La ocupación colonial de Palestina por
Israel: la solución final sin fin
Nada de lo que se escriba en defensa del pueblo
palestino podrá ayudarlo a aliviar los tormentos que ha sufrido desde la
creación de Israel, un sufrimiento aún más injusto por ser impuesto para expiar
los crímenes de los europeos.
18/06/2021
Protestos a favor dos palestinos
Un alto el fuego más, después de tantos otros, en
la ocupación colonial de Palestina por Israel; otra estadística de muertes para
los archivos del olvido; otra oportunidad para pacificar la conciencia de la
comunidad internacional, especialmente estadounidense y europea; otro período de banalización de la humillación
diaria de quienes, por motivos laborales, cruzan los puestos de control
israelíes; otro proceso de intensificación de las provocaciones hasta los
próximos bombardeos; otro momento de limpieza étnica por parte de una potencia colonial y
violenta.
La historia es conocida.
Las atrocidades cometidas contra los judíos por el
régimen nazi alemán durante la Segunda Guerra Mundial colocaron a Occidente
ante el deber moral de atender la reivindicación sionista de la creación de un
Estado judío.
Fue en este contexto que, poco después de la constitución
de las Naciones Unidas, el Comité Especial de las Naciones Unidas para
Palestina, liderado por Estados Unidos y la entonces URSS, presentó un Plan de Partición
del territorio.
Este plan, que
preveía la división de Palestina en un Estado judío (55% del territorio) y un
Estado palestino (45% del territorio), tiene su origen en el proyecto colonial moderno, y
se asemejó a varios otros proyectos de partición cuyos conflictos aún siguen
sin resolverse en la actualidad (por ejemplo, de las dos Coreas o de la India y
Pakistán).
En un contexto en el que la ONU aún contaba con una
débil participación de las naciones del Sur, se aprobó el Plan, aunque los
Estados árabes no reconocieron al nuevo Estado de Israel.
De la consiguiente guerra entre Israel y los Estados
árabes y las fuerzas palestinas (1948-1949), salió vencedor Israel, que ocupó varias
regiones, expandiendo el territorio cerca de 20 mil km² (75% de la superficie
de Palestina).
El
territorio restante fue ocupado por Jordania, que se anexó Cisjordania, y por
Egipto, que ocupó la Franja de Gaza.
Estos episodios violentos, en el origen del Estado
de Israel, provocaron el desplazamiento forzado de casi un millón de palestinos, quienes
abandonaron las áreas incorporadas por Israel[1].
Este enorme contingente de refugiados, dispersos en
campamentos de países del Oriente Próximo y del resto del mundo, está en el
origen de la “cuestión palestina”.
Como subrayó Tariq Ali, lo que hasta entonces había
sido una cultura común para musulmanes árabes, cristianos y judíos, sufrió una
profunda brecha, que los palestinos bautizarían como la
Nakba, la catástrofe[2].
Nada
de lo que se escriba en defensa del pueblo palestino podrá ayudarlo a aliviar
los tormentos que ha sufrido desde la creación de Israel, un sufrimiento aún más injusto por ser impuesto
para expiar los crímenes de los europeos.
Tampoco puede ayudar gran parte del pueblo judío a
desvincularse del proyecto colonial sionista que está llevando a cabo Israel en
Palestina, tal es la intoxicación ideológica a la que está hoy sometido.
Cuando se trata de Palestina, escribir no es más
que un acto de contención de la rabia, un grito escrito de desesperación e
impotencia.
En esto radica paradójicamente el papel crucial de
esta tragedia: muestra con inquietante transparencia la falsedad histórica,
filosófica y sociológica de los “hechos” que más decisivamente sostienen las políticas dominantes de nuestros
días.
Siempre que
la mentira y la mala fe se convierten en política de Estado, la buena fe y la
verdad las combaten sin armas.
Son piedras contra bombas.
Nos enfrentamos a una destrucción masiva de
sentido.
Albert Camus solía decir que “las
ideas falsas terminan en sangre, pero en todos los casos se trata de la sangre
de otros”[3].
Palestina es el gran descodificador de la hipócrita
falsedad de los mecanismos dominantes para hacer prevalecer los “valores
occidentales”, que incesantemente conducen a su propia violación.
Los mismos mecanismos ya están siendo «remasterizados» para el próximo uso catastrófico: la
guerra con China.
Falsificación histórico-teológica.
Jerusalén no es ni puede ser la capital
de Israel.
Jerusalén es, desde hace muchos siglos, una ciudad
sagrada y, como tal, pertenece a todos los que profesan las religiones que allí
conviven.
