Simón Rodríguez, pensador venezolano y maestro del Libertador Simón Bolívar.(Foto: Colombeia TV)
SIMÓN RODRÍGUEZ: PENSAR DESDE EL ORIGEN
AUTOR.
Nelson Chávez.
Memoria
REGIÓN.
América Latina
FECHA.
28-02-2021
LA ALIANZA DE
BOLÍVAR, HOY: UNA LECTURA LOGOGRÁFICA DE LA UNIDAD AMERICANA
A MODO DE EXORDIO
“Exordio
quiere decir
Punto de que se parte”.
Simón Rodríguez
El natalicio de Simón
Narciso de Jesús Rodríguez, acaecido en el valle de los indómitos indígenas
Caracas, durante más de un siglo fue fechado erróneamente el 28 de octubre de
1771, hasta el descubrimiento de su partida bautismal, oculta entre un cúmulo
ingente de papeles resguardados en los archivos parroquiales de la iglesia de
Altagracia.
A la referencia de su
muerte corporal le ocurrió algo similar, no con la fecha, sí con el lugar de su
último aliento.
Fijado por
desinformación de sus primeros biógrafos, los hermanos Amunategui, en la
imaginada ciudad peruana de Huaylas o Huaimas, equívoco arrastrado durante
cerca de setenta años, hasta la publicación de su acta de defunción en el
periódico El
Comercio de Lima, el 20 de diciembre de 1920, virtud a la
investigación de Ignacio Vetancourt Aristeguieta, diplomático venezolano
encargado por el dictador Juan Vicente Gómez para la repatriación de los restos
mortales del general José Trinidad Morán y de Simón Rodríguez, el Maestro del
Libertador[1].
El hallazgo de la
partida bautismal se debe, al parecer, a los oficios de arqueo del poeta Miguel
Márquez, quien había recibido esta encomienda de Arturo Uslar Pietri.
En esta, descubierta en
1979, puede leerse, entre tachaduras, la fecha “exacta” del primer día de
recibir luz este “párvulo expósito”, 28 de octubre de 1769, aunque su nombre,
tomado del onomástico, sugiere un nacimiento entre 28 y 29. Detalles
biográficos tildados por el propio Simón Rodríguez como curiosidades sin
importancia, accidentes, pues, según su criterio, cónsono con sus
preocupaciones filosóficas:
“Los bienhechores de la
humanidad, no nacen cuando empiezan a ver la luz;
sino cuando empiezan a alumbrar ellos”[2].
La pregunta a
responderse, atendiendo esta premisa, podría ser cuándo empezó a alumbrar.
Pero resulta más pertinente saber si aún puede servir de lumbre: si su obra
escrita mantiene vigencia, conserva la capacidad de traducir los fundamentos de
esta realidad, ofrece un método para desvelar las apariencias, entender las
razones, causas, consecuencias de las acciones y los movimientos en las
circunstancias. Si puede servirnos de herramienta para afirmar un pensamiento
original, oportuno en la construcción de un modelo económico, social, político y
cultural propio, puesto al servicio del bienestar humano.
Diferente del modo de
producción y distribución capitalista, en alejamiento progresivo de la era de
la combustión, opuesto a la modernidad y el patriarcado, ideologías cuyo
fundamento parece asentado sobre la práctica efectiva de la dominación.
Modelo urgente de
construir en esta encrucijada histórica cuando la supervivencia de la especie
ha sido puesta en riesgo mientras los dominadores del mundo con sus
innumerables redes de poder sin querer dar marcha atrás con el modelo actual
calculan, en medio de una crisis creada o acentuada, sus oportunidades de
negocios, sus estrategias de control, cómo imponer mediante una borrasca
informativa o des-informativa su idea de realidad futura, “nueva normalidad”,
modo uniforme de existir, única manera, supuestamente segura, de relacionarnos
con nuestros congéneres, los animales, la naturaleza. Para todas y todos, sin
embargo, según Simón Rodríguez:
Crisis,
es el caso o el momento
de juzgar con
acierto,
o el juicio decisivo[3].
Las cosas también
pueden ser de otra manera. La coyuntura en la que estamos inmersos como
resultado del movimiento precedente es el centro de las acciones y el
conocimiento acumulado donde confluyen pasado y presente en un estado de necesidad,
vórtice donde están contenidas todas las posibilidades para la construcción de
nuevas formas objetivas, circunstancias, estado de cosas, en la particularidad
y potencia propia de cada territorio.
En
este sentido, revisaremos la obra de Simón Rodríguez con la intención de
mostrar la articulación de sus ideas, descodificar sus claves críticas,
aprehender su método para pensar y transformar la realidad, poner su
pensamiento a prueba en este tiempo, como el lugar de la acción.
Plaza Mayor de Caracas a mediados del
siglo XIX.(Foto: Dibujo de Federico Lessmann)
EL ESCRITOR
Hemos visto
la concepción del nacimiento en este bienhechor de la humanidad, sin detenernos
a pensar en la fecha exacta de cuando empezó a alumbrar. Seguramente fue en su
primer día de clases como Maestro de Primeras Letras en la escuela regentada
por Guillermo Pelgrón.
Labor de
alumbramiento extendida en el niño Simón Bolívar.
Él sembró en
el alma de este niño caraqueño las semillas germinales del Libertador de
América, el mayor reflejo de su incandescencia.
Labor de
hortelano del espíritu reconocida generosamente por el resplandeciente
favorecido:
“Usted formó mi corazón para la libertad, para la
justicia, para lo grande, para lo hermoso.
Yo he seguido el sendero que usted me señaló…. Usted ha visto mi
conducta; usted ha visto mis pensamientos escritos, mi alma pintada en el
papel, y usted, no habrá dejado de decirse; todo esto es mío, yo sembré esta
planta, yo la regué, yo la enderecé tierna, ahora robusta, fuerte y fructífera
he sus frutos; ellos son míos, yo voy a saborearlos en el jardín que planté;
voy a gozar a la sombra de sus brazos amigos, porque mi derecho es
imprescriptible, privativo de todo”[4].
