Entrenamiento de
paramilitares en Colombia, durante la época de las AUC (Foto: Archivo)
REPORTAJE DE AL MAYADEEN
EN ZONA RURAL DE CÚCUTA RESURGE EL PARAMILITARISMO
9 Abr 2021
A solo 26
kilómetros de Cúcuta, en la zona rural, hay al menos un centenar
de hombres que buscan controlar la región.
Se dice que
están vestidos con pantalón y camiseta negra, que son "paisas"
y siempre están armados.
También cuentan
que llegaron, en grupos de cuarenta, en avionetas desde Carepa, en el
Urabá antioqueño.
Se hacen llamar las AGC, y en reiteradas ocasiones han reunido a la
gente que vive en los cascos urbanos de los corregimientos de Palmarito,
Aguaclara y Banco de Arena para explicarles su misión.
"Cuando los paramilitares
llegaron, en diciembre de 2020, reunieron a toda la comunidad y se presentaron.
Uno de ellos dijo: "Mire, no se preocupen,
ustedes avisen a la Policía y al Ejército que nosotros estamos aquí.
Ellos ya saben y contamos con su
apoyo, porque tenemos la misión de sacar al ELN de la frontera", cuenta un
habitante de la zona que prefiere no identificarse.
Y quieren sacar al ELN de la zona rural de Cúcuta y del municipio de Tibú porque
esta es la puerta de entrada hacia la región del Catatumbo, que históricamente
ha sido disputada por grupos paramilitares y guerrillas, pues no solo es un corredor estratégico hacia Venezuela y el
Caribe, sino que también tiene el mayor número de cultivos de coca del país.
De acuerdo con el Sistema Integrado de Monitoreo de
Cultivos Ilícitos (SIMCI), hay
41 mil hectáreas de coca, 20 mil de las cuales están en Tibú.
En los
corregimientos de Palmarito y Banco de Arena denuncian que las AGC se tomaron el
territorio, después de un llamado de auxilio de Los Rastrojos, que
estaban a punto de perder la guerra con el ELN.
En la batalla que libran contra esta guerrilla por
el control territorial y los cultivos de coca, las masacres, asesinatos,
desplazamientos y desapariciones componen el panorama a una hora y media de la
capital de Norte de Santander.
Los paramilitares no les avisaron de su arribo a
las personas de las veredas más alejadas.
Un habitante de la zona se enteró por rumores y
porque el 29 de enero lo visitaron: 15 hombres armados llegaron a su finca en
Carbonera-Totumito, mientras él trabajaba en sus cultivos.
El encuentro no fue tan cordial como las reuniones
del pueblo: sin mediar una palabra, comenzaron a dispararle.
"Cuando veo en el filo de la
montaña a toda esa cantidad de armados, me asusté, pero seguí trabajando.
Luego escuché una ráfaga de
disparos y boté el rastrojo.
Empecé a correr como pude.
En esas me estrellé con una
piedra y me partí el peroné.
Pensé que me habían pegado un
tiro porque la pierna se me iba de lado.
Me metí a un bejuco y ahí duré 12
horas mientras se iban.
Las tres personas que estábamos
en la finca nos salvamos de milagro.
Venían a matarnos diz que porque
éramos guerrilleros (...) Ellos se presentaron ante la empleada como
paramilitares, como las AGC".
Tras el episodio casi no puede salir de su vereda.
La gente tenía miedo de sacarlo porque "los paras", como les dicen, podían
matarlos.
Sus allegados pidieron auxilio y el Ejército les
respondió que a "esa casa
no iban porque ya les habían advertido lo que iba a pasar en la mañana y era
muy peligroso".
Solo un vecino lo ayudó a salir escondido en su
camioneta al verlo tan malherido.
Hoy está a
salvo, pero se quedó sin nada.
Le robaron plata, animales y ropa, y le destrozaron
la casa.
Tampoco puede volver porque las amenazas continúan.
Justo estaba emprendiendo un proyecto productivo
con los beneficios que le había entregado el Programa de Sustitución de
Cultivos de Uso Ilícito (PNIS), creado después del Acuerdo de Paz, pero le tocó
dejarlo botado.
"Yo había escuchado combates
sobre todo por la frontera, en la pelea con Los Rastrojos, y hasta estallar minas, pero no me había tocado así la
violencia.
Esa gente llegó a matarnos".
En los últimos seis años, la disputa por esta región de la
zona rural de Cúcuta y el bajo Catatumbo ha sido intensa.
Desde de que se firmó el Acuerdo de Paz y la
guerrilla de las FARC dejó el territorio, las guerrillas del ELN y el EPL
libraron una guerra, que finalmente ganaron los "elenos".
Pero cerca, como un rezago de los grupos de
autodefensas que se tomaron Norte de Santander entre 2000 y 2008, estaban Los
Rastrojos.
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Zonas donde hay presencia paramilitar en Cúcuta
CRÉDITOS:
Al Mayadeen
"Los Rastrojos han estado
sobre todo en zona de frontera. Incluso uno puede decir que tenían su sede más en Venezuela que en Colombia.
En diciembre de 2019, el
presidente venezolano Nicolás Maduro arremetió en su contra.
Se arrinconaron en Colombia, pero
aquí el ELN tampoco les dio espacio.
Ahí comenzó una guerra terrible.
Había masacres cada semana.
Muchas ni se conocieron.
