¿Cuál será la política exterior del
próximo presidente?
ELECCIÓN PRESIDENCIAL
por Thierry Meyssan
Los programas de los candidatos
a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump y Joe Biden, no se parecen a los
programas de los candidatos anteriores.
Ya no se trata de
adaptar Estados Unidos a los cambios del mundo sino de definir lo que
ese país será en adelante.
Por tratarse de una
cuestión existencial es muy posible que las cosas degeneren y acaben
por llegar a la violencia.
Uno de los dos bandos estima que su país deber ser una nación
al servicio de los ciudadanos, mientras
que el otro cree que Estados Unidos tiene que recuperar su estatus
imperial.
RED VOLTAIRE | PARIS
(FRANCIA) | 8 DE SEPTIEMBRE DE 2020
La Oficina Oval de la Casa
Blanca a la espera de inquilino.
En la campaña electoral con vista a la elección presidencial
estadounidense de 2020 se enfrentan dos visiones radicalmente
diferentes de lo que Estados Unidos debe ser: ¿Un imperio o
una nación?
Por un lado está la pretensión de
Washington de dominar el mundo “conteniendo” a los competidores
potenciales –se trata de la estrategia conocida como «containment», enunciada por George Kennan en 1946 y
aplicada por todos los presidentes de Estados Unidos hasta
el año 2016.
Del otro lado tenemos el rechazo al imperialismo y la voluntad
de facilitar el enriquecimiento de los estadounidenses en general –estrategia enunciada por el
presidente Andrew Jackson (1829-1837), pero que el presidente Donald
Trump (2017-2020) ha sido el único en tratar de aplicar.
Ambos bandos utilizan una retórica que
esconde su verdadera práctica.
Demócratas y republicanos
se proclaman heraldos del «mundo libre» ante las «dictaduras», enemigos de toda
discriminación racial, de género y de orientación sexual y campeones de la
lucha contra el «calentamiento
climático». Por su parte, los jacksonianos denuncian la corrupción, la perversidad y en definitiva la
hipocresía de los anteriores y exhortan los estadounidenses a
luchar, pero no por el imperio sino por su nación.
Ambos campos sólo tienen en común
el mismo culto de la fuerza, independientemente de que esa fuerza sirva al
imperio (en el caso de los demócratas y de los republicanos) o de que esté
al servicio de la nación (como quisieran los jacksonianos).
El hecho de que los jacksonianos se hayan hecho súbitamente
mayoritarios a través del país y de que hayan logrado hacerse con
el control del Partido Republicano hace que la situación sea todavía más
confusa, pero no debe confundirse el trumpismo con la ideología
republicana posterior a la Segunda Guerra Mundial.
En la práctica, los demócratas y los republicanos son más bien
personas acomodadas o profesionales vinculados a las nuevas tecnologías,
mientras que los jacksonianos –como los “chalecos amarillos”
en Francia– son más bien pobres y están vinculados a la
explotación de la tierra, actividad de la que no logran
escapar.
En la campaña para la elección
presidencial de 2020, demócratas
y republicanos cierran filas alrededor del ex vicepresidente
Joe Biden. Este último y sus partidarios se muestran
extremadamente volubles en cuanto a sus intenciones:
y sobre todo la declaración de los altos funcionarios de la seguridad nacional
que se proclaman republicanos pero se pronuncian por
el demócrata Joe Biden:
Por el contrario, Donald Trump se mantiene
evasivo por escrito:
En mi opinión, los principales litigios no están enunciados, aunque están constantemente implícitos.
Donald Trump, animador de televisión y hombre de negocios, sueña con devolver el país al pueblo, como quiso hacerlo el presidente Andrew Jackson.
El programa de los jacksonianos
Desde su llegada a la Casa Blanca, Donald Trump cuestionó la estrategia Rumsfeld/Cebrowsky [1] de destrucción de las estructuras mismas de los Estados en absolutamente todos los países del «Gran Medio Oriente» (también designado como «Medio Oriente ampliado») y anunció su intención de «traer de regreso a casa» las tropas estadounidenses dispersas y empantanadas en la «guerra sin fin».
En 2020, ese objetivo sigue ocupando el primer
lugar entre las prioridades de Donald Trump («Detengan las guerras
sin fin y traigan nuestras tropas a casa» – Stop Endless
Wars and Bring Our Troops Home).
De paso, Trump excluyó de las reuniones regulares del Consejo de Seguridad Nacional al director de la CIA y al jefe del Estado Mayor Conjunto.
Con esa medida privó a los partidarios del
imperialismo de su principal herramienta de conquista.
Vino después una verdadera batalla por la dirección de esa
instancia –el Consejo de Seguridad Nacional– con la inculpación del general
Michael Flynn –el primer designado por Trump para esa función, en manos
del consejero presidencial para la seguridad nacional–, el posterior reemplazo
del general Flynn por el general H. R. McMaster, reemplazado
a su vez por el excepcionalista John Bolton, quien fue sustituido
finalmente por Robert O’Brien, actualmente en el cargo.
