No es sencillo el tema pero aún se complica más, si dentro de una misma tradición de pensamiento surgen interpretaciones y aproximaciones dispares.
Hemos recuperado un trabajo de Ellen Meiksins Wood sobre la cuestión en la obra de Thompson y que responde a los interrogantes planteados…
Publicado el 5 mayo 2016
por Antonio Olivé
Ningún otro rasgo es más característico de los marxismos occidentales, ni más revelador de sus premisas profundamente antidemocráticas.
Tanto si se trata de la Escuela de Frankfurt como de Althusser, están marcados por el mismo fuerte énfasis en el peso ineluctable de los modos ideológicos de dominación: una dominación que destruye cada espacio para la iniciativa o la creatividad de la masa del pueblo; una dominación de la que solamente la minoría ilustrada de los intelectuales puede liberarse […] es ésta una triste premisa con la cual debería emprender la teoría socialista (todos los hombres y mujeres, a excepción de nosotros, son originalmente estúpidos) y que conduce naturalmente a conclusiones pesimistas o autoritarias.
Si no estás
obnubilado por la Champions y andas por aquí vamos a intentar no
defraudarte.
Marx no fue el descubridor de las clases pero
puso a éstas y a su lucha en el centro de su esquema: un modelo macro de dos
clases principales en conflicto.
Hasta ahí está claro pero, ¿qué ocurre cuando
descendemos al nivel micro?; nuestro vecino, el tendero, que trabaja de sol a
sol siete días, ¿es un malvado burgués?; y el director de marketing del BBVA
¿es un proletario?.
Y aún más, ¿es lo mismo la estratificación y la estructura
de clase o el análisis de clases?¿cómo se convierte la ‘clase en si’ en ‘clase
para si’?.
No es sencillo el
tema pero aún se complica más, si dentro de una misma tradición de pensamiento
surgen interpretaciones y aproximaciones dispares.
Hemos recuperado un trabajo
de Ellen Meiksins Wood sobre la cuestión en la obra de Thompson y
que responde a los interrogantes planteados…
Salud y revolución.
Olivé
______________________________________________________________
EL CONCEPTO DE
CLASE EN E. P. THOMPSON
Ellen Meiksins Wood 1
E. P. Thompson,
Miseria de la teoría
E.P. Thompson ha partido
siempre, en sus trabajos, de la premisa de que la teoría tiene implicaciones
para la práctica. La definición de clase con que inicia su innovador
estudio, La formación histórica de la clase obrera, con su énfasis
en la clase como proceso activo y como relación histórica, sin duda fue
formulada para reivindicar a la clase frente a los científicos sociales e
historiadores que niegan su existencia; pero también pretendía contrarrestar
tanto las tradiciones intelectuales como las prácticas políticas que suprimen
la actuación humana y en particular niegan la autoactividad de la clase
trabajadora en la construcción de la historia. Al situar la lucha de clases en
el centro de la teoría y la práctica, Thompson pretendía
rescatar la “historia desde abajo” no sólo como empresa intelectual sino
como proyecto político, tanto contra las opresiones de la dominación de clase
cuanto contra el programa de “socialismo desde arriba“, en sus diversas
encarnaciones desde el fabianismo hasta el stalinismo.2
Sus recientes ataques
contra el marxismo althusseriano se dirigían igualmente contra lo que él ve
como sus deformaciones teóricas y contra la práctica política que halla
inscrita en ellas.
Los críticos de Thompson han
pagado con la misma moneda.
En su concepto de clase, y el proyecto histórico
basado en el mismo, han hallado a menudo una unidad de teoría y práctica en la
que un “socialismo populista” romántico se basa en un fundamento teórico
―o más bien, a-teórico― de “empiricismo indiscriminado“,3 “subjetivismo”
y “voluntarismo“.
Lo que sigue es un intento por evaluar estas
afirmaciones explorando la teoría de la clase de Thompson,
identificando los objetivos a los que tiende y, finalmente, interpretando el
mensaje político que contiene.
El objetivo es decir algo acerca de Thompson en
particular, pero también, en el proceso, plantear algunas cuestiones más
generales sobre los debates actuales en la teoría marxista y acerca de las
opciones políticas implícitas en ellas.
El caso en contra de
la concepción de la clase de Thompson ha sido expresado
recientemente de forma más especialmente efectiva por Stuart Hall:
Si la conciencia de
clase es en sí misma un proceso histórico, y no puede derivar simplemente de la
posición económica de los agentes de clase (un marxismo realmente
no-reductivo), entonces todo el problema de la política marxista queda atrapado
en las conexiones, relacionadas pero no necesariamente correspondientes, entre
la clase-en-símisma y la clase-para-sí-misma.
El fundir a ambas en la categoría
global de “experiencia” equivale a implicar ―no obstante todas las complejidades
de cualquier análisis particular― que “la clase” está siempre realmente en su
sitio, a la mano, y que puede ser convocada “para el socialismo”.
Algo muy
parecido a esto es lo que se encuentra, por ejemplo, en la noción de “historia
del pueblo” del History Workshop; como si simplemente el relatar la historia de
las opresiones y luchas pasadas fuese suficiente para hallar la promesa del
socialismo ya presente, plenamente constituida, nada más aguardando a
“pronunciarse”.
A menudo, se implica también en las elocuentes invocaciones de
Thompson a las tradiciones de los “ingleses nacidos libres” y del “pueblo
común”, que viven en la tradición popular con sólo que puedan librarse de sus
constituyentes burgueses.
Pero todo el historial del socialismo, incluso y
especialmente en el momento presente, va contra este “populismo” excesivamente
simple.
Una teoría marxista no reductiva debe significar el hacer frente a todo
lo que se implica al decir que el socialismo tiene que ser construido mediante
una práctica política real, no simplemente “redescubierto” en una reflexión
histórica recuperativa.4
Aquí, en una
declaración concisa y relativamente comprensiva, se resumen las críticas más
importantes (aunque no, como ya veremos, necesariamente consecuentes entre sí)
que a menudo se hacen a Thompson.
Es especialmente importante
plantear el argumento en la forma aquí elaborada por Stuart Hall porque
éste ataca el problema precisamente en el punto crucial: las consecuencias
prácticas y políticas inmediatas de la posición teórica de Thompson.
Thompson ha sido acusado
frecuentemente de sumergir los determinantes objetivos o las condiciones
estructurales de la clase en una noción esencialmente subjetiva e
históricamente contingente de “experiencia“. Se dice que define la clase
en términos de conciencia de clase y cultura en vez de reconocer el principio
materialista fundamental de que “las clases están constituidas por modos de
producción” que objetivamente distribuyen a la gente en clases.5 Por consiguiente,
niega que las clases puedan definirse estructuralmente con alguna precisión “con
referencia a las relaciones de producción“.6 Algunos críticos
sugieren que, como consecuencia, para Thompson no hay clase
donde no hay conciencia de clase. Stuart Hall, sin embargo, adopta
en apariencia otro punto de vista acerca de lo que se deriva de la concepción
de Thompson de la experiencia de clase; y cualesquiera que
sean las fallas de la interpretación de Hall, es al menos más
consecuente con la práctica histórica de Thompson.
La idea es que
absorbiendo o elevando las condiciones estructurales de la clase “al nivel
de ‘la experiencia’ “7 ―es decir, absorbiendo los
determinantes objetivos en experiencias subjetivas, conciencia y cultura― en
efecto Thompson descubre, a la clase en todas partes, completa
y “pronta” en todas las manifestaciones de cultura popular.
Según este
argumento, en la medida en que Thompson trata efectivamente
todas las experiencias vividas por las clases subordinadas en igual forma y sin
distinción como experiencias de clase, y más particularmente, todas sus
protestas y resistencias igualmente como luchas de clase, sucumbe a una especie
de “populismo demasiado simple“, una fe revolucionaria en el potencial
revolucionario de la cultura popular, y subestima la necesidad de una práctica
política organizada y ardua para construir la lucha por el socialismo.
Sin embargo, hay otro
aspecto en esta cuestión. Después de todo, no es Thompson ―en
verdad, Thompson menos que nadie― quien ve la formación de
clases como algo carente de problemas, un reflejo mecánico de las estructuras
objetivas. Decir que “la conciencia de clase es en sí misma un proceso
histórico, y no puede derivar simplemente de la posición económica de los
agentes de clase” es precisamente negar que” ‘la clase’ está siempre
realmente en su sitio“.
La conclusión de que la clase siempre está ahí,
pronta, puede decirse que se adapta mucho mejor a la premisa de que las clases
son dadas directamente por las relaciones objetivas de producción que al
principio en que verdaderamente se basa el trabajo histórico de Thompson:
que las clases deben ser hechas o formadas, y que son hechas y formadas en el
proceso de conflicto y lucha.
En realidad, es precisamente este principio, y la
insistencia de Thompson en explorar los procesos históricos de
formación de clases, lo que ha dado pie a los cargos de subjetivismo y
empirismo o la acusación de que confunde la clase con la conciencia de clase.
A
este respecto, lo que Stuart Hall toma aparentemente como subordinación
de Thompson a las condiciones estructurales de la experiencia
histórica procede exactamente de su negativa a dar por descontado que la clase
siempre está en el lugar justo y en estado de alerta.
Existen
historiadores, como sugiere Stuart Hall, que tratan la “historia
de los pueblos” y la evocación romántica de las tradiciones artesanales
como si fuesen sustitutos de la lucha política y la construcción del
socialismo.
Y estos historiadores pueden haber hallado en el concepto de “experiencia”
una especie de garantía teórica para su proyecto.
La imprecisión conceptual y
política que describe Hall puede incluso haber sido alentada
por Edward Thompson, especialmente en la medida en que trata de
ocultar la agudeza teórica de su propio trabajo en un esfuerzo por disociarse
del “teoricismo” de sus adversarios.
En conjunto, sin embargo, en estas
cuestiones Thompson ha recibido tan flacos servicios de sus
más fieles amigos como de sus más duros críticos.
LA DEFINICIÓN ESTRUCTURAL DE LA CLASE
La cuestión, pues, es
si la recuperación histórica que hace Thompson de la clase
disuelve en realidad los determinantes estructurales de la clase en un
revoltijo de experiencias subjetivas e históricamente específicas, “fundiendo
los dos principios diferentes de clase en sí misma y clase para sí misma”
en “la categoría global de experiencia“; bien sea en el sentido de que
la clase no tiene para él ninguna realidad objetiva aparte de la conciencia de
clase, o en el sentido de que es incapaz de distinguir entre experiencia
popular y conciencia de clase revolucionaria.
Un crítico reciente
acusó a Thompson de creer erróneamente que, debido a que “las
relaciones de producción no determinan mecánicamente la conciencia de clase“,
“la clase no debe ser definida simplemente en términos de relaciones de
producción“.8
En contra
de Thompson, Gerald Cohén argumenta que la clase
puede ser definida “estructuralmente“, “con más o menos (si no es
que, acaso, ‘matemática’) precisión en referencia a las relaciones de
producción“.9
Thompson,
sugiere Cohén, rechaza la definición estructural de clase y define
la clase “en referencia a” la conciencia de clase y a la cultura en vez
de a las relaciones de producción.
“El resultado“, afirma Perry
Anderson, coincidiendo con el juicio de Cohén, “es una
definición de la clase excesivamente voluntarista y subjetivista […]“.10
Es posible argumentar
que Thompson nos dice demasiado poco acerca de las relaciones
de producción y que no las define con suficiente detalle. Bien puede ser que
tome demasiadas cosas por descontadas.
Sin embargo, acusarlo de definir a la
clase “en referencia” o “en términos de” conciencia de clase, en
vez de por las relaciones de producción, es simple y sencillamente no entender
su postura.
