jueves, 15 de julio de 2021

¿Son los kokis salvadores de la patria o deplorables productos del socialismo?

 


















¿Son los kokis salvadores de la patria o deplorables productos del socialismo (+Clodovaldo)?

 

11 julio, 2021

 

La ultraderecha local corre sin ton ni son de un lado a otro en sus apresuradas argumentaciones: en la mañana han elevado a un delincuente altamente peligroso hasta la categoría de salvador de la patria; en la tarde salen en onda de analistas sociológicos a decir que el individuo en cuestión es el deplorable producto de dos décadas y tanto de Revolución. ¿Entonces, en qué quedamos? 

Bueno, los políticos ultraderechistas (y sus aparatajes de ONG y medios) tienen que hacer lo posible para surfear en los acontecimientos que ellos mismos detonan (verbo usado muy a propósito); de sus planes siempre fallidos, fracasados, abortados o mal paridos (perdonen ustedes esta expresión, pero es muy gráfica). Se entiende que ensalcen a un pran, con el argumento de que “tiene en jaque al rrrégimen”, y luego, según como le vaya al koki de marras, lo sigan apologizando o traten de encasquetárselo al Gobierno, a la Revolución. 

Entiendan: a esta oposición no le queda otra alternativa que estos ires y venires conceptuales. 

Pero, objetivamente hablando, los líderes negativos de las barriadas son contrarrevolucionarios. 

Lo son en términos estructurales (ideológicos, económicos, culturales). Lo son por el efecto que causan en el cuerpo social. Y lo son porque tienen como aliados directos a lo peor de lo peor en materia de grupos políticos conservadores internos y globales. Revisemos. 

En lo estructural

Una organización delictiva en estos tiempos gira invariablemente alrededor de la posesión de riqueza material, dinero, bienes, mercancías y el control de negocios. En particular, florecen alrededor de los productos ilegales. Por ello, en el continente americano, las manifestaciones más sobresalientes del siglo XX y del actual son los gangs que se formaron alrededor del negocio del alcohol, cuando fue prohibido en Estados Unidos (años 30) y los carteles de la droga en Colombia, México y el mismo EE.UU. (desde los 70 hasta el sol de hoy). 

En ese empeño de poseer riqueza material tiene un peso determinante el modo de vida que el capitalismo promueve como ideal. Las maquinarias culturales, de la publicidad y del mercadeo cultivan una idea de éxito personal indisolublemente asociada a símbolos exteriores como la vivienda ostentosa, los automóviles de lujo, la ropa de marca, las joyas, la comida, la bebida y las diversiones caras. Los «triunfadores» son compensados, además con el reconocimiento social e, incluso, con otro tipo de posesiones, relacionadas, por ejemplo, con la mujer como objeto sexual. Quien quiera observar todo esto ejemplificado en una misma pieza de consumo masivo, solo debe ver los clips de los cantantes de géneros impuestos como populares por la industria musical. Todo en esos productos del marketing es derroche, carros convertibles, piscinas y blin blin de cadenas, collares y sortijas rococó. 

Este es un mal que siempre ha existido en el capitalismo, pero que se ha agudizado en la etapa neoliberal. En la era del mundo bipolar (antes del colapso del bloque soviético) el sistema permitía al menos algún ascenso social. Las nutridas clases medias de los países del norte, gracias al Estado de bienestar, podían satisfacer parcialmente las ilusiones de alcanzar los bienes simbólicos del éxito. Pero en la etapa de la globalización, eso se redujo notablemente en las naciones desarrolladas y casi desapareció en las nuestras. 

Las rutas hacia la «gran vida capitalista» quedan así restringidas, sobre todo si se aspira a que el ascenso sea meteórico. A menos que se tenga talento para un deporte profesional, la conversión rápida de pobres a ricos solo se encuentra en el delito (sea este de cuello blanco o violento). Los integrantes de bandas ofrecen la «oportunidad» a los jóvenes, incluso desde sus años infantiles. Pero, claro, es una oportunidad cuestionable, que muy probablemente termine antes de los 30 años de edad, en algún charco de sangre. 

Nada de eso tiene que ver con socialismo o revolución. Por el contrario, implica una manera de estar en el mundo inequívocamente capitalista, con sus valores intrínsecos de individualismo, consumismo, competencia despiadada y sobrevivencia del más fuerte; con sus embelecos del dinero y el estatus y con sus mecanismos perversos de evasión de la realidad, como las drogas, el exceso de alcohol, la juerga permanente y la banalización de la violencia. 

