¡Mujeres en la primera línea de la crisis sanitaria y en el combate
contra el capitalismo patriarcal y racista!
Mientras tanto, los Estados capitalistas fortalecieron sus fuerzas represivas durante la pandemia, con el incremento de la vigilancia y el control social, pero también aumentando la represión contra la clase trabajadora y los sectores oprimidos, en particular contra la comunidad negra.
Manifiesto
internacional de la agrupación feminista, socialista y revolucionaria Pan y
Rosas
FOTO: Nuestra compañera Tre Kwon, enfermera de New York, manifestándose frente al hospital con otras trabajadoras, reclamando equipos de protección
Hace cien días, el 11 de marzo de
2020, la Organización Mundial de la Salud reconocía que la covid-19 se había
convertido en una pandemia global. Desde entonces, el coronavirus -que había
saltado de China y otros países asiáticos a Europa- se propagó a todos los
continentes, dejando medio millón de personas muertas y varios millones de infectadas.
Hoy, a cien días del inicio de la pandemia, la cifra de muertes de
Europa ha sido superada por América Latina donde recién se está acercando a
alcanzar el punto máximo de la curva de contagios y fallecimientos. Pero,
además, el cierre de fábricas, comercios, escuelas, las restricciones de viajes
y espectáculos, tuvieron un impacto inmediato en la vida de millones de
familias del pueblo trabajador. Se estima que, en solo tres meses, se perdieron
casi 300 millones de puestos de trabajo y 60 millones de personas cayeron bajo
el umbral de pobreza extrema, sumándose a los 700 millones que ya sobrevivían
con menos de dos dólares diarios, antes de la pandemia.
Mientras tanto, los Estados capitalistas fortalecieron sus fuerzas
represivas durante la pandemia, con el incremento de la vigilancia y el control
social, pero también aumentando la represión contra la clase trabajadora y los
sectores oprimidos, en particular contra la comunidad negra. El reciente
asesinato de George Floyd en Minneapolis, se da en este contexto de una
creciente violencia policial y de los grupos supremacistas blancos apoyados por
Trump, contra la población negra, como ocurrió también con el crimen de Breonna
Taylor, una trabajadora sanitaria asesinada por la policía en marzo pasado, mientras
dormía en su casa en Kentucky.
Pero, el racismo, la
xenofobia, el sexismo y la transfobia de Donald Trump ya han desatado masivas
movilizaciones que, ahora, desafían los “toques de queda” y enfrentan la
represión ordenada por gobernadores y alcaldes, tanto republicanos como
demócratas.
El
grito de “Black Lives Matter!” (Las vidas negras importan)
y, durante el mes del orgullo, el lema “Black Trans Lives Matter” (Las vidas
negras trans importan) encendieron la bronca y la solidaridad que se
esparcieron como reguero de pólvora desde Brasil hasta Alemania, desde Gran
Bretaña hasta Argentina.
En Francia, miles se movilizaron
contra el racismo y los crímenes cometidos por la policía, convocados por Assa
Traoré, la hermana del joven Adama, asesinado dentro de una comisaría en 2016.
En Brasil, las mujeres denunciaron
el asesinato de sus niñas y niños dentro de sus casas, pidiendo justicia por
Miguel y João Pedro.
El odio racista que destila el gobierno de Trump es la muestra exacerbada de la profunda y estructural segregación de la población afrodescendiente en los Estados Unidos.
Algo que también se evidencia en la pandemia, donde la mayoría de las víctimas
son personas negras y pobres. En Chicago, donde la población negra representa
apenas un tercio del total de habitantes, cargan con el 73% de las muertes por
coronavirus. En Milwaukee, son el 26% de la población y representan el 81% de
los muertos. Cifras similares se repiten en Michigan, donde el 14% de la
población es afrodescendiente, pero son el 40% de los muertos durante la
pandemia. Una situación que se vive no solo en los estados gobernados por el
Partido Republicano, sino también en aquellos donde gobierna el Partido
Demócrata.
Las personas afrodescendientes son quienes pusieron en riesgo su vida, junto a la comunidad latina y migrante, en los trabajos de servicios esenciales, en los trabajos precarios, sin protección sanitaria.
Y son un sector significativo entre los 40 millones de trabajadoras y trabajadores que tuvieron que tramitar el seguro de desempleo de la noche a la mañana, durante esta pandemia. Si la rebelión antirracista contra la violencia policial en Estados Unidos encontró eco en todo el mundo, es porque la comunidad negra, como la población migrante, en todo el mundo se han convertido en las víctimas preferenciales del coronavirus, cuyo riesgo de mortalidad está estrechamente vinculado a la precariedad y las condiciones de superexplotación, agravadas por el racismo.
Las mujeres negras en Brasil -el país, fuera del continente
africano, con la población negra más numerosa- reciben hasta un 60% menos de
salario que los hombres blancos y son las que pierden a sus hijas e hijos a
manos de una de las policías más asesinas del mundo. Son las mujeres negras las
que están más sometidas a la precarización laboral, los peores trabajos y las
que sufren las peores consecuencias de los abortos clandestinos.
FOTO: Nuestra compañera Leticia Parks al frente de Pão e Rosas, en São Paulo
Para las mujeres, también hubo otras consecuencias particulares de
la pandemia: el cierre de escuelas, centros de infancia y recreación para niñas
y niños, como las propias condiciones del confinamiento, aumentaron la carga de
tareas de cuidado que realizan las mujeres en sus hogares. Esto es aún peor
para las mujeres que sostienen solas a su familia, para las que se vieron
obligadas a seguir trabajando, las que se quedaron sin empleo y las mujeres de
los sectores populares. Además, se estima que unos 18 millones de mujeres que
tenían acceso a métodos anticonceptivos pueden haberse quedado sin ellos
durante la pandemia, ya que, en muchos países escasearon durante estos meses y
resultó imposible adquirirlos en medio de las restricciones. Por otra parte,
los recortes presupuestarios de los sistemas sanitarios -previos a la pandemia-
también limitaron su capacidad operativa y, entre otras consecuencias, hoy se
estima que una reducción de apenas un 10% del acceso a servicios de abortos
seguros en los países más empobrecidos, habría producido 3 millones de abortos
clandestinos con la muerte de alrededor de 28 mil mujeres, mientras otros 15
millones de mujeres terminarían asumiendo embarazos no deseados. Y, durante los
confinamientos dictados por los gobiernos en todo el mundo, se incrementaron en
un 30% las denuncias por violencia de género.
