Ecuador: conclusiones dolorosas y necesarias
El pensamiento libertador- comienza siendo anticolonialista y favorable a la integración- se profundiza y convierte en antiimperialista y por fin, también se hace anticapitalista.
Por
-
15 abril, 2021
·
por Julio A. Louis
TRAMAL
SUR
“La historia, implacable degolladora de sueños,
solo realiza lo que es posible” (Enrique Broquen, maestro
argentino de la generación de los 50 de Uruguay, en “Nosotros y
nuestras circunstancias”, Revista “Nuestro Tiempo”, No.7,
diciembre de 1960).
Las revoluciones de la independencia de
Hispanoamérica y de Brasil demuestran que las repúblicas hispanoamericanas son
incapaces de integrarse, a diferencia de Brasil, y ninguno de los nuevos países
está en condiciones de una efectiva independencia, como la consigue Estados
Unidos.
El
pensamiento libertador- comienza siendo anticolonialista y favorable a la
integración- se profundiza y convierte en antiimperialista y por fin, también
se hace anticapitalista.
Vayamos a Ecuador -con rasgos comunes a los países
dependientes de Nuestra América que tiene también sus singularidades.
Su historia está muy vinculada a Colombia,
Venezuela y Perú, y ha sufrido agresiones fronterizas de Perú y Colombia.
Otro rasgo
propio de los países andinos es la fuerte presencia de las etnias aborígenes,
que pesan hasta el presente.
Sus gobiernos a la largo de su historia han defendido los intereses del
gran capital extranjero y de la oligarquía local.
En el pasado,
una excepción destacada son los gobiernos de José Eloy Alfaro, presidente
de 1895 a 1901 y de la 1906 a 1911, líder de la revolución liberal radical.
Entre sus medidas importantes cuenta la separación
de la Iglesia del Estado, la secularización de la enseñanza pública, la
atención a la educación y a la formación de profesores, la realización de
varias obras de infraestructura y comunicación, como la construcción del
ferrocarril que unió a Quito y Guayaquil, el que haya eximido del tributo
territorial a los indígenas de la Costa y de la Sierra y su lucha por resucitar
la idea de la Gran Colombia de Bolívar.
Fue asesinado por “peligroso” para el imperialismo y las clases
dominantes en 1912.
En el siglo XXI
el gobierno del presidente Rafael Correa y su llamada Revolución Ciudadana
constituye otro momento trascendente en su historia.
Tres veces
presidente (2007-2009, 2009-2013 y 2013 -2017: reforma la Constitución
inspirado en la Revolución Liberal de Eloy Alfaro y siguiendo la política del
bolivarianismo.
“Su mayor fortaleza se manifiesta en
los informes semanales de su gestión de gobierno, junto a ministros y
principales funcionarios, se moviliza todos los sábados a diferentes lugares
del Ecuador y rinde cuentas al pueblo, haciendo uso de su vocación de
catedrático.
Explica en detalle las diversas actividades que ha
realizado y simultáneamente confronta implacablemente, “sin pelos en la
lengua”, a las versiones contrarias.
La lucha principal es con los medios de
comunicación, que como muy bien lo repite Rafael Correa, son el verdadero partido político
de la derecha y la contrarrevolución ecuatoriana, en reemplazo de los
partidos políticos tradicionales de derecha que se encuentran reducidos a su
mínima expresión y que, por separado, representan prácticamente casi nada.
” Edmundo Vera Manz, ex embajador de Ecuador en
Uruguay”
A su vez, por un mal manejo de Correa y del
movimiento indígena hay una ruptura con un aliado estratégico.
Los indígenas han reclamado la defensa del respeto
a la naturaleza y de sus condiciones milenarias de vida.
Y Correa asumió medidas represivas con leyes de la
época de la persecución de la izquierda en la Nuestra América, lo que ha
traído como consecuencia que parte del movimiento indígena se oponga a Correa y
ahora a Arauz.
Al final de su mandato, Ecuador sufre un terremoto,
hay crisis económica y Correa entra en conflicto con las FF.AA.
Sigue el gobierno de Lenin Moreno, sucesor de
Correa, y según muchos “traidor” de su orientación.
