Obispos se tongonean y se ofrecen como
mediadores del diálogo… pero se les ve el bojote (+Clodovaldo)
27 junio, 2021
Fariseos
hipócritas, les dijo Jesús a los sacerdotes de su tiempo y fue tanta la fuerza
de su exclamación que las dos palabras se volvieron sinónimos: fariseo (que era el nombre del activista de una corriente del judaísmo)
pasó a significar lo mismo que hipócrita.
Ahora, decir “fariseo hipócrita” es una redundancia.
Según las creencias
religiosas, Jesús ha pasado casi dos milenios observando desde las alturas lo
que acontece en este planetica y, por lo tanto, debe haber constatado –con mucho disgusto, cabe especular- que los nuevos
sacerdotes, esos que surgieron luego de su muerte, resurrección y ascenso al
reino de los cielos, también son (en especial, los
jerarcas) profundamente farisaicos e hipócritas, con el agravante de que
estos hablan en su nombre.
¡Por Dios, qué hizo
Cristo para merecer eso!
Esta
reflexión surge a cada rato, al observar las conductas de muchas eminencias
excelentísimas y reverendísimas a lo largo de años y siglos, pero esta semana
en particular fue subrayada con la declaración del cardenal Baltazar Porras en la que ofrece a la Iglesia (y, por extensión, se ofrece él mismo) como «factor mediador» de una eventual negociación entre
el Gobierno y el ala de la oposición que hasta ahora se ha negado a
dialogar.
¡¿Mediadores… de verdad este monseñor ha dicho que
ofrece como mediadora a la Conferencia Episcopal?!
Dios me
perdone, pero para hacer semejante propuesta teniendo el currículum de
opositores furibundos que lucen este caballero y sus colegas clérigos de alto
coturno hay que ser poseedor de una gran audacia, para no ofender a sus
excelencias hablando de desparpajo.
“¡Santos
testículos, Batman!”, habría dicho Robin, el de la serie de televisión original, la del siglo
pasado.
Lanzarse al
ruedo como mediador en términos personales o proponer que la cúpula
eclesiástica actúe como tales, primero que nada, una declaración palmaria de
que estos altos prelados subestiman en grado sumo la inteligencia –y la memoria reciente– de la feligresía y del pueblo
en general.
La conducta
decididamente parcializada de la Conferencia Episcopal Venezolana a favor de “cualquier cosa que vaya contra el chavismo” la
descalifica de manera absoluta para desempeñar el rol de árbitro, buen
oficiante, facilitador e, incluso, de parte de buena fe, lo que es bastante
decir en el caso de estos hombres de mucha fe.
Esto es así,
sobre todo, porque no se trata de una conducta aislada ni reciente, sino un
modo de ser que data incluso de las elecciones de 1998, cuando hasta ungieron
pactos profanos para tratar de impedir la victoria del comandante Hugo
Chávez.
Deplorable
fue la actitud de los jerarcas eclesiásticos ante el referendo constitucional
de 1999.
Es difícil olvidar cómo intentaron convencer a
sus fieles de que los aludes torrenciales que azotaron al entonces estado
Vargas (ahora La Guaira) justo el día de la
consulta popular habían sido una especie de advertencia divina o un castigo de
Dios contra el pueblo por empeñarse en cambiar la Carta Magna, dando así por
sentado que su Dios era partidario del puntofijismo y que la Constitución de
1961 era algo así como un addéndum de las Sagradas
Escrituras.
Los meses
siguientes fueron de conspiración pareja para los insignes curas, siempre al
lado de la derecha más recalcitrante y de los mercaderes del templo, siempre de
espaldas al cristiano humilde.
Para finales
de 2001 ya eran parte del gran combo opositor que asumió luego, de manera
abierta, el camino insurreccional.
Como
testimonio irrefutable de ello quedaron las fotos y videos del acto de la
quinta Esmeralda, en las que el egregio jesuita Luis Ugalde levantó las manos
de Pedro Carmona Estanga y Carlos Ortega, cabecillas del movimiento golpista
que derrocaría a Chávez el 11 de abril de 2002, aunque apenas por un
rato.
El 12 de
abril, el cardenal Ignacio Velasco fue de los primeros en subir a firmar (con una sonrisa no muy beatífica, por cierto) el
decreto de tierra arrasada del autoproclamado original, Carmona Estanga.
