«América Latina entró en un período de nuevas
polarizaciones sociales y políticas»
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JACOBIN
Una entevista a:FRANCK GAUDICHAUD
TRADUCCIÓN: VALENTÍN HUARTE
En esta entrevista, Franck Gaudichaud analiza algunas de las dinámicas sociales y políticas del último período
y los desafíos actuales que enfrenta la región.
Entrevista por Rosa Moussaoui
Profesor de Historia y de Estudios de
la América Latina Contemporánea en la Universidad de Toulouse-Jean-Jaurès,
miembro del consejo de redacción de la revista ContreTemps y copresidente de la
asociación France Amérique Latine (www.franceameriquelatine.org), Franck
Gaudichaud editó recientemente dos obras
colectivas que ofrecen un balance crítico de los proyectos políticos «progresistas» que
cuestionaron la hegemonía neoliberal en el continente.
En esta entrevista analiza algunas de
las dinámicas sociales y políticas del último período y los desafíos actuales
que enfrenta la región.
RM
¿Cuál es
la trama política común de lo que usted designa como «experiencias
progresistas» de principios del S. XXI en América Latina?
FG
La caracterización es un tanto engañosa. Nosotros la retomamos porque
son los protagonistas los que la utilizan, desde Kirchner en Argentina hasta
Álvaro García Linera en Bolivia. Estos actores, en su diversidad, construyeron
un espacio político común al que decidieron nombrar «progresista». En ese
sentido, esta categoría nos parece legítima, aun si los distintos gobiernos
progresistas y «de izquierda» nos remiten a experiencias bien diferentes. Por
un lado, las experiencias «nacionales y populares» más o menos «radicales» de
Venezuela, Ecuador y Bolivia. Y por otro, las experiencias más orientadas hacia
la centroizquierda, e incluso hacia formas de socioliberalismo, entre las
cuales pueden mencionarse el Frente Amplio de Uruguay (bajo el mandato, entre
otros, de José «Pepe» Mujica), el caso de Brasil bajo el gobierno de Lula y
luego bajo el de Dilma Roussef. Sin embargo, más allá de la categoría, es
posible observar puntos en común durante la «época dorada» de los progresismos:
el retorno del Estado, la crítica al neoliberalismo y las perspectivas
desarrollistas. Todo esto en el marco de prácticas políticas que efectivamente
fueron muy heterogéneas.
RM
¿Cómo se
explica la longevidad de estos gobiernos en contextos tradicionalmente marcados
por la inestabilidad política?
FG
Ahora que contamos con la ventaja de la distancia crítica sobre este
«ciclo», que se extendió aproximadamente desde 1998 (elección de Chávez) a 2016
(destitución de Dilma Roussef), y que está lejos de haber terminado, podemos
constatar que coincidió durante un largo período con el aumento de los precios
de las materias primas. Esta bendición junto al crecimiento de las
exportaciones hicieron posible, en el mediano plazo, el retorno de los
programas sociales (muchas veces calificados como asistencialistas), los planes
de lucha contra la pobreza y las políticas de desarrollo. Hubo entonces una
coyuntura económica favorable a nivel internacional y, al mismo tiempo, una
búsqueda de respuestas a la crisis de hegemonía que azotó al neoliberalismo a
fines de los años 1990. En ese contexto, algunas fuerzas políticas progresistas
intentaron renovar o crear desde cero vínculos con los movimientos populares, y
buscaron el apoyo de una nueva base social en las revueltas plebeyas del
período (especialmente en los casos de Bolivia y de Ecuador) para enfrentar a
las derechas neoliberales y conservadoras.
RM
Entonces,
¿las políticas de redistribución y de inclusión social solo eran posibles en
esta fase de prosperidad económica?