Sin embargo, Moreno ya había asumido posturas
opuestas a las de Correa, “pragmáticas” antes de ser visto como el “sucesor”.
¿Error de
Correa? Los socialistas de izquierda denuncian que Correa nunca aceptó un
ministro socialista.
Ahora, en las elecciones de 2020 y 2021 Arauz es
considerado el continuador de la política progresista de Correa.
Y ante la
eventualidad de la victoria de Arauz, el gobierno de Moreno y la Embajada de
Estados Unidos se movieron procurando un golpe de Estado.
El colmo es
que en el propio Palacio de Carondelet (Casa de Gobierno) el Embajador de
Estados Unidos tiene una oficina permanente muy cercana al despacho
presidencial.
Vale leer de Katu Arkonada “Lenin Moreno y
la CIA contra Andrés Arauz”.
También
existe preocupación de Estados Unidos, porque Ecuador es un estrecho aliado de
China.
El “progresismo”
¿A qué se denomina “progresismo”?
El término ha tenido diversas aplicaciones históricas.
Por ejemplo, se le ha calificado así a un partido liberal español, cuya
mira era el desenvolvimiento de las libertades públicas; o en Uruguay, al
batllismo.
En el presente continental, la acepción se refiere a los gobiernos que proceden de la
izquierda, de los movimientos sociales, o agrupan al pueblo en derredor de
figuras carismáticas (Uruguay, Brasil, Argentina,
Paraguay, Bolivia, Ecuador, Venezuela, etc.).
Todos surgen después que se
pasó del escenario mundial bipolar (EE. UU.-URSS.) al
unipolar (EE. UU.) y del modelo capitalista keynesiano al
neoliberal, modelo nacido en Chile.
Es en el Cono Sur, donde el neoliberalismo más ha gravitado, que
los gobiernos que le suceden –frutos de amplias alianzas de clases e influidos
o dirigidos por sectores burgueses- gestan inicialmente una convivencia
contradictoria entre la aceptación de pautas neoliberales ( respeto a la propiedad privada, a los privilegios y el
estilo de vida de los burgueses, no contravención de conceptos ideológicos del
gran capital, no modificación de la constitución) con orientaciones
sociales, democráticas, laborales, de derechos humanos, en beneficio de los más
necesitados, logros significativos para los trabajadores, pequeños propietarios
y segmentos marginados de la sociedad.
De allí que en una coyuntura favorable para los precios de la producción
exportada se ha dado la extraña combinación de que los privilegiados nunca han
ganado tanto y que los desheredados han mejorado mucho su nivel de vida.
Híbrido insostenible con el
avance de la crisis capitalista en la región.
Ecuador, vivió horas claves
La lucha por el gobierno siempre es importante.
Y lo es la victoria del
derechista Lasso, con un alto porcentaje de abstenciones, mayoritariamente
procedentes de las etnias aborígenes.
Pero de la derrota de Arauz hay que sacar conclusiones dolorosas pero
necesarias, porque esta derrota no termina la historia.
Tengamos en cuenta que alcanzar el gobierno es como subir un escalón es
una escalera que tiene tres escalones.
Los otros son el poder y la hegemonía.
El poder
El poder tiene diferentes componentes: el gobierno,
el régimen, el Estado, y los organismos supranacionales.
Sin distinguirlos se cae en la superficialidad
pragmática o en el infantilismo ´ de izquierda’. Luchar por el gobierno es un
imperativo político y ético, pero un gobierno popular no puede convivir con las
instituciones asentadas para afirmar al bloque del gran capital dominante.
Se impone modificar el contenido de clase del
Estado (como se ha intentado en Bolivia, Ecuador o
Venezuela) y no resignarse a administrar el Estado del gran
capital.
El gobierno es el Poder Ejecutivo: el presidente y
los ministros.
El régimen son las instituciones políticas
temporales –electas democráticamente o no, civiles o militares- que elaboran la
política: el Poder Ejecutivo, pero también el Poder Legislativo, las
Intendencias, las Alcaldías, las Juntas Departamentales, la Corte Electoral, el
Tribunal de Cuentas, los Directorios de los Entes.
Por ende, el gobierno es sólo una parte del
régimen, por lo que se puede acceder al gobierno sin que éste controle al
régimen, como ha sucedido en diversos países.