Para Thompson, no se trata de definir a las clases “en
referencia a” la conciencia de clase en vez de a las relaciones de
producción, sino más bien de investigar los procesos mediante los cuales las
relaciones de producción dan lugar en realidad a las formaciones de clase y la
“disposición a comportarse como clase“.
En este aspecto, no está en
absoluto claro que la concepción de Thompson de la clase sea
incompatible, por ejemplo, con la siguiente afirmación de Perry
Anderson, aunque Anderson pretende hacer de ella una
réplica a Thompson, un ataque a su definición de clase
excesivamente voluntarista y subjetivista, y una expansión del argumento
de Cohén:
El modo dominante de
producción es, y debe ser, lo que confiere unidad fundamental a una formación
social, otorgando sus posiciones objetivas a las clases dentro del mismo y
distribuyendo a los agentes dentro de cada clase.
El resultado, típicamente, es
un proceso objetivo de lucha de clase […] la lucha de clases no es una
prioridad causal en la sustentación del orden, porque las clases están constituidas
por modos de producción, y no viceversa. 11
Ahora bien, a no ser
que la proposición de que “las clases están constituidas por modos de
producción” se interprete en el sentido ―lo que en el caso de Perry
Anderson indudablemente no debe ser― de que los modos de producción
constituyen inmediatamente formaciones de clase activas o que el proceso de
formación de clases es sencillo y mecánico, Thompson (sin duda
con algunas reservas estilísticas) podría aceptarlo gustosamente.
El peligro es
que podemos exigir demasiado de la fórmula “los modos de producción
constituyen clases“, con su engañosa precisión.
Podemos caer en una
petición de principio a propósito de la clase y conceptualizar, hasta
evaporarlos, los problemas más esenciales y difíciles mediante una evasiva
conceptual.
La proposición de que “las clases están constituidas por modos
de producción” puede ocultar la cuestión de cómo es que las formaciones de
clase están constituidas por modos de producción y cómo, una vez que los “agentes”
han sido objetivamente “distribuidos” dentro de cada clase, estas clases
objetivamente constituidas dan origen a formaciones de clase reales (y
cambiantes).
El proyecto histórico
de Thompson presupone que las relaciones de producción
distribuyen a la gente en situaciones de clase, que estas situaciones llevan
consigo antagonismos objetivos esenciales y conflictos de intereses, y que por
consiguiente crean condiciones de lucha.
Las formaciones de clase y el
descubrimiento de la conciencia de clase surgen del proceso de la lucha, a
medida que la gente “experimenta” y “maneja” sus situaciones de
clase. En este sentido es que la lucha de clases precede a las clases.
Decir
que la explotación es “experimentada en forma de clase y sólo luego da
origen a las formaciones de clase” es decir precisamente que las
condiciones de explotación, las relaciones de producción, están objetivamente
allí para ser experimentadas.12
No obstante, las determinaciones
objetivas no se sobreimponen a un material desnudo y en blanco sino a seres
históricos activos y conscientes.
Las formaciones de clase emergen y se
desarrollan “conforme hombres y mujeres viven sus relaciones productivas y
experimentan sus situaciones determinadas, dentro del ‘conjunto de relaciones
sociales’, con su cultura y expectativas heredadas, y conforme manejan estas
experiencias en formas culturales“.
13 Ciertamente, esto significa
que ninguna definición estructural de clase puede por sí sola resolver el
problema de la formación de clase y que “ningún modelo puede darnos lo que
debería ser la ‘verdadera’ formación de clase para cierta ‘etapa’ del proceso“.14
Al mismo
tiempo, si a las formaciones de clase las genera el “vivir” y el “experimentar“,
dentro de una compleja totalidad de relaciones sociales y legados históricos,
ellas presuponen lo que se vive y experimenta: las relaciones productivas y las
situaciones determinadas “en las que los hombres nacen, o entran
voluntariamente“.15
Con el fin de
experimentar cosas en “formas de clase” las personas deben ser
objetivamente distribuidas en situaciones de clase; pero éste es el principio,
no el fin, de la formación de clases.
No es una cuestión pequeña ―o
teóricamente trivial― la de distinguir entre la constitución de clases por
modos de producción y el proceso de formación de clases.
Tampoco es superfluo
sugerir, por más completamente que podamos lograr situar deductivamente a las
personas en un mapa de locaciones de clase, que la cuestión problemática de la
formación de clases seguirá existiendo y podrá proporcionar respuestas que,
tanto teórica como políticamente, son más significativas.
De hecho, se acusa
a Thompson de voluntarismo y subjetivismo no porque descuide
las determinaciones objetivas de clase, estructurales, sino al contrario,
porque se niega a relegar el proceso de formación de clases ―que es su
preocupación básica― a una esfera de simple contingencia y subjetividad alejada
de la esfera de la determinación material objetiva, como sus críticos parecen
hacer.
Thompson no procede de un dualismo teórico que opone la
estructura a la historia e identifica la explicación “estructural” de la
clase con el trazado de locaciones de clases objetivas y estáticas al tiempo
que reserva el proceso de formación de clases para una forma aparentemente
menor de explicación histórica y empírica.
Por el contrario, Thompson ―tomando
seriamente los principios del materialismo histórico y su concepción de los
procesos históricos estructurados materialmente― trata el proceso de formación
de clases como proceso histórico moldeado por la “lógica” de las
determinaciones materiales.
De hecho, Thompson podría
devolver las críticas a sus opositores. Uno de sus principales objetivos al
rehusarse a definir la clase como una “estructura” o “cosa“, como
señala en La formación histórica de la clase obrera, consistió en
reivindicar el concepto de clase en contra de aquellos ―especialmente los
científicos sociales burgueses― que niegan su existencia excepto como “una
construcción teórica peyorativa, impuesta a la evidencia“.16
Thompson ha replicado a
tales negativas insistiendo en la clase como una relación y un proceso, que
debe observarse durante cierto tiempo en tanto patrón de relaciones sociales,
instituciones y valores.
La negación de la
clase, especialmente allí donde no hay claridad histórica para imponer su
realidad ante nuestra atención, no se puede contestar simplemente recitando la
definición “estructural” de la clase.
Esto, en realidad, no es mejor que
la reducción de la clase a una construcción teórica impuesta a la evidencia.
Lo
que se necesita es un modo de demostrar cómo la estructuración de la sociedad
en “formas de clase” afecta efectivamente las relaciones sociales y los
procesos históricos. Así pues, la cuestión consiste en tener una concepción de
la clase que nos invite a descubrir cómo las situaciones objetivas de la clase
moldean realmente la realidad social, y no simplemente afirmar y reafirmar la
proposición tautológica de que “clase = relación con los medios de
producción“.
El concepto de clase como relación y proceso enfatiza que las
relaciones objetivas con los medios de producción son significativas en la
medida en que establecen antagonismos y generan conflictos y luchas; que estos
conflictos y luchas moldean la experiencia social “en formas de clase“,
incluso cuando no se expresan en conciencia de clase y formaciones claramente
visibles; y que a través del tiempo podemos discernir cómo estas relaciones
imponen su lógica, su esquema, en los procesos sociales.
Las concepciones de
clase puramente “estructurales” no nos exigen examinar las formas como
la clase impone realmente su lógica, puesto que las clases están simplemente
ahí por definición.
No obstante, a Thompson se
le ha atacado en base a que, al no definir la clase en términos puramente “estructurales“,
ha hecho el concepto inaplicable a todos los casos históricos en los que no
puede discernirse alguna conciencia de clase.17
Sin embargo, el énfasis en la
clase como relación y proceso es especialmente importante precisamente al
tratar de casos donde no se dispone de expresiones bien definidas de conciencia
de clase para proporcionar evidencia incontestable de la clase.
Esto se aplica
en particular a las formaciones sociales anteriores al advenimiento del
capitalismo industrial, el cual, en la Inglaterra del siglo XIX produjo por
primera vez en la historia formaciones de clase visibles sin ninguna
ambigüedad, forzando a los observadores a tomar nota de la clase, y a
proporcionar instrumentos conceptuales para aprehenderla.
En efecto, Thompson es
probablemente el único marxista que, en vez de evadir la cuestión, ha tratado
de dar una explicación de la clase que puede aplicarse en esos casos ambiguos.
Su propósito aquí no ha sido el de negar la existencia de la clase en ausencia
de la conciencia de clase sino, por el contrario, responder a tales negativas
mostrando cómo los determinantes de clase moldean los procesos sociales, cómo
la gente actúa “en formas de clase“, incluso antes ―y como precondición―
de las formaciones “maduras” de clase con sus instituciones y valores
conscientemente definidos como clase.18
Así, por ejemplo, la fórmula “lucha
de clase sin clase“, que Thompson propone tentativamente
para describir la sociedad inglesa en el siglo XVIII, pretende precisamente
transmitir los efectos de las relaciones sociales estructuradas como clase
sobre los agentes faltos de conciencia de clase y como precondición para las
formaciones de clase conscientes.
Por consiguiente, la lucha de clase precede a
la clase, tanto en el sentido de que las formaciones de clase presuponen una
experiencia del conflicto y la lucha que nacen de las relaciones de producción,
cuanto en el sentido de que hay conflictos y luchas estructurados “en formas
de clase” incluso en formaciones sociales que todavía no tienen formaciones
de clase con conciencia de clase.
Alegar que se
requiere una definición puramente estructural para rescatar la aplicabilidad
universal de la “clase” es lo mismo que sugerir que en ausencia de la
conciencia de clase las clases existen sólo como “relaciones objetivas con
los medios de producción“, sin ninguna consecuencia práctica para la
dinámica del proceso social.
Así pues, quizá no sea Thompson, sino
sus críticos, quienes efectivamente reducen la clase a conciencia de
clase. Thompson, por el contrario, parece argumentar que “las
relaciones objetivas de producción” siempre importan, se hallen o no
expresadas en una conciencia de clase bien definida; si bien importan en formas
diferentes en distintos contextos históricos y sólo producen formaciones de
clase como resultado de procesos históricos.
La cuestión está en tener una
concepción de la clase que dirija nuestra atención precisamente al cómo, y de
qué modos diferentes, importan las situaciones objetivas de clase.
Thompson, por tanto, dice
efectivamente que las clases surgen o “suceden” porque las personas “en
relaciones productivas determinantes” ―y que consiguientemente comparten
una experiencia común― identifican sus intereses comunes y llegan a pensar y
valorar “en formas de clase“;19 pero no por ello tenemos derecho
a concluir que las clases no existen para él, en ningún sentido importante,
como realidades objetivas antes del surgimiento de la conciencia de clase.
Por
el contrario, la conciencia de clase depende de la fuerza determinante de las
situaciones objetivas de clase.
Si Thompson efectivamente
distingue entre situaciones de clase y formaciones de clase, es quizá porque, a
diferencia de aquellos que equiparan la clase con las relaciones de producción,
él encuentra necesario distinguir entre las condiciones de la clase y la clase
misma.
Y si subraya esta distinción, es con el fin de enfocar la atención a los
complejos y a menudo contradictorios procesos históricos mediante los cuales,
en determinadas condiciones históricas, las primeras dan origen a las segundas.
En cuanto a las definiciones de clase puramente “estructurales“, puesto
que no pueden definir formaciones de clase plenamente acabadas, o bien
pretenden simplemente indicar las mismas presiones determinantes ejercidas por
las distribuciones objetivas de clases en procesos históricos variables ―de
manera que la diferencia entre Thompson y sus críticos es
principalmente una cuestión de énfasis―, o tales definiciones no se refieren a
nada importante en absoluto.