En mayo de 2017, Donald Trump ordenó perentoriamente a los aliados de Estados Unidos poner fin de inmediato al respaldo que aportaban a los yihadistas encargados de aplicar la estrategia Rumsfeld/Cebrowski.
Lo hizo en su discurso de Riad a los jefes de Estado sunnitas y luego repitió la orden al dirigirse a los jefes de Estado y/o de gobierno de los países miembros de la OTAN.
Anteriormente, el presidente Trump había declarado la OTAN obsoleta, pero acabó echándose atrás.
No logró que se abandonara la política de “contención” (containment) aplicada contra Rusia pero al menos obtuvo que los fondos utilizados con ese fin se redujeran a la mitad y que los fondos así ahorrados se destinaran a la lucha contra el yihadismo.
Así dejó, al menos parcialmente, de utilizar la OTAN como instrumento del imperialismo para convertirla en una alianza defensiva, exigiendo además que los demás países miembros de esa alianza reforzaran su contribución al presupuesto.
Sin embargo, los partidarios del imperialismo
continuaron el apoyo al yihadismo con el concurso de fondos privados,
fundamentalmente a través del fondo de inversiones KKR.
Esto explica consignas de Trump como
«Erradiquen los terroristas mundiales que amenazan con hacer daño a
los estadounidenses» (Wipe Out Global Terrorists Who Threaten
to Harm Americans) y «Exijan a los aliados que paguen una
contribución justa» (Get Allies to Pay their Fair Share).
Tan obcecado como los demócratas y los republicanos por la cultura de la fuerza, el jacksoniano Donald Trump ha decidido restaurar las capacidades de los ejércitos estadounidenses, de ahí su consigna de «Mantener y desarrollar la fuerza militar sin igual de Estados Unidos» (Maintain and Expand America’s Unrivaled Military Strength).
Sin embargo, Trump se diferencia
de sus predecesores en que no ha tratado de transformar la absurda gestión
del Pentágono privatizando uno a uno los servicios sino que ha elaborado
un plan de reclutamiento de investigadores para lograr rivalizar
otra vez con los ejércitos de Rusia y China en el plano tecnológico.
La única política de Donald Trump que cuenta con el apoyo de demócratas y republicanos es su deseo de restaurar la supremacía de Estados Unidos en materia de misiles, aunque no están de acuerdo sobre cómo lograrlo («Construir un excelente sistema de defensa de ciberseguridad y un sistema de defensa antimisiles» – Build a Great Cybersecurity Defense System and Missile Defense System): el actual inquilino de la Casa Blanca quiere que Estados Unidos trabaje en solitario para dotarse de esas armas, que posteriormente podrá desplegar en los países aliados, pero sus opositores quieren implicar en el proceso a dichos aliados, para mantener la influencia de Estados Unidos sobre ellos.
Desde
el punto de vista de los demócratas y los republicanos,
el problema no reside –claro está– en la decisión de sacar
a Estados Unidos de los tratados sobre el desarme adoptados durante
la guerra fría sino en la pérdida de medios de presión diplomática sobre
Rusia.
Como político profesional, la
intención de Joe Biden es recuperar el estatus imperial de la que fue
la primera potencia mundial.
El programa de los demócratas y de
los republicanos fuera del partido
El candidato demócrata Joe Biden
propone concentrarse en 3 objetivos:
1) revigorizar la democracia;
2) dar formación a la clase media para enfrentar la globalización;
3) recuperar el liderazgo global.
- Revigorizar la democracia:
según palabras del propio Joe Biden, se trata de basar la acción
pública en el «consentimiento informado» (informed consent) de
la ciudadanía. Biden retoma así la terminología de Walter Lipmann (1922),
quien afirmaba que la democracia consiste en «fabricar el consentimiento»
(manufacturing consent), teoría que Edward Herman y Noam Chomsky
discutieron ampliamente en 1988. Por supuesto, eso no tiene
nada que ver la definición formulada por el presidente
Abraham Lincoln: «La democracia es el gobierno del pueblo, por
el pueblo, para el pueblo.»
Joe Biden estima que logrará su
objetivo restaurando la moral en la acción pública mediante
la práctica de lo establecido como «políticamente correcto».
Por ejemplo, Biden condena «la horrible práctica [del
presidente Trump] de separar a las familias y poner los hijos de
inmigrantes en cárceles privadas». Pero Biden no dice que
al actuar así el presidente Trump sólo aplicaba una ley de los
demócratas para demostrar el carácter inhumano de la medida.
Biden también dice querer reiterar la condena de la tortura,
supuestamente justificada por el presidente Trump, pero no dice que
tanto el presidente Trump como el presidente Obama prohibieron el uso
de la tortura... pero mantuvieron el encarcelamiento de por vida
sin juicio previo que todavía se practica en la base naval
estadounidense de Guantánamo.
Biden dice que quiere organizar una
“Cumbre por la democracia” para luchar contra la corrupción, que quiere
defender el «mundo libre» ante los regímenes totalitarios y hacer
avanzar los derechos humanos. Pero su definición de la «democracia»
en realidad consiste en unir a los aliados de Estados Unidos para
denunciar algunos chivos expiatorios de lo que no funciona (los
«corruptos») y cuando habla de promover los derechos humanos se refiere
a la particular definición anglosajona de esos derechos, sin pensar
ni remotamente en la definición de los derechos humanos inicialmente enunciada
por los pensadores franceses. Para Biden se trata de
poner fin a los actos de violencia policial y en ningún caso de
ayudar a que los ciudadanos participen en la toma de decisiones.