Esta es la
carta de invitación de Simón Bolívar a Simón Rodríguez para ir a su
encuentro. Hermosa epístola donde ofrece a su Maestro gozar del fruto de
su siembra, a la vez de expresarle la urgencia de tenerle cerca, a su lado,
como amigo.
“Yo desespero por saber qué designios, qué destino tiene usted; sobre
todo mi impaciencia es mortal no pudiendo estrecharle en mis brazos: ya que no
puedo volar hacia usted, hágalo usted hacia mi; no perderá usted nada.
Contemplará usted con encanto la inmensa patria que tiene, labrada en la roca
del despotismo por el buril victorioso de los libertadores, de los hermanos de
usted”[5].
La respuesta
de Simón Rodríguez, quien se encontraba en Santafé de Bogotá, fue tan inmediata
como propia de su carácter: actuar, viajar hacia el encuentro de su amigo, a quien
escribe dos cartas desde la imponente naturaleza de la ciudad de Guayaquil.
En la
primera, del 30 de noviembre de 1824, le comunica:
“Aquí estoy desde el 18 del
corriente, siguiendo viaje hacia donde usted esté.
El General Castillo me proponía
enviarme recomendado en barco donde no fuesen tropas, pero temo.
Si me cogen los realistas hacen
fiesta con mis papeles, y por amigo de usted (que siempre se sabe a bordo por
alguno que lo ha oído en tierra) me llevarán qué sé yo donde, y nunca nos
veríamos.
Tengo muchas cosas escritas para
nuestro país, y sería una lástima que se perdiesen: he decidido, pues, ir por
tierra; pero el general Castillo me aconseja que espere la llegada de las
tropas auxiliares de aquí que marcharán cuanto antes, observando que hasta entonces
no habrá seguridad para llegar hasta donde usted está.
No entro en más detalles porque
los considero inútiles.
El caso es que en respuesta a la
carta que usted me escribió, me puse en camino. Ver a usted, conferenciar sobre
la causa y emplearme en lo que pueda para ayudar, es mi fin.
De usted orden al General
Castillo para que me dé con qué transportarme, y a mi dígame lo que he de hacer
para llegar cuanto antes, darle un abrazo y… llorar de gozo … Tan pobres son
las expresiones del bien, que es menester servirnos de las del mal … ¡¡¡ Qué
armonía tan admirable!!![6].
El 7 de
enero de 1825, a casi un mes de la victoria militar del Ejército Libertador
Unido en la Batalla de Ayacucho, le dirigirá, desde esta misma ciudad, apostada
en las margenes del anchuroso río Guayas, la segunda carta:
“Yo no he venido a América porque
nací en ella, sino porque tratan sus habitantes de una cosa que me agrada, y me
agrada porque es buena, porque el lugar es propio para la conferencia y los
ensayos, y porque es usted quien ha suscitado y sostiene la idea.
Oigo decir –a muchos suspirando y
a algunos haciendo que suspiran – que usted se va luego que concluya no sé qué
asuntos.
Si es (me digo), el asunto de la
Independencia, me tranquilizo, porque falta mucho para darlo por concluido.
Y no se que otros asuntos tenga
Bolívar en el mundo.
Él sabe que cuando los muchachos
quieren deshacerse de un compañero que no pueden echar fuera por órdenes, toman
el partido de molestarlo, para que se fastidie y se vaya, y para más apurar la
mofa, lo llaman, le ruegan, etc.
Él sabe….todo lo que yo podría
decirle; luego sólo loco daría en contradicciones; (…) Abreviemos: usted me
espera, y nada decide sin habernos consultado”[7].
Esta misiva
parece responder a una carta desaparecida hasta hoy día.
Una epístola personal del Libertador donde seguramente le comunicaba las circunstancias presentes, las intrigas políticas, los desafíos en el porvenir de las repúblicas en tanto él, al parecer, se cuestionaba su propio destino, si irse, quedarse, si renunciar a sus cargos públicos o continuar ejerciéndolos.
La
carta de bienvenida e invitación, pero especialmente esta segunda misiva
extraviada, lo colocaban en el centro de los destinos del continente.
El
Libertador de América le pedía su consejo.
De
seguro alucinó al pensar en las infinitas posibilidades abiertas a sus ideas,
su magisterio, sus proyectos.
Alumbraría
por sí mismo definitivamente, pero tal vez, más importante para él, serviría
como nadie podía hacerlo a la causa social americana.
Sin
duda su alma se colmaría de un sinfín de expectativas, abrazada por la pasión
incontenible de vivir, porque el ser interno podía entenderse como necesario,
útil, no para sí, sino para la totalidad de los seres.
El
derrotero, no obstante, sería avieso, tortuoso.
Simón
Bolívar escribiendo.(Foto: Archivo)
Distinguida su comprensión de los nacimientos,
advertidos de su expectativa vital a su regreso al continente, veamos, en
contraposición, su cara ante la muerte.
Después de treinta y un
años de trashumancia suspensa en el aire de las despedidas, en la última de
sus cartas conocidas.
Dirigida en ocasión de
su cumpleaños cincuenta y siete, casualmente, a la persona con quien años
después se le intentaría repatriar, su amigo, el general José Trinidad Morán, a
quién dedica estas líneas sugestivas antes de partir hacia el naufragio:
Adiós
amigo!
Deseo
a usted como para mi
salud para que no sienta que vive
distracción para que no piense en lo que es
y muerte repentina
para que no tenga el dolor
de despedirse de lo que ama
y de sí mismo para siempre[8].
El siguiente año los
dos se despedirían de sí mismos “para siempre” en territorio peruano.
José Trinidad Morán, en
Arequipa, el 1 diciembre de 1854. El Maestro del Libertador, en Amotape, el 28
de febrero de ese mismo año.