LA FORMACIÓN DE LA
CLASE OBRERA INGLESA
La proposición de
que Thompson desdeña las determinaciones objetivas a favor de
los factores subjetivos ha sido puesta a prueba prácticamente por Perry
Anderson en una crítica especialmente detallada de su mayor obra
histórica, La formación histórica de la clase obrera.
Anderson arguye
que, en este trabajo, las condiciones objetivas de la acumulación de capital y
de industrialización son tratadas como secundarias y externas a la formación
del proletariado inglés:
No son las
transformaciones estructurales ―económicas, políticas y demográficas […] las
que constituyen el objeto de su investigación, sino más bien sus precipitados
en la experiencia subjetiva de quienes vivieron a lo largo de aquellos
“terribles años”.
El resultado es fundir la compleja multiplicidad de
determinaciones objetivas-subjetivas, cuya totalización de hecho generó a la
clase obrera inglesa, en una simple dialéctica entre sufrimiento y resistencia
cuyo movimiento total es interno a la subjetividad de la clase.20
De hecho,
sugiere Anderson, el advenimiento del capitalismo industrial se
convierte simplemente en un momento en un largo proceso básicamente “subjetivo“,
retrocediendo hasta la época Tudor, en donde la formación de la clase obrera
inglesa aparece como un desarrollo gradual en una tradición constante de
cultura popular.21
No existe,
según Anderson, ningún tratamiento real del proceso histórico total
en el que grupos heterogéneos de artesanos, pequeños propietarios, trabajadores
agrícolas, trabajadores a domicilio y pobres ocasionales eran gradualmente
agrupados, distribuidos y reducidos a la condición de mano de obra sometida al
capital, primero en la dependencia formal del contrato salarial, y por último
en la dependencia real respecto de la integración en los medios mecanizados de
producción.22
Por lo tanto, Thompson no
nos da ningún medio de probar su argumento de que “la clase obrera inglesa
se hizo a sí misma tanto como fue hecha“, puesto que no nos proporciona
ninguna medida de la relación proporcional entre “agente” y “necesidad“.
Lo que se necesitaría es por lo menos una “exploración conjunta de la
agrupación y transformación objetiva de una fuerza de trabajo por la revolución
industrial, y de la germinación subjetiva de una cultura de clase en respuesta
a aquélla“.23
Concentrándose
en “la experiencia inmediata de los productores en vez de en el modo de
producción mismo“, Thompson nos da solamente los elementos
subjetivos de la ecuación.24
Anderson aisla
correctamente dos de los temas más característicos y problemáticos del
argumento de Thompson: su énfasis en la continuidad de las
tradiciones populares a través de la “catastrófica” ruptura que
significó la revolución industrial; y su insistencia en situar históricamente
los momentos cruciales en la formación de la clase obrera inglesa de tal forma
que el momento álgido viene en el periodo 1790-1832, esto es, antes de que la
transformación real de la producción y la fuerza de trabajo por el capitalismo
industrial estuviese muy avanzada y sin tomar en cuenta los tremendos cambios
ocurridos en la clase trabajadora desde entonces.25
Cierto que aquí
surgen dificultades, como sugiere Anderson. El énfasis en la
continuidad de las tradiciones populares ―tradiciones más viejas y no
específicamente proletarias, sino artesanales y “democráticas“― puede
hacer difícil el percibir a primera vista lo que hay de nuevo en la clase
obrera de 1790-1832, qué es lo específicamente proletario o característico, del
capitalismo industrial, en esta formación de clase.
¿Qué es, exactamente, lo
que ha sido “hecho“, y qué papel representa el advenimiento del nuevo
orden de capitalismo industrial en su hechura? Los parámetros temporales
también pueden presentar problemas.
Concluir el proceso del “hacer” en
1832, cuando la transformación industrial estaba lejos de concluirse, puede
parecer implicar que los desarrollos en la conciencia de clase, instituciones y
valores subrayados por Thompson ocurrieron independientemente
de las transformaciones “objetivas” en el modo de producción.
Indudablemente, hay
muchas cuestiones historiográficas que se pueden discutir aquí a propósito de
la naturaleza y evolución de la clase obrera inglesa.
Pero la cuestión
inmediata es si la insistencia de Thompson en la continuidad
de las tradiciones populares, así como su aparentemente idiosincrática
periodización de la formación de la clase obrera, reflejan una preocupación por
factores subjetivos a expensas de las determinaciones objetivas.
¿Es la
intención de Thompson establecer desarrollos “subjetivos”
(la evolución de la cultura popular) contra factores “objetivos” (los
procesos de acumulación de capital e industrialización) ?
El primer punto que
llama la atención en el argumento de Thompson es que, a pesar
de toda su insistencia en la continuidad de la cultura popular, él considera su
argumento no como una negación sino como una reafirmación de su opinión de que
el periodo de la Revolución industrial representa un punto histórico
importante, de hecho “catastrófico“, señalado por el surgimiento de una
clase suficientemente nueva para parecer “una nueva raza“.
En otras
palabras, su objetivo no es afirmar la subjetiva continuidad de la cultura de
la clase obrera contra las transformaciones objetivas radicales del desarrollo
capitalista sino, al contrario, revelar y explicar los cambios dentro de las
continuidades.
En parte, los énfasis de Thompson están
destinados a cubrir los términos específicos de los debates en los que está
empeñado: debates acerca de los efectos de la revolución industrial tales como
la cuestión del “nivel de vida“, controversias entre análisis “catastróficos”
y “anticatastróficos” o “empiristas“, y así sucesivamente.
Entre
otras cosas, está respondiendo a una variedad de ortodoxias históricas ―e
ideológicas― recientes, que cuestionan la importancia de las dislocaciones e
interrupciones traídas por el capitalismo industrial, o, en caso que admitan la
existencia de conflictos dentro de las tendencias generalmente progresivas y
mejora-doras de la “industrialización“, las atribuyen a causas externas
al sistema de producción: por ejemplo, a los “ciclos comerciales“.
Tales
argumentos van a veces acompañados por negaciones de que la clase trabajadora
―en contraste con diversas clases trabajadoras― existiera en absoluto.
Un
énfasis en la diversidad de la experiencia de la clase trabajadora, en las
diferencias entre la experiencia “preindustrial” de trabajadores a
domicilio o artesanos y la de los obreros industriales totalmente absorbidos en
el nuevo orden industrial, puede ser particularmente útil a la ideología
capitalista.
Por ejemplo, es especialmente útil en argumentos que confinan los
conflictos y dislocaciones engendradas por el capitalismo industrial a los
trabajadores “preindustriales” o tradicionales.
En estas
interpretaciones, la degradación de tales trabajadores resulta simplemente la
consecuencia inevitable e impersonal del “desplazamiento por los procesos
mecánicos“, el “progreso” y los métodos industriales perfeccionados,
mientras que el trabajador moderno avanza y asciende ininterrumpidamente.
Thompson reivindica el
punto de vista “catastrófico“, así como la noción de la clase
trabajadora, confrontando la evidencia aducida por sus críticos.
Una de sus
tareas consiste en explicar por qué, aunque a juzgar por ciertos patrones
estadísticos puede haber habido un ligero mejoramiento en los patrones materiales
estándar en el periodo 1790-1840, esta ligera mejoría fue experimentada por los
trabajadores como una “catástrofe“, la cual enfrentaron creando nuevas
formaciones de clase, “instituciones fuertemente basadas y
autoconscientes: sindicatos, sociedades cooperativas, movimientos educativos y
religiosos, organizaciones políticas, publicaciones“, junto con “tradiciones
intelectuales de la clase trabajadora, patrones comunitarios de la clase
trabajadora y una estructura de sentimientos de clase trabajadora“.26
Estas
instituciones y formas de conciencia son un testimonio tangible de la
existencia de una nueva formación obrera, no obstante la aparente diversidad de
experiencias; y su expresión en la inquietud popular constituye un testimonio
en contra del punto de vista “optimista” acerca de la revolución
industrial.
Thompson, sin embargo, encara entonces el problema de
explicar el hecho de que esta formación de clase es ya visible cuando el nuevo
sistema de producción aún está sin desarrollarse; que gran número de los
trabajadores que constituyen esta formación de clase, y de hecho inician sus
instituciones características, aparentemente no pertenecen a una “raza nueva”
producida por la industrialización, sino que siguen perteneciendo a formas
ostensiblemente “preindustriales” de mano de obra a domicilio y
artesanal; y que la mano de obra fabril probablemente (excepto en los distritos
textiles) no formaba “el núcleo del movimiento laboral” antes de finales
de la década de 1840.27
A la luz de
estos datos, sería difícil sostener que la nueva clase fue simplemente creada
por las nuevas formas de producción características del capitalismo industrial.
Para explicar la incontestable presencia de formaciones de clase que unieron
las formas de trabajo nuevas y tradicionales ―artesanos, trabajadores a
domicilio, obreros fabriles― se hace necesario identificar una experiencia
unificadora, que también explica por qué el impacto “catastrófico” de la
revolución industrial fue experimentado en sectores aparentemente aún intocados
por la transformación de la producción industrial.
Aquí los críticos
de Thompson pueden argumentar ―como lo sugiere la crítica
de Anderson― que Thompson confía demasiado en las
experiencias “subjetivas“, en el sufrimiento y en la continuidad de la cultura
popular para superar la diversidad objetiva de artesanos y obreros fabriles sin
tomar en cuenta los procesos que en realidad, objetivamente, los unificaban en
una sola clase.
En realidad, estos críticos pueden argumentar que para Thompson no
es necesaria ninguna unidad objetiva para identificar a la clase obrera, en
tanto que pueda ser definida en términos de una unidad de conciencia.
Sin
embargo, puede responderse que tales críticas conceden demasiado a los
oponentes antimarxistas de Thompson.
Por ejemplo, los argumentos “optimistas”
y “empiristas” se basan, al menos implícitamente, en establecer una
oposición entre “hechos” y “valores“, entre sus propios patrones
“objetivos” y los patrones simplemente “subjetivos” relativos a
la “calidad de vida“.
Esta oposición puede utilizarse para oscurecer las
cuestiones reales relegando los problemas de la explotación, relaciones de
producción y lucha de clase ―que son el punto focal del argumento de Thompson―
a la esfera de la subjetividad, al tiempo que identifican la objetividad con
factores “duros“, “impersonales“: ciclos comerciales, tecnología,
índices salariales y de precios.
Thompson, aunque indudablemente
interesado en la “calidad de vida“, no define sus condiciones
simplemente en términos subjetivos, sino en términos de las realidades
objetivas de las relaciones capitalistas de producción y su expresión en la
organización de la vida.
Así, la única y más importante condición objetiva
experimentada en común por varios tipos de trabajadores durante el periodo en
cuestión fue la intensificación de la explotación; y Thompson dedica
la parte segunda y central de La formación histórica de la clase obrera,
precedida por un capítulo titulado “Explotación“, a una descripción de
sus efectos.28
Está interesado
no sólo en sus efectos sobre el “sufrimiento” sino en la distribución y
organización del trabajo (así como del ocio), muy especialmente sus
consecuencias para la disciplina laboral y la intensidad de trabajo, por
ejemplo en la extensión del horario laboral, la creciente especialización, el
quebrantamiento de la economía familiar, etcétera.29
También
considera en qué forma se expresaba la relación de explotación en “formas
correspondientes de propiedad y poder estatal“, en formas legales y políticas,
y cómo la intensificación de la explotación era agravada por la represión
política contrarrevolucionaria.30
Éstos son factores que
ciertamente, desde un punto de vista marxista, no pueden ser desdeñados como “subjetivos“;
y Thompson los contrasta con los “hechos desnudos” del
argumento “empirista“, no como subjetividad contra objetividad, sino
como determinaciones reales objetivas que subyacen a los “hechos“:
¿Mediante qué
alquimia social los inventos para ahorrar trabajo se convirtieron en agentes de
pauperización? El hecho desnudo ―una mala cosecha― puede parecer que está más
allá de la decisión humana.
