La cuarentena perfecta
Se declara que el peor agente patógeno es el prójimo. La humanidad se
organiza en cuarentena contra la humanidad. Me he contagiado de mí mismo.
Luis Britto García
Repleta todos los depósitos con
el agua y alimentos necesarios hasta el fin de sus días.
Horada túneles de ventilación protegidos con
filtros mecánicos, químicos, electrostáticos.
Sella puertas, compuertas túneles
y arma trampas contra cualquier intrusión.
Almacena herramientas y ropas sin
consideración de pudor ni de estética.
Corta cables de antenas.
Instala pantallas contra la
radiación electromagnética de televisores y celulares.
Rompe selfies y espejos que
alguna vez lo reflejaron.
Es el contaminado de la altiva
pandemia de odio a la humanidad.
Sospecha que puede contagiar a
todos.
No quiere compartirla con nadie.
Evite
el contagio.
Cada prójimo que se nos atraviesa
es repertorio de virus, microbios y bacterias.
También, antología de gestos y creencias
contaminantes.
Basta que una celebridad adopte
acento amanerado al hablar para desatar la pandemia de las imitaciones.
No sé cuál fue el primer
contaminado que desató esta uniformidad agobiante de ropas, pensamientos,
actitudes.
Basta que un escritor gesticule
para que diluvien los imitadores en el mejor de los casos y en el peor los plagiarios.
Especialmente pestíferos son el
mal gusto y la cursilería, que se multiplican en progresión geométrica una vez
contagiados.
Todos los vicios prenden por vía
de la imitación; los crímenes de lesa humanidad asimismo y también las
indiferencias.
La convicción de ser superior sin
haber hecho nada para probarlo también se contagia.
Mundo, no me mereces, gritan los infectados.
Las autoridades refuerzan la
cuarentena, pero la soledad hace crónico un contagio que de otra manera podría
ser barrido por tantas modas nuevas que pululan en las gotas de saliva.
Espacios.
A cada concepción de la muerte
corresponde otra del espacio.
La prolongación inesperada de la
pandemia origina una nueva arquitectura.
Se clausuran todos los accesos a
los ámbitos naturales donde los virus flotan anárquicamente.
Omitidos son o restringidos
espacios destinados a la reunión: teatros estadios dancings cines asambleas
iglesias.
Mismo en la mansión individual
predomina el cubículo inexpugnable y son vetadas las áreas sociales recibo comedor
estar balcones.
Ante cada habitáculo, salas de
espera donde alimentos enseres regalos permanecen durante la necesaria
eternidad para que virus y agentes patógenos se desactiven.
Toda ropa calzado o maquillaje es
dejado atrás una vez pasado el vestíbulo de descontaminación.
También cualquier objeto traído
del exterior donde acechan los transmisores.
Queda todo reducido a lisas
superficies que no cobijan cepas virales: inerte plástico o bruñido metal.
Trae de todo el aire libre y no
hay por ello respiraderos ni ventanas.
Llegado el desenlace final no
hace falta más ceremonia que clausurar el cubículo.
No
cuesta nada.
Allá viene la patología total.
De tanto que le da a todo el
mundo ya no se la considera enfermedad, aunque nos postra en cama, nos inmoviliza
y nos vuelve locos de atar deambulando en mundos delirantes.
Hay una gran pérdida de la
producción durante esa tercera parte de la vida que pasamos lelos.
Durante ella hubieran podido
ocurrir los amores y los pensamientos perfectos.
Aunque desde Calderón no sabemos
si la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
Si fueran insignificantes no nos rendirían
irremisiblemente cada dieciocho horas.
Quienes no podemos dibujar caras
ni ciudades creamos centenares que parecen reales en el ensueño.
No sabemos volar ni conquistar
mujeres arrebatadoras, y a cada ronquido lo logramos.
Puede que la vida eterna sea un
sueño, puede que también lo sea la muerte.
Cuán deliciosa e imaginativa
sería nuestra vagancia si no la perdiéramos durmiendo.
Contagios.
Los agentes agresivos tanto se
han diversificado y las inmunidades son tan fugaces que ya nadie acepta a nadie
y no hay organismo que no sea contagioso.
Aventuran unos que por el cambio
climático, otros por el Fin de los Tiempos, cada quien es variante patógena que
puede contaminar a quien lo mire.
Las más benéficas bacterias han
devenido tóxicas; la mayoría de las ideas y las artes, pestilentes.
El único remedio será la
aparición del agente infeccioso total, que acabe con todos y después consigo
mismo.
Transmisión.
Con afán se estudia el
padecimiento que contagia de manera desconocida pero que es imposible contagiar
a voluntad.
Cuántos contaminados llevaban una
vida normal, hasta que el morbo los lleva a otra de padecimientos, zozobras y
dependencias.
Casi todos lo padecen, lo han padecido o lo
padecerán.
Los aquejados por lo regular no
tienen entereza de carácter para sufrirlo solos: gritan, versifican imploran
intentando transmitir la peste pero nada.
Es la única enfermedad de la que
nadie quiere curarse.
Su duración e intensidad es
variable.
Devora cordura, fortuna y
posición social.
En muchos casos cuando se la
transmite hay rápida remisión de síntomas; en otros, ni siquiera con la muerte
se desvanecen.
Mientras más doctores la estudian, menos se
conoce cómo se origina o desorigina.
El aburrimiento es la terapia más
efectiva, pero sólo en los casos en que el contagio mutuo ha operado.
Si usted cree tener conocimiento
de la manera en que Amor surge o es curado, contribuya con sus conocimientos
para el desarrollo de la vacuna.
Distancia
social.
No recuerdo haber dejado de estar
solo nunca en medio del mayor tumulto.
Ni haciendo el bien ni el mal me
sentí cerca de mis víctimas.
Esa algarabía llamada intimidad
no me ha tocado.
No sé qué contagios he evitado recibir.
Apenas he fingido.
Hay una distancia social
necesaria para el Ser: hasta que no sea instaurada nadie es nadie.
Pirámide.
Dos posibilidades enfrentaba el
Faraón: que se rebelaran contra él los siervos a quienes hacía construir la
Pirámide, o que se rebelara la Pirámide.
Hoy los siervos han devenido
demasiado mansos, y se ha rebelado la Pirámide, a pesar de que no era más que
un recurso para que los siervos gastaran en ella toda su energía sin rebelarse.
Clausura.
Se declara que el
peor agente patógeno es el prójimo.
La humanidad se
organiza en cuarentena contra la humanidad.
Me he contagiado de
mí mismo.
Tomado de: https://www.resolver.se/
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