FG
En todo caso, esta es una de las contradicciones y el talón de Aquiles
de estas recientes experiencias latinoamericanas. Lo que sucedió en aquel
momento no fue ni una perpetuación del neoliberalismo, ni una transformación
con perspectivas anticapitalistas. En el fondo, se trató de la institución de
un nuevo pacto social, ciertamente más redistributivo, pero que incluía a las
clases dominantes que también se beneficiaron enormemente con el boom económico
(sus riquezas aumentaron de manera considerable en Brasil, en Ecuador y en
otras partes). En el marco de este nuevo pacto social o equilibrio
sociopolítico, se implementaron respuestas positivas a la emergencia social y,
en algunos países, las oligarquías fueron definitivamente desplazadas (por
ejemplo, en Venezuela). Pero este equilibrio era frágil en la medida en que se
mantuvieron las fronteras sociales y la dominación de clase (y también las de
«raza» y género). Y lo era a su vez a causa de la fuerte dependencia que
vinculaba a estas políticas redistributivas con la coyuntura internacional en
el marco de una división internacional del trabajo que es profundamente
violenta.
RM
¿Cuál fue
el obstáculo para dejar atrás esta dependencia de las materias primas, en
particular de la renta petrolera y gasífera?
FG
Este es el otro gran debate, que muchas veces se plantea en términos
caricaturescos. La alternativa no es entre un extractivismo desenfrenado en
nombre del desarrollo y unos mendigos que duermen encima de una «montaña de
oro», para retomar una expresión del expresidente ecuatoriano Rafael Correa.
Los trabajos del economista Pierre Salama, y también los de muchos otros, sacan
a luz una gran paradoja. Históricamente, en América Latina, la izquierda se
opuso a la dependencia y a las relaciones heredadas del colonialismo. Sin
embargo, esos diez o quince años de progresismo reforzaron la matriz
extractivista. Es cierto que el Estado ganó espacio frente a los agentes
privados. Pero se reforzó la dependencia de las materias primas, las
multinacionales lograron salir del apuro y se constataron los efectos de la
desindustrialización y de la financierización de la agricultura intensiva, en
particular en los casos de Argentina y Brasil. Evidentemente, llovieron
divisas. Pero al precio de importantes impactos sociales, políticos y
ambientales. Ahora bien, el problema no es solo económico: el extractivismo es
un régimen político que favorece el autoritarismo, alienta la
corrupción, genera tensiones con los movimientos sociales e indígenas, devasta
territorios enteros y fragmenta a las clases populares. Sin embargo, también es
evidente que ningún país latinoamericano puede salir solo del extractivismo y
del neocolonialismo de la noche a la mañana. Esto plantea la cuestión de la
cooperación regional e internacional. Exigirle a Bolivia que renuncie a todo su
litio en el Salar de Uyuni, que renuncie sin más, sin ninguna alternativa
concreta, sin ingresos que le permitan afrontar la emergencia social, sería
absurdo. Entonces, la cuestión que se plantea es la de las transiciones
ecosociales y tecnológicas necesarias.
RM
Estas
experiencias progresistas tomaron en muchos casos una tonalidad soberanista. En
el marco de este impulso político, ¿en qué sentido fue decisiva la aspiración a
la independencia nacional?
FG
La cuestión nacional fue central frente a la agenda de los Estados
Unidos, del neoliberalismo y del consenso de Washington tal como se impuso en
los años 1990 y a comienzos del milenio. Hubo una reacción nacional y popular.
Así, el chavismo se inscribe claramente en una genealogía histórica
latinoamericana que es la de grandes movimientos como el peronismo en Argentina
o el cardenismo en México. Por lo tanto, hubo en estas experiencias una
dimensión «populista» en el sentido histórico del término. La prensa usa esta
noción de manera peyorativa y normativa, para descalificar a los gobiernos,
pero si se toma el asunto en serio, el «populismo de izquierda» estuvo en el
centro de estos procesos, en el sentido de las teorías de Ernesto Laclau. De
aquí el interés de prestar atención a los debates y a los usos indebidos que
suscita esta noción. ¿Es posible reivindicarse como parte del «pueblo» sin que
surjan estas contradicciones? El populismo de izquierda, ¿puede aplanar las
diferencias de clase? Desde mi punto de vista esto no es posible. Es una de las
tensiones que se manifestaron en el curso de estas experiencias políticas. La
cuestión del «caudillismo», el hiperpresidencialismo, la encarnación exclusiva
de la voluntad popular en un jefe carismático, nos plantea problemas a la hora
de proclamar la autonomía de los movimientos sociales, la participación y la
invención democrática. Esto es así aun cuando figuras como las de Hugo Chávez,
Evo Morales, Rafael Correa o Lula permitieron, durante cierto tiempo, que cristalizaran
momentos de cambio político antioligárquicos.