Los Estados tienen capital; los
pueblos, no.
Israel reivindica ser un Estado judío.
Como Estado, no tiene derecho a Jerusalén, a menos
que se reduzca a cenizas el derecho internacional; como pueblo, es un absurdo
teológico tener capital.
Como dice el rabino Yaakov Shapiro: los pueblos no
tienen capital, el pueblo judío no tiene capital.
Falsificación política 1.
Se ha invocado la defensa de la
democracia para justificar la posición occidental.
Como señaló el entonces presidente de Estados
Unidos, Barack Obama, al firmar el programa de ayuda a Israel hasta 2028,
Estados Unidos e Israel son dos “democracias vibrantes”
que comparten los mismos valores y deben ser defendidas por igual de sus
enemigos.
Es una
invocación doblemente falsa.
Israel es
tan democrático como lo era Sudáfrica en la época del apartheid.
Los palestinos que viven en el Estado de Israel (alrededor
del 21% de la población) son los descendientes de los aproximadamente 150.000
palestinos que se quedaron en lo que hoy es Israel, una pequeña minoría en
comparación con los que fueron expulsados de su tierra
y ahora viven en los territorios ocupados.
Son ciudadanos de segunda clase con fuertes
limitaciones legales y políticas, sobre todo desde que en 2009 Benjamin
Netanyahu llegara al poder y comenzara su política de sobreponer el carácter
judaico de Israel al carácter democrático.
Ante la constante erosión de los derechos a los que
están sujetos, unos luchan por la igualdad de derechos, otros abandonan la
política.[4]
Actualmente viven divididos por el dilema de “mi
Estado está en guerra con mi nación”.
La otra falsedad se refiere al gobierno de los
territorios ocupados.
En Palestina, como en el resto del mundo, la
democracia solo es reconocida cuando favorece los intereses occidentales.
Como en Palestina los intereses occidentales son
los intereses de Israel, no se reconoció la victoria libre y justa de Hamás en
las elecciones legislativas de 2006 (74 diputados frente a los 45 de Al Fatah,
en un Parlamento de 132 diputados).
Lo ocurrido en los últimos dieciséis años no se
puede entender sin tener en cuenta esta decisión arbitraria de los países
occidentales bajo la presión de Israel y su aliado, Estados Unidos.
Falsificación política 2.
Vengo defendiendo que el colonialismo no
desapareció con la independencia política de las colonias europeas.
Solo ha desaparecido una forma de colonialismo, el
colonialismo de ocupación extranjera e incluso esta ni siquiera del todo.
Basta mencionar el colonialismo al que está sujeto
el pueblo saharaui.
Actualmente existe bajo otras formas, de las cuales
las dos más obvias son el racismo estructural y el régimen
de apartheid impuesto por Israel en los territorios ocupados.
Reconocer la
existencia del apartheid es reconocer la existencia del colonialismo.
La más pronorteamericana de las
organizaciones de derechos humanos, Human Rights Watch, publicó en abril de 2021 un
informe que caracteriza a Israel como un Estado de apartheid.
Cabe recordar que en 1973 la Asamblea General de la
ONU aprobó la Convención Internacional para la Represión y el Castigo del
Crimen de Apartheid (Resolución 3068), que entró en vigor en 1976. En los territorios
ocupados (Jerusalén Este, Cisjordania Palestina y la Franja de Gaza), el autogobierno de los
palestinos está totalmente subordinado a la potencia ocupante.
La opresión es sistemática y la discriminación es
institucional: expropiación de tierras, cambio forzoso de residencia, control
de movimientos, gestión del agua y la electricidad, negación de servicios
esenciales (últimamente las vacunas contra el COVID-19).
Una ocupación violenta que convirtió la
Franja de Gaza en la prisión al aire libre más grande del mundo.
En fin,
colonialismo puro y duro.
Si la ONU reconoce el apartheid como un crimen
contra la humanidad, ¿por qué no se juzga a Israel por tal crimen?
Porque los valores occidentales se utilizan solo
cuando conviene a quienes tienen poder para beneficiarse de ellos.
Pero el colonialismo al que está sometido el pueblo
palestino tiene muchas otras caras que lo identifican con el colonialismo
histórico.
Una de ellas es la eliminación de la identidad
palestina y de la memoria de la anexión del 78% del territorio de Palestina por
parte de Israel en 1948, la Nakba.