Hoy, a 100 días de que se declarase la pandemia global, el
personal sanitario -donde más de un 70% son mujeres- aún está lidiando con la
saturación de las unidades de cuidados intensivos en algunos países y, en otros
lugares, ya empieza a alertar sobre la falta de recursos para afrontar las
secuelas de ansiedad, miedo y estrés que produjeron tanto la pandemia como la
inseguridad laboral, la pérdida del salario y la falta de recursos para
familias enteras. También están denunciando la falta de inversión y preparación
de los gobiernos, ante posibles rebrotes del coronavirus, como también
exigiendo mayores recursos para la Salud Pública.
Pocos días antes de que la OMS declarara la pandemia global,
millones de nosotras nos habíamos movilizado en cientos de ciudades de todo el
mundo, como lo hicimos en todos los 8 de marzo de los años recientes, para
conmemorar el Día Internacional de las Mujeres en las calles, por nuestros
derechos, contra la violencia sexista y los feminicidios, por la legalización
del aborto, contra la precarización laboral… Por eso, las mujeres que firmamos
este manifiesto, a 100 días que se declarara la pandemia de covid-19, nos
dirigimos a todas aquellas a las que los capitalistas nos ponen en “la primera
línea” de la superexplotación y la precariedad; a las que trabajamos en “la
primera línea” para la reproducción de nuestras familias sin ningún salario,
pero que también trabajamos en las primeras líneas de múltiples servicios e
industrias esenciales para garantizar la vida social. A las que cobramos menos
salario que nuestros compañeros y no tenemos acceso a las mismas categorías
laborales, pero somos las que estamos en “la primera línea” produciendo más y
más beneficios para un puñado de capitalistas; a las que ocupamos “la primera
línea” en la lucha contra la miseria y el hambre, sobreviviendo a expensas de
nuestro propio trabajo bajo las peores condiciones. Hoy, nos dirigimos a todas
aquellas mujeres, las organizadas sindicalmente y sin derecho a organizarse,
nativas, negras, migrantes, racializadas, indígenas, campesinas, a las madres
de personas torturadas, encarceladas, desaparecidas y asesinadas por la
violencia de los aparatos represivos del Estado, a las defensoras del
territorio, a las jóvenes estudiantes, activistas lesbianas y transgénero.
Queremos organizarnos en la primera
línea de la lucha económica, social y política, contra las patronales, los
gobiernos y los partidos que representan sus intereses, contra la burocracia
sindical que nos divide y limita nuestras fuerzas. Nuevamente, como tantas
otras veces en la Historia, estamos dispuestas a estar en la primera línea de
la lucha de clases, tomando el cielo por asalto.
FOTO: Pan y Rosas - Argentina en una manifestación por la legalización del aborto frente al Congreso Nacional
1. La pandemia del coronavirus no es “natural”: tiene profundas
raíces y graves consecuencias económicas y sociales
El origen de esta pandemia se encuentra en la brusca ruptura de
los equilibrios ecológicos provocados por el avance desenfrenado del
agrobusiness. Su veloz propagación, por todo el planeta, fue de la mano de las
cadenas globales de valor que, en las últimas décadas, expandieron
inusitadamente las fronteras del capital en búsqueda de una mayor rentabilidad.
Pero, además, la pandemia estalló brutalmente en países cuyos sistemas
sanitarios venían de décadas de planes de austeridad, ajustes presupuestarios,
despidos y vaciamiento; mientras la industria farmacéutica invertía en
desarrollos para enfermedades “rentables” y los gobiernos desoían o
desfinanciaban los programas de investigación sobre epidemias.
Tampoco se puede afirmar que las decenas de miles de muertes
provocadas por la covid-19 son la consecuencia inevitable de la propagación del
virus: los gobiernos tardaron en responder a las alertas y en paralizar las
actividades no esenciales por resguardar al máximo el lucro capitalista; luego,
impusieron confinamientos drásticos y globales, sin testeos masivos ni
ampliación, a tiempo, de la capacidad hospitalaria. Y después, también se
apresuraron en enviarnos de regreso al trabajo, sin información clara ni
medidas de prevención e higiene adecuadas, por el mismo motivo. En la mayoría
de los países, se evitó al máximo avanzar sobre el sistema privado de salud y
tomar otras medidas fundamentales para no afectar los intereses de los
capitalistas.
Mientras nos acercamos a la cifra de 500 mil muertes, también
denunciamos que no es “natural” -como ya señalamos- que en algunas ciudades de
Estados Unidos, donde las personas afrodescendientes constituyen un 30% de la
población, sean el 70% de los muertos por coronavirus. Lo mismo sucede con las
comunidades latinas en ese país y se repite en los barrios pobres de todas las
grandes metrópolis imperialistas, donde habitan, mayoritariamente, familias
migrantes. En los países dependientes, la situación es aún mucho más terrible.
