Un enésimo informe de un organismo internacional ha salido contra Venezuela.
Y a coro comienzan los que lo esperaban, como ocurre en la sociedad del espectáculo, a rasgar vestiduras, a elevar lamentos al cielo, a tomarse la cabeza.
No importa que esos que hoy lloran ante el mundo por el sufrido pueblo venezolano sean los mismos que incumplen todo aquello que le exigen a Venezuela, o que siempre miren hacia el lado cuando de otros países y de otros pueblos se trata.
Todo el derecho internacional ha sido pisoteado en los últimos años por quienes atacan a Venezuela.
Bloqueos y sanciones unilaterales, provocaciones militares permanentes, ataques a sus sedes diplomáticas, interceptación de buques con medicamentos.
Dicen que se trata de “sanciones contra una narco-dictadura”; al menos así lo explican los jefes de Estado de los mismos países que más droga producen y más droga consumen en el planeta.
Toda la tradición de la diplomacia occidental ha sido tirada a la basura cuando de Venezuela se trata.
Hemos visto Presidentes extranjeros acudiendo a la frontera de ese país incitando a la guerra y legitimando una violación territorial.
Naciones aliadas de USA han suspendido credenciales del personal diplomático y prohibido la circulación de sus vehículos por las vías públicas.
Estados Unidos – retomando su uso del far west– ha puesto precio en dólares a la cabeza del Presidente de Venezuela y a sus cercanos.
Todo el orden financiero internacional ha sido usado para “hacer chillar” la economía de Venezuela.
Se ha sancionado su Banco Central (medida única en el mundo), se le ha requisado su oro en Inglaterra, se le han confiscado sus refinerías en Estados Unidos (Citgo), se aplaude que terceros países no paguen sus deudas con empresas estatales venezolanas.
Los mismos que lloran por más democracia en Venezuela, callan ante el reciente golpe de Estado en Bolivia.
Son los mismos que como el chileno Francisco Cox, redactor del Informe de la ONU, imploran por los Derechos Humanos en Venezuela, mientras en su reciente visita a Chile señala que no pudo constatar “ataques a la población civil como política de Estado”, y que “no creo que el Presidente (Piñera) tenga responsabilidad penal internacional”.
Lo dice respecto de un país que tras el estallido social de octubre de 2019 tiene más de 1.500 jóvenes presos, militarización total del territorio y el triste récord mundial de casi 500 personas con mutilaciones oculares en apenas 4 meses…ni en Palestina.
Este doble estándar, esta hipocresía mundial, este cinismo es posible, en buena parte, porque los principales medios del mundo silencian lo uno y se escandalizan con lo otro.
Ocurre entonces que miles de periodistas, muchos de ellos/as “progresistas” se hacen parte de un juego de interpelación permanente contra Venezuela.
Esos periodistas, por ejemplo, los de mi país – Chile- mientras exigen pronunciamientos, ponen caras compungidas, se afectan y les duelen las violaciones a los DD.HH. en Venezuela, nada dicen del golpe y las masacres recientes en Bolivia (país limítrofe).
Mientras hablan del “régimen corrupto de Maduro”, nada dicen de Perú (país limítrofe) cuyos últimos ¡seis! Presidentes han estado involucrados en corrupción mayor, lo que ha provocado cárcel, suicidios y renuncias de ellos.
Por eso en esta discusión los argumentos y contrargumentos no tienen sentido.
No es éste un tema de debate democrático, no estamos ante una discusión con racionalidad práctica, no hay espacio de encontrar razones y contra-razones que podrían iluminar posiciones distintas.
No es un debate, es un ataque.
Un ataque que pasó de la preocupación, a la obsesión, y de ahí al ensañamiento.
Y ante los ataques, especialmente en sus fases agudas como las que estamos viendo hoy, sólo le cabe a uno afirmarse en sus principios y tomar posición.
Porque de eso se trata para Trump, Piñera, Bolsonaro, Aznar, Duque y Santos: de derribar posiciones, de tumbar las de aquellos que como millones de venezolanos y venezolanas se creyeron con el derecho a pensar y proponer una sociedad no capitalista, y volver a hablar de Socialismo.
Es un ataque duro, permanente, doloroso, incierto, pero no olvidemos que es un ataque de la élite mundial.
Los pueblos están librando otra batalla, en sus territorios, en sus comunidades, es una batalla también dura, dolorosa e incierta, pero cuyo fin puede ser nuestro comienzo.
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