El único testimonio
sobre la muerte corporal de Simón Rodríguez se encuentra en el
relato de Camilo Gómez.
Compañero, junto a su
hijo Jesús Rodríguez (Cocho), de su última travesía por mar, en ruta de
Guayaquil hacia Lambayeque en una balsa de
sechuras, fortuitamente a la deriva, náufragos por mes y medio merced de las
corrientes del Océano Pacífico hasta recalar en Cabo Blanco, una caleta de
pescadores de la costa peruana donde Camilo, ante el abandono eventual de
Cocho, permaneció durante semanas esperando a que el maestro se recuperara,
antes de trepar los feroces
acantilados cargando con él, gravemente enfermo, arriba de un caballo, para
cruzar juntos la agreste y desértica planicie siguiendo el curso del río Chira,
apeados sobre las bestias, en busca de alcanzar el pueblo de Amotape.
Villa donde Camilo Gómez acompañó a Simón Rodríguez en su agonía, hasta el final de su respiración, hasta el cierre inexorable de sus ojos, para luego dedicarse en medio de la congoja y la penuria a pedir la caridad para su enterramiento.
Amotape,
Perú. (Foto: Fotografía Nelson Chávez Herrera)
Camilo Gómez concedió
al periódico guayaquileño “El Grito del Pueblo”, el 4 de agosto de 1898, una
entrevista titulada “Dos retratos del Natural”.
En esta pueden
leerse sus recuerdos de la travesía, la referencia a una posible y última
disertación materialista de Simón Rodríguez con el sacerdote Santiago Sánchez a
quien confesó, antes de recibir los sacramentos, si acaso aceptó recibirlos,
que su única religión había sido la libertad e independencia de nuestros
pueblos, la misma de su amigo El Libertador, Simón Bolívar.
También puede leerse en
este testimonio la dificultad padecida para honrarlo con los mínimos servicios
funerarios, la caridad recibida para ofrendarle digna sepultura, más la
referencia a la entrega de dos baúles de propiedad de Simón Rodríguez llenos de
escritos, a los señores Gabriel García Moreno, Rafael Carvajal y José María
Cárdenas, en el puerto de Paita, posiblemente en presencia de Manuela Sáenz.
Escritos cuyo último
depositario sería el historiador Camilo Destruge Illingworth, y su presunto
final las llamas, que supuestamente los devoraron en el incendio de la ciudad
de Guayaquil, ocurrido en 1896.
En 1920, Ignacio
Vetancourt Aristeguieta intentaría repatriar los despojos mortales de
Simón Rodríguez, sin poder hacerlo, porque no pudo hallarlos.
En 1924, para conmemorar
los doscientos años de la Batalla de Ayacucho, presuntamente, su cuerpo
sería exhumado y sus restos mortales trasladados al Panteón Nacional de los
Próceres
del Perú.
Las innumerables complicaciones del intento de Vetancourt Aristeguieta por repatriar los despojos en 1920, los vericuetos de la atropellada exhumación de los restos mortales en 1924, más los detalles de la farragosa repatriación de unos restos óseos conjeturalmente espurios para conmemorar en nuestro país los cien años de su partida física en 1954, por gestión del dictador Marcos Pérez Jiménez, pueden leerse en dos libros ineludibles sobre el tema: el estudio de investigación titulado “El Maestro del Libertador”, de Ignacio Vetancourt Aristeguieta, y la crónica novelada Los restos del cholo Facundo, de quien suscribe estas palabras[9].
Advertida su concepción sobre el
nacimiento y su presencia ante la muerte física, sumamos nuestra inquietud en
un trecho del tránsito entre uno y otro punto.
Paita,
Perú. (Foto: Fotografía Nelson Chávez Herrera)
Simón Rodríguez amaba vivir.
Su pasión de viajero incesante confirma su
anhelo de ver y aprehender cuánto pudiera mientras el cuerpo se lo permitiese.
Según sus palabras deseaba parecerse más
al viento que a los árboles.
Su equilibrio, su forma de mantenerse
vivo, fue permanecer en constante movimiento.
Su obra epistolar, por otra parte, revela
una firmeza de amar la vida sin ambages.
No quiero significar bajo ninguna
presunción que sintiese la vida como una dulzura, viviera ebrio de
celebraciones laudatorias u ocupado en afanes festivos. Su entereza se prueba
en un tránsito vital plagado de infortunios, fracasos, desengaños, indigencia,
sin llegar por esto a doblegarse, cambiar sus sentimientos, contradecir sus
ideas, dar al traste con sus propósitos, perder su cáustico buen humor o
abandonar la costumbre de enseñar de manera divertida[10].
Simón
Rodríguez Zambo. (Foto: Dibujo de Paul Marcoy)
Jamás escribió una línea en contra de la
vida misma, ni disfrutó de solazarse en el hastío, la indecisión o las
depresiones.
La única vez que declaró estarse muriendo
fue de fastidio por no tener nada qué hacer[11].
Enfermo del estómago, en la gélida región
chilena de Penco, a donde fue a parar después del terremoto de Concepción de
1835, podemos verle pidiendo caridad para comer sin perder su altivez, ni el
ánimo de recuperarse, afirmando poder estar a tono para trabajar inmediatamente
después de la convalecencia haciendo un poco de ejercicio y por supuesto,
pidiendo además de un poco de comida, papel y tinta, o tara y caparrosa para
fabricarla, porque según comenta a su benefactor, tenía mucho qué escribir.
Esto lo dijo a los sesenta y siete años.
Era un hombre vigoroso, fuerte[12].
A Pedro Fernández
Garfías, uno de los participantes de la afamada controversia filológica de 1842
entre Andrés Bello y José Faustino Sarmiento, le escribe en respuesta a una
carta desaparecida hasta hoy día, donde éste al parecer le recrimina por no
haber aceptado una oferta “caritativa o desinteresada” del importante político
chileno José Miguel Infante:
“Si yo fuera inválido,
pediría amparo. Bueno y sano debo trabajar (…) Dígale usted, pues, que olvide
mi situación, para dar toda su protección a mis ideas (…) Yo no dejaré que me
lleven a cuestas sino después de muerto”[13].