La Agencia de Naciones Unidas para los
Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA por su sigla en
inglés) que, como su nombre indica, tiene como objetivo cuidar a los refugiados
palestinos expulsados violentamente de sus hogares en 1948 y 1967, así
como a sus descendientes, ha sido duramente criticada por organizaciones
sionistas conservadoras por estar contribuyendo a que los palestinos “no
pierdan su identidad y sean asimilados por la sociedad que los rodea”.
¿Cuál es la diferencia entre esto y las políticas
de los colonizadores en las Américas y en África para eliminar la identidad y
la memoria de los pueblos originarios?[5]
La falsificación de las equivalencias.
Al contrario
de lo que dice Israel, no se trata de responder con violencia a la violencia.
No defiendo el lanzamiento de
misiles contra Israel ni las muertes que causa, pero la desproporción entre los
ataques de Hamás y la respuesta israelí es tan impactante que no es aceptable
como justificación para la matanza indiscriminada de miles de personas
inocentes.
Israel tiene el cuarto ejército más
poderoso del mundo.
Entre los recurrentes estallidos de violencia,
basta recordar que en 2014 los ataques de Israel duraron 51 días y mataron a
más de 2.200 palestinos, incluidos 551 niños.
Esta vez, en 11 días (el 20 de mayo se impuso un
alto el fuego), del lado palestino hubo 232 muertos, de los cuales 65 eran
niños, y 12 muertos del lado israelí (incluidos dos niños), además de la brutal
destrucción de infraestructuras en la Franja de Gaza, incluyendo escuelas.
Estamos ante un terrorismo de Estado que utiliza
las armas más sofisticadas proporcionadas por Estados Unidos para mantener a un pueblo en un estado de terror
constante desde 1948.
La falsificación mediática.
Los medios
de comunicación mundiales se avergonzarán algún día de los prejuicios con los
que informan lo que está sucediendo en Palestina.
Dos ejemplos. La opinión pública mundial se entera
de que lo que desencadenó el ataque más reciente de Israel contra la Franja de
Gaza fueron los misiles lanzados por Hamas.
Porque más allá de eso no pasó nada.
No ocurrieron antes para los medios la invasión de
la mezquita de Al Aqsa, en Jerusalén, y los disparos contra creyentes en
oración, en medio del Ramadán (un mes sagrado para los musulmanes); ni tampoco
ocurrieron los ataques, durante meses, de grupos de fanáticos en Jerusalén Este
contra viviendas y casas comerciales.
La culpa, por lo tanto, es de Hamas e Israel
solo se está defendiendo.
Segundo ejemplo: durante los ataques israelíes, los palestinos simplemente
«mueren», mientras que los israelíes son «asesinados por
Hamas» o «asesinados por ataques con misiles».
El horror de una simetría impensable.
El gran historiador judío Illan Pappé fue quizás el
primero en preguntarse, con angustia, cómo se podía imaginar que, setenta años
después del Holocausto, los israelíes
usaran contra los palestinos las mismas tácticas de destrucción, humillación y
negación que los nazis habían usado contra los judíos.
En 2002, José Saramago, de visita en Palestina,
hizo comparaciones polémicas entre el sufrimiento de los palestinos bajo la
opresión israelí y el sufrimiento de los judíos bajo la opresión nazi.
En una entrevista con la BBC, aclaró:
“Evidentemente fue una comparación forzada a propósito.
Una protesta formulada en términos habituales puede
que no provocase la reacción que ha provocado.
Por supuesto que no hay cámaras de gas para
exterminar a los palestinos, pero la situación en la que se encuentra el pueblo
palestino es una situación de campo de concentración… [y añadió premonitoriamente]
Esto no es un
conflicto.
Podríamos
llamarlo un conflicto si fueran dos países, con una frontera, y dos estados,
cada uno con su propio ejército.
Es algo completamente diferente: apartheid».
En 1933, la
mayoría de los judíos alemanes no eran sionistas, es decir, no abogaban por la creación de un Estado para los judíos.
De hecho, la organización judaica más grande se
autodenominó “organización central de ciudadanos alemanes de fe judía”.
Mucho antes de ordenar el Holocausto, Hitler,
obsesionado con expulsar a los judíos de Alemania (y más tarde de Europa),
negoció con la organización sionista (la Federación Sionista de Alemania) un
acuerdo (muy controvertido entre los judíos) para transferir judíos a Palestina
(entonces bajo control británico), ofreciéndoles “mejores” condiciones
(es decir, menos vergonzosas) que las imperantes para la emigración a otros
países.
Bajo el Acuerdo Haavara de Transferencia (1933), el
Estado les confiscó todos los bienes que poseían, pero transfirió el 42,8% de
ese capital a la Agencia Judía en Palestina, el 38,9% de esa cantidad en forma
de bienes industriales producidos en Alemania.