Pero la forma como el hecho se manifestó fue en
términos de una trama particular de las relaciones humanas: ley, propiedad,
poder.
Cuando encontramos alguna sonora frase como “el poderoso flujo y reflujo
del ciclo comercial” debemos ponernos en guardia.
Porque detrás de este ciclo
comercial hay una estructura de relaciones sociales que protegen ciertos tipos
de expropiación (renta, interés, ganancia) y proscriben algunos otros (robo,
deudas feudales), legitimando algunos tipos de conflicto (competencia, guerra
armada) e inhibiendo otros (sindicalismo, motines por hambre, organizaciones
políticas populares) […]31
Las determinaciones
objetivas subyacentes que afectaron a los acontecimientos de 1790-1832 fueron,
pues, resultado de los modos capitalistas de expropiación, la intensificación
de la explotación que esto implicaba y la estructura de las relaciones
sociales, formas legales y poderes políticos que la sustentaban.
El punto
significativo es que estos factores afectaban tanto a las formas de trabajo “tradicional”
como a las nuevas; y su “experiencia” común, con las luchas que llevaba
consigo ―en un periodo de transición que produjo un momento de particular
transparencia en las relaciones de explotación, una claridad intensificada por
la represión política― subyace al proceso de formación de clase.
La importancia
particular y la sutileza del argumento de Thompson consiste
precisamente en su demostración de que la aparente continuidad de las formas “preindustriales”
puede ser engañosa.
Argumenta que la producción doméstica y artesanal fueron
ellas mismas transformadas ―incluso cuando no fueron desplazadas― por el mismo
proceso objetivo y el mismo modo de explotación que crearon el sistema fabril.
De hecho, a menudo fue en las industrias que empleaban trabajadores a domicilio
donde la nueva relación de explotación resultó más transparente.
Veamos, por
ejemplo, cómo responde a los argumentos que atribuyen las dificultades de la “industrialización”
simplemente al “desplazamiento por los procesos mecánicos“:
[…] no serviría de
nada explicar los aprietos de los tejedores o de los trabajadores
“desharrapados” como “instancias de la declinación de los viejos oficios al ser
desplazados por las innovaciones mecánicas”; y ni siquiera podemos aceptar la
afirmación, en su contexto peyorativo, de que “no fue entre los empleados
fabriles sino entre los trabajadores a domicilio, cuyas tradiciones y métodos
eran los del siglo XVIII, entre quienes los salarios eran los más bajos”.
La
idea a que nos conduce esta afirmación es que estas condiciones pueden ser
segregadas de alguna manera en nuestras mentes del auténtico impulso mejorador
de la revolución industrial; pertenecen a un orden “más viejo”, preindustrial,
mientras que las auténticas características del nuevo orden capitalista pueden
verse allí donde hay vapor, operadores fabriles e ingenieros comedores de
carne.
Pero el número de los empleados en industrias de trabajo a domicilio se
multiplicó enormemente entre 1780-1830; y muy a declarar que ambas eran
componentes complementarios de Eran los molinos que hilaban la fibra y las
fundiciones que hacían las barras de fierro las que requerían emplear
trabajadores a domicilio.
La ideología puede querer exaltar una cosa y
despreciar otra, pero los hechos nos obligarán a declarar que ambas eran
componentes complementarios de un único proceso [… ] Además de esto, la
degradación de los trabajadores a domicilio era muy raramente tan simple como
la frase “desplazados por un proceso de innovaciones mecánicas” lo sugiere; era
llevada a cabo por métodos de explotación similares a los de los trabajos
considerados más indignos y a menudo precedía a la competencia de las máquinas
[…]
En realidad, podemos decir que el trabajo a domicilio en gran escala era
tan intrínseco a esta revolución como la producción fabril y el vapor.32
En efecto, Thompson socava
los fundamentos ideológicos de sus adversarios simplemente desplazando el foco
del análisis de la “industrialización” al capitalismo.33
En otras
palabras, traslada nuestra atención de los factores puramente “tecnológicos“,
así como de los ciclos comerciales y las relaciones de mercado ―típicos
refugios de la ideología capitalista―, a las relaciones de producción y a la
explotación de clase.
Desde este punto de vista (marxista), Thompson puede
explicar la presencia histórica de las formaciones de clase obrera en las fases
más tempranas de la industrialización, basándose en que las relaciones de
producción y explotación esencialmente capitalistas estaban ya instaladas (y de
hecho eran las precondiciones para la industrialización misma).
Por numerosas
razones, Thompson no puede aceptar la simple proposición de
que el sistema fabril produjo, de pies a cabeza, una nueva clase trabajadora,
ni tampoco la sugerencia de que la “agrupación, distribución y
transformación” objetivas de la fuerza de trabajo tenían que preceder al
surgimiento de una conciencia de clase y una cultura “en respuesta” a
ellas.
No puede aceptar que la formación de la clase obrera a partir de “grupos
heterogéneos” tenía que aguardar a la terminación del proceso en el que
eran “agrupados, distribuidos y reducidos a la condición de mano de obra
subsumida por el capital, primero en la dependencia formal del contrato
salarial, por último en la dependencia real de la integración a los medios
mecanizados de producción“.
Por una parte, si las relaciones de producción
y explotación son los factores objetivos críticos que constituyen un modo de
producción, y si proporcionan el impulso para la transformación de los procesos
laborales, entonces la “sujeción formal” del trabajo al capital asume
una especial significación y primacía.
La “sujeción formal” representa
el establecimiento de la relación capitalista entre apropiador y productor y la
precondición para, y de hecho la fuerza motivadora de, la subsiguiente
transformación “real” de la producción, a menudo llamada “industrialización“.
Actúa como una fuerza determinante sobre diversos tipos de trabajadores, y como
experiencia unificadora, incluso antes de que el proceso de “sujeción real”
los incorpore a todos ellos y los “agrupe” en factorías.
En un sentido
muy importante, pues, es efectivamente la “experiencia” y no simplemente
una “agrupación” objetiva lo que une a estos grupos heterogéneos en una
clase; aunque “experiencia” en este contexto se refiere a los efectos de
determinaciones objetivas, las relaciones de producción y explotación de clase.
De hecho, la conexión entre relaciones de producción y formación de clase
probablemente no puedan nunca corregirse de otra manera, puesto que las
personas nunca son agrupadas directa y realmente en formaciones de clase en el
proceso de producción.
Incluso cuando el “agrupamiento y transformación”
de la fuerza laboral ha concluido, las personas son agrupadas todo lo más en
unidades de producción, factorías, etcétera.
Su agrupación en formaciones de
clase que trascienden tales unidades individuales es un proceso de tipo
diferente, que depende de su conciencia de, y propensión a actuar sobre, una
experiencia común e intereses comunes. (Más adelante volveremos sobre esto.)
Quizá Thompson está
siendo criticado por concentrarse en la sujeción formal a expensas de la real.
Ciertamente hay debilidades en sus argumentos surgidas de su enfoque en la
fuerza determinante y unificadora de la explotación capitalista y sus efectos
en los trabajadores “preindustriales“, y su relativo olvido de la
especificidad de la “industrialización” y la producción maquinista, la
posterior “catástrofe” ocasionada por la consumación de la “sujeción
real“.
Perry Anderson, por ejemplo, se refiere a los profundos
cambios en la organización industrial y política y en la conciencia de clase de
los trabajadores después de la década de 1840, cuando la transformación se
hallaba más o menos consumada; cambios que, según sugiere, el argumento
de Thompson no puede explicar.34
Pero esto no es
igual que decir que Thompson se concentra en determinaciones
subjetivas más que en las objetivas; a no ser desde el punto de vista de las
ortodoxias “optimistas” y “empiristas” de la ideología
capitalista, para las cuales las mismas premisas de la teoría marxista, con su
enfoque sobre las relaciones de producción y explotación de clase, pueden ser
rechazadas totalmente como “subjetivistas“.
Existen otras razones
teóricas y políticas más generales para negar que la formación de la clase
trabajadora inglesa fuese la “generación espontánea del sistema fabril“.
El principio teórico y metodológico básico de todo el proyecto histórico
de Thompson es que las determinaciones objetivas ―la
transformación de las relaciones de producción y de las condiciones de trabajo―
nunca se imponen sobre “alguna materia prima humana indefinible e
indiferenciada” sino sobre seres históricos, portadores de legados
históricos, tradiciones y valores.35
Esto significa, entre otras
cosas, que necesariamente hay continuidades que atraviesan todas las
transformaciones históricas, incluso las más radicales, y de hecho que las
transformaciones radicales pueden ser reveladas y sustanciadas precisamente
―¿sólo?― rastreándolas en las continuidades.
Una vez más, su propio énfasis en
la continuidad de la cultura popular no pretende negar sino identificar y
enfatizar las transformaciones que sufre.
Todo esto es quizá
característico de cualquier verdadero análisis histórico; pero en el argumento
de Thompson hay algo más.
Para su materialismo histórico es
esencial reconocer que “objetivo” y “subjetivo” no son entidades
separadas dualistamente (que se prestan fácilmente a la medición de “necesidad”
y “agente“), relacionadas una con otra sólo externa y mecánicamente, “una
de ellas secuencial respecto de la otra“, como estímulo objetivo y
respuesta subjetiva.36
Es necesario
incorporar de alguna manera en el análisis social el papel de los seres
históricos conscientes y activos, quienes son “sujetos” y “objetos”
a un mismo tiempo, simultáneamente agentes y fuerzas materiales en los procesos
objetivos.
Finalmente, el modo
de análisis de Thompson permite reconocer el papel activo de
la clase trabajadora, con su cultura y valores, en su propia “formación“.
Este papel puede ser oscurecido por formulaciones que hablan, por una parte,
del “agrupamiento y transformación de objetivos de la fuerza de trabajo por
la revolución industrial“, y por la otra ―secuencialmente― de “la
subjetiva germinación de una cultura de clase en respuesta a ella“.
El
reconocimiento de la autoactividad de la clase obrera es central no sólo en el
proyecto histórico de Thompson sino en su proyecto político.
LA CLASE COMO RELACIÓN Y PROCESO
La preocupación
de Thompson, por tanto, consiste en hacer a la clase visible en la
historia y hacer manifiestas sus determinaciones objetivas como fuerzas
históricas, como efectos reales en el mundo y no sólo como construcciones
teóricas que no se refieren a ninguna fuerza o proceso social real.
Esto quiere
decir que Thompson no debe localizar la esencia de la clase
simplemente en “posiciones estructurales” sino en relaciones: las
relaciones de explotación, conflicto y lucha que proporcionan el impulso a los
procesos de formación de clases.
Pero este mismo énfasis suele señalarse como
evidencia de su voluntarismo y subjetivismo, su descuido de las determinaciones
objetivas.
Claramente, su preferencia por tratar a la clase como relación y
proceso ―más que, por ejemplo, como una estructura que entra en relaciones y
sufre procesos― exige un examen más profundo, y quizá más explicación de la que
él mismo proporciona.
“La clase como
relación” verdaderamente implica dos relaciones: la existente entre las
clases y la existente entre los miembros de una misma clase.
La importancia de
enfatizar la relación entre las clases como esencial para la definición de la
clase es evidente por sí misma cuando se la considera en el contexto de teorías
de “estratificación” que ―ya sea que hagan hincapié en la distribución
del ingreso, grupos de ocupación, estatus o cualquier otro criterio― tienen que
ver con diferencias, desigualdades y jerarquía, no con relaciones.