Sobra decirlo, sus
ganas de vivir estuvieron por encima de cualquier penuria, carencia, pobreza,
hambre o desprecios derivados de su condición de clase, casta, origen, sus
ideas políticas o su firme lealtad hacia El Libertador Simón Bolívar.
La vida en las
circunstancias de las sociedades americanas se refleja en su obra como una vida
penosa, constreñida por leyes injustas, en continua disputa clasista y racista
entre los seres humanos por sus intereses.
El miedo habitando el
corazón de los poseedores porque los desposeídos eran mayoría; los desposeídos,
él incluido, en excesiva, lamentable y ardua lucha diaria para poder satisfacer
escasamente las necesidades más urgentes de comida, vivienda, vestido,
curación; ese era el pulso de seguir viviendo en medio de una sociedad mal
calculada, fundada sobre principios irracionales.
Pero siendo la sociedad
obra humana, lo entendía, podía volver a formarse, ser de una u otra manera: la
sociedad es perfectible.
El dolor humano y las
necesidades urgentes también le agobiaban, pero él no iba a sumarse pasivamente
a la lista de los desdichados, quería ser parte de la solución, no del
problema.
Pudo haber hecho suyo
el poema de Rosario Castellanos, porque nunca pensó en salvarse solo, porque
siempre sintió que no lo estaba
Nunca digas que es tuya
la tiniebla
no te bebas de un sorbo
la alegría
Mira a tu alrededor:
hay otro, siempre hay otro
Lo que él respira es lo
que a ti te asfixia
Lo que come es tu hambre[14]
Si algo lo llamó a la
vida constantemente fue servir. La persistencia en su ser estuvo signada por
este propósito firme, esclarecido: servir a la igualdad y la libertad entre los
seres humanos, trabajar para otorgarles la posibilidad de vivir mejor, verles
satisfacer sin problema sus necesidades, servir a la independencia y la
libertad de nuestros pueblos hasta el último suspiro.
En un momento de este
tránsito, como pudo entre-verse en las cartas de su llegada al continente,
ilusionado con el respaldo del Libertador para hacer valer sus ideas, pensó en
servir a la libertad fundando las Escuelas Modelo de Educación Popular y
Economía Social.
Pero después de
separarse del Libertador en 1826, consciente de que las clases influyentes en
el gobierno no estructurarían jamás un plan nacional de Educación Popular en
contra de sus intereses de clase o de gremio, en contra de los intereses
extranjeros que defendían por encima de los nacionales, tras renunciar a su
cargo como Director General de Enseñanza Pública en la naciente República de
Bolivia, en medio del fragor de la guerra mediática contra El Libertador, se
afirmó en su fuero interno la indeclinable decisión de dedicarse a escribir y
buscar publicar.
Como cierre de esta
etapa de su vida, con dolor escribe a Simón Bolívar la siguiente carta,
mientras prepara su “Defensa del Libertador” para hacerla circular manuscrita
por las calles de Oruro y Chuquisaca:
“Por satisfacer a usted
y por satisfacerme a mí mismo, me separé de usted en Bolivia…¡qué mal hizo
usted en dejarme…! ¡y yo en no seguirlo!
La obra
que yo iba a emprender exigía la presencia de usted y usted, para consumar la
suya, necesitaba de mí”[15].
En adelante volcará sus
ideas en la escritura, propósito donde su amor propio vislumbra a
futuro el justo reconocimiento de su genio y compromiso.
El deseo de publicar le
llevará a recorrer el cuerpo del continente en busca de mecenas y editores,
ambulando por Perú, Chile, Bolivia, Ecuador, Nueva Granada, Ecuador, Perú,
sirviendo como maestro, fundando escuelas, siempre escribiendo, sin importar
los sacrificios.
Parafraseando al poeta Gonzalo Rojas, “a todos los éxtasis, prefirió el sacrificio”.
Sabía que una
obra escrita publicada le permitiría superar la muerte, continuar obrando en el
infinito de los tiempos.
En este sentido, su
frase:
“LEER, es
RESUCITAR IDEAS, SEPULTADAS en el PAPEL:
Cada
Palabra es un EPITAFIO
i que, para hacer esta especie de MILAGRO! es menester
conocer
los ESPÍRITU de las difuntas”[16].
También alude a su resurrección,
a su vida inmortal como espíritu de fuego contenido en las palabras.
A la posibilidad de ser
candil para las generaciones futuras en su trabajo por una sociedad sin
privilegios, guía en la fundamentación de una verdadera república donde el bien
general económico esté repartido en equidad y la vida, por tanto, pueda ser
menos penosa.
La Inmortalidad es una
sombra indefinida de la vida — que cada uno extiende hasta donde alcanzan sus
esperanzas — y hace cuanto puede por prolongarla.
Se complace, el hombre
sensible, figurándose
su existencia
proyectada en el interminable
espacio de los tiempos
= como se complace
en ver, desde una
altura, sucederse
los valles, los bosques
y los montes
más allá de un
horizonte sin fin[17].
En vida, Simón
Rodríguez se empleó como maestro de primeras letras, ayo, amanuense, tipógrafo,
traductor, profesor de lengua española, químico, ingeniero, agrimensor,
ecónomo, constructor de máquinas de moler trigo, fabricante de velas, hacedor
de leyes sobre educación, fabricante de loza, adjunto a la diputación de
instrucción primaria, director de hospitales, director de hospicios, director
de minas y caminos, primer ministro de educación de la República de Bolivia,
fundador de escuelas, profesor de botánica y agricultura.
En cada una de estas
labores y otras más sin duda alguna dejó una marca para la posteridad, una
memoria en quienes recibieron los beneficios de su trabajo, sus enseñanzas, la
lucidez de su razonamiento o el impacto de sus palabras.
