4 de julio.
Estados Unidos: ¿libertad y democracia?
Un mural de
Viktor Arnautoff en una escuela en San Francisco muestra a George Washington
esclavista
Vladimir Acosta
Hace dos días, Estados Unidos, ese país “único, excepcional e indispensable”, ese nuevo
pueblo elegido por la Providencia Divina para servirnos a los otros pueblos de
modelo inalcanzable en cuanto a igualdad, libertad y democracia, celebró un año
más de su Declaración de Independencia.
Es un acto que, aunque viejo, repetitivo y agotado, resulta importante
porque el texto que proclama esa Declaración, que asombró a la aristocrática
Europa en 1776, sigue siendo modelo válido para gobiernos y países que por inercia, cobardía,
complicidad o servilismo, siguen aceptando hoy en forma dócil que Estados Unidos, imperio criminal
decadente pero aún poderoso, no deja de ser “un eterno faro de igualdad,
libertad y democracia cuyo destino providencial es dirigir al mundo entero”,
tal como lo proclama a diario su actual, agresivo y achacoso presidente, buen
retrato por cierto de lo que es hoy ese imperio.
En textos, artículos y ensayos previos creo haber
desmontado con argumentos sólidos ese cúmulo de mitos arraigados y de hábiles
mentiras que Estados Unidos produce y hace consumir al mundo; y que su propio pueblo, manipulado e ignorante, se traga, como aquellos viejos cristianos embrutecidos a los
que se acusaba de comulgar con ruedas de molino.
No es cosa de recrear esos argumentos en el corto
espacio de un artículo de prensa.
Comentaré solo unos hechos claves ignorados que
muchos deberían conocer y no conocen.
De la Declaración
de Independencia de Estados Unidos, obra de Thomas Jefferson,
uno de sus Padres fundadores, interesa solo el preámbulo, sobre todo esta
frase: “que
todos los hombres han sido creados iguales y que su Creador (es
decir, Dios, VA) los dotó de derechos inalienables como la
vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.
Jefferson
tapa aquí una seria contradicción suya con una manipulación hipócrita.
Y en su
momento ya ambas estaban claras.
Si Dios crea
a todos los hombres y les da derecho a vida, libertad y búsqueda de felicidad,
Jefferson debe explicar por qué en Estados Unidos unos hombres, los blancos,
sobre todo si son ricos, disfrutan de esos derechos, mientras otros, los
negros, al ser esclavos, carecen de ellos: de derecho a la vida pues sus amos
pueden matarlos, de libertad pues son esclavos, y de buscar la felicidad porque
quien carece de derecho a vida y libertad no puede ser feliz.
¿Entonces?
¿Es que los estadounidenses se atreven a cambiar
la voluntad de Dios, que hizo a los hombres iguales?
Por supuesto
que no.
Jefferson no
osa decirlo.
Entonces, ¿es
que los negros no son hombres, es que no son humanos? Así es: son solo objetos
mercantiles, cosas, que se compran y se venden, se maltratan a gusto y se botan
cuando no sirven.
Pero
Jefferson, rico propietario esclavista como eran los virginianos, tampoco se
atreve a decirlo.
Deja la duda
abierta.
Todo queda en
maniobra, silencio manipulador, hipocresía.
Y hay más.
La tal “búsqueda de la felicidad” es solo un pegoste que inventa para evitar decir que el tercer
derecho inalienable es el derecho a la propiedad.
Como liberal,
Jefferson sigue a Locke y sabe que éste define la sociedad civil por la
propiedad, pues sin ella no hay sociedad civil.
Pero si
hablase de propiedad, él y los esclavistas en cuyo nombre escribe, quedarían al
descubierto como tales, y no podrían hablar más de libertad.
Lo que
tenemos como Declaración de Independencia estadounidense no es, pues, una bella
proclama libertaria sino un documento hipócrita, manipulador y mentiroso que,
pese a toda la habilidad e inteligencia de Jefferson, queda al desnudo si se lo
lee con cuidado y atención.
La Declaración de Independencia nos lleva a la Constitución
de los Estados Unidos.
Esta es de
1787, pero la fecha sobra porque, igual que ellos, esa Constitución es
inmodificable, excepcional y única y por eso mismo eterna.