Las tasas de contagio y mortalidad segmentadas demuestran que no es lo mismo
afrontar la pandemia con viviendas adecuadas, agua corriente, cloacas,
alimentación equilibrada, acceso a los productos de prevención e higiene, que
sin todo eso. La conclusión es que cualquiera puede contagiarse de coronavirus;
pero la exposición de las personas al contagio y la distribución de los
recursos para enfrentar la enfermedad es profundamente desigual, afectando con
especial dureza a las clases explotadas y los sectores oprimidos. Quienes
estamos más expuestos al contagio y la muerte somos las trabajadoras y
trabajadores, precarias, afrodescendientes, indígenas, campesinas, migrantes,
poblaciones urbanas empobrecidas, hacinadas y marginalizadas, sin techo...
El virus no hizo más que acelerar,
condensar y exponer las brutales contradicciones del sistema capitalista, que
se encuentra en su fase de declinación histórica. Mientras siguen los debates
sobre cómo se originó el coronavirus y sobre cuáles son las verdaderas cifras
de muertes provocadas por la desastrosa gestión de la pandemia, lo único claro
para millones -en todo el mundo- es que, en el capitalismo, las ganancias, el
lucro y los beneficios de unos pocos están por encima de nuestras vidas.
FOTO: Estudiantes y trabajadoras ferroviarias en huelga de Du Pain et Des Roses de Francia, en manifestación del 8M
2. El coronavirus no es responsable de la crisis capitalista que
quieren descargar sobre nuestras espaldas
Los capitalistas y sus gobiernos están aprovechando la pandemia
del coronavirus para multiplicar los despidos, los cierres de empresas, las
suspensiones con rebajas salariales, a lo que le seguirán mayor precarización y
empeoramiento de las condiciones de trabajo. Las cifras son tan brutales y
escandalosas como las de los contagios que no pudieron evitar: en Estados
Unidos, cerca de 40 millones de personas pidieron el seguro de desempleo; se
produjeron caídas históricas de la producción en China y casi toda Europa. En
todo el mundo, los rescates son esencialmente para los grandes capitalistas y
sólo en menor medida, los países imperialistas están otorgando algunas ayudas
insuficientes a la población, con el objetivo de evitar una parálisis mayor de
la economía y, sobre todo, estallidos sociales. En los países dependientes, se
prioriza el pago de las deudas externas, el rescate a los empresarios y los
paliativos para millones de familias trabajadoras y pobres resultan irrisorios
ante la catástrofe.
Pero el coronavirus no es culpable de esta crisis, que hunde sus
raíces en las tendencias que se desarrollaron después de la anterior crisis de
2008: bajo crecimiento de la inversión y la productividad, alto endeudamiento
de Estados y empresas y burbujas bursátiles, que ya anunciaban la posibilidad
de una recesión antes de la pandemia. Las respuestas que ensayan los gobiernos
al coronavirus solo han acelerado esa situación, más aún teniendo en cuenta que
muchos sectores seguirán paralizados o con menor actividad y que nuevos
rebrotes o una vacuna son aún incógnitas para los comités de científicos.
Los capitalistas buscarán salvarse
con nuevos ataques sobre las clases trabajadoras y los sectores populares,
mayores aún a los que vimos durante estos primeros 100 días: solo nos deparan
miseria y hambre a miles de millones, recortes salariales y empeoramiento de
las condiciones laborales, jornadas de trabajo más flexibles y elevados índices
de desocupación. Por eso, cada conquista en condiciones y puestos de trabajo o
salarios, por sistema de salud universales y de calidad, contra la destrucción
del medioambiente, deberemos arrancarlas con la lucha. ¡Que la crisis la paguen
los capitalistas!
FOTO: Pan y Rosas - México en la manifestación del 8M
3. El sistema capitalista no funciona sin la clase trabajadora
asalariada y sin subordinar el trabajo gratuito de las mujeres en su beneficio
Aunque durante largas décadas de neoliberalismo, a nivel mundial,
se deslocalizó, fragmentó y atacó a la clase trabajadora, la pandemia develó
que tanto las trabajadoras y trabajadores -formales e informales- de la primera
línea de los sistemas sanitarios, como las obreras y obreros agrícolas,
recolectores de residuos, textiles, trabajadores de la logística, del
transporte terrestre, fluvial, marítimo y aéreo, del reparto a domicilio, de
los servicios de telecomunicaciones, de la industria energética, de las plantas
potabilizadoras de agua y tantas otras y otros somos quienes, verdaderamente,
hacemos funcionar el mundo, garantizando la supervivencia de millones.
Pero, con nuestras protestas, reclamos y huelgas para exigir la
paralización de fábricas y empresas de sectores que no se consideraron
esenciales durante la pandemia, también demostramos la enorme dependencia que
el capitalismo tiene del trabajo humano. Es que, pese a los grandes avances de
la robotización y la inteligencia artificial, somos las trabajadoras y
trabajadores quienes generamos las ganancias que van a parar a los bolsillos de
los capitalistas.
Mientras tanto, la vida se siguió reproduciendo en los hogares,
esencialmente gracias a las mujeres que somos las que, mayoritariamente,
realizamos el trabajo gratuito para la reproducción social de la fuerza de
trabajo. Y esa jornada laboral gratuita se suma a la que ya tenemos de trabajo
asalariado, donde representamos un sector mayoritario o muy destacado de las
primeras líneas, como personal sanitario, en la atención de la tercera edad y
el cuidado de las personas dependientes, en la limpieza, la producción y
comercialización de alimentos y otros insumos básicos, en el trabajo doméstico
remunerado en las casas de los ricos. ¡Pero no solamente, porque las mujeres ya
representamos un 40% de los asalariados en general, a nivel mundial, por
primera vez en la Historia!
En síntesis, la pandemia evidenció
que del trabajo de esta clase socialmente mayoritaria dependen tanto la
economía como el cuidado que sostiene, cotidianamente, al sistema capitalista y
la vida de millones. No solo quedó demostrado que nuestra labor es esencial
para la reproducción social -como ya nadie puede dejar de reconocer-, sino
también que ocupamos posiciones estratégicas para la reproducción del capital:
ocupando esos “puntos de vulnerabilidad” de las cadenas de suministros a escala
mundial, constituimos -colectivamente, junto a nuestros compañeros- el sujeto
social que posee la potencialidad de afectar el funcionamiento del capitalismo.