Tiene razón Jorge Luis
Borges cuando afirma en su ensayo sobre la inmortalidad:
“Cada uno de nosotros
colabora, de un modo u otro en este mundo.
Cada uno
de nosotros quiere que este mundo sea mejor, y si el mundo realmente mejora,
eterna esperanza; si la patria se salva (¿por qué no ha de salvarse la patria?)
nosotros seremos inmortales en esa salvación, no importa que se sepan nuestros
nombres o no.
Eso es mínimo.
Lo
importante es la inmortalidad.
Esa
inmortalidad se logra en las obras, en la memoria que uno deja en otros”[18].
A Simón Rodríguez, no
obstante, pareció importarle más que una contribución anónima en la historia
del universo, una inmortalidad, tal vez, menos indeterminada, o, por qué no,
más determinante, una trascendencia acorde con el fruto de su genio y su
esfuerzo indeclinable.
Deseo de reconocimiento
contenido seguramente desde su infancia, cuando se abrió al mundo desde su
condición de niño abandonado, pardo menospreciado, “hijo del pecado”, para
reconocerse en el deseo histórico y colectivo de los marginados, los oprimidos,
los desposeídos, en la lucha por la igualdad social entre los seres humanos.
“Toda obra de reflexión
como toda obra de arte es trabajo del deseo, y proviene de ese punto
incandescente que anima desde lo hondo del sujeto lo que en él se debate en
cada acto de su vida”[19].
Haber sido el maestro
querido y más influyente en el corazón del Libertador Simón Bolívar concedía a
Simón Rodríguez, con creces, un lugar de privilegio en la inmortalidad.
Empero, por amor
propio, como él mismo lo confiesa, por hacerse valorar por sí
mismo, luego de los continuos fracasos de sus proyectos educativos, vislumbró
en la escritura su oportunidad de ganarle la batalla a la muerte.
Un ejemplo de este
diálogo vital entre la enseñanza práctica, sobrevivir, la voluntad irreductible
del escritor, la posteridad, se refleja en la siguiente anécdota: días después
de cerrar una pequeña escuela regentada por él mismo en el barrio El Almendral
del colorido puerto chileno de Valparaíso, ante las amenazas de inspección
y cierre del establecimiento por parte de las autoridades municipales, caído en
demerito el maestro por su matrimonio con una mujer indígena, Simón Rodríguez
comentó a un viajero francés y profesor de lenguas clásicas de nombre Louise Antoine
Vendel Heil su determinación de procurarse económicamente el sustento mediante
la fabricación de velas de cebo para “…continuar alumbrando a la América”.
Aunando a esta confesión la de su indeclinable decisión de continuar escribiendo, buscando editores en cualquier lugar del continente para colocar sus ideas en el candelabro de la imprenta, aludiendo a la metáfora anterior, para “…continuar alumbrando a la América”[20].
Vendel Heil, fortuitamente, le había
buscado en Valparaíso para conocerle y conversar con él después de leer en la
ciudad chilena de Concepción su obra Sociedades Americanas en 1828,
obra que le impresionó sobremanera[21].
A Roberto Ascázubi, uno
de los fundadores de El Quiteño Libre, le dirá el
28 de julio de 1845, poco más de un mes después del triunfo de la “revolución
marcista” (de marzo) de la que Ascázubi fue partidario:
“No necesito encerrarme a pensar, para decir lo que he recogido en el espacio de 50 años: o lo tengo escrito, o puedo escribirlo al instante.
La gaceta oficial promete insertar lo
que le dirija, con relación al bien público; pero yo no quiero que mis
pensamientos rueden entre cosas que no los favorezcan, o los ofusquen –quiero
que aparezca mi dictamen SOLO, en hojas que puedan guardarse, y que se anuncie
su aparición por gaceta, indicando el lugar donde se vendan.
Estoy
esperando a una persona, que está en Quito, y con quien voy a emprender un
negocio que puede tenerme cuenta; pero arriesgaré perder cualquier
conveniencia, por emplearme en publicar, lo que importa que los ecuatorianos
(valga esto para las y los nuestroamericanos), tengan presente en sus
deliberaciones”[22].
La carta culmina
solicitando a Ascázubi la mediación con sus amigos para obtener de estos un
financiamiento para publicar su obra y él poder pagarla posteriormente con el
usufructo de las ventas.
Nada de esto ocurrió.
Ascázubi sin entender su más imperiosa necesidad vital le ofreció un empleo
que, según Simón Rodríguez, por no granjearse enemigos, prefirió rechazar.
Siguió vagando en busca
de financistas o editores arriesgados.
A José Ignacio París,
político neogranadino, buen amigo del Libertador, le escribe:
“Tengo mi Obra Clásica,
sobre las Sociedades Americanas, que no puedo hacer imprimir porque cada letra
cuesta un sentido, y después no hay quien lea.
En Bogotá
hay impresores, y lectores en la Nueva Granada, y puede hacerse distribución a
otras partes. Usted puede ser mecenas sin perder dinero”[23].
Después de estas cartas
y peticiones, acompañado de su familia, emprendería viaje en bestia camino a
Santafé de Bogotá, pero enamorado de una propuesta de auxilio a sus proyectos
decide quedarse en Túquerres, Nueva Granada, un pequeño pueblo donde fundaría
una escuela de profesores y finalmente, por mediación de quien le había
contratado en esta ciudad, el coronel Anselmo Pineda, conseguiría imprimir,
acaso resignado a publicar nuevamente en prensa, en el periódico El
Neogranadino, el último de sus trabajos conocidos entregado por sí
mismo en vida a sus lectores: Extracto sucinto de mi obra sobre la educación
republicana[24].
Después vuelve a
moverse.
En Quito, en 1850,
relata a Manuel Uribe Ángel el “Juramento del Monte Sacro”.
