miércoles, 31 de marzo de 2021

¿Qué pasó con los primeros detenidos de Guantánamo?

 

























¿Qué pasó con los primeros detenidos de Guantánamo?

Por

 werken rojo

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 30 marzo, 2021 

El Pentágono dijo que eran “lo peor de lo peor”. Solo dos de los 20 primeros prisioneros enviados a la Bahía de Guantánamo en 2002 siguen ahí.

Otros están repartidos por el mundo, entre ellos cuatro dirigentes talibanes.

Carol Rosenberg, en Washington

The New York Times, 27-3-2021

https://www.nytimes.com/es/

El 11 de enero de 2002, en la pista desierta de aterrizaje de la Bahía de Guantánamo, marinos de Estados Unidos escoltaron a 20 prisioneros ataviados con uniformes anaranjados — “lo peor de lo peor” según el Pentágono— que bajaron de un avión de carga de la Fuerza Aérea para convertirse en los primeros residentes del centro de detención de tiempos de guerra que sigue abierto al día de hoy.

En los años posteriores, otros 760 llegarían al lugar y todos excepto los 40 detenidos que siguen ahí, se marcharían.

Pero los destinos y desgracias de esos 20 primeros —que fueron presentados ante el mundo en una fotografía de la Marina, enjaulados y arrodillados— ilustra al mismo tiempo la historia compleja de Guantánamo como repositorio de quienes fueron considerados una amenaza en el angustiante periodo tras los ataques del 11 de septiembre y el desafío del gobierno de Biden al desarrollar un plan para intentar cerrar el centro de detención.

Solo dos de esos primeros 20 hombres siguen en Guantánamo. Uno es Ali Hamza al Bahlul, que está en sus cincuentas, el único prisionero allí condenado por un crimen de guerra, quien cumple una pena de cadena perpetua. El otro es un hombre tunesino, que , de 56 años, quien desde hace años tiene permiso para marcharse, pero se ha rehusado a cooperar con los esfuerzos para repatriarlo o reubicarlo.

El resto —una mezcla de aguerridos luchadores, combatientes de bajo nivel y hombres que estuvieron en el lugar equivocado en el momento equivocado— se fueron hace mucho, ya sea porque fueron repatriados o dispersados por todo el mundo a 11 países, de Australia al Golfo Pérsico.

Además de Bahlul, que ya rebasa los cincuenta años, solo otro de los 20 prisioneros originales enfrentó cargos.

Algunos de esos 20 primeros hombres han logrado concretar el sueño de casarse y tener hijos. Unos han perseguido el anonimato.

Muchos no han logrado dejar el pasado atrás.

Entre ellos hay cuatro hombres que han surgido como líderes políticos y militares talibanes. Otros dos aguardan en una prisión en los Emiratos Árabes Unidos como resultado de un arreglo diplomático de transferencia estadounidense que se malogró.

Un hombre yemení que se reunió con su familia en el improbable país anfitrión de Montenegro, ahora intenta ganarse la vida vendiendo las obras de arte que produjo como prisionero. Otro de los prisioneros originales murió en su Sudán natal a causa de la enfermedad física y mental que sufrió a lo largo de una década en la Bahía de Guantánamo.

La gestión de George W. Bush presentó el transporte aéreo de los prisioneros en avión militar de 12.800 kilómetros de Afganistán a la base naval en Guantánamo para ser interrogados y encarcelados tras los ataques del 11 de septiembre de 2001 como una respuesta severa pero necesaria ante los temores de que hubiera más ataques terroristas.

Pero la tortura de algunos detenidos, la decisión de mantenerlos al margen del sistema civil de justicia y la elección de custodiarlos en condiciones rudimentarias de ultramar al final convirtió ante los ojos de los críticos a las instalaciones en un símbolo de todo lo que había fallado en la respuesta del gobierno de Bush.

Ahora, a dos décadas de aquel momento, la operación de detención en Guantánamo sigue siendo un capítulo de la seguridad nacional estadounidense al que los gobiernos posteriores no han logrado poner fin.

El vigésimo aniversario de los ataques del 11 de septiembre este año pasará sin que haya comenzado el juicio de los prisioneros más infames de Guantánamo: los cinco hombres acusados de ayudar a planear los ataque.

