ALZADOS EN ALMAS/Democracia, restauración y Revolución
FREDDY ÑÁÑEZ
La democracia liberal rejuveneció al capitalismo. Le dio un nombre ajustado a los tiempos que, con el favor de sus poderosos medios de propaganda, aceptaríamos sin dificultad.
Periodistas, tecnócratas, celebridades e ideólogos posmarxistas –agentes de la opinión– promovían el uso de las nuevas jergas: “economía de mercado”, “era global”, “fin de la historia”. Mágicamente la contradicción se despojaba de su carga histórica orientándonos hacia otras metas trazadas no por el conflicto de clase, sino por el anhelo individual de felicidad.
Precisamente en el plano de la ideología es donde la democracia como palabra “valorizante” tuvo su impacto más pernicioso. Ha sido el consenso, esa resignación a “lo posible”, el opio de los pueblos de las democracias. Que toda política diferente es totalitaria y en cambio lo que sucede dentro de los límites democráticos: el recrudecimiento del fascismo, la carrera armamentista, la desmesura de los monopolios transnacionales, los etnocidios, ecocidios e invasiones militares, la estafa financiera e hipotecaria, el racismo y la xenofobia son signos incuestionables de su civilización.
Sarkozy, Uribe Vélez, Fernando González, Carlos A. Pérez, los Bush; he allí los paladines de la democracia. Electos por el pueblo, pero, ¿en qué condiciones? Examinándolas concluiremos en que no puede llamársele elección libre a lo que está condicionado por el bipartidismo y el Estado policial que impide los cambios radicales que la sociedad reclama.
Asistimos al agotamiento fáctico del modelo liberal y las rebeliones sucedidas aisladamente en las grandes capitales del mundo, desde finales de la pasada centuria hasta hoy; aceleran la crisis en las entrañas del bipartidismo, del parlamentarismo tradicional y del capitalismo velado en la institucionalidad. No es que se haya producido una ruptura con el consenso democrático pero apuntan, cada una desde su singularidad, a la transmutación intrínseca del sistema.
Es acá, en el preámbulo de un derrumbe, donde se gestan las condiciones más ambiguas: podríamos ser testigos de una restauración de lo viejo o, por el contrario, protagonistas de lo inaudito.
Cuba hizo posible un ensayo del comunismo frente a un bloqueo del mundo democrático que, al no poder doblegarlo, terminó aceptándolo.
En Venezuela el chavismo como subjetividad política refunda el Estado para trascenderlo como espacio único de la democracia creando nuevos centros para su despliegue en el poder popular. Para acotar el riesgo de reversibilidad convoca a la nueva idea del socialismo americano.
El indianismo plurinacional en Bolivia ha desmantelado cualquier artificio tanto del Estado burgués como de la democracia liberal poniendo en entre dicho al humanismo occidental como a la ideología de los derechos humanos. Acá el cambio no solo es político sino ontológico.
Grecia desafía el modelo bancario y se anticipa a lo que pueda suceder con la izquierda en una España estafada por la burbuja del bienestar. Pero también vemos que la ultraderecha en Alemania, Chipre, Francia, Perú toma ventaja.
La democracia liberal, aún en su indigencia, potencia las fuerzas conservadoras. Por lo tanto, el desafío no es hacerla más perfecta ni reinventarla, sino pensar y elaborar otra forma de la política capaz de convocar lo inaudito: la justicia social, el fin de la explotación, del monopolio de los medios de producción; la inauguración de una comunidad múltiple e igualitaria, eso que los ideólogos llaman con desdén: la utopía.
Contacto: torredetimon@gmail.com/ @luchaalmada
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