Seguramente
huelga señalar las consecuencias, tanto sociológicas como ideológicas, de
emplear una definición de clase (si la clase se admite como una “categoría
de estratificación” en absoluto) que desecha como factores relaciones como
la dominación y la explotación.
En forma todavía más fundamental, tales
categorías de estratificación pueden hacer a la clase misma totalmente
invisible ¿Dónde se halla la línea divisoria entre las clases en un continuum
de desigualdad? ¿Dónde está la brecha cualitativa en una estructura de
estratificación? Incluso el criterio de relación con los medios de producción no
es suficiente para marcar tales fronteras y fácilmente puede ser asimilado a la
teoría de la estratificación convencional.
Es posible, por ejemplo, tratar las
“relaciones con los medios de producción” como meros diferenciales de
ingreso, situando su importancia no en las relaciones sociales explotadoras y
antagónicas que conllevan sino en las diferentes “oportunidades de mercado”
que confieren.37
Las diferencias
entre las clases se vuelven así indeterminadas e inconsecuentes.
Si las clases
entran en cualquier relación en absoluto, es la relación indirecta e impersonal
de la competencia individual en el mercado, en donde no hay brechas
cualitativas claras o antagonismos sino sólo un continuum cuantitativo de
relativa ventaja y desventaja en la competencia por bienes y servicios.
Es explícitamente
contra la clase como una “categoría de estratificación” que Thompson dirige
gran parte de su argumentación acerca de la clase como una relación, y
precisamente basándose en que las teorías de la estratificación tienden a
volver invisible a la clase.38
El blanco más obvio de este
ataque es la sociología antimarxista convencional, pero Thompson señala
a menudo que hay afinidades entre ciertos tratamientos marxistas de la clase y
estos trucos de prestidigitación sociológica, en la medida en que están más
interesados en las locaciones estructurales de las clases definidas abstractamente
en la ruptura social cualitativa expresada en la dinámica de las relaciones y
los conflictos de clase.
Si bien la
identificación de antagonismos en la relación entre clases es una condición
necesaria para una definición de la clase, no es suficiente.
Esto nos conduce a
la clase como relación interna, una relación entre miembros de una clase.
La
idea de clase como una relación en este sentido también implica cierta tesis
acerca de cómo están conectadas las clases con las relaciones de producción subyacentes.
La proposición de que
las relaciones productivas son el fundamento de las relaciones de clase es
indudablemente la base de cualquier teoría materialista de la clase; pero por
sí sola no hace avanzar mucho la cuestión.
Si no podemos decir que la clase es
sinónimo de las relaciones productivas, seguimos estando frente al problema
(que generalmente es evadido) de definir precisamente la naturaleza de la
conexión entre la clase y su fundamento en la producción.
Las relaciones de
producción son las relaciones entre personas unidas por el proceso de
producción y los nexos antagónicos entre quienes producen y quienes se apropian
su trabajo excedente.
La división entre productores directos y los apropiadores
de su trabajo excedente, el antagonismo de intereses inherentes a esta
relación, sin duda define las polaridades subyacentes a los antagonismos de
clase. Sin embargo, las relaciones de clase no son reductibles a relaciones
productivas.39
Primero, las
polaridades claras (cuando son claras) inherentes a las relaciones de
producción no ubican nítidamente a todos los miembros potenciales de las clases
históricas.
Más fundamentalmente, incluso si el apropiador individual debe su
poder de explotación al poder de clase que lo respalda, no son las clases, las que
producen y apropian.
Para decirlo muy sencillamente: las personas agrupadas en
una clase no están todas ellas directamente vinculadas por el proceso de
producción mismo o por el proceso de apropiación.
Los trabajadores de
una fábrica, agrupados por el capitalista en una división cooperativa del
trabajo, están directamente vinculados al proceso de producción.
Cada uno de
los trabajadores está también en una especie de relación directa con el
capitalista particular (individual o colectivo) que se apropia su plusvalía,
igual como el campesino está directamente relacionado con el latifundista que
se apropia de su renta. Una relación directa de algún tipo puede también
decirse que existe, por ejemplo, entre los campesinos que trabajan
independientemente unos de otros pero que comparten al mismo terrateniente, aun
cuando no se unan deliberadamente en contra suya.
La relación entre miembros de
una clase, o entre estos miembros y otras clases es, sin embargo, de una
especie diferente.
Ni el proceso de producción mismo ni el proceso de
extracción de plusvalía pueden realmente agruparlos.
La “clase” no se
refiere simplemente a los trabajadores agrupados en una unidad de producción u
opuestos a un explotador común en una unidad de apropiación.
La clase implica
una conexión que se extiende más allá del proceso de producción inmediato y del
nexo inmediato de extracción, una conexión que se proyecta a través de las
unidades de producción y apropiación particulares.
Las conexiones y oposiciones
contenidas en el proceso de producción son la base de la clase; pero la
relación entre personas que ocupan posiciones similares en las relaciones de
producción no la da directamente el proceso de producción y apropiación.
Los lazos que
vinculan a los miembros de una clase no se definen con la simple afirmación de
que la clase es determinada estructuralmente por las relaciones de producción.
Todavía falta por explicar en qué sentido y a través de cuáles mediaciones las
relaciones de producción establecen contactos entre personas que, aunque ocupen
posiciones similares en las relaciones de producción, no están efectivamente
agrupadas en el proceso de producción y apropiación.
En La formación
histórica de la clase obrera, como ya vimos, Thompson estudió
precisamente esta cuestión.
Allí buscó explicar la existencia de relaciones de
clase entre trabajadores, no directamente agrupados en el proceso de producción
e incluso ocupados en formas de producción ampliamente divergentes.
En su
análisis, indudablemente fueron las relaciones de producción las que ocuparon
el núcleo de estas relaciones de clase; pero las presiones estructurales
determinantes de las relaciones de producción sólo podían demostrarse por
cuanto se manifestaban ellas mismas en un proceso histórico de formación de
clases, y esas presiones sólo podían ser aprehendidas teóricamente
introduciendo el concepto mediador de “experiencia“.
La formación de
clases es particularmente difícil de explicar sin recurrir a conceptos como la
“experiencia” de Thompson.
Si bien las personas pueden participar
directamente en la producción y la apropiación ―las combinaciones, divisiones
y conflictos generados por estos procesos― la clase no se presenta a ellos
en forma tan inmediata.
Puesto que las personas no están nunca realmente “agrupadas”
en clases, la presión determinante ejercida por un modo de producción en la
formación de las clases no puede ser fácilmente expresada sin hacer referencia
a algo así como una experiencia común: una experiencia vivida de las relaciones
de producción, las divisiones entre los productores y los apropiadores y, más
particularmente, de los conflictos y luchas inherentes a las relaciones de
explotación.
Es en el seno o medio de esta experiencia vivida donde la
conciencia social se moldea, y con ella la “disposición a actuar como clase“.40
Una vez que el
medio o “experiencia” se introduce en la ecuación entre relaciones de
producción y clase, también se reproducen las particularidades históricas y
culturales de este medio.
Esto complica ciertamente la cuestión; pero reconocer,
como lo hace Thompson, la complejidad del mecanismo mediante el
cual las relaciones de producción dan origen a la clase no equivale a negar su
presión determinante.
Thompson ha sido acusado
de idealismo debido a su énfasis en la “experiencia“, como si esta
noción hubiera escapado a sus amarras materiales.
Su utilización de este
concepto, sin embargo, ciertamente no pretende destruir la conexión entre “ser
social” y conciencia social o siquiera negar la primacía que el
materialismo histórico concede al ser social en su relación con la conciencia.
Por el contrario, aunque en ocasiones Thompson distingue entre
niveles de experiencia (“experiencia vivida” y “experiencia percibida“),
su empleo primordial del término es como “un necesario término medio entre
el ser social y la conciencia social“, el medio en el que el ser social
determina la conciencia: “es por medio de la experiencia como el modo de
producción ejerce una presión determinante sobre otras actividades“.41
En este
sentido, la experiencia es precisamente “la experiencia de la determinación“.42
En efecto, en
la medida en que el concepto de Marx del ser social mismo se
refiere claramente no sólo al modo de producción como una “estructura
objetiva” impersonal, sino al modo como las personas lo viven (apenas si
podemos evitar el decir que lo experimentan), la “experiencia” de Thompson equivale
sustancialmente al “ser social“.
El concepto de “experiencia“,
por lo tanto, significa precisamente que las “estructuras objetivas”
hacen algo a las vidas de las personas, y que por eso es que, por ejemplo,
tenemos clases y no sólo relaciones de producción.
La tarea de los
historiadores y los sociólogos es explorar qué es lo que estas “estructuras”
hacen a las vidas de las personas, cómo lo hacen y qué es lo que las personas
hacen acerca de ello; o, como diría Thompson, cómo las presiones
determinantes de los procesos estructurados son experimentadas y manejadas por
las personas.
La carga del mensaje teórico contenido en el concepto de “experiencia”
significa, entre otras cosas, que la operación de determinadas presiones es una
cuestión histórica y, por tanto, en lo inmediato, una cuestión empírica.
Por
consiguiente, no puede haber ruptura entre lo teórico y lo empírico, y Thompson el
historiador de inmediato hace suya la tarea presentada por Thompson el
teórico.
Ni Marx,
ni Thompson, ni nadie ha diseñado un vocabulario teórico “riguroso”
para expresar el efecto de las condiciones materiales sobre seres activos y
conscientes ―seres cuya actividad consciente es ella misma una fuerza material―
o para abarcar el hecho de que estos efectos asumen una infinita variedad de
formas empíricas históricamente específicas.
No obstante, seguramente no puede
ser parte del rigor teórico el ignorar estas complejidades simplemente en beneficio
de la nitidez conceptual o de un marco de “definiciones estructurales”
que se propongan resolver todas las cuestiones históricas importantes en el
plano teórico.
Tampoco basta con conceder simplemente la existencia de estas
complejidades en algún otro orden de realidad ―en la esfera de la historia como
diferente de la esfera de las “estructuras objetivas“―que pertenece a un
nivel de discurso diferente, el “empírico” en oposición al “teórico“.
De alguna manera han de ser reconocidas por el marco teórico mismo y ser
abarcadas en la misma noción de “estructura“; como, por ejemplo, sucede
en la noción de Thompson del “proceso estructurado“.
Las “definiciones
estructurales” deductivas de la clase no pueden explicar cómo es que las
personas que comparten una experiencia común de relaciones de producción, pero
no están unidas por el proceso de producción mismo, llegan a sentirse en “disposición
a comportarse como clase“, para no hablar de cómo la naturaleza de tal
disposición ―el grado de cohesión y conciencia asociado con ella, su expresión
en objetivos comunes, instituciones, organizaciones y acción unificada― cambia
a través del tiempo.
No pueden tomar en cuenta las presiones en contra de la
formación de clase ―presiones que pueden ellas mismas ser inherentes a la
estructura, las determinaciones objetivas, del modo de producción predominante―
y la tensión entre los impulsos hacia y contra la fusión y la acción común.
La
noción de clase como un “proceso estructurado“, por el contrario,
reconoce que si bien la base estructural de la formación de clase debe buscarse
en las relaciones de producción antagónicas, las formas particulares en que las
presiones estructurales ejercidas por estas relaciones operan realmente en la
formación de las clases sigue siendo una cuestión abierta que deberá ser
resuelta empíricamente mediante el análisis histórico y sociológico. Semejante
concepción de la clase también reconoce que ahí es donde residen las cuestiones
más importantes y problemáticas acerca de la clase, y que la utilidad de
cualquier análisis de la clase ―bien sea como un instrumento sociológico o como
una guía para la estrategia política― reside en su habilidad para explicar el
proceso de formación de clases, esto significa que cualquier definición de
clase debe favorecer, no excluir, la investigación del proceso.