Mantener en operación la descuidada prisión y el rudimentario complejo de la corte le cuesta a los contribuyentes alrededor de 13 millones de dólares por prisionero al año.

La iniciativa extraterritorial comenzó una tarde de viernes cuando un avión de carga C-141 Starlifter que transportaba a los prisioneros procedentes de Afganistán aterrizó en aquel sitio remoto.

Un pequeño grupo de reporteros observó a los militares escoltar a cada uno de los 20 hombres por la rampa del avión, enmascarados, los ojos tapados con anteojos oscurecidos y esposados de las muñecas y algunos de los tobillos.

Más al norte, a dos mil kilómetros de ahí, el general Richard B. Myers, entonces presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor, le decía a los reporteros en el Pentágono que el primer vuelo transportaba “gente muy muy peligrosa”, hombres que “morderían las líneas hidráulicas” de un avión de carga “para derribarlo”.

Habían pasado cuatro meses de los ataques del 11 de septiembre.

El general brigadier que dispuso la prisión, Michael R. Lenhert de la Marina, los describió así: “estos representan a los peores integrantes de Al Qaeda y los talibanes.

Pedimos primero a los malos”.

Pero ninguno de esos primeros hombres fueron acusados de los ataques del 11 de septiembre y a ninguno se le culpó de haber tenido conocimiento previo del plan de Al Qaeda.

Khalid Shaikh Mohammed y los otros cuatro hombres a quien ahora Estados Unidos culpa de orquestar dichos ataques seguían prófugos en ese entonces y no llegarían a Guantánamo hasta casi cuatro años más tarde.

Los detenidos considerados por la gestión de Bush como los verdaderos “peor de lo peor”, fueron enviados a una red secreta de prisiones en el extranjero en donde la CIA interrogaba y torturaba a los prisioneros, una decisión que incluso ahora pone en entredicho el atribulado sistema de comisiones militares.

El proceso de determinar cuáles prisioneros eran verdaderas amenazas o podían ofrecer “inteligencia procesable” empezó poco después de abierta la prisión. Ocho de los 20 fueron liberados durante la gestión de Bush tras recortes al personal y maniobras diplomáticas.

El primero en marcharse fue un hombre paquistaní, Shabidzada Usman Ali, quien fue enviado a casa en mayo de 2003, cuando tenía 21 años.

Su regreso fue tan prematuro que es posible que hubiera sido incluido en aquel primer grupo de prisioneros por error.

Le dijo poco después a un periodista que era inocente y que lo habían capturado para cobrar la recompensa.

En Guantánamo, la inteligencia militar también cometió otros errores, especialmente la liberación en 2007 del mulá Abdul Qayyum Zakir, quien llegó aquel primer día y fue retenido bajo un alias, Abdullah Gulam Rasoul, según los documentos de la prisión.

Poco después de su regreso, se convirtió en comandante de las fuerzas talibanes en el sur de Afganistán.

Ahora tiene 48 años y es un alto dirigente militar talibán, y se le considera un líder de línea dura que en ocasiones se ha opuesto a las negociaciones de paz del año pasado entre diplomáticos estadounidenses y representantes talibanes.

Otros tres hombres que también fueron llevados a Guantánamo el día en que se abrió la prisión participaron en el equipo de negociación basado en Catar y cuyo acuerdo está siendo revisado por el gobierno de Biden.

Los tres hombres, el mulá Fazel Mazloom, el mulá Norullah Noori y Abdul Haq Wasiq, todos en sus cincuenta años, estaban entre los cinco prisioneros talibanes que el gobierno de Barack Obama envió a Catar en 2014 en un intercambio por la liberación del sargento del ejército Bowe Bergdahl.

Abdul Haq Wasiq, a la izquierda, el mulá Fazel Mazloom, en el centro, y el mulá Norullah Noori, que aparecen aquí en sus perfiles filtrados de Guantánamo en 2008, estaban entre los cinco prisioneros talibanes intercambiados por la liberación del sargento del ejército Bowe Bergdahl en 2014.Credit…Departamento de Defensa

Tras un primer periodo de confinamiento, ahora viven con sus familias en viviendas que les han dado los cataríes.

