Martin Luther King
El asesinato de Martin Luther King y la violenta
noche de protestas que sacudió a EE.UU
En abril de 1968 un disparo segó
la vida del predicador y activista de los derechos civiles.
Su muerte, en momentos en que
preparaba una gran manifestación para visibilizar la situación de extrema
pobreza en la población afroamericana, desató una oleada de manifestaciones,
saqueos y enfrentamientos que mantuvieron en jaque por varios días al gobierno
de Lyndon Johnson.
3 JUN 2020 09:57 PM
Apenas
terminó de hablar, el reverendo Martin Luther King sintió que le faltaba el
aire y la vista se le nublaba.
Cuando bajó
del estrado, cada paso resultaba un esfuerzo sobrehumano.
Se tambaleó
y casi se precipita al suelo.
Rápido, uno
de sus acompañantes lo auxilió.
El hombre de oratoria fogosa, el que había ganado la atención de mundo con una marcha multitudinaria sobre Washington en 1963, estaba rendido.
Como resoplando un
último aliento.
“Casi
se derrumbó, tuvo que ser ayudado a sentarse en su silla en la parte posterior
de la plataforma. Parecía desinflado, parecía completamente agotado”, escribe
Joseph Rosenbloom en su libro Redemption:
Martin Luther King Jr.’s last 31 hours.
Tras
recobrar el aliento, poco después, se marchó del Templo Mason de Memphis,
Tennessee, donde había hablado esa noche, como en tantas otras.
Muchas
otras.
Pero esa
resultaría especial.
Era
la noche del 3 de abril de 1968.
La última
noche de King con vida.
El
ministro estaba agotado por el esfuerzo de un día intenso.
Nada
raro.
Hubo
muchos similares en los casi trece años dedicado al activismo por los derechos
civiles; su trayectoria acumulaba manifestaciones, sentadas en lugares
reservados a los blancos, arrestos policiales, escuchas telefónicas del FBI,
cartas de amenazas, rondas de gases lacrimógenos y hasta una puñalada en el
pecho, lanzada por una mujer mientras se encontraba en una librería, de la que
logró sobrevivir.
En
la mañana, King llegó al aeropuerto de su natal Atlanta, para tomar el vuelo
que lo llevaría hasta Memphis.
Mientras
se acomodaba en el asiento, vio como la tripulación de la nave se movía de un
lado a otro.
De
pronto, irrumpieron policías con perros de rastreo.
Había
una amenaza de bomba dirigida contra él.
Todos
los pasajeros, cuenta Rosenbloom, debieron evacuar.
No
había bomba y finalmente el vuelo llegó con una hora de retraso a su destino.
No
era la primera vez que lo amenazaban, pero King quedó preocupado
En
rigor, Luther King había estado en Memphis la semana anterior para apoyar la
huelga de los trabajadores negros del servicio de recolección de basura de la
ciudad.
Exigían
mejoras en sus condiciones de trabajo.
No
podían acceder a las duchas, porque estaban reservadas para los conductores
blancos.
Tampoco
contaban con un lugar para refugiarse en los días de lluvia, entre otras cosas.
El
punto álgido ocurrió cuando dos operarios negros, Echol Cole y Robert Walker,
que buscaban protegerse de una copiosa nevada, se subieron a la parte trasera
del camión.
Al
hacerlo quedaron enganchados al compactador de basura.
Gritaron
desesperados por ayuda, pero no los escucharon.
Murieron
triturados.
En
la noche, los operarios consideraron que ya habían tenido suficiente y
decidieron la huelga.
En
plena carrera espacial y años de prosperidad económica en EE.UU, la situación
de los basureros de Memphis era un ejemplo más de la situación difícil de los
afroamericanos.
No solo debían hacer frente al
racismo, sino que además a la pobreza.
“En
1959 más de la mitad de las familias negras vivía bajo la línea de la pobreza
(más del 70% en el caso de aquellas en las que el padre estaba ausente).
En
1975 poco más del 30% seguía siendo pobre.
A
mediados de los años cincuenta, en una ciudad promedio del Sur, 90% de los
hogares blancos tenían excusados, pero sólo el 30% de los negros”, comenta
Erika Pani en su libro Historia Mínima de los Estados Unidos de
América (Turner Publicaciones, 2016).
Precisamente,
el asunto de la pobreza concentraba la atención de King en esos días.
El
reverendo trabajaba en la planificación de una gran marcha sobre Washington,
fijada para fines de abril.