La insistencia
de Thompson en la clase como proceso pone nuevamente en
cuestión la acusación de que él equipara a la clase con la conciencia de clase,
que ―para decirlo de otro modo― confunde el fenómeno de la clase misma con las
condiciones que hacen de la clase “un sujeto histórico activo“.43
El primer punto
que hay que señalar en esta acusación es que se basa ella misma en una
confusión: no toma en cuenta la diferencia entre, por una parte, la conciencia
de clase ―esto es, el conocimiento activo de la identidad de clase― y, por otra
parte, las formas de conciencia que son moldeadas en diversas formas por las “presiones
determinantes” de situaciones objetivas de clase aunque sin hallar
expresión en una identidad de clase autoconsciente y activa.
Thompson se
interesa especialmente por los procesos históricos que tienen lugar entre
ambas.
Más fundamentalmente, equiparar a la clase con un nivel particular de
conciencia, o con la existencia de alguna conciencia de clase en absoluto,
sería precisamente identificar a la clase con una etapa de su desarrollo en vez
de enfatizar, como lo hace Thompson, los complejos procesos que
sirven para construir “la disposición a actuar como clase“.
La
concepción que tiene Thompson de la clase como “relación”
y “proceso” va dirigida precisamente contra definiciones que, en el
mejor de los casos, implican que existe un punto en la formación de las clases
donde es posible interrumpir el proceso y decir “aquí hay una clase, y no
antes“, o en el peor, y quizá más comúnmente, tratan de definir las clases
totalmente fuera del seno del tiempo y del proceso histórico.
Esto puede
hacerse ya sea “deduciendo” las clases de las “oposiciones
estructurales” en relación con los medios de producción, ya sea “haciendo
una hipóstasis de las identidades de clase ―grandes atribuciones personalizadas
de las aspiraciones o voliciones de clase― que como sabemos son todo lo más la
expresión metafórica de procesos más complejos y generalmente involuntarios“.44
El objetivo
de Thompson, por consiguiente, no es el de identificar a la clase
con un nivel particular de conciencia o de organización que la convierte en una
fuerza política consciente, sino más bien dirigir nuestra atención sobre la
clase en el proceso de convertirse ―o hacerse a sí misma― en semejante fuerza.
La clase como “estructura”
o “identidad” conceptualiza hasta evaporarlo el hecho mismo que define
el papel de la clase como fuerza conductora del movimiento histórico: el hecho
de que la clase, al comienzo de un modo de producción histórico, no es lo que
es al final. La identidad de un modo de producción se cree comúnmente que
reside en la persistencia de sus relaciones de producción: en tanto que la
forma en que “el trabajo excedente se extrae del productor directo”
sigue siendo esencialmente la misma, tenemos derecho a referirnos a un modo de
producción como “feudal“, “capitalista“, etcétera.
Pero las
relaciones de clase son por principio movimiento dentro del modo de producción.
La historia de un modo de producción es la historia de la evolución de las
relaciones de clase y, en particular, de sus cambiantes relaciones respecto de
las relaciones de producción.
***
Las clases se
desarrollan dentro de un modo de producción en el proceso de fusión en torno a
las relaciones de producción y a medida que cambian la composición, cohesión,
conciencia y organización de las formaciones de clase resultantes.
El modo de
producción llega a su crisis cuando la evolución de las relaciones de clase
dentro de él transforma efectivamente las relaciones de producción mismas.
Explicar el movimiento histórico, por lo tanto, significa precisamente negar
que la relación entre la clase y las relaciones de producción es algo fijo.45
Las dificultades
encontradas por las concepciones de la clase como identidad cuando tratan de
explicar el movimiento histórico y el papel de la clase como fuerza histórica
se manejan a menudo, como sugiere Thompson, atribuyendo volición
personal a la clase como “Ello“.
La otra cara de esa moneda es la
tendencia a atribuir fallos a algún tipo de defecto personal en el “Ello“,
como “falsa conciencia“.
Hay algo más que un poco de ironía, pues, en el
hecho de que Thompson, al oponerse a concepciones de esta especie,
sea acusado de subjetivismo y voluntarismo.
Lo que se presenta como una
alternativa objetivista a Thompson resulta ser un subjetivismo
y voluntarismo más extremo e idealista, que simplemente transfiere la volición
del albedrío humano ―un albedrío humano limitado por “presiones
determinantes” y arrastrado a “procesos involuntarios“― a un Sujeto
más exaltado, la Clase, una cosa con una identidad estática, cuya voluntad está
básicamente libre de determinaciones históricas específicas.
Puede alegarse que
esta transferencia hacia un plano superior de la volición subjetiva alcanza su
punto más elevado en los argumentos estructuralistas.
Los “althusserianos“,
por ejemplo, pretenden expulsar la subjetividad totalmente de la teoría social
y niegan el albedrío incluso a la clase-como-Ello; pero en cierto sentido,
simplemente crean un Sujeto todavía más imperioso, la Estructura misma, cuya
voluntad es determinada tan sólo por las contradicciones en su propia
arbitraria personalidad. Los argumentos; que parecen a los críticos de Thompson subjetivistas
y voluntaristas ―su concepción del albedrío humano y su insistencia en la
especificidad histórica aparentemente a expensas de las “estructuras
objetivas“― son aquellos que él acopia contra el subjetivismo y el
voluntarismo y en favor de un reconocimiento de las presiones determinantes
objetivas que obstruyen el albedrío humano.
Lejos de subordinar las presiones
determinantes objetivas a la subjetividad y la contingencia histórica, su
propósito consiste precisamente en organizar la investigación histórica en
contra de ese tipo de subjetivismo invertido, voluntarismo e idealismo que se
cuelan en los análisis carentes de una firme base histórica y sociológica.
Si, como
sugiere Stuart Hall, un marxismo verdaderamente no reductivo “debe
implicar el encarar todo lo que se halla abarcado al decir que el socialismo
debe ser construido mediante una práctica política real“, entonces también
debe implicar el hacer frente a las realidades históricas y sociológicas
objetivas que confrontan la práctica política.
Thompson tiene
todo esto en mente cuando ataca aquellas formas de marxismo que atribuyen el
movimiento histórico a la personalidad o la voluntad ―a menudo irracional,
perversa y estúpida (como, aparentemente, la de la “reformista” clase
trabajadora inglesa)―46 de algún Sujeto
transhistórico.
Son estos marxismos los que no dejan lugar para enfrentar las
exigencias de la práctica política.
LA POLÍTICA DE LA
TEORÍA
Regresemos, pues, a
la acusación de Stuart Hall acerca de que Thompson funde
a la “clase en sí misma” con la “clase para sí” y que inscrita en
esta confusión se halla una política de “un ‘populismo’ demasiado simple“.
Hall parece
estar alegando tres cosas.
Primero, sugiere que Thompson funde
los determinantes objetivos de la clase con su apropiación en la conciencia,
permitiendo que “la categoría global de experiencia” represente
indiscriminadamente a ambos.
Segundo, Hall parece argumentar
que esta confusión hace a Thompson incapaz de distinguir entre
los casos en que una clase existe sólo como condición “objetiva” o “estructural”
―esto es, solamente como una “clase en sí misma“, una identidad objetiva
o similaridad de situaciones vitales e intereses derivados de las relaciones de
producción y que dividen a sus miembros de las otras clases― y los casos en los
que una clase existe para sí misma ―es decir, cuando las mismas condiciones
objetivas o estructurales “engendran” una unidad real, una formación de
clase consciente y políticamente organizada cuyos miembros son capaces de
luchar por sus intereses “en nombre propio“.
47 Finalmente, Hall concluye
que el fracaso en hacer esta distinción se halla en la raíz del optimismo “populista”
de Thompson.
Ya antes afirmamos
que el proyecto histórico de Thompson se opone precisamente a
la fusión ―o, lo que en realidad es la misma cosa, a la simple equiparación― de
las determinaciones objetivas y sus expresiones en la conciencia, y que su
enfoque en el proceso de formación de clases presupone una distinción entre los
mismos.
A este respecto, no puede ser acusado de fundir los determinantes de
clase “objetivos” y “subjetivos“, o la estructura y la
conciencia.
La distinción entre “clase en sí” y “clase para sí“,
sin embargo, no es simplemente una distinción analítica entre estructura
objetiva de clase y conciencia de clase subjetiva.
Se refiere a dos etapas
diferentes en el proceso de la formación de la clase y, en cierto sentido, a
dos diferentes modos históricos de relación entre estructura y conciencia.
Si
la “clase en sí misma” y la “clase para sí” representan dos modos
o etapas de la formación de la clase, quizá Stuart Hall pretende
acusar a Thompson de haber pasado por alto la diferencia entre
estos modos.
Si esto es lo que quiere decir, difícilmente mejora las cosas,
puesto que no puede mantener consecuentemente que Thompson olvide
los determinantes objetivos de la clase.
Si acaso, en la medida en que Thompson insiste
en tratar todas las formas de experiencia de clase como, precisamente,
experiencia de clase ―tanto si representan solamente a la “clase en sí”
o a la “clase para sí“―, igual de fácilmente podría ser acusado de
conceder excesiva importancia a las condiciones objetivas y de alegar que
observa la operación de las contradicciones de clase incluso en casos en que
los actores históricos están muy lejos de percibirse a sí mismos como
pertenecientes a clases, para no hablar de que se perciban actuando en
formaciones de clase conscientes y organizadas.
Gran parte del trabajo
de Thompson, como hemos visto, se ha dedicado a explorar cómo las
oposiciones objetivas de clase afectan la experiencia social incluso cuando las
personas no son todavía conscientes de su identidad de clase.
Ésta es, por
ejemplo, la importancia de su investigación de las costumbres populares y cómo
han sido moldeadas y transformadas al ir introduciéndose en el “campo de
fuerza” de la clase.48
Estas investigaciones han
constituido precisamente un estudio sobre cómo la “clase en sí misma”
estructura una realidad histórica compleja incluso en ausencia de la conciencia
de clase.
La sensibilidad de Thompson respecto a las
determinaciones de clase que actúan en tales casos, sus esfuerzos por “descodificar”
la evidencia de la experiencia de clase allí donde no existe una conciencia
clara de clase ―”lucha de clases sin clases“―, le han permitido explorar
el proceso mediante el cual una clase que existe sólo “en sí” puede
convertirse en una clase “para sí“.
La cuestión, pues, es
aclarar si Thompson cruza la línea entre estos dos modos de
clase demasiado pronto, si es demasiado rápido para percibir, en cualquier
forma de conciencia tocada por circunstancias vitales objetivamente
determinadas por la clase, la conciencia de clase que sugiere una disposición a
actuar intencionalmente como clase.
Esta cuestión (como bien entiende Stuart
Hall) es antes que nada una cuestión política. Hall halla
“inscrita” en la visión de Thompson de la conciencia de
clase un “ ‘populismo’ demasiado simple” que trata como no
problemática la construcción de una política socialista a partir de la cultura
popular.
Aquí hay un peligro indudable.
El romanticismo acerca de las
costumbres y tradiciones del “pueblo” y acerca de la premisa radical
contenida en la simple diferencia y carácter aparte de la cultura popular no es
la más sólida base para edificar un movimiento socialista o juzgar y superar la
propia resistencia del “pueblo” a la política socialista.
Pero Thompson desde
luego no se hace ilusiones acerca de esto, independientemente de lo que puedan
pensar sus sucesores en “historia del pueblo“.