Pueden moverse libremente por la cosmopolita capital de Catar —las mujeres compran en los mercados locales, los niños estudian en una escuela gestionada por Pakistán—, pero necesitan la bendición de su país de acogida, así como de Estados Unidos y de la nación de destino, para viajar al extranjero.

Sus traslados responden a una estrategia adoptada por el gobierno de Obama de enviar a ciertos detenidos a otros países porque el gobierno considera demasiado arriesgado devolverlos a sus hogares.

Entre 2009 y 2017, los diplomáticos estadounidenses negociaron acuerdos de reubicación con países amigos que ofrecían rehabilitación, alojamiento e, idealmente, puestos de trabajo a los detenidos que habían conseguido autorización.

El gobierno de Trump transfirió solo a un detenido, un terrorista confeso de al-Qaeda que fue enviado a su natal Arabia Saudí para completar una sentencia de prisión de una comisión militar por un acuerdo de admisión de culpabilidad negociado en el gobierno de Obama,

Entre los 30 prisioneros yemeníes acogidos por el estado petrolero de Omán estaba Samir Naji al Hasan Moqbel, uno de los primeros 20.

Ahora, con 43 años, ha encontrado trabajo en una fábrica, se casó y es padre de dos hijos, según otro ex preso de Guantánamo, Mansour Adayfi, quien ha hecho una crónica de cómo es la vida después de la detención para algunos presos liberados.

Otros dos de los primeros 20 detenidos, Ali Ahmad al Rahizi, de 41 años, y Mahmoud al Mujaihd, de 40, ambos de Yemen, no tuvieron tanta suerte. Formaban parte de las casi dos decenas de presos enviados a los Emiratos Árabes Unidos en los dos últimos años del gobierno de Obama.

Siguen encarcelados allí en condiciones que el proyecto Life After Guantánamo, con sede en Londres, describe como sombrías y amenazantes, en parte porque Emiratos ha considerado repatriarlos involuntariamente a Yemen, un país asediado por la guerra y la crisis humanitaria. Yemen es un destino peligroso para los detenidos, porque alberga una poderosa filial de Al Qaeda.

Abd al Malik, yemení de 41 años, fue enviado a establecerse a una nación pacífica, Montenegro. Recibió un estipendio del gobierno durante un tiempo tras su liberación en 2016, que se agotó. Intentó recaudar fondos con la venta de las obras de arte que produjo en Guantánamo, pero su última venta fue el año pasado.

La ambición de trabajar como conductor y guía en Montenegro nunca se materializó, ya que la economía dependiente del turismo se hundió.

Y ahora él, su mujer y su hija de 20 años están aislados y casi siempre en casa a causa de la pandemia.

“No sé qué puedo hacer, especialmente ahora con el coronavirus”, dijo hace poco.

“No hay trabajo.

Nada”.

Cuatro de esos primeros 20 hombres, todos liberados por el gobierno de Bush, no han podido ser ubicados.

Gholam Ruhani, de 46 años y cuñado de uno de los negociadores de los talibanes, fue devuelto a Afganistán en 2007, y eso fue lo último que su abogado supo de él.

Feroz Abassi fue enviado a casa a Gran Bretaña en 2005, Omar Rajab Amin a Kuwait en 2006 y David Hicks a Australia en 2007.

Todos han buscado un perfil bajo.

Hicks, de 45 años, vagabundo australiano y converso al islam, fue capturado en Afganistán en 2001.

Es el único, además de Bahlul, del grupo original de 20 detenidos que enfrentó cargos.

Volvió a casa tras declararse culpable de proporcionar apoyo material al terrorismo por servir como soldado raso talibán, condena que ha sido anulada.

Ben Saul, un profesor de derecho de Sídney que en 2016 ayudó a Hicks en un caso de derechos humanos, dijo que lo último que había sabido era que Hicks estaba “trabajando en jardinería de paisajismo y tenía problemas físicos y de salud mental como resultado del tratamiento que recibió de Estados Unidos en Gitmo y antes”.

La última aparición en público de la que se tiene conocimiento fue en 2017 al ingresar a un juzgado en Adelaida, acusado de violencia doméstica, un cargo que luego fue retirado.

David Hicks volvió a Australia luego de declararse culpable de proveer apoyo material al terrorismo y servir como soldado raso para los talibanes.