Pasa por Ibarra, donde
aparentemente trabaja en agricultura y posteriormente regresa a Latacunga al
final de ese mismo año a continuar impartiendo clases en el colegio San
Vicente.
Desde el hermoso valle
cercano a los Illinizas donde se asienta esta apacible ciudad ecuatoriana
fundada sobre un tambo inca, hacia el final de 1851 o 1852, quizá despidiéndose
del Cotopaxi avistado en la lejanía, enrumbaría de nuevo hacia Guayaquil, la
imponente ciudad rodeada del estero salado apostada en las márgenes del
anchuroso río Guayas, donde había iniciado en 1824 su periplo por el
continente, inflamado de ilusiones. Localidad donde a futuro, aparentemente,
perecería un buen número de sus escritos en el feroz incendio que devastó esta
ciudad en 1896.
En este lugar, envuelto
por el húmedo vapor selvático, permanece un tiempo trabajando en un proyecto
para refinar esperma acompañado de su hijo Cocho y de Camilo Gómez, con quienes
finalmente se embarcaría con rumbo a Lambayeque en 1853, a sus ochenta y cuatro
años, para naufragar por mes y medio en las corrientes del Océano Pacífico
hasta recalar en Cabo Blanco. Ya su esposa Manuela Gómez había muerto,
presuntamente en Túquerres[25]).
Publicar sus ideas fue
el propósito más firme de Simón Rodríguez hasta el final de sus días.
Si bien debió emplearse
como maestro o ganarse la vida en mil oficios, la escritura fue definitivamente
la forma elegida para amparar la lucidez de su espíritu, comunicar sus ideas y
extender su existencia útil, inmortalizarse, reclamar su justo valor en el
caudal del tiempo.
El modo de ofrecer a su
proyecto de verdadera República, Educación Popular, Economía Social y Colonización
del País con los Propios Habitantes, la oportunidad futura de hacerse realidad
como presente. Su plan de rescate del olvido:
Las ideas en nuestros libros … no podrán dejar de ser nuestras, y siempre nos tendrán presentes por más que se alejen de nosotros[26].
“Sociedades americanas en
1828” es la obra medular del pensamiento de Simón Rodríguez. (Foto: Fotografía
Nelson Chávez Herrera)
Este
pensamiento condensa su certeza de la trascendencia en las ideas escritas.
Subrepticiamente,
también la decisión de confiar su magisterio a las palabras acuñadas en los
libros, lugar escogido para proteger de la desmemoria sus enseñanzas, sus ideas
sobre la causa social, la independencia, la libertad, la justicia. Morada donde
la página será el lienzo de una estrategia pedagógica sin par: la logografía o
pintura del pensamiento.
Forma de
escritura que intenta atrapar la musicalidad propia de la oralidad, hacer
pensar, provocar la afección sensible en ausencia del maestro.
Propuesta
estética, didáctica y pedagógica, orientada en los siguientes lineamientos.
haciendo Sentir
se PERSUADE
haciendo Pensar
se CONVENCE
Se persuade
al que SIENTE
Se convence
al que SABE[27].
La obra
principal de Simón Rodríguez es el libro Sociedades Americanas en 1828.
Libro
compuesto por el “Pródromo” a Sociedades Americanas en 1828, la cuarta
parte denominada “Luces y virtudes sociales”, en sus ediciones de 1834 y 1840,
y el “primer cuaderno” de Sociedades Americanas en 1828, publicado
en Lima en 1842. Aparte de esta obra compuesta publicó: Reflexiones
sobre el estado actual de la Escuela; El Libertador del mediodía de
América y sus compañeros de armas defendidos por un amigo de la causa social,
conocido como “Defensa del Libertador” o “Defensa de Bolívar”; Vincocaya,
un tratado de ingeniería y estudio de suelos para la desviación de un río destinado
a la construcción de un acueducto; Partidos; Critica de las
Providencias del Gobierno; Extracto sucinto de mi obra sobre la
educación Republicana; y un texto publicado cien años después de su partida
titulado Consejos de Amigo dados al Colegio de Latacunga.
A estos
trabajos pueden sumarse el Informe sobre el terremoto de Concepción,
escrito a seis manos con Ambrosio Lozier y Juan José Arteaga, sus Cartas,
varios oficios, un reglamento de hospitales, varios informes, además de dos
libros referidos por Pedro Grases, hasta hoy sin encontrar: “Carta a cinco
Bolivianos” y un “Tratado sobre la Pólvora”[28].
En estos libros se resguarda la filosofía
de Simón Rodríguez a la espera de lecturas que le resuciten. Es importante leer
su obra directamente, avivar personalmente nuestro espíritu en el suyo, no
negarnos este privilegio, especialmente si queremos respondernos, abrevando en
su propia fuente, si la filosofía robinsoniana es pertinente en estos tiempos,
si está vigente y cómo, si puede orientar nuestro pensamiento y guiar nuestra
acción práctica.
Erigirse fundamental en la construcción de
un nuevo modelo de sociedad y en la afirmación de un pensamiento original.
La
primera imprenta en Latinoamérica data de 1539.(Foto: Archivo / conocelahistoria.com)
En el fondo de su alma,
Simón Rodríguez encuentra en la escritura su forma imperecedera de servir, la
mejor estrategia para continuar en movimiento, seguir alumbrando en el río
infinito y ganarle la batalla a la muerte.
ESCRIBAMOS PARA NUESTROS
HIJOS
antes de llegar al
doloroso trance de
despedirnos de
ellos, y de nosotros mismos
para siempre
PENSEMOS EN SU SUERTE SOCIAL
más bien que en sus
comodidades
dejémosles LUCES en
lugar de CAUDALES
la Ignorancia es más de
temer que la POBREZA[29].