Pese
a la promulgación de la Ley de Derechos Civiles de 1964, que contribuyó a
eliminar la segregación, consideraba que faltaban leyes sociales que
contribuyeran a mejorar la precarización de la vivienda, la falta de empleos y
el acceso a la atención médica.
La
idea, era concentrar una gran multitud en una manifestación pacífica para dar
visibilidad a la situación socioeconómica de los afroamericanos, tal como lo
había hecho en 1963, cuando reunió a más de 200.000 personas en el Monumento a
Lincoln.
La
ocasión en que pronunció su célebre discurso “Yo tengo un sueño”, el que lo catapultó al reconocimiento nacional e
internacional con el Premio Nobel de la Paz.
Esta
vez, sin embargo, King no estará allí.
Una
vez anunciada la huelga, las iglesias protestantes locales -de color- la
apoyaron.
El
reverendo James Morris Lawson Jr., se reunió con los basureros, los aconsejó y
con sus sermones presionó al alcalde local para que escuchara sus demandas.
“El
clima en Memphis era el de un racismo bastante feroz", recordó el ministro
en una entrevista al portal NPR.
Su
idea era replicar los métodos de acción no violenta que había impulsado King.
Pero
al no encontrar eco en las autoridades, la huelga poco a poco comenzó a bajar
su impulso.
En ese momento decidieron contactar a Martin Luther King, quien ya era una figura respetada por buena parte de la comunidad afroamericana.
Lawson lo llamó, y de inmediato obtuvo una respuesta positiva.
Con
Martin Luther King a la cabeza, los trabajadores salieron a las calles de
Memphis el 29 de marzo.
Pero
la manifestación debió enfrentar la hostilidad de algunos sujetos que les
atacaron.
Ello
derivó en enfrentamientos con la policía.
Pronto
la tensión escaló con barricadas en las calles, disturbios, saqueos y ataques a
locales del comercio.
Desde
que se inició el movimiento por los Derechos Civiles, los enfrentamientos
callejeros y la represión policial no eran novedad.
“La
movilización de las poblaciones afroamericanas del Sur enfrentó una violencia
inaudita -explica Pani-. Frente a las escuelas y en las calles los blancos
sureños escupieron, abuchearon, insultaron y golpearon a los activistas; la
policía los roció con mangueras de bombero, les soltó a los perros, los
arrestó, encarceló y arrojó del otro lado de las fronteras estatales.
Los
segregacionistas incendiaron los autobuses de los freedom riders, y pusieron
una bomba en una iglesia bautista en Alabama que mató a cuatro niñas”.
Ante
la gravedad de los hechos, el gobernador de Tennessee declaró el estado de
emergencia, se convocó a 3.800 hombres de la Guardia Nacional, y el alcalde
Henry Loeb estableció un toque de queda. King estaba decepcionado por el
desarrollo de los acontecimientos.
“Algunos
de sus ayudantes dijeron que nunca lo habían visto más deprimido de lo que
estaba en ese momento”, detalla Rosenbloom.
Esa
noche, reunido con los organizadores, les dijo que consideraba necesario volver
a la ciudad en breve.
Así
lo hizo el 3 de abril por la mañana, pese al aviso de bomba.
Ese
día, esperaba reunirse nuevamente con los basureros y participar junto a ellos
en una nueva marcha fijada para el día 6.
En
cambio, debió hacer frente a un grupo de jóvenes negros que criticaban sus
métodos.
"Se
autodenominan Invasores.
Y no tenían una gran estima por King. Eran
nacionalistas negros -explica Rosenbloom-.
Al
menos en su retórica, propugnaban muchas conversaciones violentas.
Así
que diferían con King.
Creían
que su movimiento no violento fue ineficaz, que no fue lo suficientemente
agresivo”.
“He visto la
tierra prometida”
Pero King
todavía creía en el poder de convocatoria y ante todo, en el don de la palabra.
Por ello se
anunció su presencia en la reunión de apoyo a los trabajadores en huelga fijada
en el Templo Mason para la noche.
En la tarde
se desató una tormenta, por lo que el reverendo pensó que nadie asistiría.
Sin embargo, al llegar notó que el lugar estaba repleto.
Mientras la lluvia
golpeaba el tejado con su canto prístino, Martin Luther King, fatigado por las
tensiones, subió al estrado sin apuntes ni papeles, tal como solía hacerlo.
Recordó el incidente de
la bomba en el aeropuerto y comenzó a hablar.
"Tenemos
algunos días difíciles por delante”, dijo King.
Pero realmente no me
importa ahora, porque he estado en la cima de la montaña".
"He visto la Tierra
Prometida -siguió-. Puede que no llegue allí contigo.