Credit…Saeed Khan/Agence France-Presse — Getty Images

Abassi, de 41 años, le contó a un reportero en 2011 que se había cambiado el nombre poco después de volver a casa.

Si bien solía ser expresivo, rehusó a través de intermediarios los intentos de conversar con él para conocer su estado actual.

Amin, de 53 años, graduado de la Universidad de Nebraska una década antes de ser capturado por tropas pakistaníes en la frontera afgana en 2001, también rechazó los intentos hechos a través de intermediarios para verificar su bienestar.

Quienes lo conocen dicen que lleva una existencia tranquila con su familia en su natal Kuwait.

Arabia Saudí es hogar de cuatro hombres que llegaron a Guantánamo el día de su inauguración: tres ciudadanos saudíes y un hombre yemení cuya hermana cuenta con ciudadanía de ese país.

Todos se casaron y la mayoría tiene hijos, según el funcionario saudí que proporcionó la información a condición de permanecer anónimo debido a la delicadeza del tema en el reino.

El más conocido de ellos fue el huelguista de hambre más decidido en Guantánamo, Abdul Rahman Shalabi, de 45 años, quien fue encarcelado en Arabia Saudí a su regreso en septiembre de 2015.

Fue transferido a un programa de rehabilitación más de un año después y consiguió ser liberado por “buen comportamiento” antes de completar su sentencia en 2018.

Después se casó y se convirtió en padre, cumpliendo así un deseo expresado por su abogado ante la junta de libertad condicional de Guantánamo en 2015 de “sentar cabeza, casarse y formar su propia familia y dejar atrás el pasado”.

Los otros tres prisioneros originales enviados a Arabia Saudí — Mohammed al Zayly, de 43 años, Fahad Nasser Mohammed, de 39, y Mohammed Abu Ghanem de 46— cumplieron con el programa de rehabilitación.

Ninguno ha estado “involucrado en ningún delito” desde su liberación, dijo el funcionario saudí.

Tampoco Ibrahim Idris, un hombre sudanés que en Guantánamo fue diagnosticado con esquizofrenia, obesidad, diabetes e hipertensión y fue repatriado por orden de la corte en 2013.

Jamás consiguió un trabajo, nunca se casó y vivió básicamente como un ermitaño en la casa de su madre en Puerto Sudán antes de fallecer el 10 de febrero a causa de enfermedades relacionadas con su estancia en Guantánamo.

Tenía 60 años.

Tomado de:  https://werkenrojo.cl/

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Violencia, clases y personas en el capitalismo crepuscular

 









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Violencia, clases y personas en el capitalismo crepuscular

El concepto de persona es la clave ideológica, institucional y jurídica del mundo burgués.

Roberto Fineschi

Transcribimos aquí la intervención del filósofo Roberto Fineschi en la emisión en directo efectuada el domingo 3 de mayo de 2020 y organizada por la Rete dei Comunisti. Fineschi, ganador del premio Rjazanov, ha publicado una nueva versión del libro primero de El Capital en italiano a partir de la MEGA2, la nueva edición histórico-critica de las obras de Marx y Engels.

Espero conseguir explicarme, cosa que, generalmente, a los filósofos no se les da bien.

 Mi discurso es un poco más teórico [que el emitido antes por otro interviniente, N. d T.], en el sentido de que mi esfuerzo se centra en pensar las dinámicas generales de clase y en cómo se configuran los sujetos que actúan histórica, políticamente, en esta fase que llamo “capitalismo crepuscular” y cómo el nodo de la violencia nace intrínsecamente en el seno de esas dinámicas.

Es decir, cómo la violencia y su exacerbación son una consecuencia necesaria del desarrollo de una estructuración social compleja.

Digamos, para explicar sintéticamente la idea, que uno de los puntos centrales es la “crisis” del concepto de persona.

El concepto de persona es la clave ideológica, institucional y jurídica del mundo burgués.

Y durante mucho tiempo su reivindicación ha sido una lucha progresista.

Si pensamos en el período de revoluciones y conflictos de la clase burguesa contra las fuerzas del Antiguo Régimen, es precisamente la afirmación de la universalidad de la persona, del hombre como principio, lo que en esa fase histórica tiene un carácter absolutamente positivo.

