Acuerdos mínimos: los jinetes o los Jiles de una nueva transición (Chilena)
07/05/2021
por Gustavo Burgos
El primer día de
una nueva era en la imparable decadencia del régimen, eso es lo que vivimos.
El llamado Acuerdo Mínimo del pasado 30 de abril —una caricatura del Acuerdo por la Paz del 15 de
noviembre de 2019— sienta las bases
del nuevo orden que se impone desde las élites.
Que Provoste haya salido diciendo que esto no es cocina de poder no hace sino ratificar que esa es precisamente la naturaleza de los acuerdos que se tejen ente el Congreso —su abrumadora mayoría parlamentaria— y La Moneda.
Piñera por segunda vez
en su mandato, es rescatado del tarro de la basura y vuelto a
poner en el sillón presidencial.
Sin embargo las
fuerzas que ahora lo expulsaban del poder no eran las de las masas movilizadas
como el 2019, Piñera estuvo en el cadalso puesto allí por la propia
descomposición de Chile Vamos, sector que presionó al gobernante previendo una
inminente hecatombe electoral.
Que este año viviríamos el peligro de
un interminable proceso electoral, era algo que estaba prefigurado.
Que el proceso constitucional —parte sustancial del mismo— se tambaleara como resultado de la profundización
de las grietas en el bando patronal, es lo más distintivo de la coyuntura y es
aquella cuestión en la que debemos poner el acento.
Porque el tercer retiro y la derrota de Piñera en el Tribunal Constitucional son el cuerpo de esa grieta y conjuntamente el
resultado de un movimiento de masas que aunque ha abandonado a las calles, es
un púgil que sigue de pie, se siente vencedor y está dispuesto a seguir en el
cuadrilátero.
El análisis puramente jurídico de los
retiros de los fondos de las cuentas de capitalización, ha llevado a algunos a
decir que el retiro es un engaño, que son en realidad los trabajadores los que
están pagando la crisis, este razonamiento es puramente formal y no es
expresivo de los que ocurre en la realidad social.
Primero, porque los fondos
provisionales formalmente habían sido expropiados del bolsillo de los
trabajadores en beneficio del capital financiero nacional.
Este hecho es indesmentible, la
propia Corte Suprema en reiterados fallos ratificó que los dueños de esos
fondos eran las AFP y que a los trabajadores le asistía un derecho puramente
nudo o ficticio.
En este escenario los retiros
anticipados son triunfos reiterados de la lucha popular que han tenido un
impacto político enorme, por cuanto los trabajadores lo experimentan como una
victoria.
Son los intelectuales y agoreros de
derrotas los que pretenden descalificar este hecho contundente, como inevitable
justificación de nuevas capitulaciones al régimen burgués.
La vieja tradición de echarle la culpa al
empedrado.
Pamela Jiles, corriendo como Naruto, 2020
Con el Gobierno grogui, aturdido, con
la mayoría parlamentaria intentando un deslucido Acuerdo Mínimo, la burguesía no ve otro camino que intentar una nueva
transición.
Para eso necesitan vitalizar y controlar el proceso
electoral.
No
debemos olvidar que el Parlamento de Valparaíso que se elija en noviembre
deberá convivir con la Convención Constitucional de Santiago.
Sin
tradición parlamentaria —que supone la existencia de
partidos de férrea estructura como en Inglaterra o España— las apuestas
hoy están todas sobre los jinetes de la nueva figura presidencial.
La Derecha, destruida como está, no tiene ninguna posibilidad
de imponerse electoralmente.
La
oposición paralmentaria, la del Acuerdo por la Paz y la de los Acuerdos Mínimos, no encuentra en Narváez, Muñoz, Rincón una alternativa
viable.
Yasna
Provoste carga con el estigma de ser democristiana, Jadue con ser PC. Una
tormenta perfecta, que deja el campo abierto para la —hasta
ahora— imparable Pamela Jiles .
Vamos a pasar por alto
todas las particularidades teatrales de la candidata Humanista, porque tales
rarezas no permiten ver el bosque.
No importa que corra como Naruto, que hable como poseída por el espíritu de Elena Caffarena, que se califique como abuela, a su pareja como abuelo y al pueblo como sus nietitos.
Todas esas banalidades
son la forma del fenómeno político y quiénes se concentren en ellas para
confrontarla sólo lograrán fortalecer su principal capital político: que ella
está en contra del sistema de partidos y de la democracia representativa.
Los ataques contribuyen a fortalecer su discurso que se
asienta en el unánime descrédito de la institucionalidad democrático burguesa.
Sin embargo, nada nuevo
representa Pamela Jiles.