Pero quiero que sepan
esta noche, que nosotros, como pueblo, ¡llegaremos a la Tierra Prometida! Y
esta noche estoy feliz.
No estoy preocupado por nada.
No temo a ningún hombre ¡Mis ojos han visto la gloria de la venida del
Señor!".
Los
aplausos se escucharon largo rato.
Según
Rosenbloom, ese discurso, el último que pronunció King, se debe comprender por
el subtexto.
“Al final, recurre a su
propia mortalidad. Habla de su temor a morir en forma violenta.
Estaba realmente
aterrorizado”.
"Para mí fue una de las experiencias centrales de toda la campaña, todo el movimiento", señala el reverendo Lawson en NPR.
“Afuera había truenos y relámpagos, y teníamos un techo de chapa en parte del Templo Mason.
Entonces la lluvia estaba golpeando el techo.
Sin embargo, había una sensación de calidez y unidad.
Estábamos comprometidos en una gran lucha”.
“Creo que
la emoción del día comenzó con la amenaza de bomba y todo el esfuerzo de llegar
al Templo Mason a pesar de que estaba exhausto -agrega Rosenbloom-.
Creo que todo eso le
había pasado factura".
Martin Luther
King en el balcón del Motel Lorraine
Agotado,
King se marchó al Motel Lorraine, un lugar reservado solo a gente de color. Al
día siguiente, junto al grupo de pastores y asistentes que le acompañaban,
trabajó los detalles de la marcha sobre Washington.
Una vez que
acabaron, King se bañó y se vistió de cara a un evento para el que estaba
invitado en la noche.
Caía la
tarde.
El reverendo
salió al balcón a tomar aire.
Allí le
habló al cantante Ben Branch, quien iba a participar en el acto programado más
tarde.
Le pidió que
no se olvidara de incluir el tema “Take my hand, precious Lord”.
Es una linda
canción, le dijo.
Entonces se
escuchó un disparo.
Solo uno.
Pero atronó
seco y terrible como un bombardeo.
King cayó
pesadamente al suelo.
La sangre
manaba profusa y espesa desde la mejilla.
Rápidamente,
el grupo de pastores salió al balcón.
El líder ya
estaba inconsciente.
Lo llevaron
a toda carrera hasta el St.Joseph’s Hospital.
Se intentó
reanimarlo, pero fue en vano. Martin Luther King fue declarado muerto a las
19.05.
La noche más
larga de abril
El
Presidente Lyndon B. Johnson se preparaba para asistir a una reunión cuando le
entregaron una nota.
“Sr.
Presidente: La justicia acaba de informar que el Dr. King está muerto",
decía.
De
inmediato comprendió la gravedad del asunto.
Dio
instrucciones para capturar al asesino lo más rápido posible, porque intuyó que
la situación se podía agravar.
Según la revista Newsweek, años después recordó que “pocas veces he sentido más agudamente esa sensación de impotencia, que el día en que Martin Luther King Jr., fue asesinado".
Esa misma noche el mandatario habló por televisión.
Condenó el crimen e hizo un llamado a mantener la cordura y a no
celebrar hechos de violencia.
Los pastores que acompañaban a King expresaron algo similar; que la
mejor manera de honrarlo era seguir su línea de acción de una estricta no
violencia.
Pero no bastaron.
A la misma hora que Johnson daba su mensaje, estallaron manifestaciones de protesta en varios puntos del país.
Para
las 23.30, los incendios y los saqueos se extendían por la capital federal,
llegando a cuadras de la Casa Blanca.
Según
el registro de Washington Post, los policías y los bomberos fueron atacados a
pedradas.
Esa
noche se quemaron tiendas, restaurantes e incluso concesionarios de
automóviles. Johnson pidió que no se respondiera con fuerza excesiva temiendo
que ello podía provocar más incidentes.
Pero
en la capital, la policía disparó y mató a dos personas que participaban en las
protestas, uno de ellos un chico de 15 años.
"Hubo
una confluencia de ira y dolor”, le dijo Charlene Drew Jarvis, una ex concejal
de la Capital Federal al Washington Post.
En
su opinión se trataba de una acumulación de rabia que encontró una salida tras
el asesinato de King.
“Mucho
de eso tenía que ver con: ‘Hemos estado contenidos aquí. Estamos enojados por
esto.
No
le debemos nada a las personas que nos han confinado’Los incidentes no se
detuvieron en semanas.
Su
duración y complejidad varió de acuerdo a la ciudad.
En
Cincinnati, salieron a la calle 1.500 efectivos de la Guardia Nacional para
reforzar a la policía y se impuso el toque de queda.