En este sentido surge ya un punto clave: la historicidad de estas categorías.

Esta historicidad implica que una categoría como la de persona tiene una función históricamente progresista en un determinado momento del desarrollo de las relaciones de fuerza y puede tener una función negativa o diferente en otras fases.

Porque en la teoría de Marx, que sirve de horizonte de referencia en estas consideraciones a amplios frentes de fuerzas progresistas, un concepto clave es el de la de la historicidad de los sujetos y de los modos de producción.

Equivale a decir que, según Marx, el “hombre” en general no existe, la “persona” en abstracto no existe como un hecho natural, sino que ella misma es resultado de procesos históricos, cambios del modo de producción, lo que implica precisamente que este concepto de “hombre” en general se produce históricamente.

Y este es un punto realmente clave porque toda la ideología burguesa se basa en el naturalismo de la persona.

Es decir, en la creencia de que hombre y persona son la misma cosa.

Esta es la gran función histórica de la filosofía de Locke, por ejemplo, que teoriza como derechos naturales la igualdad, la libertad y, por supuesto, la propiedad.

Porque todo va en el mismo paquete.

Si pensamos en términos de persona al hombre como tal y, por tanto, reducimos nuestras reivindicaciones políticas a las de la “condición de persona”, esto nos vincula a un contexto de sentido burgués que no somos capaces de romper porque (y aquí el discurso se complica otra vez) porque en las condiciones actuales, por ejemplo, la reivindicación de los derechos de las personas se ha convertido de nuevo en un elemento progresista porque a muchos seres humanos les es negada la condición de persona y, por tanto, reivindicar para ellos el derecho a ser persona es claramente positivo.

Pero el problema no es tanto negar la reivindicación de la condición de persona como creer que esto es suficiente.

Es decir, que restablecer los derechos de la persona como tal a nivel universal nos libera del modo de producción capitalista.

Al contrario, es precisamente el modo de producción capitalista el que impone la persona como estructura universal de sentido.

Y, de nuevo, Marx nos enseña, en los primeros capítulos de El Capital, pero ya antes en los Grundrisse, que la persona es la forma de subjetividad que nos viene impuesta por la circulación de las mercancías: libertad e igualdad son las precondiciones del mercado.

 Solo en la medida en la que se es libre, igual y titular de propiedad, se puede intercambiar.

Y es el modo de producción capitalista el que universaliza este concepto a toda la especie humana.

Esto tiene una dimensión progresista, pero si nos reducimos a reivindicar la libertad y la igualdad a nivel personal volvemos a caer en Prudhomme, somos utópicos, es decir, quisiéramos los aspectos positivos del modo de producción capitalista, pero sin entender que estos conceptos son fruto del propio modo de producción capitalista.

Muchos movimientos libertarios, reivindicando la libertad individual, son progresistas en determinadas fases, pero, si luego se radicaliza esta posición, se recae en una ideología individualista que es realmente el fundamento conceptual del capitalismo, del modo de producción capitalista y de la propia burguesía.

El concepto de persona tiene dos caras: tiene su dimensión progresista, y en ciertas fases históricas es una reivindicación legítima. Pero no puede ser el horizonte de sentido de una conflictividad social que pretende un cambio de estructuras.

Y, en este sentido, Marx insiste en mostrar que libertad, igualdad y propiedad son una apariencia fenoménica.

Es decir, son la manera en que los sujetos del proceso se relacionan en la superficie de la sociedad.

Libertad e igualdad son las precondiciones del mercado.

Pero no ofrecen un análisis estructural de la dinámica histórica de transformación.

Según Marx, los sujetos estructurales de esta dinámica histórica son las clases.

Esta es la crítica fundamental al mundo político, económico, ideológico burgués: los sujetos históricos no son individuos, son clases.

Y también aquí hay que prestar mucha atención porque es muy sencillo proponer una interpretación reduccionista de la clase que se basa sustancialmente en parámetros sociológicos: individuos en la fábrica, individuos que tienen un determinado nivel de vida, un determinado nivel de ingresos…

No se trata de clases, sino de agrupaciones de determinados individuos realizadas en base a criterios sociológicos.

Lo que Marx propone, en cambio, es una definición funcional de la clase.