Hace casi un siglo Ibáñez
del Campo, un simple oficial de Ejército, irrumpió en la política chilena
haciendo ruidos de sables, y llegó dos veces a La Moneda (1927 y 1952), primero
mediando un golpe de Estado y luego imponiéndose electoralmente prometiendo
barrer —la campaña se hizo con escobas— con la
corrupción de la política tradicional.
Carlos
Ibáñez del Campo, marchando con una escoba para barrer con la. corrupción, 1952
Se dice que Jiles es populista, lo que no pasa de ser un peyorativo
de la cantera de los neoliberales y demás sirvientes del imperialismo.
Por populismo
políticamente no entendemos nada.
Es necesario, por lo
mismo, develar qué hay en realidad tras el discurso de Jiles, que dista mucho
de ser pura extravagancia.
Ella plantea acabar con
el sistema de partidos, barrer con lo que llaman la clase política y establecer
un Gobierno por encima de las clases sociales en pugna.
Bonapartismo en
estado puro.
Ella y el pueblo, los nietitos.
Por lo mismo sus
oscilaciones entre políticas de izquierda y de derecha son consustanciales a su
identidad.
El zig zag de Jiles lejos de ser una carencia, es la columna vertebral de una política de contenido burgués,
autoritaria y de compromiso con las masas.
Un poco de Eva Perón, una pizca de Ibáñez, algo de Correa o Morales.
Nunca lo sabremos, lo que
sí resulta claro —quien suscribe esta nota apuesta a ello sus bigotes— es que
no se ve en el horizonte político una figura con capacidad de disputar
electoralmente la presidencia a Jiles.
Jiles, de eso no cabe duda, expresa los intereses generales de la burguesía y
su política se orienta a la preservación del régimen capitalista bajo
modalidades distintas, reformadas, a las actuales.
Nuestra
historia y la de América Latina ofrecen múltiples alternativas de estas
expresiones, que por lo mismo deben considerarse nacionalistas.
Invariablemente, por una cuestión de clase, todos estos movimientos se apoyan
en la movilización, se apropian de sus triunfos —los
tres retiros de las AFP— para terminar desplegando una política patronal
y de colaboración con el gran capital.
Así ocurrió con los
agrariolaboristas en Chile, con el peronismo argentino, el varguismo brasileño,
el APRA peruano, el MNR boliviano, etc., lo que no impidió que aún hasta
hoy día estas corrientes sigan agitando una cierta identidad popular, antioligárquica y hasta antiimperialista.
Invariablemente el surgimiento de estos movimientos
es el resultado de la paradoja que plantea una poderoso levantamiento popular y una completa ausencia de una dirección política
de los trabajadores.
Como decíamos en un comienzo, vivimos el inicio de
un nuevo régimen, uno que no rompe con su hundimiento general como clase, pero
que plantea las características que dominarán la política chilena en el próximo
período.
Un hipotético gobierno de Jiles o de quien se
imponga en definitiva —sobre esto no hay hipótesis en
contrario— será un Gobierno extraordinariamente débil, sin base parlamentaria estable y con un apoyo popular esquivo y condicionado.
La transición que iniciamos será sustancialmente
diversa a la de los 90 porque aquella se apoyaba en gigantescas ilusiones
democráticas que hoy son sólo un recuerdo.
La estrepitosa derrota de la
izquierda española —Unidas Podemos— en las
elecciones de Madrid el pasado 4 de mayo, dejan de manifiesto que la política de cretinismo parlamentario y de
democratismo expresado en la disyuntiva servil de
fascismo o democracia, carece hoy de todos sentido.
Porque los trabajadores no ven en
la democracia burguesa más que hambre y
represión, la encarnación del régimen de dominación de los explotadores frente
a los cuales sólo cabe luchar.
El camino fue abierto el 18 de
Octubre en Chile y los siguen hoy las masas en
el levantamiento popular contra el régimen narcoburgués de
Duque en Colombia.
Esa es la única vía para acabar con el régimen y sus lacras.
Como en estas páginas
planteara Felipe Portales, el proceso constituyente
normativamente es un retroceso respecto de la estructura institucional actual,
porque reconoce a esta última como legítima lo que impide reconocer a la
Convención Constitucional —aún en términos burgueses—
como reformadora del régimen.
Lo hemos dicho insistentemente
son las revoluciones las que hacen Constituciones, no son las Constituciones ni
el debate parlamentario el que abre el camino a la transformación
revolucionaria de la sociedad.
Para enfrentar los desafíos que
la contingencia nos impone, para quebrar la institucionalidad y la transición
que se cocina en las altas esferas del poder, se harce necesaria la
construcción de una nueva dirección política de los trabajadores, una que
persiga implacablemente acabar con Piñera, llevarlo a la cárcel y establecer un
nuevo orden político apoyado en los órganos de poder de los explotados.
Como siempre: o se es yunque o se es martillo.
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