El conuco
desafía a la acumulación capitalista agroalimentaria en Venezuela y el mundo
El asedio y bloqueo aplicado contra la población venezolana es una demostración palpable de cómo el capital transnacional busca asegurar el control de, por ejemplo, lo que comemos para lograr mayor control político sobre la fuerza de trabajo.
Por Eder Peña
Estudios
han revelado que a menor tamaño de los predios agrícolas mayor es la
productividad. Foto: IG Urgabox
Para avanzar en dicha tarea
inoculan el discurso del atraso tecnológico y expresiones racistas o
colonizadas que denostan de elementos fundantes de la cultura nacional como el
conuco.
El país mina: acumulación
para pocos y despojo para muchos
El problema de la dependencia
e inseguridad alimentaria en Venezuela contiene tantas aristas como las tiene
el rentismo, pues van de la mano.
A Venezuela le fue impuesta desde fuera y con
complicidad interna la condición extractiva de la agroexportación, era un país
monoproductor de café y cacao porque así lo definió la división internacional
del trabajo.
Dice el investigador
académico y escritor Mario
Sanoja Obediente:
“El pueblo venezolano irredento, excluido,
creyó que la independencia política conquistada en 1823 representaría
efectivamente su liberación social definitiva, pero con la Tercera República la
nueva forma de oligarquía latifundista y, posteriormente con la Cuarta
República, las diversas expresiones de la oligarquía neocolonial
proimperialista asumieron y practicaron el papel opresor y reaccionario que
había caracterizado su expresión oligárquica colonial, bloqueando todo intento
de modernizar y democratizar la sociedad venezolana”.
De allí que el diseño
dependiente y “alimentariamente inseguro” no proviene de una población floja y
sin iniciativa sino de un modelo basado en el saqueo de tierras a la masa
campesina venezolana, incluso a la incipiente clase media de bodegueros y
pequeños comerciantes, configurado y ejecutado mediante el ajuste liberal que
significó la Ley del 10 de Abril de 1834.
Con este instrumento legal el
Congreso favorecía la conducta usurera de los prestamistas y los banqueros
protegidos por la clase dominante militarista que lideraba José Antonio Páez.
Así se explica por qué nunca fue quemada física ni conceptualmente la Casa
Guipuzcoana, también las causas de la Guerra Federal que comenzó en 1859.
La casa Guipuzcoana, centro de operaciones de la agroextracción rentista colonial, nunca desapareció del imaginario oligárquico venezolano. Foto: Archivo
Asesinado Zamora y terminada la Guerra Federal en 1863, la propiedad territorial agraria continuó concentrada en un grupo social dominante que se apropió de los mejores suelos como ocurrió durante la colonia española, el comercio exterior de materia prima barata se abrió con las Antillas, Europa (Holanda, Inglaterra, Francia y Alemania) y Estados Unidos.
A ello se sumó la
concentración de la producción industrial que propició el paso de la industria
ligera al capitalismo monopólico o financiero dominado por la industria pesada,
la metalurgia, la fábricas de maquinaria y la industria minera, de allí a lo
que Sanoja llama nuevo motor del capitalismo: el petróleo.
Ello no revirtió la
concentración de tierras por parte de la minoría oligárquica sino que el
abandono y el saqueo de la fuerza de trabajo tensaron la movilidad de las
mayorías campesinas hacia las ciudades mientras un relicto quedó trabajando
para los latifundistas en condiciones esclavas o apropiado de tierras de baja
calidad, resistiendo, sembrando y criando bajo distintas formas de producción
agropecuaria, entre ellas, el conuco.
Si el conuco es atraso,
entonces ¿qué es progreso?
Una visión lineal de la
historia es la que permite hablar de progreso o atraso.
Bajo esa lógica se
pudiera decir que el haber recurrido a un método tan antiguo y efectivo como el
confinamiento o cuarentena para enfrentar al Covid-19 es atraso.
Sin embargo,
no existe otro método más eficiente, la ciencia aún está probando vacunas y “la
vieja confiable” llamada cuarentena es eso: confiable.
Una visión determinista hace
creer que la evolución consiste en “mejorar” indefinidamente y que como especie
podemos echar mano de un patrón de conocimiento llamado ciencia para que ese
continuo “mejorar” no se detenga.
De allí que el discurso hegemónico vea a la
naturaleza como algo dominable en donde lo que se domestica y controla
permanece, y lo que no, desaparece o es calificado de “salvaje”.
Esto justifica
el individualismo, el libre mercado y el racismo epistémico y fáctico.
En tiempos en que alcanzamos
un pico de
todo, en los que se han agotado las fuentes convencionales de
petróleo y, por tanto, de energía, la agricultura basada en el uso intensivo de
monocultivos, combustibles y tecnologías privativas comienza a tomar
forma de crisis no sólo en los rendimientos netos sino en todo
su ciclo de vida.