A su vez, el régimen es sólo parte del Estado, que
además del régimen, se compone de las instituciones permanentes: Fuerzas
Armadas, Servicios de Inteligencia, Policía, Poder Judicial, Administración
Pública.
El Estado (globalmente) detenta el poder.
El gobierno no impone siempre sus enfoques en el
Estado, y suele ser enfrentado por instituciones de éste.
Las crisis políticas estallan cuando el régimen, o
más limitadamente el gobierno, choca con las instituciones permanentes, en cuyo
caso, o se transforma el Estado (Cuba en 1959) o cae el régimen (Chile en
1973), o simplemente el gobierno (Paraguay en 2012).
En suma, el gobierno es al Estado, lo que el
volante al auto: lo guía, pero si falla el motor o los neumáticos, el volante
por sí solo no garantiza la marcha.
Todavía, la
institucionalidad del sistema capitalista ha creado organismos supranacionales
que fiscalizan a los Estados (FMI, BID, OEA, etc.).
Luchar por el gobierno es un imperativo político y
ético.
Pero no basta.
Nos debemos preguntar: ¿gobernar para qué?
¿Puede un gobierno popular o progresista convivir
con instituciones asentadas para afirmar al bloque del gran capital dominante?
Los procesos
revolucionarios de Bolivia, Ecuador o Venezuela, donde ha habido reformas
constitucionales, modificando el contenido de clase del Estado (de Estado al servicio
de la burguesía, se ha buscado convertirlo en Estado al servicio de las clases
populares) prueba que no pueden.
En cambio, en Chile el gobierno de la Concertación se
resignó a administrar el Estado del gran capital, hasta ser barrido
por la derecha ante la indiferencia de las clases populares.
Destino similar ha tenido el gobierno de Lugo en
Paraguay con apoyo de masas, pero sin el poder ni la hegemonía- que fue tumbado
aun sin promover reformas radicales, por el mero entorpecimiento a las multinacionales, a los terratenientes
y a los planes militares de EE. UU.
Se trata pues de ganar el poder, de obtener el
dominio o la autoridad para revolucionar la sociedad, para enfrentar al
sistema.
Pero el poder “no se toma” en un acto, como
pudo pensarse en la toma de la Bastilla (1789) o del Palacio de Invierno de
Petrogrado (1917).
Implica una larga, perseverante y sinuosa marcha
para su conquista, para lo cual se debe actuar “desde arriba” y “desde
abajo”.
“Desde arriba” trabajando en el gobierno, las instituciones
temporales del régimen, las instituciones permanentes del Estado, las
instituciones supranacionales principalmente las de sustento
político-ideológico emancipadoras (MERCOSUR, ALBA, UNASUR, CELAC).
“Desde abajo” trabajando en las organizaciones populares:
partidos, sindicatos, centros estudiantiles, comisiones barriales,
cooperativas, instituciones culturales, deportivas.
En síntesis, se debe destruir a los Estados del
gran capital desarticulando el poder de las clases explotadoras y erigiendo el
poder de las clases explotadas, en vías de emancipación.
La hegemonía
Pero para asegurar el Poder –y no reiterar lo sucedido en la Rusia
soviética, por ejemplo- es preciso conseguir la
hegemonía.
Es decir, el dominio ideológico,
la identificación de los interesados –el haz de clases, capas y sectores
populares- con el proyecto emancipador socialista.
La hegemonía se obtiene partiendo de la comprensión que en todo
movimiento hay sectores avanzados, medios y atrasados; la tarea de los
avanzados es arrastrar a los medios y neutralizar a los atrasados para marchar
con el conjunto de los interesados.
Para prevalecer sobre otros, una clase, un país, una etnia, un
partido, una iglesia, etc., se necesita dos instrumentos: el poder y la
capacidad de convencer, de penetrar con las ideas y valores del sujeto
dominante a los dominados, esto es, la hegemonía
La teoría de los “dos pasos”
Immanuel Wallerstein, destacado intelectual estadounidense
contemporáneo, realiza una valoración crítica de erróneas afirmaciones
del marxismo acerca de las crisis del capitalismo, así como de la concepción
que denomina de “los dos pasos”.
