6 febrero 2021
Parece que el presidente Joe Biden no tomó su pastillita y le
exigió a Vladimir Putin que "libere inmediatamente
y sin condiciones" a Alexei Navalny, acerbo crítico del gobierno de
la Federación Rusa.
En las antípodas del asombroso Funes del que habla Jorge Luis
Borges en “Funes, el memorioso”, ni él ni los halcones que lo rodean se
detuvieron un momento a pensar que Putin podría reciprocar el gesto del
ocupante de la Casa Blanca exigiéndole que libere a la gran cantidad de presos
políticos que todavía hoy sobreviven, en ignominiosas condiciones, en las
cárceles de EEUU.
(Ver, al final de esta nota, el informe de la AGJ, la
Alliance for Global Justice (https://afgj.org/prisioneros-politicos-de-los-estados-unidos) con un listado
provisional de presos políticos en Estados Unidos)
Por lo tanto sería deseable que Biden y sus
hampones que antes de exigir nada a nadie miren a su propia casa y liberen a
todos sus presos políticos sin más demoras.
Entre ellos los que llevan casi 20 años detenidos en la
cárcel de la Base Naval de Guantánamo.
Que recuerden los 36 años de injusta prisión del patriota
boricua Oscar López Rivera; o las exorbitantes condenas aplicadas en contra de
“Los 5 héroes cubanos” por denunciar las actividades terroristas de la mafia
anticastrista en Miami.
Y, de paso, que Biden y su equipo expliquen por qué si están tan
interesados en resguardar la libertad de Navalny no muestran la misma
preocupación por
Julian Assange,
a quien, por el contrario, quieren meter en una cárcel de por vida
arrasando con todos los principios del debido proceso.
Navalny, hay que decirlo, es un típico producto
de las estrategias de desestabilización de “gobiernos
enemigos” urdidas por Washington; un hijo pródigo de las tácticas del “poder blando” apoyado por la inmensa parafernalia de
agencias del gobierno federal de Estados Unidos; por sus dieciséis servicios de
inteligencia (sí, ¡16!) destinados a espiar, neutralizar y destruir gobiernos o
personajes indeseables para la Casa Blanca, y por las innumerables ONGs de ese
país y de sus compinches europeos volcadas de lleno a lograr el “cambio de régimen” en Rusia.
Se hace difícil imaginar cómo dos días después del arresto de
Navalny se subió a la red un video de casi dos horas, hablado en ruso y que
logró el milagro de registrar para un país cuya población total es de 144
millones de personas más de 100 millones de vistos en un par de días.
Es decir, que desde los niños de 6 años hasta los más
longevos habitantes de la Rusia rural (incluyendo analfabetos, gente que no
tiene acceso a internet, personas internadas en hospitales, cárceles, enfermos
terminales, sordomudos, ciegos, moribundos, etcétera) todos vieron ese video,
repito, de una hora y 52 minutos de duración.
Es cierto que puede subtitularse en inglés, y eso fue lo que
yo hice.
Pero dudo que mucha gente en Rusia haya obrado como yo lo
hice debido a mi desconocimiento de la lengua de Tolstoi y
Dostoievski.
En él se expone lo que se denomina el más fastuoso palacio
del mundo y se asegura -sin pruebas, obviamente- que su dueño es Putin y que lo
adquirió con los dineros de la corrupción.
Todo esto en medio de una catarata de denuncias y acusaciones
difíciles de creer, por no decir absolutamente disparatadas y, además, sin
evidencias que las respalden.
¡Hummm!, no quiero ser
mal pensado pero sin dudas que aquí hay gato encerrado.
Más que gato, aquí hay un elefante encerrado.
Tomado de: https://www.telesurtv.net/
Y
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