La lógica concentradora del
latifundio también es aplicada a la genética, los nutrientes, la energía, el
agua, rutas y precios de los alimentos.
El
monocultivo basado en la alta mecanización aplica la lógica concentradora del
latifundio a la genética, los nutrientes, la energía, el agua, rutas y precios
de los alimentos. Foto: cocobowlz.com
Cada uno de los pasos de
dicho ciclo apunta a más agotamiento de la misma vida humana y no humana.
Es
así cómo la privatización de semillas, el acaparamiento
de tierras (land grabbing), la desertificación, el uso
de transgénicos, la quema de combustibles para el traslado entre largas
distancias, agotamiento y contaminación de acuíferos, la sobreutilización de
fertilizantes inorgánicos, la deforestación para expandir la frontera agrícola,
desperdicios de alimentos, abuso de biocidas tanto en la producción animal como
en la vegetal, el hambre y la obesidad son efectos de un ciclo de vida que la
amenaza.
En contraposición, la
agricultura familiar y comunitaria en sus diversas expresiones no sólo favorece
la biodiversidad en los paisajes en los que se desarrolla sino que contrasta
con el modelo de acumulación globalizado hegemónico que nos convierte en minas.
La producción campesina
apunta hacia la soberanía alimentaria mediante la producción local de alimentos
saludables y la construcción de relaciones mutuales, no patriarcales y
respetuosas de la diversidad en miles de comunidades, organizaciones y pueblos
del mundo.
Si menos es más, ¿quién nos
alimenta?
En un macroanálisis
realizado por investigadores de la Universidad Karnatak de
Dharwad, India, se reveló que los predios agrícolas de menos de 2 hectáreas
(Ha) constituyen el 85% del total de granjas operadas en el mundo; la mayoría
está en Asia (87%), seguida de África (8%) y Europa (4%).
En Asia, China representa la
mitad de los pequeños predios agrícolas del mundo (193 millones), seguida de la
India.
Las tendencias mundiales
indican una disminución de las fincas agrícolas pequeñas en los países
desarrollados, mientras que en los países en desarrollo se observa un aumento
de las mismas.
El tamaño promedio de los predios agrícolas en Asia y África es
de 1,6 Ha, en comparación con 27 Ha en Europa, 67 Ha en América Latina y 121 Ha
en América del Norte.
Diversos estudios realizados
en la India, durante las décadas de 1960, 1970 y años posteriores, han revelado
que a menor tamaño de los predios agrícolas mayor fue la productividad, en
concordancia con lo que concluyen organismos de las Naciones Unidas y a pesar
de que algunos investigadores sostienen una opinión contraria.
Uno de los argumentos en contra es que las superficies extensas
pudieran tener mayor producción en relación con una menor inversión de mano de
obra.
En el caso de América Latina no sería extraño dado el proceso de
concentración en el que los grandes latifundistas tomaron para sí las mejores
tierras con suelos de alta calidad, mejores accesos y pendientes que no
constituyen mayor obstáculo.
La
concentración tanto de bienes comunes (por ejemplo, el agua) como de recursos
financieros y energéticos en latifundios aumenta la desigualdad, mientras que
la distribución entre distintas familias es beneficio directo que disminuye los
niveles de hambre, pobreza y exclusión.
Por otra
parte, las pequeños predios agrícolas han sido la principal base para la
seguridad alimentaria y el empleo en países emergentes, aun enfrentando
amenazas en cuanto a exenciones de parte del sistema global de mercado
encabezado por la Organización Mundial de Comercio.
La huella agrícola y la eficiencia al debate
Los métodos
llamados “agroecológicos”, basados en policultivos y predios pequeños o
medianos, poseen mejor desempeño en la protección de la salud física y
biológica del suelo, así lo confirma la investigación realizada por la Universidad
de Ciencias Agrícolas Bangalore, de la India.
También son
más eficientes en la captura de carbono evitando emisiones de gases de efecto
invernadero y en la captación de nutrientes como nitrógeno y fósforo, cuyos
ciclos en cuerpos de agua son alterados por la escorrentía de fertilizantes
inorgánicos utilizados en la agricultura convencional.
Estudios realizados en 13 huertos urbanos de Sydney
por la Universidad de Nueva Inglaterra, Australia, hallaron rendimientos
promedio de 5,94 kg/m2: aproximadamente el doble del rendimiento de las típicas
granjas comerciales australianas de hortalizas, aun cuando estos sistemas
utilizaban la tierra de manera eficiente, los análisis económicos y de energía útil mostraron
que eran relativamente ineficientes en el uso de los recursos materiales y
laborales.