Sigamos su razonamiento.
“¿En qué estaba mal la estrategia que la izquierda mundial desarrolló a
lo largo del siglo XIX? [Y del XX, podría agregarse].
Debió estarlo en muchos aspectos, pues la estrategia no fue exitosa. La
pieza central de la estrategia global fue el concepto de “los dos pasos”: primero obtener el poder del Estado,
transformar el mundo después.
Esta secuencia tenía sentido en la medida en que el control de la
maquinaria estatal parecía el único camino para superar el acumulado poder
económico y cultural de los estratos privilegiados, y la única forma de
asegurar la construcción- y la conservación frente a los contraataques- del
nuevo tipo de instituciones.”
(“La decadencia del poder
estadounidense”)
Admite que “de hecho no había un camino
alternativo en tanto estuviera operando dentro del ámbito del sistema-mundo
capitalista que gozaba todavía de una situación básicamente estable.”
(Reténgase que “gozaba todavía de una situación básicamente estable” que
ya no goza).
Por otra parte, “cualquier otro camino hacia la transformación
social parecía utópico” pues “cada vez que se probaron, se
toparon con un agresivo contraataque y con la supresión final.”
Esa estrategia fracasó “porque logrado el primer paso –y de
hecho se logró en gran número de países- el nuevo régimen no pareció tener la
capacidad para dar el segundo.”
Ello redunda “en el desencanto
con la Vieja Izquierda”.
“¿Pero por qué flaquean los
movimientos en el segundo paso?” “Durante mucho tiempo se sostuvo que […]
era porque la dirigencia había `traicionado’ la causa y se había `vendido’”.
Idea que estima “estéril” y que “resulta
paralizante”.
Y prosigue: “Es verdad que algunos dirigentes
colocan la ambición personal por encima de los principios que proclaman, del
mismo modo en que ciertas personas comunes y corrientes no parecen creer en los
mismos principios en los que muchos (casi todos) de los suyos creen.
Sin embargo, la pregunta es: ¿por qué prevalece esa gente?”
Para él “El problema básico no es ético
o psicológico, sino estructural.
Los Estados en el interior del sistema-mundo capitalista tienen un poder
enorme, pero sencillamente no son todopoderosos.
Quienes están en el poder no pueden hacer todo lo que quieren y a pesar
de ello seguir en el poder.
Quienes están en el poder están de hecho bastante limitados por todo
tipo de instituciones y en especial por el sistema interestatal.” (Los subrayados son del autor de
este artículo).
Considera que los tres tipos de movimientos que juzga anti-sistémicos,
el comunista, la socialdemocracia y los movimientos de liberación nacional, se
han visto limitados después que dan algunos pasos. Y esto es producto de que no
han conseguido la hegemonía.
Es decir -reitero- el dominio ideológico, la identificación de los
interesados – haz de clases, capas y sectores populares-con el proyecto
emancipador
socialista.
La hegemonía se obtiene partiendo de la comprensión que en todo
movimiento hay sectores avanzados, medios y atrasados; la tarea de los
avanzados es arrastrar a los medios y neutralizar a los atrasados para marchar
con el conjunto de los interesados.
La capacidad de convicción (hegemonía) reside en parte en el Estado,
principalmente a través de la educación, pero además en lo que Gramsci
denomina “la sociedad civil”, o sea la red de instituciones
culturales, partidos, sindicatos, cooperativas, iglesias, medios de
comunicación, etc., representativas del pueblo.
En el sistema capitalista –con la burguesía usufructuando del poder y de
la hegemonía- la clase trabajadora para conseguir la hegemonía debe prepararse,
resistir, afirmar un polo contendiente en la batalla de ideas, una
contra-hegemonía.
Para esa tarea necesita su intelectualidad, que se expresa por sus
componentes individuales y uno colectivo, la herramienta política, el
partido.
El bloque dominante impone con el modelo neoliberal y la hegemonía
imperial el más grosero individualismo.
No considerar esta evidencia conduce a análisis irreales.
Por consiguiente, la cuestión de la hegemonía se relaciona con la
cuestión del poder.