RM
Los
procesos constituyentes de los años 2000 en Bolivia y en Ecuador consagraron un
Estado plurinacional. ¿Cuáles fueron las implicancias que esto tuvo en la
práctica? ¿Se abrió el camino hacia auténticos intentos de descolonización?
FG
El Estado plurinacional marcó un avance claro en esta dirección al
reconocer la diversidad lingüística y los derechos comunitarios. Pero todavía
queda mucho por hacer. La historiadora boliviana Silvia Rivera Cusicanqui
resume este desafío en los siguientes términos: «Lo decolonial es un
neologismo que está de moda, lo poscolonial es un deseo, lo anticolonial es una
lucha». Todo está por hacerse y los cambios constitucionales no son
más que una etapa. Sin embargo, debemos tener cautela y no esencializar al
movimiento indígena, cuyas decisiones políticas y conductas también son
plurales y contradictorias, tal como podemos apreciar en este momento en la
campaña presidencial de Ecuador.
RM
El 8 de
marzo circularon imágenes sorprendentes de México: Andrés Manuel López Obrador
aislado en el palacio presidencial frente a las manifestantes que escribieron
los alrededores los nombres de miles de mujeres asesinadas. ¿Por qué la
izquierda latinoamericana en el poder permaneció sorda a reivindicaciones
feministas que, sin embargo, le dieron cuerpo a potentes movimientos sociales?
FG
Esos gobiernos no lograron superar los reflejos patriarcales, es decir,
machistas, de sociedades que siguen siendo muy conservadoras, en las que las
Iglesias todavía mantienen un peso político decisivo y en las que ponerse del
lado de las feministas no es necesariamente popular. Los movimientos feministas
se construyeron en y por la autonomía, muchas veces en confrontación con las
fuerzas de la izquierda a las que les resulta difícil deshacerse de la cultura
machista (tanto al interior de las organizaciones como en sus discursos). Pero,
por desgracia, esto no es algo específico de América Latina. Desde este punto
de vista, la legalización de la interrupción voluntaria del aborto en Argentina
representa un punto de quiebre. Esta conquista es fruto de la movilización de
las mujeres: fue la presión de un potente movimiento la que hizo que el
kirchnerismo, que durante mucho tiempo sostuvo una posición ambigua sobre el
tema, termine por asumir este gesto político. La fuerza de las feministas
chilenas también es ejemplar en este sentido.
RM
¿Qué
caminos abre el levantamiento popular de Chile y el proceso constituyente
actualmente en curso, sobre todo cuando se considera que se trata de un país
que fue el laboratorio del neoliberalismo en el continente y en el mundo
entero?
FG
La fuerza del levantamiento de octubre de 2019 desplazó todas las
fronteras de una manera imprevisible. Esta irrupción popular remodeló
completamente el panorama político e hizo temblar a la oligarquía, comenzando
por el presidente conservador, Sebastián Piñera. Sin embargo, la paradoja es
que una gran parte de les representantes del movimiento social podrían quedar
afuera de la futura Convención constitucional a causa del cierre, por arriba,
de un «Acuerdo por la paz social y la Constitución» al que suscriben la mayoría
de las fuerzas políticas representadas en el Parlamento. Este acuerdo tiene el
objetivo de diluir la potencia de esta rebelión popular en los marcos
institucionales, pero también el de limitar el alcance de las próximas
elecciones constituyentes. Una parte de la izquierda se prestó a este juego (no
es el caso del Partido Comunista de Chile). Todo esto se puso en marcha para
restringir la representatividad de las fuerzas movilizadas y de les candidates
independientes y para asegurar la hegemonía de los «grandes partidos». La
derecha se aseguró una minoría con capacidad de veto en la Convención, que será
elegida a mediados de abril, puesto que todo artículo deberá ser validado por
la mayoría calificada de dos tercios de les constituyentes… Para poner
realmente en cuestión al neoliberalismo heredero de Pinochet y al poder sin
fisuras de las clases dominantes de Chile es necesario construir una relación
de fuerzas de magnitudes considerables. Sobre todo en un contexto en el que los
niveles de represión y violencia estatal fueron, y son, extremadamente altos.