Conucos
escolares, programa implementado en Venezuela, experiencias educativas que
promueven los huertos urbanos. Foto: wtcradio.net
La relación entre beneficios
y costos demostró que, en promedio, los huertos urbanos tenían pérdidas
financieras y la transformación de la energía útil era de uno a tres órdenes de
magnitud mayor que muchas granjas rurales convencionales.
Patios productivos en
Venezuela reportan entre 2 y 3 kg/m² mientras que monocultivos
de maíz proveniente de transnacionales como Monsanto o Pioneer
rinden 0,3 kg/m².
Si bien es cierto que el
conuco requiere mayor inversión de tiempo y energía humana para el
mantenimiento, también es cierto que es más provechoso el tiempo invertido en
producir alimentos que el gastado en el traslado hacia las grandes ciudades por
parte de mayorías dedicadas al sector de servicios o subempleados en el
bachaquerismo o reventa de alimentos subsidiados.
El dilema agroalimentario
venezolano apunta hacia la comuna y la innovación
Venezuela presenta un dilema
altamente explicativo de la crisis de sistema agroalimentario global, en medio
de la crisis producida por el asedio internacional que encabeza el gobierno de
Estados Unidos.
La Confederación de
Asociaciones de Productores Agropecuarios de Venezuela (Fedeagro), en voz de su
presidente, Aquiles Hopkins, declara
que el sector agrícola (la agroindustria) venezolano requiere
una inversión mínima de 6 mil millones de dólares anuales y lamenta que los
campos venezolanos se mantengan “con un retroceso tecnológico de al menos 30
años”.
Por otra parte, en 2019 la
Alianza Nacional Productiva (ANP), que articuló a 7 mil conuqueros, conformó
núcleos de semilleristas y avanzó en la creación de casas de semillas para
garantizar una recolección de 140 mil kilos de semillas que permitiera aumentar
tres veces la cantidad de conuqueros a 21 mil.
“Nosotros planteamos una lógica totalmente
distinta: organizarnos para obtener insumos del estado pero principalmente
organizarnos para resolver los problemas de la producción entre los mismos
productores y productoras.
Así avanzamos en la Alianza Nacional Productiva, por
la reactivación productiva del campo”, declaró Ángel Betancourt, coordinador de
la ANP.
Además la organización
comunal, como alternativa a la organización política del estado burgués, busca
construir un nuevo tejido social que verdaderamente permita al pueblo ejercer
su propio poder, más en algo tan clave como la producción de alimentos.
Una experiencia como la ciudad
comunal Simón Bolívar en Apure, un colectivo de ocho comunas,
pionera en elegir un autogobierno en 2008, es fruto de un largo proceso
organizativo conducido por el Frente Nacional Campesino Ezequiel Zamora que
comenzó en la década de 1990.
Hoy cuenta con 116 mil
hectáreas, 39 consejos comunales y 7 mil 600 habitantes. Esta ciudad comunal
produce colectivamente diversos cultivos, entre ellos cereales, legumbres,
oleaginosas, carne, leche y frutas.
Comuneros
cosechan arroz como resultado del esfuerzo organizativo de consejos comunales y
el gobierno local, hoy producen diversos rubros para asegurar el poder popular
por medio del hacer. Foto: crbz.org
De cara a aumentar la
soberanía y seguridad alimentaria, el presidente Nicolás Maduro ha llamado al
debate del relanzamiento de la Gran Misión AgroVenezuela (PDF),
la cual busca
“Fortalecer la producción
nacional de alimentos en todas sus escalas, mediante el apalancamiento
científico tecnológico, técnico, logístico, organizativo y una nueva
arquitectura financiera de los campesinos y campesinas, pescadores y
pescadoras, acuicultores y acuicultoras, agrourbanos y agrourbanas, así como a
todos los actores y sectores del encadenamiento productivo agroalimentario
garantizando la Soberanía Agroalimentaria y protegiendo al país de la crisis
mundial de alimentos”.
Los nueve vértices de esta
Gran Misión tienen como criterios la organización popular, el apuntalamiento de
la ciencia y la tecnología, la territorialización en torno a los Comités
Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), el seguimiento y control desde
plataformas tecnológicas y la criptomoneda Petro como pivote financiero.
No existe posibilidad de
volver al pasado. El conuco venezolano no puede ser utilizado como franquicia
porque es tan único como cada comunidad, tradiciones e historia que lo
desarrolla.
No se trata de una panacea impuesta desde arriba sino de una
cultura que atraviesa lo esencial de la lucha venezolana por su independencia
política.
Tomado de: https://medium.com/@misionverdad2012
En: Twtter@victorianoysocialista
En: Facebook; //Adolfo León Libertad
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