FOTO: Pan y Rosas - Bolivia en la manifestación del 8M en La Paz
4. ¡Organicemos y ampliemos nuestra primera línea en la lucha de
la clase trabajadora!
Las mujeres trabajadoras y del pueblo pobre -como tantas otras
veces en la Historia- somos también la primera línea de las luchas contra
quienes nos quieren arrebatar el pan y el futuro. Por eso ya los escribas de la
burguesía alertan a sus jefes y patrones sobre posibles insurrecciones y
revoluciones que podrían ocurrir cuando pase la pandemia y los planes de
austeridad, recortes y ajustes de los gobiernos capitalistas descarguen, con
mayor brutalidad, la crisis sobre nuestras espaldas.
Las enfermeras italianas fueron de las primeras en convocar a
todos los trabajadores a la huelga general, en marzo pasado, que su labor
salvando vidas les impedía efectuar. Hoy, en el Estado español, las
trabajadoras sanitarias reclaman que les devuelvan el porcentaje del salario que
le robaron con el ajuste que siguió a la anterior crisis de 2008 y para
defender la Salud Pública. En Estados Unidos, trabajadoras y trabajadores
sanitarios tuvieron que enfrentar la represión policial y las detenciones
mientras acudían a las movilizaciones que pedían “Justicia para George Floyd”,
para asistir a las y los manifestantes. Las trabajadoras del sistema sanitario,
como las educadoras, cuidadoras y trabajadoras sociales, en todos los países,
siguen acumulando bronca contra los gobiernos responsables del descalabro y los
privilegios de los ricos cuyas ganancias y propiedades son las primeras en ser
“rescatadas”.
Miles de trabajadoras de empresas de comidas rápidas,
supermercados y distribuidoras, maquilas y fábricas de producción no esencial,
junto a sus compañeros, se rebelaron contra las patronales criminales en
Italia, Francia y, particularmente, en el corazón del imperialismo
norteamericano, además de diversos países de América Latina. En diferentes
lugares, protestas y hasta verdaderas revueltas contra el hambre, el
desabastecimiento y la carestía, fueron protagonizadas por las familias del
pueblo pobre. Son un adelanto de lo que puede pasar si millones de trabajadoras
y trabajadores retornan a sus empleos en condiciones inseguras, si se les
quiere imponer nuevas y peores condiciones de contratación, peores salarios y
jornadas más largas o si más familias, aún, quedan en la calle.
Sin embargo, las burocracias sindicales han cerrado filas con las
patronales y los gobiernos, poniendo en cuarentena los reclamos y los planes de
lucha para defender nuestros derechos. Donde hay una lucha, la mantienen
aislada y tratan de limitar las demandas de cada sector a los intereses
corporativos. Por el contrario, impulsamos el frente único obrero, exigiendo a
las direcciones de las organizaciones actuales de la clase trabajadora,
acuerdos en la lucha que nos permitan golpear juntos, aunque marchemos
separados. Pero nuestra perspectiva es barrerlos de la conducción de nuestras
organizaciones y recuperar los sindicatos para nuestra clase.
Por eso, llamamos a organizar y
ampliar esa primera línea de luchadoras, contra las burocracias que nos dividen
y buscan conciliar con los gobiernos y los Estados capitalistas, porque tenemos
que lograr el triunfo de las luchas presentes y prepararnos para que triunfen
las que vendrán, que seguramente se multiplicarán.
FOTO: Nuestras compañeras enfermeras de Brot und Rosen, en la manifestación del 8M en Munich
5. Por la independencia política respecto de los partidos que
representan los intereses de los capitalistas
Somos conscientes de que la clase trabajadora, cada vez más
feminizada y racializada, tiene el potencial de interrumpir el funcionamiento
de la economía y afectar las ganancias capitalistas, de establecer alianzas con
otros sectores populares oprimidos, de construir un nuevo orden social que se
base en la satisfacción de las necesidades de las grandes mayorías y no en el
afán de lucro de una clase parasitaria. Pero cuando ese potencial se pone en
marcha, enfrentando a la patronal, no sólo enfrentamos a los burócratas
sindicales -sus agentes en el movimiento obrero-, siempre dispuestos a negociar
la tasa de explotación, pero nunca a eliminarla de raíz. También enfrentamos al
Estado y los partidos políticos que representan los intereses de los
capitalistas.
Ellos no son, únicamente, los Donald Trump, Giuseppe Conte, Boris
Johnson, Jair Bolsonaro, Sebastián Piñera o Emmanuel Macron. También están las
mujeres como Angela Merkel que, con sonrisa “maternal” y firmeza imperialista
propone un programa de reconstrucción de Europa que canjeará salvatajes a los
Estados y las grandes empresas por planes de austeridad que pagará la clase
trabajadora, cuyos términos aún están por definirse a nuestras espaldas. O la
golpista Jeanine Áñez que, en Bolivia ahora llama al rezo y al ayuno para
enfrentar la pandemia, y no dudó en ordenar masacres militares para consumar el
golpe de Estado en noviembre del año pasado. Incluso hay otras fuerzas de la
extrema derecha que ya venían creciendo antes de la pandemia, desplegando una
cruzada reaccionaria contra el movimiento de mujeres, las personas LGTBI y las
inmigrantes. Coincidiendo con el Vaticano y las iglesias evangélicas
fundamentalistas, cargaron contra lo que denominaron "ideología de
género" y el feminismo, combinando la intención conservadora de subordinar
a las mujeres en los roles tradicionales familiares, con el odio hacia los
extranjeros. Ahora, ante la crisis, intentan nuevamente capitalizar el
descontento social con los gobiernos, en un sentido reaccionario.