El propio
Baltazar Porras (que aún no llevaba el capelo
cardenalicio, pero ya era obispo) fue figura estelar de un aquelarre en
el que también destacaron curas rasos pero muy mediáticos, como otro jesuita,
Mikel De Viana, que se tripeó desmelenadamente el momento, proclamando su
ancestral adequidad.
Entre ese
año y el actual solo hubo un momento en que la jerarquía eclesiástica pareció
reconocer la legitimidad del gobierno revolucionario: la misa de beatificación
de José Gregorio Hernández, muy probablemente por artes del milagroso
doctor.
A lo largo
de este trecho de historia nacional, la cúpula que ahora se ofrece como
arreglaentuertos ha sido, en no pocas ocasiones, más radical que los líderes de
la oposición política (al menos que algunos de ellos). Notables
figuras del cogollo católico han aparecido en los extremos, como fue el caso
del otro cardenal, Rosalio Castillo Lara, quien incluso estuvo muy cerca de
provocar un inaudito enfrentamiento entre correligionarios, en una procesión de
la Divina Pastora.
La Conferencia Episcopal ha apoyado en los últimos
veinte años todas las operaciones legales e ilegales, morales e inmorales,
sagradas y obscenas que la oposición ha desplegado para arrebatarle el poder a
la Revolución.
Y no es una
conducta exclusiva de la cúpula.
Muchos (¡muchísimos!) párrocos, abates, presbíteros,
capellanes, madres superioras, monjas y laicos comprometidos han participado en
una infame politización de las misas, bautizos, confirmaciones, clases de
catecismo, primeras comuniones, matrimonios y hasta de la unción de los
enfermos.
La CEV
estuvo en primer plano del circo de la plaza Altamira, con toda aquella
historia de las vírgenes que salían en procesión y que algunas doñitas de El
Cafetal veían llorar lágrimas de sangre, de aceite o vaya Dios a saber qué.
Estuvo en el paro-sabotaje petrolero, ese tiempo en el que, incluso, se
suspendió la Navidad y se caceroleó al Niño Jesús.
Estuvo en la
campaña para revocar al comandante Chávez y en las falsas denuncia de fraude,
luego del referendo.
Ha estado en
todas las campañas destinadas a destruir la fe (dicho sea, en nomenclatura
religiosa) en el voto y en las autoridades electorales.
Recopilar
exhaustivamente los impasses de los líderes eclesiásticos con la Revolución
implicaría hacer un libro del grueso de la Biblia, así que nos remitiremos a lo
más resaltante.
Uno de esos
hitos puede ubicarse en la reforma constitucional de 2007.
Fue clave el
rol de la Conferencia Episcopal en la derrota que sufrió el proyecto impulsado
por el presidente Chávez.
El típico
discurso anticomunista hizo efecto, no solo a través de una intensa campaña
publicitaria (se recuerda mucho la cuña de una
carnicería muy pequeña, cuyo dueño temía ser expropiado), sino también
mediante la lluvia doctrinaria ordenada por la jerarquía eclesiástica para
ejecutarse desde los púlpitos y las aulas de la educación católica.
De hecho,
fue uno de los brazos mediáticos de la Iglesia, la Universidad Católica Andrés
Bello, la que asumió nuevamente el rol insurreccional, convirtiéndose en la
plataforma de lanzamiento de una nueva generación de líderes de la derecha que
intentó implantar los mecanismos de lucha compendiados por Gene Sharp en
su Manual del golpe suave.
Para atizar
esos fuegos, se utilizó como punto de apoyo el cese de la concesión de RCTV.
La Iglesia
venezolana defendió con uñas y dientes a un canal que nunca había sido muy
bendito, debido a su programación pecadora, pero ya sabemos que el enemigo de mi
enemigo es mi amigo, incluso para las almas inmaculadas de los prelados.
La antipatía
(para no decir odio, porque ellos son puro amor)
de los obispos por Chávez se mantuvo hasta la muerte del líder bolivariano y a
menudo resulta obvio que la ha trascendido.
Su
identificación con cualquier opción (pacífica o no) que prometa cambiar de régimen
ha sido pública y notoria después de la partida física del comandante. Notables
sacerdotes, incluyendo jerarcas de la CEV, han llegado al punto de bendecir las
protestas violentas y alentar a los guarimberos armados de trabucos artesanales
y bombas puputovs a que fueran por más en aquellos meses desquiciados de 2014 y
2017.