Quienes hayan leído sus
cartas y las notas biográficas escritas sobre el derrotero trashumante e
indigente de Simón Rodríguez después de separarse del Libertador a principios
de 1826 en la naciente República de Bolivia, vida llena de carencias, pruebas e
infortunios, entenderán por qué le dedicamos, como telón a este punto de
partida, las certeras palabras del poeta Enrique Lihn:
Porque escribí no estuve en casa del verdugo
ni la pobreza me pareció atroz
ni el poder una cosa deseable
ni me lavé ni me ensucie las manos
ni tuve como amigo a un fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi enemigo
porque escribí porque escribí estoy vivo[30].
REFERENCIAS
↑1 |
El acta de defunción fue reproducida por El
Universal de Caracas, número 4030, del viernes 6 de agosto de 1920.
Ignacio Vetancourt Aristeguieta, Maestro del Libertador, impreso en los
Talleres de la editorial general Mendiburu, Perú, (1968), p. 44. |
↑2 |
Simón Rodríguez, “El Libertador del mediodía de
América y sus compañeros de armas defendidos por un amigo de la causas
social”, ver en: Simón Rodríguez, Bolívar contra Bolívar, Nelson
Chávez Herrera, compilador. Caracas (2019), p. 45. |
↑3 |
Simón Rodríguez, Luces y Virtudes
Sociales, Valparaíso (1840) Imprenta El Mercurio, p. 37 |
↑4 |
Carta de Simón Bolívar a Simón Rodríguez, fechada
en Pativilca, en 19 de enero de 1824, Cartas, Caracas (2001), Universidad
Nacional Experimental Simón Rodríguez, Ediciones del Rectorado, p. 109. |
↑5 |
Carta de Simón Bolívar a Simón Rodríguez, fechada
en Pativilca, en 19 de enero de 1824, Cartas, Caracas (2001), Universidad
Nacional Experimental Simón Rodríguez, Ediciones del Rectorado, p. 109. |
↑6 |
Simón Rodríguez, Carta a Simón Bolívar, fechada
en Guayaquil, en noviembre 30 de 1824, Cartas, Caracas (2001), Universidad
Nacional Experimental Simón Rodríguez, Ediciones del Rectorado, p. 141. |
↑7 |
Simón Rodríguez, Carta a Simón Bolívar, fechada
en Guayaquil, en enero 7 de 1825, Cartas, Caracas (2001), Universidad
Nacional Experimental Simón Rodríguez, Ediciones del Rectorado, p. 141. |
↑8 |
Simón Rodríguez, Carta a José Trinidad Morán,
fechada en Guayaquil, en noviembre 26 de 1853, Cartas, Caracas
(2001), Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez, Ediciones del
Rectorado, p. 211. |
↑9 |
Ignacio Vetancourt Aristeguieta, Maestro del
Libertador, impreso en los Talleres de la editorial general Mendiburu, Perú,
(1968), p. 44. Nelson Chávez Herrera, Los restos del cholo Facundo,
Caracas (2018), Fondo editorial Fundarte. |
↑10 |
Carta de Simón Bolívar a Francisco de Paula
Santander, fechada en Huamachuco, Perú, el 6 de mayo de 1824. En: Cartas,
Caracas (2001), Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez, Ediciones
del Rectorado, p. 141. |
↑11 |
Simón Rodríguez, Carta a Simón Bolívar, fechada
en Chuquisaca, en 15 de julio de 1826, Cartas, Caracas (2001),
Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez, Ediciones del Rectorado,
p. 141 |
↑12 |
Simón Rodríguez, “Carta a Santiago Duquet”,
fechada en Trilaleubu, en julio 23 de 1836, y “carta a Bernardino
Pradel”, también fechada en Trilaleubu, en 19 de 1gosto de 1836, Cartas,
Caracas (2001), Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez, Ediciones
del Rectorado, p. 167-169 |
↑13 |
Simón Rodríguez, “Carta a Pedro Fernández
Garfias”, fechada en Valparaíso, en junio 4 de 1840, Cartas, Caracas (2001),
Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez, Ediciones del Rectorado,
p. 181-182. |
↑14 |
Rosario Castellanos, El otro, tomado
del portal A media voz. http://amediavoz.com/castellanos.htm.
En febrero 19 de 2021. |
↑15 |
Simón Rodríguez, Carta a Simón Bolívar, fechada
en Oruro, Bolivia, en 30 de septiembre de 1827, Cartas, Caracas (2001),
Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez, Ediciones del Rectorado,
p. 152. |
↑16 |
Simón Rodríguez, “Consejos de amigo dados al
colegio de Latacunga, ”Obras Completas, Tomo II, Caracas (1975),
Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez, p. 29. |
↑17 |
Simón Rodríguez, “Luces y Virtudes Sociales”, 4ta
parte de Sociedades Americanas en 1828, Valparaíso, Chile (1840), Imprenta
del Mercurio, p. 66. |
↑18 |
Jorge Luis Borges, La inmoralidad, Borges Oral,
Madrid (1980), Editorial Bruguera, p. 43-44. |
↑19 |
Leon Rozitchner, Filosofía de la
Emancipación, Simón Rodríguez: el triunfo de una fracaso ejemplar, Buenos
Aires (2012), Ediciones de la Biblioteca Nacional, p. 21. |
↑20 |
Miguel Luis Amunategui y Gregorio Víctor
Amunategui, Biografías de Americanos, Santiago, Chile (1854),
Imprenta Nacional, p. 259. La nota biográfica escrita por los hermanos
Amunategui es la primera escrita sobre la vida de Simón Rodríguez. La
anécdota referida es tomada del “diario de viaje” de Vendel-Heil, según
anotaciones en su diario de viaje, del 29 de mayo de 1840. Los hermanos
Amunategui conocieron a Simón Rodríguez en Santiago, en casa de Andrés Bello.
Este libro puede descargarse gratuitamente en el portal de internet: http://www.memoriachilena.gob.cl/archivos2/pdfs/MC0056905.pdf.