Frente al crecimiento de estas fuerzas de la extrema derecha, las
izquierdas reformistas en Europa, Estados Unidos o América Latina promueven que
debemos resignarnos al “mal menor”, tanto de los viejos partidos
social-liberales en Europa, como del Partido Demócrata en Estados Unidos o los
“progresismos” en América Latina. Pero esas salidas del “mal menor” nos
condenan siempre a aceptar las mismas políticas neoliberales combinadas con
algunas medidas sociales muy limitadas, que se revelan completamente cosméticas
ante la magnitud de la crisis en curso. Para enfrentar a la extrema derecha, no
son ninguna alternativa esos gobiernos de "mal menor" que dejan
intactas las ganancias de los capitalistas y que se siguen apoyando en las
instituciones más reaccionarias de sus Estados, como las policías, los
tribunales o las jerarquías de las iglesias. Antes las movilizaciones
feministas y hoy las movilizaciones antirracistas, fueron el único freno a sus
mensajes de odio, que ninguna fuerza política de los regímenes capitalistas se
atrevió a poner.
Por eso, tenemos que abrirnos paso, además, entre los viejos y
nuevos reformistas que, con lenguaje de izquierda, gestionan o se ofrecen para
gestionar la decadencia capitalista. Ellos son los que regatean, con sus
empresarios nacionales, las migajas que pueden ofrecer hoy para salir del paso,
con la ilusión de que, después de la pandemia, todo vuelva a como estaba antes:
pingües negocios para los capitalistas y salarios de hambre con más
precarización para las familias trabajadoras. Ese es el escandaloso papel que
está cumpliendo Unidas-Podemos, co-gobernando con el neoliberal PSOE el Estado
imperialista español, rindiendo pleitesía a la parasitaria monarquía de los
Borbones y ciñéndose a la constitución del ‘78 heredada del franquismo. Son los
que hablan de inclusión, como el Frente de Todos, de Argentina, pero en el
gobierno no dejan de pagar la fraudulenta deuda externa mientras, en pleno
centro de la capital del país, mueren mujeres jóvenes de los barrios precarios,
después de quince días de reclamar que no tienen acceso al agua potable en
medio de la pandemia. O como en México, donde el gobierno de AMLO llegó
sostenido por las esperanzas de cambio de millones, incluyendo a amplios
sectores de mujeres que confiaron en su discurso de gobernar “para ricos y
pobres” y que, sin embargo, ahora muestra una política que beneficia a los
empresarios, continúa la militarización -que aumentó los feminicidios desde
hace doce años-, como parte de la subordinación al imperialismo y las
exigencias de Trump. O como en Bolivia, donde el MAS de Evo Morales ha
negociado sistemáticamente con los golpistas que hoy controlan el Estado,
utilizando como moneda de cambio la sangre derramada durante la valiente y
espontánea resistencia popular al golpe, en la que tuvieron un rol protagónico
las las valientes “mujeres de pollera”. Son los que, como Bernie Sanders,
cumplen el triste y trágico papel de lavarle la cara a sanguinarias formaciones
políticas como el Partido Demócrata norteamericano, prometiendo algunas escasas
reformas sociales con encendidos discursos, para terminar retirándose de la
campaña y apoyando al candidato Joe Biden, quien, por más que lo intenten, no
puede disimular que es un viejo político del establishment. Ante la crisis de
Trump y la emergencia de las protestas antirracistas, el Partido Demócrata está
llamado a jugar su rol histórico de pasivizar a los movimientos sociales y
asimilarlos al régimen burgués imperialista. Está por verse si lo logrará con
el candidato que, en la misma ceremonia por la memoria de George Floyd, aseveró
que había que educar a la policía para que “cuando hay una persona desarmada
que viene hacia ellos con un cuchillo o algo le disparen en la pierna en lugar
del corazón”. Un candidato sobre el cual pesan, además, acusaciones de acoso y
otros comportamientos marcadamente misóginos. En nada se diferencian del rol
que ya le vimos cumplir, calamitosamente, a Syriza en Grecia cuando llegó al
gobierno siendo “la promesa de la izquierda” y terminó aplicando los brutales
planes de austeridad, durante la última gran crisis de 2008, que impuso la
troika europea.
Mientras los representantes de los partidos conservadores, de la
derecha y del populismo de extrema derecha, se disputan el primer puesto en el
campeonato de misóginos, xenófobos, racistas, homofóbicos, lesbodiantes y
transodiantes, entre los viejos y nuevos reformistas abundan los discursos
“políticamente correctos” que, en gran medida, carecen de políticas concretas
que los sostengan y modifiquen sustancialmente las vidas de millones de
mujeres, lesbianas y personas trans, migrantes, racializadas y precarizadas. En
muchos países, con algunas medidas y bastante palabrerío, han asimilado y
cooptado a una buena parte de las referentes feministas y del movimiento de
mujeres. Mientras millones de trabajadoras y jóvenes estudiantes abrazaron, en
los últimos años, la lucha antipatriarcal, algunas de las activistas más
reconocidas fueron integradas a las instituciones de gobierno o se convirtieron
en voceras de los partidos reformistas, candidatas o impulsoras de sus campañas
electorales.
Por el contrario, nosotras luchamos
por la más amplia y profunda independencia del movimiento de mujeres, de todas
las variantes políticas del régimen que, de distintas maneras, representan los
intereses de diferentes sectores capitalistas, pero no los nuestros, los del
pueblo trabajador. Y luchamos por una salida propia de la clase trabajadora a
esta enorme crisis. ¡No en nuestro nombre!
FOTO: Nuestras compañeras de Pan y Rosas - Estado español, en la movilización del 8M de Madrid
6. ¡Nuestras vidas valen más que sus ganancias!
