Occidente
y China: (I) desprecio, miedo y envidia Vladimir
Acosta
Occidente, que en esencial ha sido y es Europa, la misma que en su
soberbia se autocalifica de única dueña de la ciencia y el pensamiento racional, jamás ha sabido ver a China sino a través de
sentimientos como el desprecio, el miedo y recientemente la envidia, opuestos
todos a ciencia y a pensamiento racional.
Al
principio, cuando aún no era Europa, Occidente ignoró a China.
Los griegos, gracias a viajeros como Ctesias y Megástenes, llegaron a tener una idea fantasiosa de India, pero ninguna de China.
Los romanos
fueron los únicos en tenerla, pero reducida, vista a través del comercio.
Conocieron la seda, que venía de China, y por ella llamaron a los chinos seres, nombre que se conservó en la Edad Media europea.
Cuando en
los siglos XIII y XIV la Europa medieval cristiana, ya iniciada su expansión
hacia Oriente, busca acuerdos con los mongoles para enfrentar al islam, varios
viajeros europeos, comerciantes o monjes, descubren China, y su tamaño, riqueza
y excepcional cultura los impacta.
Es el caso de Marco Polo y de monjes como Odorico de Pordenone y Jourdain de Severac.
Pero eso es marginal y de pocas
consecuencias, como pasa con viajeros europeos de los siglos XVI y XVII.
China sigue siendo lejana, mal
conocida, siempre extraña y curiosa.
Los europeos ignoran que, siglos
antes de que ellos tuvieran idea de eso, China había inventado, entre otras muchas cosas, el papel,
la imprenta, la brújula y la pólvora.
Europa empieza a acercarse a
China en el siglo XVIII.
Descubre su té y su porcelana.
El acercamiento real se inicia a
mitad del siglo XIX.
En su expansión colonial,
ingleses y luego franceses, descubren una China tan grande como débil y
empiezan a tratar de dominarla.
En nombre de la libertad de comercio,
Inglaterra la fuerza a consumir opio, que trae de su colonia india.
Y como el gobierno chino rechaza
el opio y lo quema, invade el país, derrota a sus tropas y se apropia de Hong
Kong.
Sigue otra Guerra del Opio y esta
vez ingleses y franceses saquean China y le imponen su dominio colonial.
Y atrás vienen los otros:
alemanes, japoneses y estadounidenses, cada uno en busca de trozos de esa China
a la que luego todos juntos invaden y saquean de nuevo en 1900.
Es el tiempo del desprecio.
De su
arruinado país, muchos chinos emigran. Van a Occidente: a Estados Unidos y
América Latina.
Los
desprecian por pobres y distintos.
Hay racismo
y humillaciones contra ellos. Pero son tercos y se quedan.
En Cuba,
donde los llaman narras, se canta: Chiang Li po vino de China/ y en La Habana se quedó.
En
Venezuela, ya viejo, Antonio Leocadio Guzmán se dedica al feo negocio de
importar sirvientes chinos, pero Guzmán Blanco su hijo y presidente no los
quiere.
Lavan y
planchan ropa.
Abundan en
Perú donde también lavan, planchan, y crean comederos baratos que los peruanos
llaman chifas.
En Estados
Unidos son muchos, aunque se intenta frenar la emigración.
Abundan en
California y Nueva York.
Son
sirvientes, obreros de minas y del ferrocarril continental.
Por doquier se los maltrata y a menudo los racistas blancos los
apalean o masacran.
En fin, explotación, odio y desprecio.
Sigue el tiempo del miedo.
Inicio del
siglo XX.
Alemania
alerta al mundo ante el Peligro amarillo.
China no es
el peligro, pero sí empieza a despertar.
En 1911 cae
la podrida dinastía Ching y con ella el imperio.
Sun-Yat sen
proclama la República, aunque el país cae pronto en el caos.
El
Kuomintang es una fuerza progresista.
La
Revolución rusa, que triunfa en 1917, llega a China en 1921.
En Shanghai se crea el Partido Comunista.
Siguen
décadas de lucha.
Con Chiang-Kai shek el KMTse vende a Occidente, pero el PCCH crece y combate.
Y Occidente
crea al que será máximo símbolo literario del Peligro amarillo.