De todas formas, los horizontes emancipatorios permanecen abiertos: las
feministas chilenas, por ejemplo, decidieron participar en este proceso
proponiendo candidaturas para denunciar los límites de esta Convención
Constitucional e insistir en la necesidad de continuar con la organización «por
abajo», a través de asambleas territoriales. No es más que el comienzo de un
largo camino.
RM
En la actualidad, Venezuela, que fue la referencia
cuando comenzaron estas experiencias de transformación social en América
Latina, es considerada por la derecha neoliberal como el peor de los monstruos.
El fracaso estratégico de la derecha insurreccional dirigida por Juan Guaidó es
evidente. ¿Podemos esperar, con la alternancia en Washington, una reducción o
el levantamiento completo de las sanciones que estrangulan al país? Esta parece
ser una condición indispensable para cualquier salida de la crisis.
FG
Es el drama venezolano. El país vive hoy un impasse y
una crisis terribles. En primer lugar, efectivamente la estrategia de bloqueo
imperialista (e ilegal) elegida por Estados Unidos es un fracaso y el
autoproclamado «presidente interino» Juan Guaidó condujo a la oposición a un
naufragio. Los sectores de la «derecha insurreccional» alentada por Trump
fracasaron: Nicolás Maduro, en gran medida a causa del apoyo de las fuerzas
armadas y del control ajustado del aparato de Estado, es bastante más
resistente de lo que sus cálculos habían previsto. Al mismo tiempo, esta crisis
venezolana hundió las perspectivas, la legitimidad y las intenciones de la
izquierda latinoamericana, especialmente la que todavía se niega a abrir los
ojos. La crisis evidentemente obedece a causas externas y geopolíticas
centrales: la agresión estadounidense y la estrategia de boicot económico
adoptada por Washington. Pero también se acentuaron con fuerza ciertas
tendencias claramente autoritarias, bonapartistas y regresivas del madurismo:
el enriquecimiento mediante la corrupción de las nuevas clases dirigentes, que
condujo a la emergencia de una «boliburguesía» que saca cientos de millones de
dólares del país cada año, el rol de las fuerzas policiales en la vigilancia de
los barrios populares y la criminalización de las disidencias. Además de las
prácticas de extractivismo masivo y de las concesiones mineras en las orillas
del Orinoco, el gobierno desplegó durante los últimos meses una verdadera
política de ajuste neoliberal y de privatizaciones, lo cual es una paradoja
para alguien que dice reivindicar la «revolución bolivariana». La «ley
antibloqueo» de octubre de 2020, destinada a atraer inversiones extranjeras, es
también una legislación «supraconstitucional» que abre al país todavía más a
los capitales privados (especialmente chinos, iraníes y rusos) y a la
desregulación y privatización de los bienes comunes que están bajo control
público. Esta tendencia podría consolidarse con el anuncio reciente de la
creación de nuevas «zonas económicas especiales», lo que no es más que una
manera de reconocer la incuria generalizada en la gestión de muchas grandes
empresas públicas, PDVSA entre ellas. No se puede pensar alternativas al
neoliberalismo en América Latina si nos contentamos simplemente con denunciar
los odiosos dictados de Washington y cerramos los ojos frente a la situación
interna y al drama que vive el pueblo venezolano.
RM
La crisis venezolana ha dado lugar a un éxodo
masivo. La pobreza, la desigualdad y la frecuencia de las catástrofes naturales
vinculadas al cambio climático dieron lugar a un amplio movimiento migratorio
que persigue el «sueño estadounidense». ¿Se acelerarán estos movimientos?
