Ni mujer trabajadora, ni mujer
burguesa.
Día de las Mujeres
Este mote es común entre la izquierda: “Día de la mujer trabajadora”. Trabajadoras. Se refiere a una condición de clase, según los términos del marxismo. De aquella mujer (“la mujer”, así en términos simbólicos, y no “las mujeres” en términos reales) que no posee los modos de producción y está subyugada a la clase burguesa, que sí los posee.
No es que la izquierda sea malintencionada en cuanto al término.
En realidad es mera ignorancia.
Es un intento por llevar la lucha de las mujeres contra el patriarcado a un plano económico.
Una táctica simplista que, por ende, no observa que el Día Internacional de las Mujeres es mucho más que una batalla económica; es cultural.
Tan cultural, que la opresión de un mundo masculino al que llamamos “patriarcado” trasciende las fronteras de clase.
Las mujeres violentadas por el machismo se encuentran en ambos lados de los modos de producción.
En las esferas proletarias, como en las burguesas, se agreden mujeres por el simple hecho de ser mujeres.
Se les cosifica. Se les degrada física y simbólicamente a roles opacos. Se les golpea. Se les miente. Se les traiciona, pues porque son mujeres y no pasa nada.
En los dos ámbitos de la historia -confrontados por el análisis marxista-, privan condiciones falocéntricas, cuyo ámbito económico es apenas una expresión. No.
El patriarcado contra el cual pelean las mujeres no sólo tiene qué ver con riqueza. Así como el racismo no sólo tiene qué ver con qué raza posee más, puesto que hay blancos y negros millonarios. No, insisto. No es eso.
El patriarcado es un asunto de poder. De dominación. De creer que las mujeres están al servicio de los hombres. Es un desequilibrio cultural acumulado por miles de años.
María Fontenla lo explica: “El patriarcado puede definirse como un sistema de relaciones sociales sexo–políticas basadas en diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad interclases e intragénero instaurado por los varones, quienes como grupo social y en forma individual y colectiva, oprimen a las mujeres también en forma individual y colectiva y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva, de sus cuerpos y sus productos, ya sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia”.
Por supuesto que hay un feminismo marxista que asocia al patriarcado a condiciones socioeconómicas, que a su vez critica las relaciones políticas de opresión, incluso, dentro del propio movimiento revolucionario.
Vladimir Lenin descubrió esto mismo, muy a su modo, criticando las posiciones de discriminación de la Internacional Comunista hacia las mujeres:
“Nuestras secciones nacionales conciben la labor de agitación y propaganda entre las masas femeninas, su despertar y su radicalización, como algo secundario, como una tarea que afecta exclusivamente a las mujeres comunistas (...)
¿En qué se basa esta posición errónea de nuestras secciones nacionales? En definitiva, esto no es otra cosa que una subestimación de la mujer y de su trabajo”.
Sin embargo, Lenin, como en toda la Unión Soviética, no hubo una sola mujer en puestos de poder ¿Por qué? Podríamos atribuirse al contexto de la época.
Lo que sea. El hecho es uno. Y bien se explica en la cultura. Porque el patriarcado, como el cáncer, aunque silencioso, existe y mata, aunque no se le quiera reconocer. Por eso es tiempo de seguir moviendo la historia hacia adelante.
Las mujeres son un ejemplo perfecto de la superación de los errores de la ideología.
Cuando si bien en un principio en el ámbito soviético se le llamó “Día de la mujer trabajadora”, mujeres de todo el mundo decidieron tomar en sus manos la conmemoración.
Se rebelaron contra los sindicatos, los jefes, los dirigentes, los maridos que les imponían “no te juntes con esa que es burguesa”, o “no te juntes con esa que es comunista”, y sumaron sus propios esfuerzos. La propia Clara Zetkin, alemana, comunista, integrante de la Liga Espartaquista, debió enfrentar las críticas de sus copartidarios que le acusaban de aliarse a las “enemigas burguesas” por buscar con las sufragistas inglesas la unión del movimiento feminista.
De igual forma, la revolucionaria soviética Alexandra Kollontai, quien peleó esta causa, a pesar de Stalin.
Avanzar en la historia es nombrar debe ser nombrado. Cambiar lo que debe ser cambiado. Es en Revolución, enseñó Fidel Castro.
Y en palabras de él mismo, las mujeres son una Revolución dentro de la Revolución. Se ha demostrado con creces.
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