¿Son los kokis salvadores de la patria o
deplorables productos del socialismo (+Clodovaldo)?
11 julio, 2021
La ultraderecha
local corre sin ton ni son de un lado a otro en sus apresuradas
argumentaciones: en la mañana han elevado a un delincuente altamente peligroso
hasta la categoría de salvador de la patria; en la tarde salen en onda de
analistas sociológicos a decir que el individuo en cuestión es el deplorable
producto de dos décadas y tanto de Revolución. ¿Entonces, en qué quedamos?
Bueno, los
políticos ultraderechistas (y sus aparatajes de ONG y medios) tienen que hacer
lo posible para surfear en los acontecimientos que ellos mismos detonan (verbo
usado muy a propósito); de sus planes siempre fallidos, fracasados, abortados o
mal paridos (perdonen ustedes esta expresión, pero es muy gráfica). Se entiende
que ensalcen a un pran, con el argumento de que “tiene en jaque al rrrégimen”,
y luego, según como le vaya al koki de marras, lo sigan apologizando o traten
de encasquetárselo al Gobierno, a la Revolución.
Entiendan: a
esta oposición no le queda otra alternativa que estos ires y venires
conceptuales.
Pero,
objetivamente hablando, los líderes negativos de las barriadas son
contrarrevolucionarios.
Lo son en
términos estructurales (ideológicos, económicos, culturales). Lo son por el
efecto que causan en el cuerpo social. Y lo son porque tienen como aliados
directos a lo peor de lo peor en materia de grupos políticos conservadores
internos y globales. Revisemos.
En lo estructural
Una
organización delictiva en estos tiempos gira invariablemente alrededor de la
posesión de riqueza material, dinero, bienes, mercancías y el control de
negocios. En particular, florecen alrededor de los productos ilegales. Por
ello, en el continente americano, las manifestaciones más sobresalientes del
siglo XX y del actual son los gangs que se formaron alrededor
del negocio del alcohol, cuando fue prohibido en Estados Unidos (años 30) y los
carteles de la droga en Colombia, México y el mismo EE.UU. (desde los 70 hasta
el sol de hoy).
En ese
empeño de poseer riqueza material tiene un peso determinante el modo de vida
que el capitalismo promueve como ideal. Las maquinarias culturales, de la
publicidad y del mercadeo cultivan una idea de éxito personal indisolublemente
asociada a símbolos exteriores como la vivienda ostentosa, los automóviles de
lujo, la ropa de marca, las joyas, la comida, la bebida y las diversiones caras.
Los «triunfadores» son compensados, además con el reconocimiento social e,
incluso, con otro tipo de posesiones, relacionadas, por ejemplo, con la mujer
como objeto sexual. Quien quiera observar todo esto ejemplificado en una misma
pieza de consumo masivo, solo debe ver los clips de los cantantes de géneros
impuestos como populares por la industria musical. Todo en esos productos del
marketing es derroche, carros convertibles, piscinas y blin blin de cadenas,
collares y sortijas rococó.
Este es un
mal que siempre ha existido en el capitalismo, pero que se ha agudizado en la
etapa neoliberal. En la era del mundo bipolar (antes del colapso del bloque
soviético) el sistema permitía al menos algún ascenso social. Las nutridas
clases medias de los países del norte, gracias al Estado de bienestar, podían
satisfacer parcialmente las ilusiones de alcanzar los bienes simbólicos del
éxito. Pero en la etapa de la globalización, eso se redujo notablemente en las
naciones desarrolladas y casi desapareció en las nuestras.
Las rutas
hacia la «gran vida capitalista» quedan así restringidas, sobre todo si se
aspira a que el ascenso sea meteórico. A menos que se tenga talento para un
deporte profesional, la conversión rápida de pobres a ricos solo se encuentra
en el delito (sea este de cuello blanco o violento). Los integrantes de bandas
ofrecen la «oportunidad» a los jóvenes, incluso desde sus años infantiles.
Pero, claro, es una oportunidad cuestionable, que muy probablemente termine
antes de los 30 años de edad, en algún charco de sangre.
Nada de eso
tiene que ver con socialismo o revolución. Por el contrario, implica una manera
de estar en el mundo inequívocamente capitalista, con sus valores intrínsecos
de individualismo, consumismo, competencia despiadada y sobrevivencia del más
fuerte; con sus embelecos del dinero y el estatus y con sus mecanismos
perversos de evasión de la realidad, como las drogas, el exceso de alcohol, la
juerga permanente y la banalización de la violencia.