Los capitalistas, los gobiernos y partidos políticos que
representan sus intereses y la burocracia sindical como agente en el movimiento
obrero, tienen un programa de medidas para hacernos pagar la crisis. Nosotras
levantamos un programa opuesto que plantea tocar los intereses de los
capitalistas para que esta crisis no la vuelva a pagar el pueblo trabajador.
En todo el mundo, para atender la pandemia, seguimos exigiendo la
centralización del sistema de salud, incluyendo la salud privada, en la
perspectiva de su nacionalización, para prestar servicios de salud de calidad,
con inversión y salarios acordes, bajo control de sus trabajadoras y
trabajadores.
La pandemia no es excusa para cerrar o reducir los programas de
salud sexual y reproductiva, los servicios públicos de aborto seguro ni ningún
otro servicio de atención a las mujeres y personas sexodiversas. Tampoco para
seguir condenando a secuelas graves en la salud o la muerte por abortos
inseguros y clandestinos a las mujeres y personas gestantes, en aquellos países
donde aún no ha sido legalizado este derecho. Por eso, seguimos luchando por el
derecho al aborto, para que sea legal, seguro y gratuito, como lo reclama el
movimiento de mujeres en Argentina, México, Chile y otros países del mundo.
Impulsamos la organización de quienes debemos seguir trabajando,
para exigir el control sobre las condiciones de seguridad e higiene. A su vez,
peleamos contra las suspensiones con rebajas salariales y contra los despidos,
exigiendo su prohibición. Prestamos especial atención a las trabajadoras
precarias, sin derechos laborales, exigiendo subsidios o salarios de
cuarentena, es decir, un ingreso que les permita cubrir sus necesidades
mínimas. Peleamos por igual salario por igual trabajo. El racismo y el machismo
son mecanismos de dominación que refuerzan la superexplotación, por eso
luchamos por eliminar la brecha salarial entre hombres y mujeres, como también
por discriminación racial, étnica o xenofobia.
Enfrentamos el racismo al grito de “Black Lives Matter!”. Exigimos
justicia por Marielle Franco. Defendemos los derechos de las mujeres migrantes
que, ante el cierre indiscriminado de las fronteras, han quedado hacinadas en
campamentos de trabajadoras temporeras agrícolas, en condiciones inhumanas, sin
atención sanitaria ni servicios esenciales, o las que fueron obligadas a pasar
la cuarentena en las casas de sus patrones, viviendo como internas, separadas
compulsivamente de sus familias. Exigimos el cierre de todos los centros de
detención de inmigrantes.
Contra la demagogia de la derecha hacia las clases medias arruinadas, peleamos
para que las organizaciones de la clase trabajadora exijan subsidios del
Estado, condonación de deudas y créditos baratos para pequeños comerciantes,
cuentapropistas y autónomos que dejaron de percibir ingresos durante los
períodos de confinamiento.
Peleamos por impuestos progresivos a las grandes fortunas, porque
es obsceno que el 1% más rico del planeta acumule un 82% de la riqueza global.
Las propiedades eximidas de gravámenes de la Iglesia, como las enormes cantidades
de inmuebles vacíos de los grandes grupos inmobiliarios que especulan con los
alquileres y el turismo, deben ser puestos al servicio de las necesidades del
pueblo trabajador, empezando por las personas sin techo, las familias que viven
hacinadas y en condiciones insalubres en chabolas y otras construcciones
precarias y las mujeres, niñas y niños que son víctimas de violencia machista y
abusos.
En los países dependientes planteamos el desconocimiento soberano
de las deudas externas, porque los bancos y los capitales financieros no pueden
seguir hundiendo países y regiones, ni cargando a los Estados con deudas
impagables. Por eso, también proponemos luchar por la nacionalización de la
banca bajo control de sus trabajadoras y trabajadores, para centralizar el
ahorro nacional en función de las necesidades populares.
El monopolio estatal del comercio exterior también es una
necesidad en todos los países: en aquellos exportadores de materias primas,
permitiría impedir que las rentas se las lleven un puñado de multinacionales
agroexportadoras, mineras o pesqueras.
Y rechazamos el fortalecimiento de los aparatos represivos de los
Estados: no son las policías, fuerzas de seguridad ni fuerzas armadas que
asesinaron a mansalva a George Floyd (como lo hacen a diario con los jóvenes
afrodescendientes de las barriadas populares y los hijos de las familias pobres
en todo el mundo), aquellas que reprimen nuestras protestas y son responsables
de torturas, extorsiones, narcotráfico o trata de mujeres, las que van a garantizar
el cumplimiento de las cuarentenas. Rechazamos también el espionaje y el
control policial y estatal, con el supuesto fin de controlar los contagios.
Estamos por nuestra más amplia autoorganización para ejercer el autocontrol y
la autodisciplina de la clase trabajadora frente a la pandemia.
En los países imperialistas combatimos al patriotismo reaccionario
que enfrenta a los pueblos y también al racismo como a todas las formas de
discriminación hacia las y los migrantes. El antiimperialismo es una bandera
esencial en estos países, cuyas empresas monopólicas y Estados ejercen la más
brutal expoliación sobre la mayoría de las naciones oprimidas. Exigimos el fin
de las sanciones contra Venezuela, Cuba e Irán.
Así como las mujeres nos
movilizamos masivamente en todo el mundo por nuestros derechos, cada uno de los
últimos 8 de marzo, apelamos también al internacionalismo de la clase
trabajadora, para unirnos por sobre las fronteras contra nuestros enemigos de
clase comunes. Nosotras, con nuestras voces encendidas de rabia, llamamos a las
trabajadoras de todo el mundo a organizarse y luchar por este programa, porque
¡nuestras vidas valen más que sus ganancias!
