VICENTE VERDÚ JAQUEÓ A LA
CULTURA "CULTA"
Arturo Alejandro Muñoz
PERIODISTA,
ECONOMISTA, ESCRITOR.
Es la tríada profesional del español Vicente Verdú (1942-2018), quien me sorprendió con una obra dedicada a contradecir los afanes de los críticos actuales; un ensayo que no es tal sino, principalmente, una invitación a reflexionar sobre el estado del camino –supuestamente erróneo- que han recorrido los intelectuales enciclopedistas en el final del último siglo y en la presente centuria.
La editorial hispano mexicana ‘Debate’ publicó hace algunos años un trabajo de Verdú, titulado “Yo y tú, objetos de lujo.
El personismo, la primera revolución cultural del siglo XXI”. Dedicado a los críticos de la actualidad (donde quiera que se encuentren) pareciera apuntar con esmerada intención a aquellos iconoclastas del arte y la cultura moderna que habitan en países hispano parlantes a quienes califica de equivocados y extemporáneos.
Ya en el prólogo del libro, el autor lanza sus dardos contra el ‘intelectualismo’ desmedido de muchos afirmando que “nuestra época tiene mala prensa.
Y no sólo en el sentido literal, sino también en sentido audiovisual: está mal visto y suena peor referirse positivamente a ella.
Lo correcto y lo ilustrado es despotricar contra lo que compone el panorama de la actualidad”.
Es
su primera embestida en un libro cuyas páginas no pueden ni deben ser
recorridas con lectura veloz, pues tal error podría permitir que la pluma ágil
de Verdú ponga en jaque la escala valórica que ha acompañado a muchos lectores
desde sus tiernas infancias y que incrementaron con los estudios, el trabajo y
la política clásica.
Pero, basta de interpretaciones subjetivas sobre el trabajo de este autor.
Dejemos que él hable por sí mismo.
Me
permito insistir en que no debe ser leído velozmente.
<<La sociedad de consumo tiene, como misión, proveer de placeres sin
tregua, y como destino, la diversión hasta morir.
Esta cultura no ha prosperado con la penitencia del trabajo, sino con la fiesta sin fin.
El autor del capitalismo de producción era intrínsecamente avaro y elitista; el autor del capitalismo de consumo es, sobre todo, consumidor y comunicador.
Hay
productos basura, telebasuras que producen ominosa satisfacción, pero ¿quién
los califica? ¿Los ilustrados de media jornada laboral o los profesionales
libres que habitan viviendas espaciosas y disponen de unas rentas que alcanzan
holgadamente hasta fines de mes? La sociedad de masas junto a los medios de
comunicación de masas y las estrecheces de las masas han enseñado más sobre la
cultura real que el juicio de las elites: delgadas a fuerza de un deleite
aislad>>”.
A
este respecto nos remece con una opinión catastrófica asegurando que el
capitalismo no es ya un sistema, sino una civilización.
Desde tal perspectiva, Verdú
ataca el asunto de los códigos literarios, cuestión que ha sido prioritaria
para los intelectuales clásicos. Juzgue usted mismo.
<<Ahora
es frecuente que se hable de la decadencia del cine de Hollywood, pero
posiblemente Hollywood, que siempre ha sabido mucho de cine y de público, ha
mutado al compás de la nueva sociedad.
Nosotros, los ilustrados,
seguimos viendo cine con códigos literarios y hasta filosóficos, esperamos de
la cinta lo que demandaríamos paralelamente a un libro de Faulkner o Marguerite
Duras, pero esta historia ha concluido.
La celebración de horrendas
películas llenas de efectos especiales por parte de la juventud no es
consecuencia directa de que ‘no saben nada’, sino que saben algo que los
adultos no llegaremos a saber jamás: ver cine con el canon de la imagen y el
sonido, sin la expectativa de recibir estímulos morales o intelectuales, sino
con la sola idea de pasar un buen rato.
De esta manera, sin inversiones, sin planes de
redención social, el arte ingresa en la constelación de las experiencias
comunes, donde, como soñaba Rosseau para los promeneurs, Pascal para los
voyageurs o Baudelaire para los flâneurs, cada día puede convertirse en un
‘domingo de la vida’>>
Reconozco
que en esta parte del libro mis sentidos ya estaban alertados de cuán peligroso
para mis incorruptibles valores enciclopedistas podría ser lo que vendría a
continuación.