Trabajar por la revolución, ante todo y por sobre todo en nuestro
tiempo, es batalla de ideas, convencer a las mayorías explotadas y oprimidas,
educarlas y capacitarlas para llevar adelante los programas que las expresan,
sin lo cual la pretensión de “tomar el poder” sería una
empresa inútil.
No hay hegemonía de una clase u otra categoría social sin
que ella apareje la conquista del poder; y no hay poder que valga, si no se
afirma en el convencimiento mayoritario de las bondades propuestas por sus
detentadores.
Por eso el valor de la
participación democrática. Y el valor de la imposición de la autoridad.
Cuando ésta se ejerce sobreviene la reacción violenta de la burguesía;
por ejemplo, cuando el Estado pauta las directivas de los medios de comunicación,
vehículos principales de hegemonía, transmisores de la ideología alienante del
gran capital trasnacional, dirigida a embrutecer a las grandes mayorías.
También los gobiernos tienen que ejercer su autoridad sin recelos contra
los elementos anti-sociales (víctimas del sistema, y
victimarios del pueblo) y contra los delincuentes militares o civiles al
servicio del gran capital.
Emir Sader describe una dura verdad: “La
influencia ideológica de los Estados Unidos encarna, por el contrario, un caso típico
de hegemonía en el sentido gramsciano del concepto, que se refleja en la
capacidad de convicción, de persuasión, de fascinación, de adopción de los
valores del modo de vida norteamericano.
En el caso de las poblaciones pobres, los síntomas de la inducción de
los valores estadounidenses son la atracción por el consumo de marcas, Mc
Donald´s, Internet (…)” – “La utopía son los shoppings centers” ((ibidem, páginas 61 y 63).
Los intelectuales al servicio de los
trabajadores
Con el vertiginoso desarrollo científico-técnico de la civilización
contemporánea, los trabajadores tienden a que pese más su actividad intelectual
con relación a la manual o física.
La clase se eleva en calidad por su nivel de instrucción, capacitación
técnica, teórica o cultural.
La separación entre trabajador intelectual y manual es cada vez más
difusa, porque aún en las tareas menos calificadas la función intelectual se
desarrolla.
Por el contrario, el abismo es más profundo con los marginados
desvinculados de actividades laborales.
Pero no todos los trabajadores tienen la función de intelectuales.
Éstos son los trabajadores que
venden su fuerza de trabajo por un salario, pero que ejercen una función
trascendente en la formación y reproducción ideológica.
Los intelectuales se distinguen entre sí en tanto expresan aspiraciones
y necesidades de clases o categorías sociales diferentes o directamente
opuestas, con el fin de elaborar una conciencia de sí y de persuadir de sus
virtudes a otras clases o categorías (etnias, naciones, religiones, etc.).
El clero es una intelectualidad superviviente de antiguas clases
dominantes, tardíamente avenida en occidente a la hegemonía de la burguesía.
La intelectualidad laica fundamenta la estabilidad del orden burgués (hoy trasnacional) en nombre de principios “superiores” tales
como los de libertad o propiedad, entendidos a su manera.
Su presencia es bien considerada en la academia o en los medios de
comunicación masiva por su función conservadora o reaccionaria, aunque ninguno
de esos intelectuales reconocerá que es un servidor del sistema capitalista,
funcional a sus designios.
Distinto es el rol de la
intelectualidad al servicio de las clases populares por la finalidad
perseguida, puesto que su elaboración ideológica y política trabaja por la
contra-hegemonía de esas clases.
Por ende, es indeseable para el sistema y molesta, muchas veces, a los
dirigentes de su misma clase.
El materialismo dialéctico ha aportado para definir el perfil de este
intelectual al servicio de los trabajadores y de sus aliados.
Valora que debe inmiscuirse
activamente en la vida de su clase o bloque de clases, construyendo,
organizando, persuadiendo.
Son quienes –expresadas con la palabras y poesía de José Martí- dicen
que “con los pobres de la tierra quiero yo mi
suerte echar”.
Esos intelectuales son filósofos, docentes, artistas, periodistas,
profesionales, expertos científicos, técnicos, etc.
Mas poseen una concepción que liga la teoría y la práctica (praxis) de
modo que les permite pasar toda vez que se les requiere, de la condición
de “especialistas” a la de cuadros políticos, entendiendo por
tales, como sostuvo el Che, a dirigentes de alto nivel.