FOTO: Nuestras compañeras de Pan y Rosas "Teresa Flores", de Chile en una manifestación en Santiago, contra el gobierno de Piñera y por una Asamblea Constituyente
7. Por el pan y por las rosas
Las mujeres de la clase trabajadora nunca aceptaron, pasivamente,
los ataques contra sus condiciones de vida, ni se quedaron quietas viendo a sus
familias morir de hambre. No se callaron cuando atropellaron sus derechos y
libertades ni dudaron cuando quisieron conquistar lo que creyeron justo. Eso
sucedió con las mujeres del pueblo pobre de Francia en 1789, con las mujeres
negras que fueron protagonistas de la revolución que abolió la esclavitud en
Haití en 1804, con las obreras textiles rusas en 1917 que dieron el puntapie
inicial del proceso revolucionario que llevó al poder a la clase trabajadora y
son muchos los ejemplos históricos de procesos revolucionarios que fueron
desencadenados por la chispa incendiaria de las mujeres.
Del mismo modo, las mujeres de la clase trabajadora enfrentarán los
próximos ataques que hoy se cuecen en la crisis de la pandemia que, además,
abona el terreno para el surgimiento de nuevas formas de pensar. ¿Sus actuales
y próximas luchas por el pan encenderán la pradera? Nuestro objetivo es
doblarle el brazo a los capitalistas y abandonar la eterna resistencia, para
conquistar la victoria. Como decía la revolucionaria Rosa Luxemburgo: “Queremos
una nueva sociedad y no establecer algunas modificaciones insustanciales de la
antigua sociedad que nos ha esclavizado”.
Luchamos por una sociedad en la que la reproducción y la
producción se desarrollen armoniosamente con la naturaleza; una sociedad
liberada de todas las formas de explotación y opresión que hoy apremian a las
inmensas mayorías. Pero somos conscientes de que esa sociedad no emergerá,
espontáneamente, de la actual crisis, aunque la recomposición del sistema
capitalista cada vez sea más difícil y de más corto alcance que la recuperación
anterior. Sabemos que aunque las contradicciones del capitalismo sean cada vez más
irresolubles bajo sus propias normas de funcionamiento, su decadencia no
implica el advenimiento de una insurrección global triunfante de manera
automática. Es necesario prepararla desde ahora.
Las trabajadoras, feministas anticapitalistas y socialistas
revolucionarias apostamos a que las mujeres también estemos en la primera fila
de la lucha política y la lucha de clases para derrotar a los capitalistas, sus
gobiernos y su Estado. Somos conscientes de que, en estos combates presentes,
luchando por imponer un programa que dé una salida obrera e independiente de
los capitalistas, a la crisis que atraviesa la humanidad, se juega cómo
llegaremos preparadas a los combates futuros. Somos conscientes de que
necesitamos poner en pie una organización política revolucionaria de la clase
trabajadora si no queremos ser impotentes en los próximos enfrentamientos de la
lucha de clases a los que nos conducen los capitalistas que nos declararon una
verdadera guerra, profundizada por la pandemia.
¡Manos a la obra! Construyamos una
organización política revolucionaria internacional de la clase trabajadora que
abra la perspectiva de derrotar al capitalismo e imponer un nuevo orden
socialista, donde abunden el pan y también las rosas.
FOTO: La delegación de Pan y Rosas, en un Encuentro Nacional de Mujeres en Argentina
FIRMAN
ALEMANIA Charlotte Ruga, enfermera obstetra del
Hospital "München Klinik", Munich; Lisa Sternberg, enfermera de
cuidados intensivos del Hospital "München Klinik", Munich; Lilly
Schön, economista, trabajadora de la Universidad de Tecnología y Economía,
Berlín; Tabea Winter, estudiante de Trabajo Social, Universidad Alice Salomon,
Berlín // ARGENTINA Myriam Bregman, abogada, diputada del Frente
de Izquierda, Buenos Aires; Andrea Lopez, médica generalista Hospital José
Ingenieros, miembro de la Comisión Directiva de Cicop, La Plata; Natalia
Aguilera, enfermera Hospital San Martín, La Plata; Pamela Galina, médica
residente Hospital Noel Sbarra, delegada Cicop, La Plata; Natalia Paez, médica
residente Hospital San Martin, delegada Cicop, La Plata; Lucía Rotelle, psicóloga
Hospital José Ingenieros, delegada ATE, La Plata; Laura Cano, médica residente
del Hospital José Ingenieros, delegada Cicop, La Plata; Julieta Katcoff,
enfermera, delegada ATE, Hospital Castro Rendón, Neuquén; Florencia Peralta,
enfermera, delegada ATE, Hospital Castro Rendon, Neuquén; Barbara Acevedo,
enfermera Hospital Garrahan, Buenos Aires; Carina Manrique, enfermera Hospital
Garrahan, Buenos Aires; Florencia Vargas, administrativa Hospital Garrahan,
delegada ATE, Buenos Aires; Florencia Claramonte, administrativa Hospital
Garrahan, delegada ATE, Buenos Aires; Laura Magnaghi, técnica médica, miembro
de la directiva de ATE Sur, Hospital Alende, Lomas de Zamora; Claudia Ferreyra,
enfermera Hospital Rivadavia, Buenos Aires; Melina Michniuk, psicóloga concurrente
Hospital Piñero, Buenos Aires, Andrea D’Atri, fundadora de Pan y Rosas, Buenos
Aires // BOLIVIA Fabiola Quispe, abogada y miembro de PRODHCRE
(Profesionales Por Los Derechos Humanos y Contra la Represión Estatal), La Paz;