La cumbre de Biden sólo llamaría el sector privado a que las
nuevas tecnologías no estén al alcance de los Estados que Washington
considera «autoritarios», pero Estados Unidos y su Agencia
de Seguridad Nacional (NSA) sí podrán seguir utilizando esas tecnologías
para “proteger” el «mundo libre».
Joe Biden concluye ese capítulo
subrayando su propio papel en la Comisión Transatlántica para la
Integridad Electoral, donde también están sus amigos
el ex secretario general de la OTAN Anders Fogh Rasmussen,
quien utilizó la OTAN para derrocar la Yamahiriya Árabe Libia, y
Michael Chertoff, ex secretario del Homeland Security (el Departamento
de Seguridad de la Patria de Estados Unidos), el hombre puso
bajo vigilancia a todos los estadounidenses. También aparece en esa
comisión el estadounidense John Negroponte, organizador de los Contras que
protagonizaron la célebre «guerra sucia» contra Nicaragua –en
los años 1980-1991– y más recientemente también padre del Emirato Islámico
(Daesh) en Irak.
Formar a la clase media para
enfrentar la globalización. Habiéndose comprobado que la política aplicada
desde la disolución de la URSS ha provocado una rápida desaparición
de las clases medias, Joe Biden afirma que garantizando la formación de
lo que queda de la clase media en el uso de las nuevas tecnologías,
él evitará la deslocalización de sus empleos.
Renovar el
liderazgo estadounidense.
En este punto
se trata, en nombre de la democracia, de detener el avance «de
los populistas, los nacionalistas y los demagogos». Esta formulación
nos permite entender que para Joe Biden la democracia no es sólo la
fabricación del consenso, sino también la erradicación de la voluntad popular.
En efecto, es cierto que los demagogos pervierten las
instituciones democráticas, pero los populistas sirven la voluntad popular
y los nacionalistas predican las virtudes de la colectividad.
Joe Biden afirma que él
pondrá fin a las guerras «para siempre». Con esa formulación
Biden parece perseguir el mismo objetivo que los jacksonianos, aunque recurre
a una terminología diferente.
En realidad se trata de validar la adaptación actual del sistema a
los límites impuestos por el presidente Trump: o sea, ¿por qué
enviar soldados estadounidenses a morir en el extranjero
si se puede seguir aplicando la estrategia Rumsfeld/Cebrowski
utilizando a los yihadistas? que cuestan más barato, sobre todo
teniendo en cuenta que, cuando era senador de la oposición, el mismo
Joe Biden dio su nombre a un plan de división de Irak que
el Pentágono trató de imponer.
Viene después la canción sobre la ampliación de la OTAN para acoger
en ella aliados latinoamericanos, africanos y de la región del Pacífico.
Después de haberse dicho que era obsoleta, la OTAN se convertiría
así en el corazón mismo del imperialismo estadounidense.
Joe Biden aboga por la renovación del
acuerdo 5+1 con Irán y de los tratados de desarme con Rusia.
El acuerdo firmado bajo la administración Obama con el gobierno del
presidente iraní Hassan Rohani busca fundamentalmente instaurar la división
clásica entre los países musulmanes sunnitas y chiitas, mientras que
los tratados de desarme sólo tenderían a confirmar que una eventual
administración Biden no se plantearía desatar una confrontación
planetaria sino “sólo” continuar la política de «contención» (containment)
de su adversario electoral.
El programa del candidato del Partido Demócrata y de los republicanos
que ahora se apartan de su propio partido termina con la afirmación de
que Estados Unidos volvería al Acuerdo de París y encabezaría la
lucha contra el cambio climático. Joe Biden precisa, sin embargo, que
no tendrá contemplaciones con China, país que redistribuye
sus industrias más contaminantes a lo largo de la nueva ruta de
la seda. Pero Biden omite recordar que fue precisamente su amigo
Barack Obama quien redactó los estatutos de la Bolsa creada en Chicago
para el intercambio de los derechos de emisiones de carbono. Más que una cuestión
de ecología, la lucha contra el recalentamiento climático es un asunto de
banqueros.
Conclusión
El hecho es que todo se opone
actualmente a una clarificación sobre la pregunta que da título a este
trabajo. Cuatro años de cambios introducidos por el presidente
Trump sólo han logrado reemplazar las «guerras sin fin» por
una guerra privada de baja intensidad, que ciertamente genera mucho menos
muertes pero que sigue siendo una guerra.
El otro hecho concreto es que las élites que se benefician con el
imperialismo no están dispuestas a renunciar a sus privilegios.
Por eso es de temer que Estados Unidos tenga que pasar finalmente
por un conflicto interno, por una guerra civil o que llegue a dislocarse,
como sucedió con la Unión Soviética.
Tomado de: https://www.voltairenet.org/
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