Es decir, que las clases como sujetos, como encarnación de las fuerzas de producción, se manifiestan en las relaciones de producción.

El nexo conceptual fundamental es la relación entre capital y trabajo asalariado.

Es éste el dualismo básico que Marx propone.

Es una perspectiva mucho más amplia que la figura, aunque compleja e importante, del trabajador de la fábrica.

En este sentido, la funcionalidad del trabajo asalariado en la perspectiva de la valorización con todas las modificaciones que el modo de producción capitalista impone a la dinámica del trabajo son categorías que siguen funcionando.

He tratado esto en otros contextos proponiendo una distinción entre formas y figuras en la que no puedo entrar ahora porque nos llevaría demasiado lejos; el punto clave, sin embargo, es entender los cambios de forma que experimenta el proceso de trabajo una vez que deviene capitalista: son, sustancialmente, el carácter cooperativo, parcial del trabajo… Y todo ello subordinado a la valorización del capital.

En estos términos, estas categorías que funcionan realmente en un amplio espectro, identifican como potenciales sujetos políticos antagonistas del capital a toda una serie de sujetos que antes se excluían porque no eran el obrero de fábrica o no eran traducibles a esta figura.

Y en este sentido, esta distinción es muy importante porque abre muchísimo el espectro de aplicación de la teoría marxiana de las clases.

Digo esto como premisa al discurso propiamente dicho, que abordo ahora: el capitalismo crepuscular.

Según la teoría de Marx, el modo de producción capitalista tiene mecanismos de funcionamiento que implican una dinámica, es decir, que no repite mecánicamente el mismo proceso idéntico a sí mismo, sino que le da a este proceso una dirección.

Dinámicas de fondo que, al progresar, modifican la propia estructura dinámica del proceso.

El proceso no se repite nunca igual a sí mismo, sino que en su desarrollo cambia de funcionamiento, tiene ajustes estructurales a medida que avanza.

¿Cuál es la dinámica de fondo del proceso?

El modo de producción capitalista funciona en la medida en que es un proceso de valorización del capital; esto, esquemáticamente, es la clave esencial del capitalismo: la inversión de dinero debe producir más dinero del que se invirtió originalmente.

¿De dónde procede este excedente del que el capital se apropia?

Proviene del plus-trabajo, de la explotación de los trabajadores, etc.

Es precisamente para aumentar esta explotación, para aumentar la producción de plusvalía, que el modo de producción capitalista modifica sustancialmente la forma del trabajo y modifica también su propia estructura.

En la práctica, lo que hace para aumentar la productividad es aumentar la parte que se invierte en maquinaria, “capital constante” lo llama Marx, lo que no es “capital variable”, es decir, fuerza de trabajo.























desempleo

Este mecanismo de aumento del capital constante y, por tanto, de aumento de la productividad del trabajo, permite, por varias razones que no se pueden resumir aquí, el aumento de la explotación y, por tanto, de la plusvalía.

Se trata de una dinámica autocontradictoria porque para aumentar la plusvalía el modo de producción capitalista tiende a excluir al “trabajo vivo” del proceso de trabajo (a través de la automatización, o del incremento de la productividad del trabajo…).

Esta dinámica es básicamente constante, pero va por ciclos.

Hay ciclos en los que es más fuerte y ciclos en los que se reduce.

Pero, básicamente, tiende a aumentar lo que se llama composición técnica y orgánica del capital.

Esto determina las transformaciones de fondo por las que, en procesos particularmente avanzados, la necesidad del “trabajo vivo” se reduce cada vez más, porque las máquinas son capaces de realizar antes y mejor y en mayor cantidad toda una serie de producciones que antes requerían un gran empleo de trabajadores.

Todo el mundo tiene claro que gracias a la informatización, a la inteligencia artificial, este nivel de sustitución del trabajo vivo por las máquinas está alcanzando niveles impensables, llegando incluso a sustituir el trabajo intelectual: leía hace un tiempo sobre despachos de abogados que, para hacer el trabajo de síntesis y recogida de leyes sobre un determinado caso, ahora usan un software que lo hace más rápidamente que un equipo de personas que antes tenían para hacerlo.

Incluso a nivel periodístico, la recopilación de artículos sobre un tema determinado, una especie de resumen del contenido, se realiza ahora mediante software.