Oscar
Fortín, un politólogo y teólogo, ha opinado reiteradamente que el peor pecado
de los obispos en estos capítulos sangrientos fue no elevar su voz para exigir
a los líderes de la ultraderecha que pusieran freno a sus planes violentos.
No
criticaron ni siquiera los peores crímenes cometidos por manifestantes, como
los degollamientos y los linchamientos con fuego.
Igual que
los líderes laicos de la oposición, los antichavistas de sotana han tenido
posturas contradictorias sobre el diálogo y las elecciones.
Según el son
que les toquen en el Norte, a veces apoyan las negociaciones con el Gobierno y
otras veces ayudan a hundirlas; en varias ocasiones se han sumado a los
llamados abstencionistas del ala pirómana opositora y otras veces -cuando salen con las tablas en la cabeza- se
presentan como creyentes devotos del voto, valga la cacofonía.
Por esos
vaivenes es difícil creerles, dicho sea, sin propósitos heréticos.
Pero la
parcialización a favor de la oposición no solo ha significado impartir
bendiciones a la violencia y boicotear elecciones.
La jerarquía
católica -que ahora se postula como impoluta mediadora- ha pecado por acción o por
omisión ante la guerra económica desatada por la burguesía endógena
(reaccionaria o revolucionaria, que ese es otro asunto) y especialmente ante el
bloqueo y las medidas coercitivas unilaterales de Estados Unidos, la Unión
Europea y otros satélites y lacayos.
Cumpliendo a
la perfección su rol de componente de la maquinaria opositora, los obispos han
sostenido que las mal llamadas «sanciones» y el ilegal e inmoral bloqueo van dirigidos a los funcionarios corruptos
y violadores de derechos humanos, pretendiendo ignorar que matan gente
inocente, hacen sufrir a niñas, niños, jóvenes, adultos mayores y enfermos de
toda edad.
Igual que
los políticos paganos, los curas opositores declaran sobre las calamidades que
sufre la población como si el bloqueo y las represalias estadounidenses y
europeas no existieran o no tuvieran nada que ver.
Ante tal
conducta habría que parafrasear al Cristo agónico y decir, ¡No los perdones,
Señor, porque sí saben lo que hacen!
En fin, para
no hacer demasiado largo este sermón, concluyamos que la Conferencia Episcopal
tiene tanta cualidad para ser mediadora en el diálogo gobierno-oposición como
la que podría tener cualquier otro enemigo histórico de la Revolución
Bolivariana (la oligarquía colombiana, la «prensa libre» o la OEA de Almagro, para
solo nombrar tres).
Esto quiere
decir: ninguna cualidad, cero capacidad, nula condición para el
equilibrio.
Dados los
otros asuntos turbios (aparte de la politiquería)
en los que suelen verse envueltos los monseñores, queda feo apelar a este
refrán, pero vamos a hacerlo porque resume muy bien lo que puede pensarse de la
propuesta mediadora del cardenal Porras: «Por más que se tongoneen, siempre se les
vera el bojote».
Tributo especial en el Día del Periodista
Hoy, 27 de
junio, Día Nacional del Periodista, recuerdo a un buen colega que nos dejó este
año, Ernesto Fagúndez Ortega. “Flacúndez”-como le decía otro amigo, Pablito
Quintero- fue clave en mi trayectoria profesional, me ofreció las primeras
oportunidades para aprender a redactar y reportear en radio; me protegió de
gente que pretendía bloquearme tempranamente los caminos (esos que nunca
faltan); y, por si eso fuera poco, fue mi casero durante un tiempo. Inquieto,
ingenioso, divertido, era un gran periodista, con el sello de la vieja escuela,
tremendo jefe, atento compañero de trabajo y también (en otra época) de tragos
y anécdotas. En esta fecha especial, te rindo tributo, querido amigo.
(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)
Tomado de: https://www.laiguana.tv/
Y Publicado en: http://victorianoysocialista.blogspot.com,
En: Twtter@victorianoysocialista
En:Google; libertadbermeja..victorianoysocialista@gmail.com
En Fecebook: adolfo
Leon libertad
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