Medidas
similares se tomaron en Pittsburgh y Detroit.
Mientras
en Baltimore, donde las tropas salieron con bayonetas a las calles, hasta las 4
de la mañana del 6 de abril se registraron cinco muertos, 300 incendios y 404
arrestos.
Ese
día, “(Sittin' On) The Dock of the Bay” de Otis Redding llegaba al número 1 del Billboard Hot 100.
“Parece que
nada va a cambiar/Todo sigue igual”, decía en parte la letra que, en rigor,
hablaba de nostalgia.
En
su artículo El sueño diferido, Peter B. Levy afirma que entre la
tarde del 4 de abril, cuando King es asesinado, y el 14 de abril, que coincidía
con la celebración católica del Domingo de Resurrección, hubo incidentes en ciudades
de 36 estados de la Unión. Murieron 43 personas, entre hombres y mujeres, 3,500
resultaron heridas y 27,000 fueron arrestados.
Se
movilizaron 58.000 soldados de la Guardia Nacional y tropas del ejército. Para
dicho autor, fueron las mayores jornadas de disturbios desde la Guerra Civil de
Secesión finalizada poco más de un siglo antes.
El Presidente
de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, y Martin Luther King
El 9 de
abril se realizó el funeral de King.
Una multitud
acompañó el cortejo.
El
Presidente Johnson pensó en asistir, pero finalmente una reunión en Camp David
(y el temor a una reacción popular en su contra) lo hizo desistir.
En su lugar,
se presentó el vicepresidente Hubert Humphrey.
Con la
situación más controlada, el 12 de mayo de 1968 se llevó a cabo la gran
manifestación que había concentrado la atención de King en sus últimos días.
Se le llamó
“la marcha de los pobres”. Participaron la viuda del Premio Nobel, Coretta, y
el grupo de predicadores que le había acompañado hasta ese viaje final a
Memphis.
Con no pocas
resistencias, en 1986 se celebró por primera vez el Día de Martin Luther King,
fijado para el tercer lunes de enero.
Dos meses
después, la policía declaró haber arrestado al asesino en Londres.
Era un
delincuente habitual y exrecluta del ejército llamado James Earl Ray, un
fugitivo de la prisión estatal de Missouri.
Sus huellas
coincidían con las de una escopeta Remington calibre 30.06, hallada muy cerca
del albergue frente al Motel Lorraine, desde donde se cree, se disparó el tiro
mortal.
Además,
testigos afirmaron verlo escapar del lugar poco después del suceso.
Tras un
largo periplo hacia Canadá huyó a Europa, donde finalmente fue capturado.
Para evitar
la silla eléctrica se declaró culpable, aunque días después se retractó.
Fue
sentenciado a 99 años de prisión, donde murió en 1997.
Los bomberos
combaten un incendio en la calle 125 en Harlem el 4 de abril de 1968, después
de que se incendiara una tienda de muebles y otros edificios tras conocerse la
noticia del asesinato de Martin Luther King. Foto: AP
Casi
de inmediato surgieron las teorías conspirativas sobre el crimen, de modo
similar al ocurrido con el magnicidio del Presidente John F. Kennedy en 1963.
Sin
embargo, la investigación del Departamento de Justicia estableció que James
Earl Ray actuó solo y sin relación con algún grupo.
Incluso
se abrió una segunda investigación a fines de la década de los noventas, al
darse a conocer el testimonio de un sujeto que decía haber contratado a un
sicario -distinto a Earl Ray- para matar a King, por petición de la mafia.
Sin
embargo, el informe del Departamento de Justicia concluyó que las acusaciones
de conspiración “no eran creíbles”, aunque sí se reconoció que “las preguntas y
la especulación siempre pueden rodear el asesinato del Dr. King y otras
tragedias nacionales”.
Para
la historiadora Erika Pani, la muerte de King, así como las de John y Robert
Kennedy (este último también en 1968), significaba la partida de los grandes
promotores de “la ‘promesa americana’ de un futuro compartido”.
Era
el fin de una era de aspiraciones y la entrada en un período de crisis
republicana marcada por la debacle de Vietnam, el escándalo de Watergate que
forzó la renuncia de Richard Nixon, y las crisis internacionales.
“Las
‘grandes expectativas’ que engendraron las transformaciones de la posguerra
eventualmente no podían sino generar frustración -escribe-.
El
último tercio del siglo XX se vería marcado por el derrumbe de las certidumbres
macroeconómicas que habían acompañado un crecimiento prácticamente
ininterrumpido de casi tres décadas”.
Tomado de: https://www.latercera.com/
Y
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