. La reacción institucional
El conjunto de
decisiones que estamos viendo en diversas instituciones, y que llega a su punto
máximo con la reciente decisión de la CSJ que determina la prisión en casa de
Uribe, es reflejo de esa fisura interna al bloque de poder dominante.
En el mes de junio,
el Tribunal de Cundinamarca, el presidente del Senado, Lidio García Turbay
(cercano al uribismo), y el Consejo de Estado confrontaron al presidente Duque
debido al ingreso de tropas estadounidenses a tierras colombianas.
Esto quiere decir
que el reposicionamiento institucional contra la impunidad con que gestiona el
uribismo, no es una respuesta de la izquierda, quien también ayuda, sino sobre
todo representa un crujir de las alianzas que han sostenido al uribismo.
Estas decisiones
pueden comenzar a verse no como un escándalo más, sino como un signo de
fortaleza del estado profundo colombiano, tanto liberal como conservador, que
quiere lavar la cara de la guerra
De todo este
reposicionamiento que estamos viendo, Colombia, su institucionalidad y
hasta su liderazgo salen bien parados. Es decir, estas decisiones pueden
comenzar a verse no como un escándalo más, sino como un signo de fortaleza del
estado profundo colombiano, tanto liberal como conservador, que quiere lavar la
cara de la guerra. Como una especie de embudo que va a tratar de dirigir el
país hacia un régimen democrático-legal que ya tendría que ser catalogado de
posturibismo.
Por eso Duque reacciona proponiendo una reforma de la Justicia colombiana. Es
una guerra por la perpetuación en el poder. Pero ahora la guerra no es en el
monte, sino en los tribunales, y esa es la verdadera noticia.
En comparación con
España, donde el rey se desaparece para no afrontar cargos legales, en
Colombia, en cambio, la Corte impone casa por cárcel y el líder del movimiento
hegemónico la acata.
Las instituciones
se van oxigenando para hacer frente a la situación normativa-legal que ha
dejado la secuela de la guerra.
3. Derrota electoral del uribismo
(2019)
Debido a la importancia electoral y popular del uribismo, es clave
entender que su mayor escollo no está en los innumerables escándalos con que la
opinión pública se ha acostumbrado a relatarle. La principal debilidad del
uribismo se mostró con la derrota electoral de las regionales de octubre de
2019, porque enseñó que ya no era ese movimiento invencible, sino
que venía en descenso y podía ser derrotado en el terreno donde es más duro: el
electoral.
Ya Gustavo Petro
había mostrado una alternativa electoral de ancha base al uribismo con más de 8
millones de votos en las presidenciales de 2018.
Pero en las
regionales de octubre, el partido de Uribe y sus aliados
perdieron importantes territorios y el uribismo quedó como una minoría más
en cuanto a la repartición de gobernaciones, perdiendo varios de sus feudos.
Esos resultados hicieron estallar la división entre el uribismo radical, el
gobierno y un uribismo más pragmático relacionado con movimientos regionales y
otros partidos políticos.
De esta forma se
sacude el gobierno y se generan las condiciones para la irrupción de un
movimiento popular de protesta contra el uribismo. Pero, además, abre el
escenario de una transición pacífica de cara a las presidenciales de 2022.
4. Protestas inéditas de finales de
2019
A las semanas de
los resultados electorales, ya en noviembre, comenzaron largas jornadas
de protestas de toda índole, desde cacerolazos en urbanizaciones hasta saqueos
en ciudades, incluyendo marchas y protestas violentas, que llegaron al clímax
hacia finales de año con la realización de paros nacionales.
Un estallido social como el de noviembre y diciembre no se había visto
hace muchas décadas en Colombia. La movilización logró una articulación
de diversos sujetos politizados, como estudiantes y campesinos, con
masas populares no acostumbradas a movilizarse políticamente, especialmente
las mayorías urbanas, que siempre estaban a la sombra del conflicto central
colombiano.
Pero esta situación
inédita de protestas y condiciones generales no garantiza el triunfo electoral
de la izquierda o de una articulación antiuribista. El uribismo sigue siendo
una fuerza electoral que podría reacomodarse y volver a ganar incluso si se
produjera una alianza entre derecha e izquierda en contra del movimiento.
5. El fin del conflicto central con
las FARC
Es imposible
entender el escenario posturibista sin analizar el fin del conflicto con las
FARC, un movimiento guerrillero que se preparó militarmente para tomar el poder
en Colombia y durante largos años controló buena parte del territorio
colombiano donde el Estado era prácticamente inexistente.
Concretados los
acuerdos de paz, el estado de guerra y las prácticas bélicas para hacer
política, como el asesinato de líderes de oposición y periodistas críticos, así
como la represión hacia poblaciones enteras que eran influenciadas por las
FARC, han venido perdiendo el halo de impunidad que tenían.
El principal aliado
del uribismo, las fuerzas militares de EE.UU., ha comenzado a tener problemas
para perpetuar su influencia en el país
A su vez, la alianza con EE.UU., que se creía firme, no
ha contado con la aquiescencia de sectores que anteriormente eran proclives a
recibir tropas y otras ayudas para combatir las FARC.
En fin, el
principal aliado del uribismo, las fuerzas militares de EE.UU., ha comenzado a
tener problemas para perpetuar su influencia en el país.
La Colombia del uribismo se convirtió en la cabeza de playa del Ejército
estadounidense para América Latina, y especialmente para confrontar el auge del
chavismo en Venezuela, pero también de toda la izquierda en la región, como
Rafael Correa en Ecuador y Lula da Silva en Brasil. Mientras el
progresismo avanzaba en América Latina, el uribismo aferraba a Colombia a las
políticas conservadoras y de derecha.
Toda esta
situación, agravada por las consecuencias de la guerra social, recomponen el
cuadro institucional y político para intentar crear condiciones que pasen
página al conflicto y permita el desarrollo político postbelicista.
Sin el conflicto
con las FARC, pierden sentido las bases bélicas de la cooperación entre los
gobiernos de Colombia y los de EE.UU.
Ociel Alí López
Es sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de
Venezuela. Ha sido ganador del premio municipal de Literatura 2015 con su
libro Dale más gasolina y del premio Clacso/Asdi para jóvenes
investigadores en 2004. Colaborador en diversos medios de Europa, Estados
Unidos y América Latina.
–Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de
exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto
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