Los efectos generados en la sociedad
En el campo
de los efectos generados en la sociedad, pocos fenómenos pueden ser tan
antirrevolucionarios como el de estas modalidades delictivas. Una comunidad
sometida a los designios de líderes negativos se aleja diametralmente de los
valores socialistas.
De hecho, si
se lee detenidamente la definición que daba Marx del lumpemproletariado, se
concluirá que los segmentos poblacionales dominados por bandas criminales y
pranes se ubican en esta categoría: excluidos, sin conciencia de clase, sin
capacidad ni disposición a generar un cambio social.
El
lumpemproletariado es una fuerza conservadora del statu quo burgués
precisamente porque no hace nada a favor de una modificación del orden
establecido.
Más allá de
esta visión teórica, en el escenario venezolano actual, los enclaves
controlados por bandas son espacios en los que las formas de organización del
Poder Popular y del socialismo no pueden operar en absoluto, o al menos no
pueden hacerlo de forma eficiente. El liderazgo de los dirigentes sociales y
políticos (voceros de consejos comunales y comunas, de mesas técnicas de agua y
otros servicios, CLAP, las estructuras del PSUV y otros movimientos
revolucionarios) es mutuamente excluyente con el de los pranes. Y estos últimos
ostentan, en esos espacios, el monopolio de la violencia, muy a pesar de que
los líderes comunitarios tienen -en teoría- el apoyo del Estado.
Las bandas y sus aliados de ultraderecha
En
sus carreras sin ton ni son, de un lado a otro, la derecha partidista,
oenegista y mediática termina por decir que los líderes negativos de las bandas
urbanas son aliados del Gobierno. Se llega al extremo de afirmar que la
Revolución los creó y los armó.
La
evidencia empírica muestra exactamente lo opuesto: estos personajes y sus
organizaciones solo han cumplido funciones adversas al proceso revolucionario y
han estado siempre asociados a los partidos de ultraderecha locales y a sus
auspiciadores internacionales.
Toda
persona que haya vivido o estado en Caracas en los años 2014 y 2017 habrá
podido comprobar (o, al menos, sospechar) que buena parte de los llamados
«guarimberos» no eran jóvenes de las zonas de clase media y media alta en las
que se registraron focalmente tales protestas violentas, sino malandros de las
barriadas pobres de la ciudad, presumiblemente integrantes de bandas. Se aplicó
entonces un modelo de protesta mercenaria, muy similar al de las llamadas
«contratistas militares» de EE.UU.: ejércitos de asesinos a sueldo.
Esto
se convirtió, incluso, en un bumerán contra los vecinos opositores que estaban
de acuerdo con los cierres de vías, la quema de basura y otras actividades,
pero que rápidamente se convirtieron en víctimas de cobro de peaje y
vacunas.
En
tiempos más recientes, las bandas han sido ejecutoras de diversas acciones
aparentemente inconexas, pero en realidad parte de estrategias generales de
desestabilización, puestas en marcha a escala global.
A
finales de abril y comienzos de mayo de 2020, una de las megabandas de Caracas,
en la zona de Petare, pasó días enteros disparando armamento de diverso calibre
en lo que se presentó como un enfrentamiento entre facciones rivales. Lo
extraño del caso es que, pese al persistente fuego cruzado, no se observaron
(como en ocasiones similares) traslados de heridos o de cadáveres hacia los
hospitales y clínicas de las cercanías. Unas horas después, se produjo en
Macuto el intento de incursión mercenaria y paramilitar conocido como Operación
Gedeón. Lo de Petare era –según hipótesis muy creíbles- una maniobra de
distracción planeada con el fin de desviar fuerzas militares y policiales hacia
esa zona, mientras el grupo invasor tomaba posesión de sus objetivos, es decir,
derrocaba al gobierno constitucional.
Este
año, pocas horas antes de producirse los ataques contra la Fuerza Armada
Nacional Bolivariana en Apure, ocurrió una de las más célebres acciones de la
banda de la Cota 905, en la que intentaron tomar por asalto el comando de la
Guardia Nacional Bolivariana en El Paraíso.
Esta
semana, coincidiendo con la llegada al país de la Misión Exploratoria de la
Unión Europea (que recomendará acompañar o no las elecciones del 21 de
noviembre), dicha organización criminal reanudó sus ataques a la población
civil en las autopistas y avenidas aledañas a «su» territorio. Este acontecimiento
y la contundente respuesta del Gobierno fueron presentados por la prensa global
como una muestra de que la UE no debe certificar dicho proceso comicial, pues
el país está envuelto en la violencia y el caos.
