SALSA
En la controversia política hay fuegos artificiales y hay plomo verdadero.
La posibilidad de disolver la Asamblea Nacional es un asunto que funciona bien como petardo, pero ojalá no pase de esa categoría.
En cuanto petardo, es algo hasta simpático. Tiene un toque de revancha contra los bravucones tipo Ramos Allup, que llegaron al Palacio Federal Legislativo dando un ultimátum y echando a andar cuentas regresivas (por cierto, diputado: el miércoles expira el plazo).
Hay algo de justicia poética en pretender disolver a los que pretendían, a su vez, disolver al Ejecutivo.
Es más, en su breve vida, la AN controlada por la derecha ha intentado disolver también al Poder Judicial (anulando nombramientos de magistrados hechos conforme a derecho);
ha pretendido disolver el Poder Electoral (a punta de insultos y amenazas de cárcel);
y ha pretendido disolver al Poder Popular (satanizando las comunas y los CLAP).
Por si todo eso fuera poco, han intentado disolver el sentimiento nacional llamado Hugo Chávez y hasta ha tratado de mandar a Bolívar de nuevo al pasado donde las oligarquías lo tenían preso.
Vale preguntarse si todos esos intentos de disoluciones han sido fuego real o fuegos artificiales. Particularmente estimo que iban (y van) muy en serio, sólo que la pólvora no les ha dado sino para traquitraquis.
De no haber sido por la posición firme de los otros factores del sistema constitucional de cinco poderes, la AN habría barrido ya con todos ellos, convirtiendo una elección parlamentaria en una especie de proceso constituyente.
Entonces, ¿es pertinente responderles con artificios pirotécnicos o con artillería pesada? Dado el actor político que promovió formalmente la iniciativa, Didalco Bolívar, todo parecía indicar que se trataba de lo primero.
Pero, como muchas veces ocurre, una idea un tanto desmelenada puede tomar cuerpo y cautivar a individualidades y grupos de peso específico.
Por fortuna, el temor a que eso ocurra también moviliza a otros personajes significativos.
En este caso es digna de resaltar la posición asumida por el ex constituyente, ex vicepresidente ejecutivo de la República y ex fiscal general Isaías Rodríguez, quien no ha dudado en calificar la posibilidad de disolver la AN como un auténtico disparate.
Conocedor profundo del Derecho y de la Constitución Nacional Bolivariana, Rodríguez ha hecho un análisis muy serio de lo que una medida como esa implicaría.
Es el tipo de alerta que debe ser tomado en cuenta, sobre todo porque viene de un hombre que supo defender la Constitución y la Revolución en momentos en que desde el otro lado estaban no estaban lanzando precisamente luces de bengala, sino que estaban disparando a matar.
Sin la alta calificación jurídica y política del ex fiscal, muchos venezolanos comunes estamos de acuerdo con su punto de vista.
Una acción como esa le daría a la derecha mundial las razones mediáticamente irrefutables que han venido buscando desde 1999 para una intervención a gran escala.
Pero, por encima de esa razón pragmática, tal acción equivaldría a desconocer la voluntad del electorado que el 6D fue adversa a la Revolución, pero no por ello dejó de ser una decisión del pueblo.
Parece ser hora de repasar las acciones tomadas en su momento por el comandante Hugo Chávez frente a coyunturas parecidas (no iguales, pues la actual situación tiene características muy propias).
Chávez no ocultó la indignación que le produjo la decisión del Tribunal Supremo de Justicia en 2002, que negó que hubiese ocurrido lo que todo el mundo había visto (un golpe de Estado).
Pero Chávez no desconoció esa sentencia ni pretendió actuar contra el Poder Judicial.
Las acciones que acometió para extirpar del TSJ al perverso miquilenismo allí enquistado fueron pasos dados con gran astucia política y apego a las formalidades.
Pero tal vez la enseñanza del comandante que resulta más asimilable en este caso sea la que asumió ante el circo de la plaza Altamira ese mismo año 2002.
Entonces había clamores para que, ya fuera con gases lacrimógenos y planazos o a sangre y fuego (según cuál fuese la respuesta inicial de los conjurados), el Estado Bolivariano recuperara ese espacio controlado por los golpistas recién perdonados por el TSJ.
Tal era la propuesta de los dirigentes y militantes de la línea dura, postura que logró cierto apoyo en sectores moderados.
Sin embargo, Chávez no sucumbió a las tentaciones. Ordenó dejar que la cáfila de generales, dirigida por el alto mando mediático, se cocinara en su propia salsa.
Interpretando el legado del gran líder, quizá sea ese el mejor remedio también para los actuales integrantes de la AN: que se cocinen en su propia pólvora mojada, que se disuelvan en su propia ignominia.
(Clodovaldo Hernández
TOMADO DE: http://www.aporrealos.com/
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