FG
Desafortunadamente, todo indica que sí. Los estudios recientes de la
Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de la ONU dan cuenta del
desastre humanitario y de una aceleración de los movimientos migratorios. En
diez años, se duplicó el número de inmigrantes en la región. Cuando comenzó la
crisis venezolana, alrededor de cinco millones de personas abandonaron el país,
¡la migración intralatinoamericana más grande de la historia! Más de 40
millones de personas en el continente viven hoy lejos de su país, con un número
impresionante de gente que se desplaza desde América Central hacia los Estados
Unidos. Estos inmigrantes son víctimas de múltiples violencias y quedan a
merced de redes criminales en muchos casos vinculadas a la prostitución y al
narcotráfico. Las mujeres y los niños están el corazón de la tormenta. La
crisis climática, cuyos efectos se hacen sentir con dureza en América Latina,
amplificará estos fenómenos en el futuro. Y esto es hace entrar en escena
nuevamente la responsabilidad de los países del Norte.
RM
En la
ecuación de lo que usted diagnostica como el «agotamiento» de estas
experiencias alternativas, ¿cómo se distribuye el peso que tienen las
injerencias externas y el que tienen los factores políticos internos?
FG
Es uno de los grandes debates que atraviesa la izquierda latinoamericana
después de casi una década. ¿Dónde poner el cursor? Hay que pensar de manera
dialéctica y en distintas escalas, lo cual no es ninguna novedad, pero una
cierta pregnancia de la lente «geopolítica» tiende a aplastar el resto en los
análisis que hacen ciertos intelectuales o militantes. Hubo un reflujo, es
decir, una crisis de los gobiernos progresistas, aun si no se trata de un «fin
de ciclo». En este momento asistimos a un rebote notable (Bolivia, Argentina,
México, a los cuales tal vez se sumen Ecuador y Brasil). Sin embargo, decidimos
hablar del fin de una «época dorada», que combinó rentas elevadas, crecimiento
económico, disminución de la pobreza, articulación entre movimientos y gobiernos,
nuevas integraciones regionales y cooperación Sur-Sur, repliegue de la
influencia estadounidense, etc. Cierta gente responsabiliza unilateralmente por
el retroceso y los reveses al imperialismo y a la política extranjera de los
Estados Unidos, adoptando así una perspectiva «campista». Otros –yo entre
ellos– estiman que se trata de un diagnóstico reduccionista y le prestan
atención a las contradicciones internas y a los impasses: pérdida
del vínculo con los movimientos populares, burocratización o emergencia de
nuevas castas, autoritarismo, neoextractivismo desenfrenado, etc. La
«izquierda», que quería cambiar el equilibrio de poder, quedó atrapada en la
verticalidad de la máquina estatal y también en el capitalismo de Estado, que
succionó a una parte de la fuerza viva de los movimientos sociales. También
debe decirse algo sobre el problema de la corrupción masiva, que causó muchos
males. Son muchos los elementos que contribuyeron a tensar las relaciones entre
los líderes políticos y aquellos sectores que los llevaron al poder: las clases
populares movilizadas, los movimientos indígenas y campesinos, los sindicatos
de trabajadores, las feministas y los intelectuales críticos, los ecologistas,
etc. En los casos más extremos, estas tensiones se tradujeron como fenómenos de
represión estatal abierta, como en el caso de la Nicaragua de Daniel Ortega. En
otros simplemente generaron un estancamiento relativo del consenso
socialdemócrata, como en el caso del Frente Amplio de Uruguay. Entre los dos,
hay miles de matices y grises.
RM
Bajo el
gobierno de Donald Trump, e incluso antes, con Barack Obama, los Estados Unidos
se comprometieron en una relativa desinversión en Medio Oriente y movieron
algunas fichas en América Latina, a la que consideran su «patio trasero».
¿Cuáles fueron las consecuencias políticas de este movimiento en el continente?