Es evidente la humillación de obligar a los
emigrantes forzados a utilizar los productos del Estado que los expulsó.
Se estima que entre 1933 y 1938 solo unos 40.000
alemanes y 80.000 polacos emigraron a Palestina.
Habrían sido
aún menos si los países europeos hubieran estado más dispuestos a aceptar
inmigrantes judíos, incluso si más tarde quedó claro que el objetivo final era «una Europa sin judíos»[6].
En nuestro tiempo, el Estado de Israel se creó
sobre la base de una operación masiva de limpieza étnica: 750.000 palestinos
fueron expulsados de sus hogares y tierras, a los que se sumaron más
de 300.000 después de la guerra de 1967.
Hoy crecen en Israel los grupos de extrema derecha
que proclaman la expulsión de todos los palestinos de los territorios ocupados
hacia los países árabes vecinos.
E incluso los «árabes israelíes» están legalmente
prohibidos de residir en ciertas ciudades.
En 2011, la Knéset promulgó una ley que permite a
las ciudades del Negev y de Galilea, con una población de hasta 400.000
familias, crear comités de admisión que pueden negar la admisión a personas que
«no sean adecuadas para la vida social de la comunidad»
o que sean incompatibles con “el perfil sociocultural”[7].
Durante
décadas, ciudades enteras fueron destruidas y se deja morir a los palestinos
heridos debido a que el ejército israelí bloquea el paso de las ambulancias.
Ante la sospecha de algún acto individual de
resistencia por parte de los palestinos, las autoridades ocupantes detienen a
padres, familiares, vecinos, les cortan el agua y la luz.
Nada de esto es nuevo y trae recuerdos horribles.
Según el diario israelí Maariv, citado por el
prestigioso periodista Robert Fisk, un destacado militar israelí aconsejaba a
las tropas, en caso de entrada en campos de refugiados densamente poblados,
seguir las lecciones de batallas pasadas, incluidas las del ejército alemán en
el gueto de Varsovia[8].
Lo que sucede hoy en Sheikh Jarrah es un
microcosmos de la repetición de la historia.
En 1956, 28 familias palestinas, expulsadas de su
tierra en 1948, se establecieron en este barrio de Jerusalén Este con la
esperanza de no ser expulsadas de nuevo de su hogar.
En ese momento, este vecindario y toda Cisjordania
estaban bajo administración jordana (1951-1967) y la instalación se negoció con
Jordania, la ONU y organizaciones de derechos humanos de Jerusalén.
Hoy en día,
están siendo desalojados de sus hogares por orden de la Corte Suprema de Israel
y durante años han visto sus casas apedreadas por fanáticos, algunos de los
cuales se instalan en la parte principal de la casa y obligan a sus residentes
a acomodarse en la parte trasera de la casa.
Con la complicidad de la policía, extremistas
israelíes deambulan por las calles del barrio de noche gritando “Muerte a los árabes”.
Las casas incluso llegan a ser marcadas para que no
haya errores en los ataques.
¿Todo esto no hace recordar otras épocas?
El rayo de esperanza.
Es difícil hablar de esperanza de una manera que no
ofenda al pueblo palestino.
La esperanza no puede residir en los acuerdos de
alto del fuego porque el propósito de estos es mantener estables las alianzas
entre las potencias que son cómplices de la continuación del sufrimiento
injusto del pueblo palestino, y preparar el siguiente alto el fuego que seguirá
al próximo estallido de violencia.
En este momento, la única esperanza
proviene de la sociedad civil internacional.
Se han venido fortaleciendo tres iniciativas muy
diferentes, pero que convergen en provocar el creciente aislamiento de Israel
de lo que podría resultar del cumplimiento de las resoluciones de la ONU, si no
es demasiado tarde.
La primera iniciativa
son las
manifestaciones públicas, más numerosas e incisivas que nunca, de
intelectuales, periodistas, reconocidos artistas judíos contra las políticas de
Israel.
Las fuentes de este texto son prueba de ello.
La segunda iniciativa
son las
manifestaciones públicas, en varias partes del mundo, que demandan cada vez más
el derecho a la autodeterminación del pueblo palestino.
La tercera iniciativa
está
inspirada en la lucha internacional contra el apartheid en Sudáfrica.
El desequilibrio de fuerza violenta entre la
población negra de gran mayoría y la minoría blanca era menor que el
desequilibrio entre las fuerzas de guerra israelíes y la resistencia palestina.