En realidad,
tiene 234 años y hoy es un mamotreto jurásico en el que un artículo anuncia que
“en 1808 (sí, en 1808) se acabará la importación de personas”, hipócrita forma
de referirse a la importación de esclavos negros; otro artículo, con buscada
redacción confusa, dice que en la elección de representantes (es decir, de diputados), que se hace por cifras de
población, a los negros, que son esclavos, carecen de derechos y no votan, se
los contará como personas, pero valiendo cada uno solo 3/5 de un blanco; y un
tercero deja claro que en el país todo esclavo del sur que huya al norte del
mismo, donde no hay esclavitud, deberá ser devuelto al sur a seguir siendo esclavo.
Esto es, que la esclavitud es en realidad el
régimen vigente en todo el país.
Eso está
escrito en esa Constitución
elitesca, racista y esclavista que todavía se promociona como modelo insuperable de democracia
y libertad y que de manera insólita la mayoría del mundo actual sigue aceptando
servilmente como si lo fuese.
Comienza con
la frase “Nosotros
el pueblo”, para proclamar que el
pueblo es su autor y protagonista.
Cinismo puro.
Pero ¿quiénes
fueron sus autores? ¿Quiénes sino la élite dirigente y rica? Es decir, los
terratenientes esclavistas de Virginia, los abogados de Boston, los
empresarios, navieros, comerciantes y agiotistas, todos blancos.
¿Eran ellos el pueblo?
Washington
era el terrateniente esclavista más rico del país, seguido de Mason, Madison,
Jefferson y otros grandes propietarios, varios de los cuales eran también
pensadores y hombres cultos, cuidadosos de su poder y conscientes de sus
intereses.
Uno de esos
Padres fundadores, Patrick Henry, se hizo famoso por gritar en 1775: ¡Dadme
libertad o dadme muerte! Era virginiano, comerciante y dueño de
esclavos.
¿Es que nunca
escuchó a uno de sus esclavos gritar lo mismo?
¿Y es que
ningún indio masacrado al que se echaba de sus tierras lanzó antes de morir el
mismo grito?
¿Y el verdadero pueblo?
Mientras la
Constitución cínicamente da a entender que son los ricos, Madison, Hamilton y
Jay en los famosos Papeles de El Federalista lo
describen como “una chusma despreciable a la que hay que mantener lejos del poder”.
¿Existe una
élite más hipócrita, manipuladora y cínica que la de Estados Unidos?
La inmodificable
Constitución tiene remiendos llamadas enmiendas.
Al comienzo de las primeras 10 se garantiza el
derecho a portar armas.
En las que siguen hay de todo: a tres aprobadas en
1865 sobre la libertad de los negros la Corte Suprema las congeló por un siglo.
Y la esclavitud fue reemplazada por la segregación
racial.
En 1913 se pudo elegir a los senadores.
En 1920 pudieron votar al fin las mujeres.
Antes, en
1919, se aprobó la puritana Ley Seca, enmienda que hubo que enmendar en 1934
restableciendo el libre consumo de alcohol.
Desde sus mismos orígenes
esa Constitución fue un claro modelo de hipocresía; y sus enormes fallas y
contradicciones, que quizá no se veían o no se querían ver en un principio, han
ido quedando claras a medida que con el paso del tiempo su envejecimiento las
pone en evidencia.
Convocar una Constituyente
democrática y aprobar una nueva Constitución parece algo imposible.
Lo impide la ilimitada
soberbia de ese imperio, combinada con la indiferencia de su población y el
temor de su clase gobernante a enterrar la momia jurásica para reemplazarla por
una Constitución moderna, democrática y participativa.
Y es que para intentar
hacerlo.
El país y su clase
dominante tendrían que reconocer que han vivido por siglos en la mentira y que
sus políticas de dominación imperial, de violencia, guerras, invasiones y
saqueo de países, han provocado millones de muertos, y que un día tenían que
reconocer el alcance de esos feos crímenes, descritos cínicamente como luchas
por la democracia y la libertad, y que había que pagar por ellos o al menos
pedirle perdón al mundo por haberlos cometido sin pizca de vergüenza.
Tomado de: https://ultimasnoticias.com.ve/
Y Publicado en: http://victorianoysocialista.blogspot.com,
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En Fecebook: adolfo Leon libertad
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