FG
Es verdad que hubo, por parte de Washington, una voluntad de revalorar
el terreno latinoamericano para intentar contrarrestar la competencia china y
reactivar la doctrina Monroe. La política que el gobierno de Biden despliega en
este terreno debe ser leída a la luz de esta guerra económica sin cuartel
contra Beijing. Los golpes de Estado «institucionales», que comenzaron en 2009
y en 2012 en Honduras y en Paraguay, fueron en última instancia legitimados por
Estados Unidos. También existe una agresión sin tregua contra Venezuela (y
Bolivia) que tiene consecuencias criminales sobre la población, para no decir
nada del sostenimiento infame del bloqueo contra Cuba. Es necesario analizar la
permanencia de una densa red de bases militares en toda la región, el rol de la
OEA (por ejemplo, en la destitución de Evo Morales), e incluso el despliegue de
la cuarta flota. Pero, a riesgo de ser demasiado insistente, repito que todo
esto no agota las contradicciones estratégicas de los progresismos. La herida
que abrió la crisis del proceso bolivariano debe analizarse en este sentido.
RM
Usted
evoca la competencia feroz que opone a Pekín y Washington en América Latina.
¿China está repitiendo la misma estrategia que desplegó en otras regiones del
Sur global, como por ejemplo, en África?
FG
Sí, es una estrategia similar, aunque enfrenta desafíos geopolíticos
todavía más «pesados» que en el caso de África, puesto que China está
disputando con Estados Unidos oportunidades económicas y geoestratégicas en lo
que históricamente este último país consideró como su «patio trasero»: se trata
de competir con el gigante norteamericano en su propio terreno. Pekín superó a
la UE y se convirtió en el segundo socio comercial del subcontinente. Además,
es el principal socio comercial del gigante brasileño y de Chile, y se
posiciona en segundo lugar en lo que respecta al volumen de transacciones de
México que, no obstante, sigue vinculado a Estados Unidos mediante un tratado
de libre comercio. Todo esto es muy significativo. Xi Jin Ping proyecta un
crecimiento de las inversiones en América Latina equivalente a 250 000 millones
de dólares para 2025: el movimiento se aceleró a un ritmo vertiginoso. Más allá
de las inversiones, lo que quiere China son las materias primas, aunque también
le interesa el control de empresas clave y de mercados en el suelo
latinoamericano, y en general sobre todo el continente, incluido Estados
Unidos. En este terreno, independientemente de los adornos discursivos, las
prácticas que despliega el Imperio medio remiten más a una hegemonía y
asimetría agresivas que a la «solidaridad Sur-Sur». La diferencia con los
Estados Unidos, en esta etapa, es que los chinos no implantan bases militares
en la región.
RM
Con la
llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, ¿podemos esperar una inflexión en las
políticas estadounidenses para América Latina?
FG
Es cierto que la derrota de Trump implica un revés para las
declinaciones más exageradas de la derecha y de la extrema derecha de América,
que tienen a Bolsonaro a la cabeza. Dicho esto, no cabe tener ninguna
expectativa en esta alternancia. No se trata de un juicio de valor: basta
escuchar lo que dicen Joe Biden y sus secretario de Estado, Antony Blinken.
Están decididos a recuperar su posición en América Latina frente a China
recurriendo a métodos intervencionistas. Para ellos se trata de una cuestión
geoestratégica central. Mantienen el bloqueo contra Caracas, en plena pandemia,
con lo cual asfixian todavía más el sistema sanitario de ese país, y siguen
reconociendo al golpista Juan Guaidó como representante legítimo de Venezuela,
en la misma línea de Trump. En cuanto al embargo contra Cuba, al menos hasta
ahora, no hubo ninguna flexibilización real. De hecho, más allá de los
discursos con acentos multilateralistas de Biden, destinados a seducir a los
aliados de la OTAN, los elementos fundamentales permanecen y la «doctrina
Monroe 2.0» prevalece en toda América Latina: apoyo al Plan Colombia, política
de agresión contra los gobiernos considerados hostiles, perspectivas
hegemónicas sobre todo el continente, sostenimiento de un inmenso despliegue
militar, reforzamiento del «soft power» y apoyo a ciertos organismos de la
sociedad civil en nombre de la «democracia», etc.
RM
En esta
estrategia hegemónica de Washington, ¿se mantiene la importancia de
Colombia?