El mensaje de Thompson es
ciertamente político; pero hay algo más en su recuperación de la conciencia
popular y el “hacerse” de la clase que una falla en reconocer la
diferencia y las barreras entre, por una parte, la cultura popular, que brota
directamente de la experiencia ―una experiencia de trabajo, explotación,
opresión y lucha― y, por la otra, una activa conciencia socialista que se
elabora penosamente mediante la práctica política.
Su proyecto histórico, su
reconstrucción de la historia tal como la hace la clase trabajadora como agente
activo y no simplemente como víctima pasiva, nace directamente del principio
político básico del marxismo y su particular comprensión de la práctica
socialista: que el socialismo solamente puede llegar a través de la
autoemancipación de la clase trabajadora.49
Esta proposición implica un
juicio de que la clase trabajadora es el único grupo social que posee tanto un
poder colectivo adecuado para transformar la sociedad cuanto un interés
esencial y supremamente objetivo en hacerlo así.
La proposición implica también
un escepticismo acerca de la autenticidad ―o, en realidad, la verosimilitud― de
una emancipación no obtenida mediante la autoactividad y la lucha sino ganada
por procuración o conferida por beneficencia.
Por más difícil que pueda
resultar, entonces, construir la práctica socialista partiendo de la conciencia
popular, según este punto de vista no existe ningún otro material a partir del
cual se pueda construirla y ningún otro socialismo que sea consecuente tanto
con el realismo político como con los valores democráticos.
Podría alegarse ―y
ésta es la convicción de Thompson― que el impulso en mucha de la
teoría marxista ha estado lejos de esta comprensión del proyecto socialista,
hacia un abandono teórico de la clase trabajadora como principal agente de
transformación social a través del medio de la lucha de clase, y una
transferencia de ese papel a otros actores sociales; muy especialmente a los
intelectuales.
Esta especie de “sustitucionismo” teórico en su forma más
extrema puede alcanzarse realizando lo que, según la acusación de Stuart
Hall, realizan algunos althusserianos: tratar a todas las “clases como
simples ‘portadoras’ de procesos históricos, sin albedrío: y al proceso
histórico mismo como a un proceso ‘sin sujeto’ “.50
Sin embargo, no
es necesario ir tan lejos. Todo lo que se necesita, como argumenta Thompson,
es concebir la clase como una categoría estática, y preocuparse menos por el
proceso histórico de la formación de clase que por la ubicación deductiva de
las locaciones estructurales de clase o por la construcción teórica de una
identidad) de clase ideal.
Estos son los tipos de formulación que se dejan
llevar con excesiva facilidad a pasar por alto las formas de conciencia de
clase realmente históricas ―y por lo tanto imperfectas― por juzgarlas “falsas”
y por lo tanto necesitadas de sustitutos.51
El problema está precisamente en
la incapacidad para reconocer teórica así como prácticamente que el proceso de
la formación de la clase no puede darse por sentado ni eludirse mediante una
sustitución, y que el resultado del proceso lo determinan finalmente la
práctica política y la autoactividad de las clases en su formación.
Si existe
un mensaje político inscrito en la teoría de la clase de Thompson,
éste se opone a la “teorización” de un “sustitucionismo” en el
que la clase trabajadora no solamente está representada por su sustituto, sino
que es eclipsada por él.
El tratamiento de Thompson del
concepto de hegemonía resume su interés predominante por las implicaciones
políticas ocultas en la teoría.
Gran parte de sus trabajos se han dirigido,
implícita o explícitamente, contra la opinión de que la hegemonía es unilateral
y completa, imponiendo “una dominación global sobre los dominados ―o sobre
todos aquellos que no son intelectuales― llegando hasta el mismo umbral de su
experiencia, e implantando en sus mentes desde el nacimiento categorías de
subordinación de las que son incapaces de despojarse y que su experiencia es
incapaz de corregir“.52
Ciertamente ha habido una
tendencia en la reciente teoría marxista a identificar hegemonía con la total
absorción de las clases subordinadas por la ideología y dominación cultural de
las clases dirigentes (probablemente con la ayuda de los Aparatos Ideológicos
del Estado), de manera que la construcción de una conciencia y cultura
contrahegemónicas y el establecimiento de la hegemonía de la clase trabajadora
deben aparentemente llevarlas a cabo intelectuales de espíritu libre.53
Tal definición
de la hegemonía se ajusta bien con elaboraciones teóricas de la clase según las
cuales nada existe entre la objetiva constitución de clases por modos de producción,
por una parte, y una conciencia de clase revolucionaria ideal, por la otra,
excepto un vasto espectro empírico-histórico (y por consiguiente impuro y
teóricamente indigerible) de “falsa” conciencia.
Para Thompson,
por el contrario, hegemonía no es sinónimo de dominación de una clase y
sumisión de la otra.
Más bien, la hegemonía encarna la lucha de clase y lleva
la marca de las clases subordinadas, su autoactividad y su resistencia.
Su
teoría de la clase, con su énfasis en el proceso de formación de la clase, se
propone permitir el reconocimiento de formas de conciencia popular “imperfectas”
o “parciales” como expresiones auténticas de la clase y la lucha de
clase, válidas en sus circunstancias históricas aun cuando sean “erróneas”
desde el punto de vista del desarrollo posterior.
Una cosa es confundir el
simple carácter aparte de la cultura popular con la oposición radical, pronta a
ser enganchada inmediatamente para la lucha por el socialismo; y otra muy
diferente es delinear simplemente el espacio donde el mandato cultural de la
clase dominante no rige, e identificar la conciencia “popular” ―por más
resistente que ésta sea a la formación de una “verdadera” conciencia de
clase― como el material a partir del cual puede y debe hacerse, sin embargo,
Una conciencia de clase completa.
Negar la autenticidad de la conciencia de
clase “parcial“, tratarla como falsa en vez de como una “opción bajo
presión“54 históricamente
inteligible, tiene importantes consecuencias estratégicas.
Se nos conmina ya
sea a buscar agentes sustitutos de la lucha de clase y el cambio histórico, o
bien a abandonar el campo por completo al enemigo hegemónico.
Contra estas
alternativas políticas, y contra sus fundamentos teóricos en un concepto de la
clase como “estructura” o identidad ideal, es que Thompson presenta
su propia teoría de la clase como proceso y relación.
Aquí, pues, se
encuentra el “populismo” de Thompson.
Si el término se le
puede aplicar, es en un sentido que dice tanto de quienes lo utilizan como de
aquel a quien se aplica.
La palabra “populismo” ha sido
distorsionada por lo general más allá de toda medida, y quizá debería ser
retirada ―o al menos suspendida temporalmente― del vocabulario de la política.
Un significado relativamente nuevo es particularmente sospechoso: el uso de “populismo”
como término ofensivo por parte de un sector de la izquierda contra otro.
Raymond
Williams, en sus “Notas sobre el marxismo británico en Inglaterra desde
1945” ha explicado este empleo y la opción política que implica.
Williams escribe
acerca de su propia posición en relación con las opciones posibles a que se
enfrentaban los marxistas británicos en la década de los cincuenta y su rechazo
del populismo retórico que ignoraba complacientemente las implicaciones del
capitalismo “consumidor” y el “poderoso nuevo influjo” que
ejercía sobre la gente.
Al mismo tiempo, como yo veía el
proceso como opciones bajo presión, y sabía de dónde provenía la presión, no
podía trasladarme a la otra posición posible: aquel desdén por el pueblo, por
su estado desesperadamente corrupto, por su vulgaridad y credulidad en
comparación con una minoría adecuada, que era el elemento básico de la crítica
cultural de un tipo no marxista y que parece haber sobrevivido intacta,
mediante apropiadas alteraciones de vocabulario, hasta un marxismo formalista
que hace de todo el pueblo, incluida toda la clase trabajadora, el simple
portador de las estructuras de una ideología corrupta.55
Fue a partir del
despectivo punto de vista descrito aquí por Williams que se
acuñó un nuevo uso de “populismo“.
El término podía ser utilizado ahora
para describir a aquellos que negaban que “los recursos existentes del
pueblo estaban tan exhaustos que no había ninguna otra opción más que
retroceder hasta una minoría residual o a una vanguardia futurista“;
aquellos que insistían en que “todavía existen recursos, y todavía son
poderosos“. De este “populismo“, escribe Williams:
Atenerse a los recursos
existentes; aprender y quizá enseñar nuevos recursos; vivir las contradicciones
y las opciones bajo presión, de modo que en vez de denunciarlas o escribir
acerca de ellas había una oportunidad de entenderlas y empujarlas en otra
dirección: si estas cosas eran populismo, entonces qué bueno que la izquierda
británica, incluyendo a casi todos los marxistas, se atuvieron a él.56
Edward Thompson, por lo menos,
ciertamente se atuvo a él.
Su teoría de la clase, el descubrimiento de
expresiones auténticas de la clase en la conciencia y la cultura popular,
representan un esfuerzo “por vivir las contradicciones y opciones bajo
presión […] en vez de denunciarlas o liquidarlas por escrito“.
Su
insistencia en una explicación histórica y sociológica del “reformismo”
de la clase trabajadora, por ejemplo, en vez de la ritual excomunión que lo
denuncia desde un punto ventajoso fuera de la historia como la “falsa
conciencia” de una clase trabajadora “Ello“, implica que debemos
comprender los “recursos existentes” con el fin de “empujarlos en
otra dirección“.
Si esto es populismo, entonces Thompson es
ciertamente un populista; pero podría alegarse que, en este sentido, ser un
marxista, comprometido con el proyecto de autoemancipación de la clase
trabajadora a través del medio de la lucha de clases, equivale necesariamente a
ser “populista“.
Por supuesto, también
aquí existen peligros.
Atenerse a los recursos existentes puede convertirse en
una excusa para no ver más allá de ellos; reconocer las “profundas raíces
sociológicas” del “reformismo” como realidad política que debe
enfrentarse puede llevar a aceptarlo como un límite en el horizonte de lucha.
Una cosa es reconocer la autenticidad de las “opciones bajo presión” de
la clase trabajadora y ser precavido con la noción de falsa conciencia como una
invitación a “liquidarla por escrito“.
Otra cosa muy diferente es pasar
por alto los fracasos y limitaciones en muchas formas de organización e
ideología de la clase trabajadora.
Ciertamente hay lugar para el debate en la
izquierda acerca de dónde situar la línea entre atenerse a los “recursos
existentes” como un reto para la lucha, y someterse a ellos como límite
para la misma.57
En este debate,
sin embargo, es importante reconocer que disociar al marxismo del tipo de “populismo”
de Thompson ―ya sea rechazándolo con desprecio o incluso
otorgándole una aprobación relativa y condescendiente como a un aliado útil
pero ingenuo del marxismo en su lucha por movilizar al pueblo, un romanticismo
“no infaliblemente Tory en sus resultados“―58 puede equivaler
a proponer una significativa redefinición de la teoría y la práctica marxistas
y hacer una opción política de largo alcance.
La lógica de esta opción puede
llevarnos lejos de la autoemancipación de la clase trabajadora y lejos de la
lucha de clases como principal agente de cambio.
* Publicado
en Cuadernos Políticos, número 36, ediciones era, México, D.F.,
abril-junio 1983, pp.87-105.
NOTAS
1 Mi agradecimiento a
Robert Brenner, Peter Meiksins, Gregory Meiksins y Neal Wood por sus muchas
útiles sugerencias, y también a Leo Panitch y Bryan Palmer por sus críticas
constructivas en sus informes de lectura.