Una de las iniciativas que más contribuyó
al fin del apartheid fue el movimiento internacional para aislar a Sudáfrica: boicot
a empresas sudafricanas, así como a algunas empresas internacionales especialmente involucradas
en el apartheid; boicot académico, turístico y deportivo a
nacionales sudafricanos. Inspirado por este movimiento, existe desde 2005 el
movimiento internacional de boicot, desinversión y sanciones contra Israel
(BDS), que se ha ido expandiendo en los últimos años.
Es una
iniciativa activa de no violencia que no está exenta de problemas, ya que puede
implicar costos para los medios de vida legítimos de personas inocentes. Pero,
curiosamente, es un movimiento que puede contar con el apoyo de quienes,
viviendo en estos países, se oponen a las políticas de apartheid actualmente
vigentes.
Recuerdo que cuando participé en el embargo
académico a Sudáfrica durante la era del apartheid, los colegas sudafricanos
blancos no solo entendieron, sino que apoyaron las acciones, ya que fortalecían
su lucha en el ámbito interno.
Hoy, el contexto y la situación son diferentes.
Ante el injusto martirio del pueblo
palestino que está siendo castigado por un crimen cometido por los europeos,
y ante la hipócrita indiferencia de la comunidad internacional,
¿hasta
cuándo vamos a seguir pensando que el problema palestino no es nuestro
problema?
Toda mi vida he luchado contra el antisemitismo
y es en
nombre de esta coherencia que denuncio la limpieza étnica que está llevando a
cabo Israel en contra el pueblo palestino.
- Boaventura de Sousa Santos es
académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de
Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de
Coímbra (Portugal).
Traducción
de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez.
[1] De
hecho, la limpieza étnica de Palestina comenzó a principios de diciembre de
1947 con una serie de ataques a aldeas palestinas por parte de las milicias sionistas.
Antes de que los soldados árabes llegaran a Palestina, 300.000 palestinos
fueron expulsados de sus tierras y hogares. Por
ejemplo, Deir Yassin era una pequeña aldea palestina situada al oeste de Jerusalén. La aldea había firmado un pacto de no agresión
con Haganá, una organización paramilitar sionista que existió entre 1920 y
1948. Sin embargo, la noche del 8 de abril de 1948, las fuerzas sionistas
atacaron la aldea y mataron a más de 100 palestinos inocentes (30 de ellos
niños). Las cuatro aldeas cercanas (Qalunya, Saris, Beit Surik y Biddu) fueron
destruidas por la misma milicia y sus habitantes fueron expulsados (Ilan Pappe, The Ethnic Cleansing of Palestine, Oxford: Oneworld Publications, 2006, págs.
90-91). Al inicio de su libro, Pappe cita una declaración vergonzosa de Ben
Gurion en junio 1938 en la Jewish Agency Executive: “Yo soy a favor de
transferencia compulsoria de poblaciones; no veo nada inmoral en eso”. Diez
años después Ben Gurion sería el primero primer ministro de Israel
[2] El
choque de los fundamentalismos: cruzadas, yihads y modernidad. Madrid,
Alianza, 2002.
[3] John
Foley, Albert Camus: from the Absurd to Revolt. Londres, Routledge,
2008, pág. 49.
[4] As’ad
Ghanem, “Israel’s Second-Class Citizens: Arabs in Israel and the Struggle for
Equal Rights”, Foreign Affairs, julio/agosto, 2016, págs. 37-42. Se
puede consultar una lista de las leyes discriminatorias en Israel en: https://www.adalah.org/en/law/index.
[5] Peter
Beinart, “Teshuvah: A Jewish Case for Palestinian Refugee Return”, Jewish
Currents, 11 de mayo de 2021. Disponible en: https://jewishcurrents.org/teshuvah-a-jewish-case-for-palestinian-refugee-return/
[6] Samuel
Miner, “Planning the Holocaust in the Middle East: Nazi Designs to Bomb Jewish
Cities in Palestine”, Jewish Political Studies Review, Fall 2016,
p. 7-33.
[7] Human
Rights Watch, 2021, p. 59.
[8] W.
Cook (org.) The Plight of the Palestinians. Palgrave Macmillan, New
York, 2010, p. 164.
Jun 17 2021
https://www.alainet.org/es/articulo/212722
Tomado de: https://www.alainet.org/
Y Publicado en: http://victorianoysocialista.blogspot.com,
En: Twtter@victorianoysocialista
En:Google; libertadbermeja..victorianoysocialista@gmail.com
En Fecebook: adolfo
Leon libertad
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