Los efectos generados en la sociedad

En el campo de los efectos generados en la sociedad, pocos fenómenos pueden ser tan antirrevolucionarios como el de estas modalidades delictivas. Una comunidad sometida a los designios de líderes negativos se aleja diametralmente de los valores socialistas. 

De hecho, si se lee detenidamente la definición que daba Marx del lumpemproletariado, se concluirá que los segmentos poblacionales dominados por bandas criminales y pranes se ubican en esta categoría: excluidos, sin conciencia de clase, sin capacidad ni disposición a generar un cambio social.  

El lumpemproletariado es una fuerza conservadora del statu quo burgués precisamente porque no hace nada a favor de una modificación del orden establecido.  

Más allá de esta visión teórica, en el escenario venezolano actual, los enclaves controlados por bandas son espacios en los que las formas de organización del Poder Popular y del socialismo no pueden operar en absoluto, o al menos no pueden hacerlo de forma eficiente. El liderazgo de los dirigentes sociales y políticos (voceros de consejos comunales y comunas, de mesas técnicas de agua y otros servicios, CLAP, las estructuras del PSUV y otros movimientos revolucionarios) es mutuamente excluyente con el de los pranes. Y estos últimos ostentan, en esos espacios, el monopolio de la violencia, muy a pesar de que los líderes comunitarios tienen -en teoría- el apoyo del Estado. 

Las bandas y sus aliados de ultraderecha

En sus carreras sin ton ni son, de un lado a otro, la derecha partidista, oenegista y mediática termina por decir que los líderes negativos de las bandas urbanas son aliados del Gobierno. Se llega al extremo de afirmar que la Revolución los creó y los armó. 

La evidencia empírica muestra exactamente lo opuesto: estos personajes y sus organizaciones solo han cumplido funciones adversas al proceso revolucionario y han estado siempre asociados a los partidos de ultraderecha locales y a sus auspiciadores internacionales. 

Toda persona que haya vivido o estado en Caracas en los años 2014 y 2017 habrá podido comprobar (o, al menos, sospechar) que buena parte de los llamados «guarimberos» no eran jóvenes de las zonas de clase media y media alta en las que se registraron focalmente tales protestas violentas, sino malandros de las barriadas pobres de la ciudad, presumiblemente integrantes de bandas. Se aplicó entonces un modelo de protesta mercenaria, muy similar al de las llamadas «contratistas militares» de EE.UU.: ejércitos de asesinos a sueldo. 

Esto se convirtió, incluso, en un bumerán contra los vecinos opositores que estaban de acuerdo con los cierres de vías, la quema de basura y otras actividades, pero que rápidamente se convirtieron en víctimas de cobro de peaje y vacunas. 

En tiempos más recientes, las bandas han sido ejecutoras de diversas acciones aparentemente inconexas, pero en realidad parte de estrategias generales de desestabilización, puestas en marcha a escala global.  

A finales de abril y comienzos de mayo de 2020, una de las megabandas de Caracas, en la zona de Petare, pasó días enteros disparando armamento de diverso calibre en lo que se presentó como un enfrentamiento entre facciones rivales. Lo extraño del caso es que, pese al persistente fuego cruzado, no se observaron (como en ocasiones similares) traslados de heridos o de cadáveres hacia los hospitales y clínicas de las cercanías. Unas horas después, se produjo en Macuto el intento de incursión mercenaria y paramilitar conocido como Operación Gedeón. Lo de Petare era –según hipótesis muy creíbles- una maniobra de distracción planeada con el fin de desviar fuerzas militares y policiales hacia esa zona, mientras el grupo invasor tomaba posesión de sus objetivos, es decir, derrocaba al gobierno constitucional. 

Este año, pocas horas antes de producirse los ataques contra la Fuerza Armada Nacional Bolivariana en Apure, ocurrió una de las más célebres acciones de la banda de la Cota 905, en la que intentaron tomar por asalto el comando de la Guardia Nacional Bolivariana en El Paraíso. 

Esta semana, coincidiendo con la llegada al país de la Misión Exploratoria de la Unión Europea (que recomendará acompañar o no las elecciones del 21 de noviembre), dicha organización criminal reanudó sus ataques a la población civil en las autopistas y avenidas aledañas a «su» territorio. Este acontecimiento y la contundente respuesta del Gobierno fueron presentados por la prensa global como una muestra de que la UE no debe certificar dicho proceso comicial, pues el país está envuelto en la violencia y el caos. 