En síntesis: el intelectual al servicio de los trabajadores y de las
clases populares es un especialista en algún área del conocimiento y un
político práctico.
La herramienta partidaria
Sin embargo, no alcanza con la adhesión individual de intelectuales a la
lucha de los trabajadores y de los explotados; es necesaria la herramienta
política, que obre como intelectual colectivo.
Es el Partido de los trabajadores y del pueblo, compuesto de
trabajadores manuales (la mayoría) y de trabajadores intelectuales, así como de
personas de otras clases, capas y sectores populares.
A nivel mundial, la izquierda muestra confusión ideológica y diversidad
política sin precedentes.
De todos modos, será con fuerzas socialistas, más los militantes sin
partido dispuestos, que deberá construirse un Bloque Socialista, que oficie de
intelectual colectivo, de vanguardia, hasta devenir en un auténtico Partido de
los Trabajadores.
A partir de esa afirmación, debe apelarse a la diferenciación de Lenin
entre los conceptos de revolución en sentido amplio y revolución en sentido
estricto.
En sentido amplio implica transformaciones profundas de las estructuras
(económicas, sociales, políticas, culturales)
para las cuales el espacio es mundial y el tiempo comprende toda una época
histórica.
No es ni “acá” ni “ya”.
En sentido estricto define la conquista del poder por los trabajadores y
sus aliados dispuestos a la construcción socialista; el espacio es nacional o
estatal y el tiempo se reduce a un período históricamente breve.
En los maestros fundadores la diferencia ni fue considerada porque aun
cuando pensaban en la posibilidad de la victoria en tal o cual país –y utilizaran
el concepto en sentido estricto- nunca se habían planteado que la revolución
quedara aislada en un espacio nacional o estatal por un tiempo prolongado.
Sólo Lenin comprende la contradicción que angustia el final de su
vida.
Para iniciar esa construcción nos parece que las condiciones básicas,
simultáneas e inter-relacionadas, son el desarrollo de las fuerzas productivas
en pos de alcanzar a las economías capitalistas centrales, conservando
férreamente la soberanía, e impidiendo tratados de inversiones o de “libre comercio” que subordinen a los estados
firmantes a las normativas del FMI, Banco Mundial, etc.; la construcción de
bloques supra-nacionales de Estados en relación a los actuales Estados
nacionales, que potencien la construcción económica, social, política, militar,
cultural, en tanto sean barreras más eficaces contra el poder del gran capital
trasnacional; el incentivo a formas diversas de producción social
(cooperativas, empresas autogestionadas, comunitarias, micro, pequeñas y
hasta medianas empresas); el fortalecimiento de la propiedad y la gestión
estatal; el fomento de la planificación local, nacional, regional;
la batalla ideológica en pos de una nueva hegemonía, solidaria, socialista; y
la promoción de Estados democráticos de nuevo tipo, en manos de las clases
populares, tanto a nivel de las decisiones generales como de las particulares,
de índole productiva, educativa, social, etc.
Eso es iniciar la larga marcha al socialismo, siendo conscientes los
trabajadores y explotados que no estamos en condiciones de vencer plenamente,
pero sí de ir obteniendo victorias que nos aproximen a la meta final.
El socialismo es incompatible con la miseria y con la ignorancia.
A no desesperarse, a ser conscientes de nuestras limitaciones, teniendo
en claro que por delante se presenta una etapa lenta, de avance gradual, de
resistencia activa y también de retrocesos.
Que, como toda etapa de este signo, plasmará en un salto cualitativo, de
avance veloz, potente, por la sencilla razón de que el socialismo no está
muerto, sigue teniendo razón de ser, y vencerá al capitalismo a través de la
revolución.
Porque el empobrecimiento se
agrava en el capitalismo, sistema, en el cual un niño muere cada pocos segundos
de desnutrición.
Y porque todo nuevo modo de producción portador de transformaciones
positivas para las grandes masas acaba imponiéndose en el curso histórico.
La opción al socialismo ya no es la barbarie como pensara Rosa
Luxemburgo, sino la extinción de la especie humana, como anticipa la pandemia
iniciada en el 2020.
No hay comentarios:
Publicar un comentario