Pese a mi humilde capacidad
para anticipar el contenido de las futuras páginas, decidí seguir leyendo aún a
costa de arriesgar mi propia tranquilidad espiritual.
Para
Verdú, el antiguo mundo estaba representado por ‘maestros pensadores’ y ‘padres
espirituales’, donde se concentraba el saber.
Pero ahora el conocimiento y el
saber se expanden en todas las direcciones ocupando extensas superficies a la
manera de una sinapsis.
Para este autor la cultura
pierde profundidad en beneficio de la trama vasta y compleja.
Al respecto, el escritor
señala:
<<Por ello el sentido del
humor es tan importante en nuestros días, y no se concibe un comunicador que no
use esta forma de complicidad superficial y ampliable a todos los sentidos.
La tragedia o el drama
requieren alguna profundidad, pero nuestro tiempo, enemigo de lo trágico,
incompatible con lo histórico, es eminentemente presencial y superficial.
Ni profundamente religioso, ni agresivamente
ateo, la partida se decide en un campo deslizante como la pantalla de todos los
juegos>>.
De esa forma, Verdú nos dice que la cultura-culta tenía en su cabeza una
sociedad atestada del saber elitista, pero la sociedad actual sólo puede
moverse sin cargas ni nudos trascendentes.
Esta cultura sin culto, sin bibliografías,
apenas pesa, y la liviandad de su memoria es consecuente con su gran velocidad
y complejidad desplegada en superficie.
Los ilustrados odian
ciertamente la ligereza pero, a su vez, son también odiados por sus
descendientes inmediatos.
Tal como en el complejo de
Edipo donde el hijo es siempre quien mata al padre, las generaciones actuales
entre los 25 y los 35 años son víctimas de los nacidos tras la Segunda Guerra
Mundial, quienes han venido a asesinar la voz del hijo, a agostar sus
iniciativas vacilantes, a dirigir sediciosamente sus conocimientos y a ejercer,
sin tregua, una autoridad campanuda
Es tan bestialmente asertivo el pensamiento de este autor, que obliga a la
reflexión una vez que la indignada protesta ha concluido junto con la última
página.
Sin pretender constituirme en
un profesional de la síntesis, transcribo una idea de Verdú que resume –a mi
juicio- el alma de la propuesta desarrollada en su libro y que, además, abre la
compuerta para una discusión mayor.
<<Durante
todo el siglo veinte la nueva generación siempre fue más rica que la anterior,
pero la racha terminó a la altura de los jóvenes adultos de ahora.
Jóvenes resentidos por la
precariedad de los empleos, desengañados políticamente, y necesitados, como
nunca antes, de las consolas, el porno, la droga y el home video.
A una baja calidad de trabajo
correspondería una baja calidad del ocio, pero hablar de la calidad en la
cultura no tiene sentido, pues la cultura es la cultura.
La cultura es lo que hay. Y
siempre en detrimento de la etapa anterior>>.
¡¡Touché!! Con los hijos de la generación del 68 parece haber concluido la
etapa de la cultura-culta basada esencialmente en el código escrito, en los
modos literarios, .en el pensamiento hondo y en la excavación interior.
Ese tipo de cultura ha
concluido, pues la nueva, la potente cultura actual, se confunde con el estilo.
No habrá pues nuevos Ateneos,
Cenáculos ni Graneros Mesopotámicos, a no ser que se quiera distraer a los
turistas.
Nuestros antepasados más egregios lo fueron gracias a los libros, y nosotros
mismos (los adultos) crecimos desde y con la página impresa.
¿La radio, el cine y la
televisión? Fueron para nosotros medios de comunicación que a la vez sirvieron
como elementos de entretenimiento, pero hoy –para los jóvenes actuales-
constituyen verdaderos medios de cultura.
No concuerdo plenamente con todo lo expuesto por el escritor español en su
última obra, pero al menos gracias a ella pondré mucho celo y cuidado al
momento de opinar sobre la actual forma que tienen los jóvenes para encarar la
cultura, pues recordaré –necesaria y dolidamente- que estos nuevos moradores
del planeta conforman una generación mejor que la mía, aunque ello signifique
detrimento para mis propias experiencias ilustradas y enciclopedistas.
Tomado de:
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