Por: Clodovaldo Hernández
- Asúmanlo,
lacayos:
- EEUU también sanciona a la gente de los países que
- le obedecen
La vocación
imperialista de Estados Unidos no es algo que solo afecte a la población de los
países que se han rebelado contra la superpotencia.
Los efectos perniciosos de este afán de dominar al mundo entero se esparcen también a escala planetaria.
Si
usted vive en un país como Venezuela, que se ha peleado con Estados Unidos, estará
expuesto a sufrir los castigos que a la pandilla que dirige el país
norteamericano decida que usted merece.
Eso lo sabemos perfectamente quienes
estamos acá.
Pero que nadie se llame a engaño: si usted vive en un país con un
gobierno que le besa los pies a la referida mafia, igualmente sufrirá
las llamadas “sanciones”.
Incluso algunas que pueden ser peores.
Quien lo dude que, por favor, se remita al informe del Departamento de Salud, en el que este ministerio de EEUU reconoce abiertamente, sin tapujos, que Washington presionó durante el año 2020 a los gobiernos de Brasil y Panamá para que se negaran a aceptar la vacuna rusa Sputnik V y el apoyo de los médicos cubanos en la atención de la Covid-19.
Vayamos lento en este punto, pues a veces leemos las noticias demasiado rápido y saltamos de uno a otro tema y, de esa manera, relativizamos asuntos que son verdaderas monstruosidades: lo que ha informado el Departamento de Salud es que, en medio de una feroz pandemia, cerraron la posibilidad de que los brasileños y los panameños recibieran esta vacuna rusa (por ser rusa) y la asistencia médica cubana (por ser cubana).
¿Y por qué lo hicieron? Pues, por razones políticas, para tratar de frenar
la influencia de Rusia en países de una región que, más allá de las consignas,
la élite estadounidense considera su patio trasero.
Y para evitar que los pueblos puedan sentir el ejemplo vivo de la solidaridad internacional cubana.
Alegan los estrategas del Departamento
de Estado y del Pentágono que la perversa Rusia, igual que la taimada China, están practicando
una “diplomacia
médica”, es decir que,
los muy desgraciados, pretenden ganarse la buena voluntad de países fuera de su
zona de influencia, ofreciendo servicios y productos de salud.
Lo mismo puede decirse de Cuba y sus brigadas médicas, que han ido a enfrentar el coronavirus hasta en la prepotente zona norte de Italia, cuando estaba prácticamente abandonada a su suerte tanto por las autoridades nacionales como por la Unión Europea.
De nuevo, leamos esto con lentitud: ¿en qué
universo puede considerarse que llevar asistencia médica o proveer vacunas
pueda ser un acto criminal, mientras bloquearlos sea algo “bueno”?
Ha de ser en el célebre mundo al revés de Eduardo Galeano.
Uno de los aspectos más dramáticos de
este retorcido asunto es que no se trata de que
EEUU les diga a esos países algo como “no acepten las vacunas rusas ni las
chinas ni los médicos cubanos, que nosotros nos encargamos”.
¡No, ni siquiera eso! Los
funcionarios gringos exigen a los gobernantes que rechacen el apoyo de Rusia,
China y Cuba y no ofrecen nada a cambio.
Y si acaso lo ofrecen, no cumplen sus
promesas.
¿O
acaso hemos visto médicos estadounidenses metiéndole el pecho a la Covid en
algún otro país?
¿Hemos visto a los diplomáticos de EEUU coordinando acciones para distribuir vacunas de las grandes corporaciones farmacéuticas en naciones de América Latina o el Caribe?
En el caso de Brasil, los resultados de
la terrible enfermedad no podrían ser más dramáticos, entre otras razones, por
un infame manejo de la emergencia en general de parte del gobierno del nefasto
ultraderechista Jair Bolsonaro.
Pocos países estarían más urgidos en
estos momentos de una vacunación masiva que nuestro gigante vecino.
Pero la “recomendación” del Departamento de Estado fue acatada a pie juntillas por Bolsonaro, para quien las palabras de su ídolo, Donald Trump, eran órdenes.
Otro gran tema de reflexión es qué
clase de principios tienen los gobernantes que aceptan que se les imponga ese
tipo de condiciones a sus pueblos, con la finalidad -aparentemente superior- de preservar los intereses geoestratégicos de EEUU.
¿Lo
hacen por convicción ideológica, por cobarde sumisión, por conveniencias de
negocios o porque prefieren no disgustar al gran hermano?
En el caso de Bolsonaro, uno puede suponer que
se siente realizado con esta maniobra supuestamente anticomunista (aunque Rusia dejó de ser
comunista hace 30 años), sin importarle
mucho que con ello esté agravando una situación sanitaria ya de por sí
dantesca.
No es de extrañar pues a lo largo de
toda su vida y, en particular, durante la pandemia, ha demostrado que odia a su propio pueblo, aunque este, con una perniciosa tendencia al
suicidio, lo haya elegido.
Baste recordar cuando le dijo a la
gente que clama por atención médica que “dejen de llorar como maricas, que todos nos vamos a morir
de algo”.
Si se habla del presidente panameño,
Laurentino Cortizo, tenemos que remitirnos a la triste historia de un
país que desde su traumático nacimiento, cuando fue amputado del
cuerpo de Colombia, ha estado sometido a los designios de la pandilla
estadounidense y solo tuvo un breve respiro de nacionalismo cuando fue guiado
por el liderazgo del general Omar Torrijos, trágica y ¿casualmente? muerto en un accidente de
aviación.
No se sabe
si Cortizo acarició la idea de hacerlo, pero, en rigor, no tiene las
condiciones objetivas (y tal vez tampoco la
determinación necesaria) para oponerse a una
orden de EEUU.
No debe haber tenido otra opción que (para decirlo como el defenestrado peruano Pedro
Pablo Kuczynski), echarse en la alfombra del
imperio y mover la colita.
En todo caso, vemos como los pueblos de
dos países dóciles a EEUU terminan sufriendo también los efectos de las decisiones unilaterales de
Washington, con consecuencias tan o más graves que las llamadas “sanciones” que se aplican a Venezuela y otras naciones irredentas.
Las personas con mentalidad lacaya
tienen que asumirlo: EEUU también
sanciona a los que “se portan bien”.
Apreciamos en este demoníaco episodio
de la “guerra
fría sanitaria” que los crímenes de lesa humanidad de las élites
dominantes del capitalismo mundial tienen tales dimensiones que para una
persona común se hace difícil entenderlas a cabalidad.
Incluso para quienes ya tenemos años informándonos de las miserias a las que nos han sometido en nombre de la libertad (como bien lo dijo nuestro Libertador), resultan sorprendentes algunas muestras de la perversidad, de la amoralidad de estas personas.
En Venezuela ya no necesitamos ver más
allá de la carne propia.
Llevamos años soportando calamidades de
todo tipo destinadas a forzar un cambio de gobierno por uno que a EEUU le
guste.
No se trata de simples incomodidades,
sino de políticas que han conducido a la enfermedad, la muerte, la ruina y los
daños materiales.
Ahora constatamos que hasta en los
países con gobiernos proyanquis, la gente debe sufrir esas mismas consecuencias
para que EEUU siga siendo un imperio.
Fuego amigo, le dicen.
Tomado de: http://rnv.gob.ve/
Y Publicado
en: http://victorianoysocialista.blogspot.com,
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