La responsabilidad de la Revolución

Surge una pregunta lógica: si los pranes y sus bandas paramilitares son un ontológicamente antisocialistas, ¿por qué han florecido en un país que ha procurado encaminarse hacia el socialismo? 

Obviamente, el chavismo no puede ya seguir culpando a los 40 años previos de los grandes problemas sociales del país.  Ello a pesar de que la base fundamental de las zonas pobres de Caracas y otras grandes ciudades se forjó en ese tiempo. Las visiones idílicas, según las cuales antes de Chávez todos acá éramos de clase media para arriba, son solo eso, visiones idílicas e intentos de manipular a desprevenidos. 

Según mi punto de vista, el fenómeno implícito en la pregunta es consecuencia de un hecho irrefutable: en realidad, el socialismo no ha llegado a implantarse en Venezuela. Desde que la Revolución Bolivariana lo asumió como ruta, lo que ha existido en la generalidad del país es, como mucho, un sistema mixto en el que sigue predominando el capitalismo, no solo como modo de producción, sino también como hegemonía ideológica, más allá de lo que sucede en el orden retórico, en el discurso oficial. 

Después de Chávez, la guerra económica interna, las medidas coercitivas unilaterales y el bloqueo de EE.UU. han traído consigo un recrudecimiento del capitalismo, en sus versiones más salvajes y primitivas, un sálvese quien pueda en el que vemos a «gente como uno» sacando provecho de la necesidad básica del prójimo, incluyendo la supervivencia. 

En ese contexto, en muchas comunidades han germinado la solidaridad y el espíritu colectivo, pero en otras, por el contrario, se ha acentuado el individualismo depredador. Las organizaciones criminales son una expresión extrema de ese espíritu. 

Entonces, una hipótesis razonable es que en las zonas donde se han impuesto las bandas delictivas, la Revolución no ha sido capaz de crear o de sostener (donde ya se habían creado) las estructuras de soporte del modelo socialista, comunitario, solidario, y eso ha dejado el campo abierto a la antisociedad. 

Desde su llegada al poder, el comandante Chávez se empeñó en ofrecer a la gente pobre oportunidades de formación, salud, cultura, deportes, vivienda y, en general, de participación en la gestión de gobierno. El presidente Maduro ha hecho lo posible por continuar esas líneas, solo que en condiciones económicas y políticas mucho más precarias. 

Desdichadamente, muchas de esas metas se alcanzaron solo a medias y los encargados de ejecutarlas optaron por rutas burocráticas, clientelares y no pocas veces, de corrupción.  Eso, en la realidad concreta de barrios y pueblos, ha llevado a muchos jóvenes a caer en las tentaciones de la vida criminal, sumándose así a la contrarrevolución, independientemente de que sean o no militantes de partidos de derecha. 

Reflexiones dominicales

Mala praxis médica y mala praxis mediática. Cualquier periodista puede ser sorprendido en su buena fe por una fuente aparentemente dotada de autoridad para opinar sobre un tema. Pero si el discurrir de los acontecimientos pone en evidencia que esa fuente solo se vale de su cargo o rango para «hablar gamelote», y pese a esas evidentes demostraciones de falta de seriedad, el periodista sigue citando y entrevistando a esa fuente, todo indica que se trata de un intento deliberado (y tal vez doloso) de manipular al público.  

Lo digo porque en Venezuela tenemos un señor médico, que se pone su bata de doctor, se cruza el estetoscopio sobre el cogote y sale a sembrar el terror con la «información» que a él se le antoje, sin presentar evidencia científica (ni siquiera anecdótica) y aunque sus vaticinios siempre fallan, ciertos periodistas y ciertos medios se empeñan en seguir otorgándole tribuna… Y ni siquiera le preguntan por sus «errores» precedentes. Lo natural sería interrogarlo: «Pero, doctor, usted dijo que nadie debía ponerse la vacuna Sputnik V y ha demostrado ser de las mejores del mundo, ¿por qué habríamos de creerle ahora, cuando habla pestes de la Abdala?». Pero no, no se lo preguntan.  

Se trata, a las claras, de esos casos en los que la mala praxis médica se asocia con la mala praxis mediática. ¡Qué peligro! 

(LaIguana.TV) 

Tomado de: https://www.laiguana.tv/

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En Fecebook: adolfo Leon libertad

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