El proceso de sustitución ya no afecta solo al trabajo “material”, sino que está afectando ya al trabajo más sofisticado desde el punto de vista intelectual.

Como consecuencia de este proceso se produce un cambio estructural en el modo de producción capitalista que afecta al ejército industrial de reserva.

En la teoría del capital de Marx se teoriza el desempleo; el ejército industrial de reserva forma parte de teoría del desempleo.

Marx explica cómo una gran masa de trabajadores no encontrará trabajo.

Esta tendencia se llama elástica, es decir, va y viene, tiene dinámicas de expulsión y reabsorción.

En el capitalismo crepuscular, precisamente a causa de este terrible aumento de la composición técnica y de la automatización, esta dinámica del ejército industrial de reserva tiende a hacerse rígida, a dejar de ser elástica; en consecuencia, el proceso de reabsorción es muy lento o incluso inexistente.

Esto implica unas tasas de desempleo espantosas; la flexibilidad corresponde a esta necesidad, también los mini Jobs alemanes: hacemos que tres personas hagan el mismo trabajo dividiendo un salario por tres, de modo que tenemos tres ocupados en lugar de uno, pero el salario en conjunto sigue siendo el mismo.

¿Por qué? Porque, de hecho, hay una increíble sobreabundancia de fuerza de trabajo.

Esta sobreabundancia es la condición previa para toda una serie de dinámicas que conducen a la violencia como último factor.

En términos generales, el modo de producción capitalista es un modo de producción basado en la violencia porque su base, el plustrabajo, es una expropiación del trabajo de los trabajadores; por tanto, está en el ADN del modo de producción capitalista.

Ahora se trata de entender cómo esta dimensión de la violencia se extiende más allá de estas dinámicas de fondo hasta el punto de afectar a las mismas ideas burguesas fundamentales, al propio concepto de persona.

¿Qué quiero decir? Si la elasticidad del ejército industrial de reserva se hace rígida, si la oferta de trabajo supera con mucho a la demanda, esto significa que el trabajo cualificado también, que la potencial capacidad contractual del trabajo más sofisticado disminuye mucho.

¿Por qué? Porque hay demasiados. Hay demasiados buenos.

No solo hay demasiados normales o demasiados regulares, sino que hay demasiados buenos.

Quiere decir que ya no existe una conflictividad basada en “dado que esta cualidad solo la tengo yo, tienes que acercarte a lo que pido”.

También esto tiende a desaparecer porque hasta el trabajo de ingeniero está infrapagado.

 ¿Por qué? Precisamente por ese exceso de oferta.

Y, por tanto, ¿qué pasa? Más allá de las capacidades contractuales, lo que desaparece es un concepto fundamental de la ideología burguesa, a saber, la relación entre mérito y ganancia.

En la ideología burguesa se dice: “si estudias, te esfuerzas, pones de tu parte…, tendrás éxito”.

No es así.

Porque, teniendo esto en cuenta, en el capitalismo crepuscular incluso un trabajo altamente cualificado, una fuerte inversión en «capital humano», como les gusta decir a los ideólogos contemporáneos, no es necesariamente rentable.

La relación mérito/trabajo/ganancia, uno de los conceptos fundamentales de la ideología burguesa a partir del protestantismo, es una piedra angular de este mundo ideal. Y esto se desmorona.

El ejército industrial de reserva forma parte de teoría del desempleo.

Volvamos a nuestras queridas personas de las que hablábamos antes.

¿Qué significa ser “persona”?

 Ser libres, iguales, tener propiedades, tener la capacidad de decidir qué hacer.

Pero, ¿cuál es la condición estructural para que estos individuos/personas puedan hacer estas cosas? En el mundo de la producción y la circulación de mercancías la condición estructural es que tengan dinero; tener ingresos es la condición material de la práctica de la persona.

Ser libre en el mercado capitalista significa poder comprar lo que quieras; pero si no tienes dinero no puedes comprar nada.

Ser igual significa poder hacer lo que hace todo el mundo, pero si no tienes dinero no puedes poner en práctica esta igualdad, porque no existen las condiciones materiales.

La carencia de trabajo y de ingresos pone en crisis materialmente el concepto de persona, porque si la práctica de la condición de persona pasa por disponer de ingresos, no tenerlos crea las condiciones materiales para que no se pueda ser persona.