Gabriela Ruesgas, economista y profesora de la Carrera de Sociología - UMSA, La
Paz; Daniela Castro, tesista de Antropología - UMSA, La Paz; Gabriela Alfred,
Licenciada en Filosofía, investigadora, Tarija; Violeta Tamayo, politóloga e
investigadora, La Paz // BRASIL Letícia Parks, militante do Quilombo
Vermelho; Fernanda Peluci, diretora do Sindicato dos Metroviários de São Paulo;
Carolina Cacau, professora da Rede Estadual do Rio de Janeiro; Silvana Araújo,
linha de frente da greve das terceirizadas da Universidade de São Paulo; Diana
Assunção, directora de base del Sindicato de los Trabajadores de la
Universidade de São Paulo; Maíra Machado, diretora da Apeoesp (Sindicato dos
Professores do Estado de São Paulo); Flávia Telles, coordenadora do Centro
Acadêmico de Ciências Humanas da Universidade Estadual de Campinas; Flavia
Valle, professora da Rede Estadual de Minas Gerais; Val Muller, estudante da
UFRGS e militante da Juventude Faísca, Rio Grande do Sul; Virgínia Guitzel,
militante trans e estudante da UFABC, São Paulo. // CHILE Natalia Sánchez, médica del Comité de
Emergencia y Resguardo, Antofagasta; Silvana González, trabajadora del aseo
Hospital de Antofagasta y dirigente sindicato N°1 Siglo XXI, Antofagasta;
Carolina Toledo, enfermera e integrante de las Brigadas de Salud en la revuelta
del 18 de Octubre 2019, Santiago; Carolina Rodriguez, Técnica Paramédica en
Hospital Sotero del Río; Santiago;; Isabel Cobo, trabajadora industrial y
dirigente sindical de laboratorios; Santiago; Joseffe Cáceres, trabajadora de
limpieza y dirigente sindical de la Universidad Pedagógica, Santiago; María
Isabel Martínez, dirigente del Colegio de Profesores Comunal Lo Espejo,
Santiago; Patricia Romo, presidenta del Colegio de Profesores Comunal,
Antofagasta; Pamela Contreras Mendoza, asistente de educación y ex vocera
Coordinadora 8 de Marzo, Valparaíso; Nataly Flores, trabajadora retail,
directora sindicato de Easy, Antofagasta; Camila Delgado, dirigente sindical
retail, Temuco. // COSTA RICA Stephanie Macluf Vargas, estudiante
Universidad de Costa Rica; Fernanda Quirós, presidenta Asociación de
Estudiantes de Filosofía de la Universidad de Costa Rica; Paola Zeledón,
trabajadora de call center, conductora del programa "Perspectiva de
Izquierda", La Izquierda Diario CR // ESTADO ESPAÑOL Josefina
L. Martínez, periodista e historiadora, Madrid; Cynthia Burgueño, historiadora
y trabajadora de Educación, Barcelona; Raquel Sanz, trabajadora del hogar,
Madrid; Àngels Vilaseca, trabajadora de Servicios Sociales y Cuidados,
Barcelona; Soledad Pino, teleoperadora, Madrid; Rita Benegas, inmigrante
trabajadora del hogar, Barcelona; Neris Medina, trabajadora inmigrante en
cadena de comida rápida, Madrid; Lucía Nistal, investigadora UAM, Madrid;
Verónica Landa, periodista de Esquerra Diari, Barcelona. // ESTADOS UNIDOS Tre Kwon, enfermera del Hospital Monte Sinaí,
New York; Julia Wallace, activista de Black Lives Matter, miembro
del Local 721 del Sindicato de Trabajadores de Servicios Públicos de California
Sur; Tatiana Cozzarelli, estudiante de doctorado en Educación Urbana en CUNY,
New York; Jimena Vergara, inmigrante mexicana, corresponsal de Left
Voice, New York. // FRANCIA Laura Varlet, trabajadora ferroviaria en la
SNCF en Seine-Saint Denis, région parisina; Nadia Belhoum, colectivera en la
RATP (empresa de transportes urbanos de Paris); Marion Dujardin, docente de
artes plasticas en region parisina; Elise Lecoq, docente de Historia en region
parisina; Diane Perrey, docente en Toulouse // ITALIA Scilla Di Pietro, trabajora gastronómica;
Ilaria Canale, estudiante de enfermería// MÉXICO Sandra
Romero, paramédica en primera línea de atención Covid-19; Úrsula Leduc,
laboratorista del IMSS y la Secretaría de Salud; Lucy González, trabajadora
precarizada del sector salud; Sulem Estrada Saldaña, Docente de educación
básica; Flora Aco González, Trabajadora estatal reinstalada y defensora de
derechos laborales; Yara Villaseñor, trabajadora precarizada de servicios;
Alejandra Sepúlveda, trabajadora estatal reinstalada, defensora de derechos
laborales; Miriam Hernández, trabajadora administrativa STUNAM; Claudia
Martínez, médica pasante del sector salud // PERÚ Zelma
Guarino, estudiante de agronomía; Cecilia Quiroz, dirigente de Pan y Rosas;
Melisa Ascuña, docente; Fiorela Luyo, estudiante // URUGUAY Karina Rojas, Trabajadora Social; Virginia
Amapola, estudiante y trabajadora de la Educación, Fernanda Parla, trabajadora
// VENEZUELA Suhey Ochoa, estudiante de Universidad Central de
Venezuela
***
Y siguen las firmas de trabajadoras, estudiantes, amas de casa y activistas que
integran Brot und Rosen, Alemania; Pan y Rosas,
Argentina; Pan y Rosas, Bolivia; Pão
e Rosas, Brasil; Pan y Rosas “Teresa Flores”, Chile; Pan
y Rosas, Costa Rica; Pan y Rosas, Estado español; Bread & Roses, Estados Unidos; Du pain et des roses, Francia; Il
pane e le rose, Italia; Pan y Rosas, México; Pan
y Rosas, Perú; Pan y Rosas, Uruguay; Pan
y Rosas, Venezuela.
Tomado de: http://www.laizquierdadiario.com/
Y
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En: Facebook; //Adolfo León Libertad
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