FG
Washington se apoya en gobiernos «amigos», es decir, Santiago de Chile,
Bogotá y Brasilia, para incrementar su influencia en la región. Los Estados
Unidos cultivan esta influencia a través de la OEA. Colombia, cuyo presidente
Iván Duque firmó en 2016 los acuerdos de paz de La Habana con los
exguerrilleros de las FARC, representa para Estados Unidos, en el plano
militar, una plataforma estratégica fundamental para toda la región (no es el
caso de Brasil, y esta es una diferencia notable). Colombia es un puente
esencial y recibe a este título cientos de millones de dólares, tanto en el
plano militar como en concepto de cooperación entre Estados o a través de
oenegés. Cenáculos como el Grupo de Lima traducen de esta manera la voluntad de
promover grupos de influencia que reúnen a los países alineados con Washington.
Pero con la alternancia en México, el retorno de la izquierda en Bolivia, tal
vez dentro de poco en Ecuador y eventualmente también en Brasil (con la vuelta
de Lula a la escena política), estos cálculos parecen complicarse. El gobierno
estadounidense contempla con cierto temor el posible retorno de estructuras de
integración regional más autónomas (como la UNASUR o la CELAC), en el caso de
que logre reactivarse un «eje progresista». Pero nada indica que esta nueva
dinámica vaya a desencadenarse realmente y la crisis económica y la pandemia
están causando estragos que cada país enfrenta a su manera.
RM
La
restauración neoliberal produjo en todas partes desastres económicos,
recesiones y la explosión de un endeudamiento tóxico. ¿La eficacia económica es
desde ahora un rasgo que le pertenece al campo progresista?
FG
Si bien es necesario tener una mirada crítica a la hora de hacer el
balance de las experiencias progresistas para pensar el futuro, es necesario
decir también que la restauración neoliberal conservadora fue catastrófica. La
derecha se muestra incapaz de crear las condiciones de posibilidad de cualquier
estabilidad económica y se conforma con prácticas cada vez más autoritarias. Se
trata de un fracaso en toda regla: tanto en los casos en los que llegó al poder
mediante las urnas, como Mauricio Macri en Argentina o como Uruguay, en los
casos en que tomó el poder mediante un golpe de Estado, como en Bolivia, o en
los que aprovechó meses de desestabilización institucional y democrática, como
en Brasil. Esto abre la puerta al retorno de los progresismos, que se presentan
como una alternativa «deseable» o al menos posible para millones de personas. Y
allí donde las derechas se mantienen en el poder (Chile o Colombia, por
ejemplo), enfrentan grandes movilizaciones populares. Es un problema para las
clases dominantes, sobre todo en un período de crisis profunda y de pandemia:
las derechas no encarnan una alternativa creíble que le garantice estabilidad
al capital. E incluso en los casos en los que sí lo hacen, es bajo la forma de
una derecha extrema y fascistizante, como la de Jair Bolsonaro en Brasil. Sin
embargo, la irrupción de progresismos «tardíos», como el caso López Obrador en
México, o el retorno electoral de la centroizquierda en algunos países, no
garantizan el retorno de un período de crecimiento y estabilidad: América
Latina –como el resto del mundo– entró en un período de fuerte turbulencia, que
combina una crisis económica gigantesca, la crisis sanitaria, la profundización
de la crisis ecológica y una nueva polarización social, política e ideológica.
Todo esto sobre el fondo de un ascenso alarmante de sectores reaccionarios, de
los evangelistas y de las extremas derechas «alternativas», que movilizan a
porciones cada vez más grandes de las capas populares. Tanto para las
izquierdas emancipatorias como para los movimientos sociales, se juega aquí la
cuestión de la democracia.
*** (1) Esta entrevista es la
versión larga del texto publicado por L’Humanité el 12 de
marzo de 2021: www.humanite.fr/franck-gaudichaud-en-amerique-latine-le-bilan-de-la-restauration-neoliberale-est-catastrophique ***
Tomado de: https://werkenrojo.cl/
Y Publicado
en: http://victorianoysocialista.blogspot.com,
En: Twtter@victorianoysocialista
En:Google; libertadbermeja..victorianoysocialista@gmail.com
En Fecebook: adolfo Leon libertad
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