La responsabilidad de la Revolución
Surge una
pregunta lógica: si los pranes y sus bandas paramilitares son un
ontológicamente antisocialistas, ¿por qué han florecido en un país que ha
procurado encaminarse hacia el socialismo?
Obviamente,
el chavismo no puede ya seguir culpando a los 40 años previos de los grandes
problemas sociales del país. Ello a pesar de que la base fundamental de
las zonas pobres de Caracas y otras grandes ciudades se forjó en ese tiempo.
Las visiones idílicas, según las cuales antes de Chávez todos acá éramos de
clase media para arriba, son solo eso, visiones idílicas e intentos de
manipular a desprevenidos.
Según mi
punto de vista, el fenómeno implícito en la pregunta es consecuencia de un
hecho irrefutable: en realidad, el socialismo no ha llegado a implantarse en
Venezuela. Desde que la Revolución Bolivariana lo asumió como ruta, lo que ha
existido en la generalidad del país es, como mucho, un sistema mixto en el que
sigue predominando el capitalismo, no solo como modo de producción, sino
también como hegemonía ideológica, más allá de lo que sucede en el orden
retórico, en el discurso oficial.
Después de
Chávez, la guerra económica interna, las medidas coercitivas unilaterales y el
bloqueo de EE.UU. han traído consigo un recrudecimiento del capitalismo, en sus
versiones más salvajes y primitivas, un sálvese quien pueda en el que vemos a
«gente como uno» sacando provecho de la necesidad básica del prójimo,
incluyendo la supervivencia.
En ese
contexto, en muchas comunidades han germinado la solidaridad y el espíritu
colectivo, pero en otras, por el contrario, se ha acentuado el individualismo
depredador. Las organizaciones criminales son una expresión extrema de ese
espíritu.
Entonces,
una hipótesis razonable es que en las zonas donde se han impuesto las bandas
delictivas, la Revolución no ha sido capaz de crear o de sostener (donde ya se
habían creado) las estructuras de soporte del modelo socialista, comunitario,
solidario, y eso ha dejado el campo abierto a la antisociedad.
Desde su
llegada al poder, el comandante Chávez se empeñó en ofrecer a la gente pobre
oportunidades de formación, salud, cultura, deportes, vivienda y, en general,
de participación en la gestión de gobierno. El presidente Maduro ha hecho
lo posible por continuar esas líneas, solo que en condiciones económicas y
políticas mucho más precarias.
Desdichadamente,
muchas de esas metas se alcanzaron solo a medias y los encargados de
ejecutarlas optaron por rutas burocráticas, clientelares y no pocas veces, de
corrupción. Eso, en la realidad concreta de barrios y pueblos, ha llevado
a muchos jóvenes a caer en las tentaciones de la vida criminal, sumándose así a
la contrarrevolución, independientemente de que sean o no militantes de
partidos de derecha.
Reflexiones dominicales
Mala praxis
médica y mala praxis mediática. Cualquier periodista puede ser sorprendido en
su buena fe por una fuente aparentemente dotada de autoridad para opinar sobre
un tema. Pero si el discurrir de los acontecimientos pone en evidencia que esa
fuente solo se vale de su cargo o rango para «hablar gamelote», y pese a esas
evidentes demostraciones de falta de seriedad, el periodista sigue citando y
entrevistando a esa fuente, todo indica que se trata de un intento deliberado
(y tal vez doloso) de manipular al público.
Lo digo
porque en Venezuela tenemos un señor médico, que se pone su bata de doctor, se
cruza el estetoscopio sobre el cogote y sale a sembrar el terror con la
«información» que a él se le antoje, sin presentar evidencia científica (ni
siquiera anecdótica) y aunque sus vaticinios siempre fallan, ciertos
periodistas y ciertos medios se empeñan en seguir otorgándole tribuna… Y ni
siquiera le preguntan por sus «errores» precedentes. Lo natural sería
interrogarlo: «Pero, doctor, usted dijo que nadie debía ponerse la vacuna
Sputnik V y ha demostrado ser de las mejores del mundo, ¿por qué habríamos de
creerle ahora, cuando habla pestes de la Abdala?».
Pero no, no se lo preguntan.
Se trata, a
las claras, de esos casos en los que la mala praxis médica se asocia con la
mala praxis mediática. ¡Qué peligro!
(LaIguana.TV)
Tomado
de: https://www.laiguana.tv/
Y Publicado en: http://victorianoysocialista.blogspot.com,
En: Twtter@victorianoysocialista
En:Google; libertadbermeja..victorianoysocialista@gmail.com
En Fecebook: adolfo
Leon libertad
No hay comentarios:
Publicar un comentario