Llegaban fotos en los grupos de
WhatsApp de a cinco muertos.
En total habrían asesinado a por
lo menos 50 personas durante los meses de combates", relata un funcionario
que también prefiere no revelar su identidad.
Esos combates se intensificaron durante 2020, cuando el mundo se enfrentaba a
un virus desconocido, que luego desencadenó una pandemia.
Mientras en las principales ciudades del país había
preocupación por cómo detener las muertes del SARS-CoV-2, la falta de
implementos sanitarios o de infraestructura médica, las poblaciones de
Palmarito y Banco de Arena no dormían porque no sabían en qué momento serían
víctimas de una bala perdida o los asesinaban.
"Aquí en
las noches, desde hace más de un año, quien no suda, llora", cuenta otra habitante.
Desde marzo hasta julio de 2020, en la zona rural
de Cúcuta se registraron tres masacres.
La primera de ellas se conoció el 9 de marzo,
cuando campesinos de la vereda Santa María hallaron a ocho personas asesinadas.
Luego, el 5 de julio, en la vereda de Puerto León,
encontraron a otras cuatro personas.
Y apenas 13 días después fueron asesinadas dos
personas más en la vereda de Vigilancia y otras seis más en
Carbonera-Totumito.
"Eso fue el terror.
La gente empezó a salir de
nuestras casas porque solo escuchábamos de muertos y muertos.
Y porque si no la tildaban de
guerrilleros, lo hacían de paraco.
En julio del año pasado, 460
personas de La Silla, en Tibú, se fueron hacia otros corregimientos por lo que
había pasado al lado de ellas en Carbora-Totumito y Vigilancia. ¿Cómo es
posible que, en un territorio de Cúcuta, tan cerca de la ciudad, estemos pasando
por estas cosas?
¿Cómo
estamos hablando de minas, desapariciones forzadas, paramilitarismo, guerrilla,
cultivos y nadie dice nada?", declaró
un líder social que prefirió el anonimato.
La Defensoría del Pueblo ya había alertado de la
grave crisis.
Lo hizo desde el 13 de marzo, a través de la alerta
temprana de inminencia n.° 011-2020. El documento, dirigido a la entonces
ministra Alicia Arango, expresaba su preocupación porque en "la zona rural
de Cúcuta se encuentra en grave riesgo por posibles enfrentamientos entre
miembros del ELN y el grupo armado ilegal Los Rastrojos, así como de estos
grupos con el Ejército, con interposición de personas y bienes protegidos por
el DIH.
Debido a la tensión que se vive en los
corregimientos antes descritos, las familias se encuentran confinadas en sus
viviendas y temen que se presenten enfrentamientos armados en el área",
dice el documento.
La entidad deja claro que, en los corregimientos de
Palmarito, Banco de Arena, Puerto Villamizar, Aguaclara, Guaramito, San
Faustino y Ricaurte "se
prevé la ocurrencia de homicidios selectivos y múltiples (masacres),
confinamiento de la población civil, reclutamiento y utilización de niños,
niñas y adolescentes, imposición de restricciones a la movilidad y amenazas y
ataques contra los procesos sociales, líderes y lideresas de la zona".
Desde entonces, hay retenes ilegales sobre la vía
que imponen restricciones a la movilidad de la población.
A pesar de la detallada descripción de lo que hasta
hoy sucede, la advertencia ha sido letra muerta.
"Esas alertas tempranas no sirven para nada.
Solo para que las víctimas busquen ser reparadas y
tengan un soporte de que el Estado sabía sobre lo que ocurría.
Del resto, ni el
Gobierno ni el Ejército o Policía hacen algo por la gente", agrega uno de los funcionarios entrevistados.
Hasta diciembre de 2020, el pulso lo ganaba el ELN,
pero el panorama cambió cuando llegaron las AGC.
Primero empezaron con los panfletos anunciando su
alianza con Los Rastrojos.
Después convocaron las reuniones con las
comunidades.
Y aunque a una hora y media de Cúcuta todo el mundo
sabe que en cualquier momento estalla una segunda ola de violencia, las
advertencias no han sido escuchadas.
De hecho, quienes se han atrevido a denunciarlas,
como Wilfredo Cañizares, defensor de Derechos
Humanos y presidente de la Fundación Progresar, han recibido amenazas.
Ir a la región es imposible.
Aunque está tan cerca y el recorrido no tarda más
de siete horas, no hay un solo habitante, líder u organización que esté
dispuesto a llevar a un desconocido, en este caso a un medio de comunicación,
hasta allá.
Durante tres días, Colombia 2020 estuvo en Cúcuta
tratando de organizar la visita, pero la respuesta siempre fue la misma: "Nadie puede garantizar que no
les vaya a pasar nada.
Y quien los lleve corre riesgo de ser amenazado o
asesinado".
La única salida era una visita de un día con
organismos internacionales, Defensoría del Pueblo o Secretaría de Posconflicto.
Todas tenían la agenda llena durante la visita y
algunas por seguridad prefirieron no acompañarnos.
Así, las entrevistas de este reportaje se hicieron
en Cúcuta y con el compromiso de que las 13 fuentes consultadas conservaran su
anonimato.
Tomado de Al Mayadeen en Español, publicado el 5 de abril de 2021.
Tomado de: https://misionverdad.com/
Y
Publicado en: http://victorianoysocialista.blogspot.com,
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