El chino
Fu-Manchú, doctor siniestro, genio del mal, criminal sin escrúpulos dispuesto a
dominar el mundo, es creado en Londres en 1912-13 por el autor británico Sax
Rohmer. Será protagonista de 13 novelas,11 entre 1913 y 1948, con éxito
arrasador, y dos más entre 1957 y 1959.
Las leyeron
millones de personas y generaron una larga secuencia de películas y series de suspenso,
británicas y estadounidenses, que llenaron cines de América y Europa.
En los años 30 los seguidores de Fu Manchú pasaban de 100 millones en todo el mundo.
El miedo no excluía el desprecio.
En radio y
cine, ambos se combinaban acentuando el sentimiento de rechazo.
El Expreso de
Shanghai (1932), película norteamericana de Sternberg, rezuma miedo y desprecio racista.
El
protagonista, funcionario británico, conversa con el jefe del grupo militar que
ha asaltado el tren.
Es de padre
chino y madre europea y duda de su identidad.
El británico
le dice que elija ser europeo, y como el militar vacila, añade: -¿Prefieres ser chino? Te diré qué es ser chino: naces, comes un
poco de arroz y luego mueres.
Pero la despectiva frase racista del europeo no convence al militar, que sigue siendo chino, y para él todo termina en un desastre.
El miedo
tiene en Occidente otro rasgo racista.
Los norteamericanos sospechan de los chinos por sus costumbres y dicen que ocultos en los Chinatowns, espacios urbanos en que viven, hay mafias, tríadas, secuestros, asesinatos y sacrificios humanos.
Poco importó
ese miedo y desprecio contra ellos.
China seguía
su larga marcha luchando por sacudirse el dominio de Occidente.
Y en 1936, Edgard Snow descubre a Mao-Tse tung.
Y llega el tiempo de la envidia
Tardó, pero ha llegado.
Y todo indica que llegó para
quedarse.
Después de una larga y exitosa lucha guerrillera, popular, campesina y
obrera, el Partido Comunista chino liderado por Mao Tse tung llega al poder en 1949.
Y desde entonces China,
convertida al fin en país soberano y dueño de su destino, emprende una nueva
ruta.
Pasan muchas cosas que Occidente
ve de lejos, pero en las que Estados Unidos, su nuevo líder, empieza a entrometerse.
El comunismo chino empieza a
construir un nuevo país.
Occidente deja de ver a los
chinos como despreciable y peligrosa masa amarilla de sirvientes, que cocinan,
lavan y planchan ropa.
Se los ve ahora como seres
humanos plenos y se empieza a conocer y respetar los nombres de sus líderes: Mao Tse tung, Chou En lai, Liu Xao
chi, Peng Teh huai, a los que se añaden pronto otros como Lin Piao y algo más tarde Deng Xiao ping.
El camino de la Revolución no es
fácil.
Hay éxitos y fracasos: Reforma
agraria, Salto adelante, cambios en el gobierno, conflicto con la Unión
Soviética, luchas internas, Revolución cultural, Brigadas rojas, purga de
líderes e imposición absoluta del poder de Mao.
Su muerte marca el fin de esa
Revolución cultural, lucha feroz por el poder en la que venció Mao a un alto
precio, dejando a China al borde del desastre.
Urge cambio de ruta, mas no de objetivos.
Toca turno a Deng Xiao ping, que
promueve el crecimiento, abre las puertas de China al capitalismo internacional
y a la inversión extranjera, pero
con el Partido Comunista al mando, controlando las pautas claves del
enorme crecimiento económico que esa apertura genera y que en cosa de tres
décadas supera la pobreza y convierte a China en una auténtica potencia.
Hoy China está superando a Estados Unidos. Crecimiento económico
imparable, avances científicos, tecnológicos y militares cada vez mayores,
dignidad, soberanía, poder y prestigio que crecen a diario, y logros sociales
asombrosos.
Todo
eso mientras Europa, de antigua dueña del mundo pasa a servil protectorado
gringo.
Xi Jinping declara que en dos décadas China sacó de la pobreza a 800 millones de
chinos mientras en Occidente crece la pobreza.
¿Cómo no va a envidiar Europa a esa China digna que
progresa sin pausa, que busca mediante acuerdos la amistad de otros países y no amenaza ni invade a nadie, como sí hace su
decadente amo Estados Unidos?
Tomado de: https://ultimasnoticias.com.ve/
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