2 Bryan Palmer, en su
muy útil libro The Making of E. P. Thompson: Marxism, Humanism, and History,
Toronto, 1981, ha aportado una iluminadora discusión general sobre la relación
entre Thompson como historiador social y como activista político. Palmer me ha
prevenido en contra de describir la obra de Thompson como “historia desde
abajo”, basándose en que la frase tiene desorientadoras connotaciones
“populistas norteamericanas” y ha perdido el favor de los historiadores. Palmer
sugiere que oscurece el alcance de la preocupación de Thompson por las
relaciones entre “alto” y “bajo” y, en particular, su creciente interés por el
problema del Estado. Yo acepto la advertencia de representar erróneamente la
naturaleza de los intereses de Thompson, pero quiero conservar el término en el
sentido en que (todavía) se aplica a un movimiento historiográfico que derivó
gran parte de su primer ímpetu del British Communist Party Historians Group en
las décadas de los cuarenta y cincuenta y que buscó explorar la amplia base
social de los procesos históricos e iluminar el papel del “pueblo común.” en la
conformación de la historia. Véase, por ejemplo, el primer prefacio de Raphael
Samuel, comp.. People’s History and Socialist Theory, Londres, 1981,
especialmente p. 30.
3 Tom Nairn, The
Break-Up of Brítain, Londres, 1977, p. 304.
4 Stuart Hall, “In
Defense of Theory”, en Samuel, People’s History, cit, p. 384.
5 Perry Anderson,
Argumenta JPithin Ewglish Marxism, Londres, 1980, p. 55.
6 G. A. Cohén, Karl
Marx’s Theory of History: A Defense, Prince-ton, 1978, p. 75.
7 Hall, “In Defense
of Theory”, cit., p. 384
8 Cohén, Mariis
Theory, cit., p. 75.
9 Loc. cit.
10 Anderson, Argumente,
cit., p. 40.
11 Ibid., p. 55.
12 Thompson,
“Eighteenth-Century English Society: Class Struggle without Class?”, Social
History 3, n. 2, mayo de 1978, p. 149, n. 36.
13 Ibid., p. 150.
14 Loc. cit.
15 Thompson, The
Making of the English Worhing Class, Harmonds-nrorth, 1968, p. 10. [La
formación histórica
de la clase obrera, ed. Laia, Barcelona, 1977.]
16 Loc. cit.
17 Por ejemplo,
Cohén, Marx’s Theary, cit., p. 76; Anderson, Argumenta, cit., p. 40.
18 Thompson,
“Eighteenth Century English Society”, cit., p. 147.
19 Véase, por
ejemplo, Thompson, English Working Class, cit., pp. 9-10. Véase también
Thompson, The Poverty of Theory, Londres, 1978, pp. 298-99. [Miseria de la
teoría, ed. Crítica, Barcelona, 1981.1
20 Anderson,
Arguments, cit., p. 39.
21 Ibid., p. 34.
22 Ibid., p. 33.
23 Ibid., p. 32.
24 Ibid., p. 33.
25 Ibid., p. 45.
26 Thompson, English
Working Class, cit., p. 213, 231.
27 Ibid., p. 211.
28 Véase, por
ejemplo, ibid., pp. 217-18, 226. La estructura del libro en general merece
señalarse. La Parte Primera describe la cultura política y las tradiciones de
lucha con que la gente contaba en la experiencia transformadora de la
“industrialización”. La Parte Segunda describe con gran detalle esa misma
experiencia transformadora, las nuevas relaciones de explotación y sus
multifacéticas expresiones en cada aspecto de la vida, en el trabajo y el ocio,
en la familia y en la vida comunitaria. La Parte Tercera describe la conciencia
de la nueva clase trabajadora, la nueva cultura política y las nuevas formas de
lucha que surgen de esa transformación. La Parte Segunda es la sección clave,
pues explica las transformaciones objetivas a través de las cuales la vieja
tradición, popular cobró la forma de una nueva cultura de la clase trabajadora.
29 Véase, por
ejemplo, Thompson, Ibid., pp. 221-23, 230.
30 Ibid., pp. 215-18.
3.
31 Ibid., pp. 224-25.
32 Ibid., pp. 288-89;
véase también pp. 222-23.
33 En otro lugar,
Thompson cuestiona explícitamente el “sospechoso” concepto de “industrialismo”,
que mistifica las realidades sociales del capitalismo industrial tratándolas
como si pertenecieran a algún proceso inevitable, “supuestamente neutral,
tecnológicamente determinado, conocido como ‘industrialización'[…]” “Time, Work-Discipline,
and Industrial Capitalism”, en Essctys in Social History, Flinn y Smout
(comps.), Oxford, 1974, p. 56.
34 Anderson,
Arguments, cit., pp. 45-47. Anderson se refiere aquí a la discusión de Gareth
Stedman Jones sobre la “reformación” de la clase trabajadora inglesa en la
parte final del siglo XIX, en “Working Class Culture and Working-Class Politics
in London, 1870-1890: Notes on the Remaking of a “Working Class”, Journal of
Social History, Verano de 1974, pp. 460-508.
35 Thompson, English
Working Class, cit., p. 213.
36 Thompson, Poverty
af Theory, cit., p. 296.
37 Véase, por
ejemplo: Max Weber, Economy and Socíety, Nueva York, 1968, pp. 927-28.
38 Por ejemplo,
Thompson, English Working Class, cit., pp. 9-10.
39 Una buena
discusión sobre las complejas relaciones entre los antagonismos de las
relaciones de producción y la clase aparece en Peter Meiksins, The Social
Origins oj White Collar Work, tesis doctoral, York University, 1980, cap. 6.
40 Thompson, “The
Peculiarities of the English”, en su Poverty of Theory, cit., p. 85.
41 Thompson, Poverty
of Theory, cit., p. 290; también pp. 200-1. Véase Thompson, “The Política of
Theory”, en Samuel, People’s His-tory, cit., pp. 405-6. Una concepción de
“determinación” similar a la de Thompson recibe un tratamiento sistemático en
Raymond Williams, Marxism and Literature, Oxford, 1977, pp. 83-89.
42 Thompson, Poverty
of Theory, cit., p. 298
43 Cohén, Marx’s
Theorv, cit., p. 76.
44 Thompson,
“Peculiarities of the English'”, cit., p. 85.
45 Así como el
énfasis de Thompson en el proceso de formación de la clase lo obliga a rechazar
la simple ecuación “relaciones de producción = clase”, así, puede afirmarse,
debe disociarse de su contraria: la definición “unitaria” de las relaciones de
producción como abarcadoras de la totalidad de las relaciones de clase. Este
enfoque “unitario” (que ejemplifica Simón Qarke en su “Socialist Humanism and
the Critique oí Economism”, History Workshop Journal 8, otoño de 1979, pp.
138-56, especialmente p. 144) se asocia en ocasiones con Thompson. Es correcto
decir que este enfoque comparte la preocupación de Thompson por eliminar la
artificial fragmentación de la experiencia de clase en esferas económicas,
políticas y culturales separadas “regionalmente”. No obstante, muchos
defensores de Thompson pueden haberse excedido en su celo por restablecer la
unidad de la experiencia social, si en ese proceso (como sus adversarios,
aunque desde la dirección opuesta) han confundido las relaciones de producción
con la clase, desconceptualizando en realidad el proceso de formación de la
clase y las cambiantes relaciones de la clase con las relaciones de producción.
46 Véase Thompson,
“Peculiarities of the English”, cit., pp. 69-70, donde ataca las concepciones
esquemáticas, históricas y no sociológicas de la clase; en particular, aquellas
que han producido denuncias rituales del reformismo de la clase trabajadora, en
vez de una comprensión de sus “profundas raíces sociológicas”, pasando así por
alto un dato vital al que se enfrenta cualquier práctica política socialista.
47 Karl Marx, The
Eighteenth Brumaire of Louis Bonaparte en Se-lected Works, Moscú, 1962, p. 334;
y The Poverty of Philosophy en Collected Works, Nueva York, 1976, p. 211.
48 Véase por ejemplo,
Thompson, “Eighteenth-Century English So-ciety”, cit., pp. 150-62.
49 La forma como el
proyecto histórico de Thompson confluye con su compromiso político’ se sugiere
en el prefacio a The Making of the English Working Class, cit. Aquí, por
ejemplo, opone su propio trabajo a las “ortodoxias prevalecientes” de las
escuelas de historia, citando en particular la “ortodoxia fabiana, en la que a
la gran mayoría de los trabajadores se los ve como víctimas pasivas del laissez
faire, con la excepción de un puñado de organizadores con visión {especialmente
Francis Place)” (p. 12). Vale la pena señalar que este principio de la
historiografía fabiana es reproducido en el programa político fabiana, con su
visión de la clase trabajadora como víctima pasiva que requiere la imposición
del socialismo desde arriba, no mediante la lucha de clases sino a través de
reformas parciales e ingeniería social a cargo de una iluminada minoría de
intelectuales y miembros filantrópicos de la clase dirigente.
50 Hall. “Defense of
Theory”, cit., p. 383.
51Véase, por ejemplo,
Thompson, “Eighteenth Century English Society”, cit, p. 148.
52 Ibid., p, 164.
53 Ibid., p. 153, n.
60.
54 Esta frase la
emplea Raymond Williams en contra de la tendencia a denunciar o liquidar por
escrito al pueblo como irremediablemente vulgar y corrupto cuando demuestra ser
inadecuadamente revolucionario y estar demasiado dispuesto a sucumbir al
capitalismo “consumista”. Propone por el contrario la necesidad de entender
estas respuestas como “opciones” de la gente real bajo las presiones de
condiciones y contradicciones históricas reales. Entonces se vuelve posible
percibir los recursos todavía disponibles en la clase trabajadora y edificar
sobre ellos. “Notes on Marxism in Britain since 1945”, New Left Remete, n. 100,
noviembre de 1976-enero de 1977, p. 87.
55 Loc. cit.
56 Loc. cit.
57 Por supuesto,
sería útil que el mismo Thompson abordara esta cuestión y respondiera a quienes
alegan que ya ha concedido demasiado a los límites de los “recursos existentes”
y al “reformismo”, o quizá que la categoría “pueblo” ha rempkzado totalmente a
la clase en su visión del cambio social y la acción política, con todas las
consecuencias estratégicas que esto implica. Un argumento’ particularmente
poderoso ha sido presentado por Perry Anderson acerca de las limitaciones de la
lucha de Thompson por la preservación de las libertades civiles. (Anderson,
Arguments, cit., especialmente pp. 201-5). Y una crítica muy responsable al
enfoque de Thompson de la campaña por el desarme nuclear se halla contenida en Raymond
Williams: “The Politics of Nuclear Disarmament”, New Left Review, n. 124,
noviembrediciembre de 1980, pp. 25-42. Ninguno de estos críticos cuestiona la
vital necesidad de esas campañas, el papel tremendamente importante de Thompson
en las mismas, o la profundidad de su compromiso con el socialismo; pero ambos,
en diversas formas, piden una comprensión más específicamente socialista de los
problemas y un programa de lucha más específicamente socialista, en el que la
claridad del análisis socialista y la integridad de los objetivos socialistas
se mantengan incluso dentro de las alianzas de colaboración. Bryan Palmer
declara una preocupación similar y sugiere que Thompson, en su rechazo del
stalinismo, ha ido demasiado lejos en su rechazo a la necesidad de organización
y de una estructura de partido en la lucha por el socialismo. Palmer, The
Making of E. P. Thompson, cit., pp. 133-34. 58 Nairn, Break-Up of Brítain,
cit., p. 304.
Tomado
de: https://kmarx.wordpress.com/
En: Twtter@victorianoysocialista
En: Facebook; //Adolfo León Libertad
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