Vendel-Heil fue también un prestigioso profesor de lenguas clásicas en
Francia. |
↑21 |
Miguel Luis Amunategui y Gregorio Victor
Amunategui, Biografías de Americanos, Santiago, Chile (1854),
Imprenta Nacional, p. 259. La nota biográfica escrita por los hermanos
Amunategui es la primera escrita sobre la vida de Simón Rodríguez. La
anécdota referida es tomada del “diario de viaje” de Vendel-Heil, según
anotaciones, de 29 de mayo de 1840. |
↑22 |
Simón Rodríguez, “Carta a Roberto Ascázubi”,
fechada en Latacunga, en 28 de julio de 1845, Cartas, Caracas (2001),
Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez, Ediciones del Rectorado,
p.187-189.El paréntesis en la cita es del autor de esta nota. |
↑23 |
Simón Rodríguez, “Carta a José Ignacio París”,
fechada en Latacunga, en 6 de enero de 1846, Cartas, Caracas (2001),
Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez, Ediciones del Rectorado,
p.187-189.El paréntesis en la cita es del autor de esta nota. |
↑24 |
Simón Rodríguez, Extracto sucinto de mi
obra sobre la educación republicana, Santafé de Bogotá, Nueva Granada
(Año II, abril y de mayo de 1849), Periódico El Neogranadino,
Número 39, 40, 42.). |
↑25 |
Los datos de su movimiento entre Túquerres y
Latacunga después de 1847 han sido tomados de: Pedro Grases, “La peripecia
bibliográfica de Simón Rodríguez”, La tradición humanística,
Barcelona (1981), Ediciones Seix Barral, tomo 5, p. 179, 180. |
↑26 |
Simón Rodríguez, “Luces y Virtudes Sociales”, 4ta
parte de Sociedades Americanas en 1828, Valparaíso (1840),
Imprenta del Mercurio, p. 65, 66. |
↑27 |
Simón Rodríguez, “Luces y Virtudes Sociales,” 4ta
parte de Sociedades Americanas en 1828, Concepción, Chile (1840), Imprenta
del Mercurio, p. 50. |
↑28 |
Las primeras ediciones de estas obras son las
siguientes: Simón Rodríguez, “Pródromo” a Sociedades americanas en 1828,
Arequipa (1828), Imprenta Municipal; Simón Rodríguez, “Cuarta Parte, Luces y
Virtudes Sociales”, Concepción, Chile (1834), Imprenta del Instituto; Simón
Rodríguez, Sociedades Americanas en 1828, “Cuarta Parte. Luces y
Virtudes Sociales”, Valparaíso, Chile (1840), Imprenta del Mercurio; Simón
Rodríguez, Sociedades americanas en 1828, Lima (1842), Imprenta del
Comercio; Simón Rodríguez, El Libertador del mediodía de
América y sus compañeros de armas defendidos por un amigo de la Causa Social,
Arequipa (1830), Imprenta Pública; Simón Rodríguez, Vincocaya,
Arequipa (1830), Imprenta del Gobierno; Simón Rodríguez, Partidos, Valparaíso
(1840), El Mercurio de Valparaíso; Simón Rodríguez, Crítica de las
Providencias del Gobierno, Lima (1843), Imprenta del Comercio; Simón
Rodríguez, Extracto sucinto de mi obra sobre la educación republicana,
Santafé de Bogotá, Nueva Granada (Año II, número 39, 40, 42, 12 de abril y
mayo de 1849), Periódico El Neogranadino; Simón Rodríguez, Consejos
de amigo dados al colegio de Latacunga, Quito, Ecuador
(1954),Boletín de la Academia Nacional de Historia de Ecuador, volumen
XXXIV, número 83. Simón Rodríguez, “Carta a José Ignacio París”,
fechada en Latacunga, en 6 de enero de 1846. Su obra epistolar conocida ha
sido compilada en: Simón Rodríguez, Cartas, Caracas (2001), Universidad
Nacional Experimental Simón Rodríguez, Ediciones del Rectorado. La primera
edición de las obras compiladas corresponde a Pedro Grases, bajo el título:
Escritos de Simón Rodríguez, publicada por la Sociedad Bolivariana de
Venezuela, en Caracas, en 1954. Hay varias ediciones en físico de
estas obras, compiladas o por separado, las de más fácil acceso son: Simón
Rodríguez, Obra Completa, Caracas (1975), Universidad
Nacional Experimental Simón Rodríguez, Ediciones del Rectorado; Simón
Rodríguez, Obra Completa, Caracas (2001)Ediciones de la Presidencia de la
República; Simón Rodríguez, Sociedades americanas, Caracas
(1990), Ediciones de la Biblioteca Ayacucho; También hay varias ediciones
digitales de algunas de estas obras por separado, pero, para su lectura en
formato digital, las obras compiladas como obras completas pueden leerse o
descargarse en: http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20190926042843/Simon_Rodriguez_Obras_Completas.pdf.
La edición de Sociedades Americanas de Biblioteca Ayacucho, en:
http://www.clacso.org.ar/biblioteca_simonrodriguez/detalle.php?id_libro=1671.
El reglamento de hospitales más otros documentos inéditos, que aún no se hacen
públicos, forman parte de un proyecto de publicación próximo de quien
suscribe esta nota, con el apoyo institucional del Centro Nacional de
Estudios Históricos. |
↑29 |
Simón Rodríguez, “Luces y Virtudes Sociales”, 4ta
parte de Sociedades Americanas en 1828, Valparaíso (1840),
Imprenta del Mercurio, p. 66. |
↑30 |
Enrique Lihn, “Porque escribí”, de: La
musiquilla de las pobres esferas (1969), en: Poesía chilena
contemporánea, segunda edición, Santiago, Chile (1998) Fondo de Cultura
Económica, p. 123. |
Tomado de: https://isrobinson.org/
Y Publicado
en: http://victorianoysocialista.blogspot.com,
En: Twtter@victorianoysocialista
En:Google; libertadbermeja..victorianoysocialista@gmail.com
En Fecebook: adolfo Leon libertad
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