Entonces, desde la perspectiva del individuo singular, ¿qué puedo hacer para ser persona? Tener ingresos.

¿Cómo puedo tener ingresos si no existen las condiciones para tener empleo?

Aquí comienza una dinámica por la cual muchos individuos están dispuestos a tener ingresos de forma ilegal.

Ilegal no quiere decir simplemente trabajar en negro, sino también buscar recomendaciones, conseguir una pensión gracias al primo del ministro… Es decir, dinámicas que me permiten ser persona por tener ingresos.  

Una renta.

Pero –y este es el punto decisivo– para tener esos ingresos y ser persona se viola el propio concepto de persona, porque no se respeta, ni siquiera a nivel formal, la libertad y la igualdad de las demás personas.

Yo, para tener una renta y ejercer mi libertad e igualdad, llevo a término prácticas que violan la libertad y la igualdad.

Y así, se convierte en una práctica masiva la violación de la condición de persona para ser persona.

Es una dinámica contradictoria que culmina en la destrucción ideológica del concepto de persona o, al menos, de su universalidad. Muchos individuos, en su práctica, violan sistemáticamente el concepto de persona para ser persona.

Las consecuencias de esta práctica social son fundamentales porque ideológicamente se convierten en el trasfondo del fascismo o de cualquier ideología racista: si no es posible que el concepto de persona se haga universal porque no existen las condiciones estructurales, no por capricho mío ni de ningún otro, no existen las condiciones estructurales para universalizar el concepto de persona.

Si para ser persona he de violar este concepto, entonces ¿por qué –piensa el individuo atomizado– no organizar un sistema por el que el concepto de persona no sea universal, sino sub-universal?

¿Por qué no restringir el concepto de persona en base a determinadas características? Por ejemplo, por citar algún hecho histórico, los arios; ¿por qué no consideramos persona sólo a los arios?

Así, como ario, mi capacidad de acceder a la condición de persona está mejor garantizada.

¿Por qué no limitamos el concepto de persona solo a los italianos?

¿Por qué no limitamos el concepto de persona sólo a los cristianos?

¿O por qué no juntamos dos o tres principios y construimos una bonita ideología?

Aquí está la respuesta a por qué el racismo, el fascismo y la discriminación se vuelven atractivos: porque la negación de la universalidad de la condición de persona universal ya existe en la práctica.

Porque ya lo hacen.

Ya se viola.

Y, entonces, ¿por qué no organizar esta violación como un sistema ideológico que garantice la condición de persona sólo a algunos?

Así que, los italianos primero, los del norte primero, cualquiera primero; los mejores serán más rápidos en estructurar este aparato ideológico de manera que sea omnipresente y hegemónico en clave retrógrada y conservadora.

Los sujetos históricos no son individuos, son clases.

Pero no sólo ideológicamente.

Está también el aspecto práctico porque, si el concepto de persona no es universal, a las no personas yo no tengo que garantizarles una pensión, no tengo que garantizarles el paro, no tengo que garantizarles la sanidad.

Esto no es mera “ideología” vaga, la implicación práctica es obvia: si el concepto de persona no es universal, los no-personas no deberían tener garantizada la pensión, el seguro de desempleo, la asistencia sanitaria.

Esto suena bien para la gente, porque hay más dinero para ellos.

Si yo soy italiano y el inmigrante no, yo tengo derecho a esto y aquello y el inmigrante no.

Si él también tuviera derecho, entonces yo perdería algo porque lo que se gasta en él no se gasta en mí.

En resumen, esta es la base para una guerra entre los pobres.

Se trata de discursos ideológicos que escuchamos todos los días en boca de políticos conocidos.

El mecanismo subyacente es este y se convierte en hegemónico y de masas porque crea estructuras corporativas, crea un consenso corporativo en el confrontamiento del Estado nacional que lleva del » Socialismo nacional» al Nacional Socialismo.

El alcance ideológico es realmente gigantesco.

Si nos quedamos en el contexto personal, lo que se configura son sustancialmente tres grupos: el primero está constituido por aquellos que tienen la suerte de ser personas y que, por tanto, tienen derechos; luego están los desdichados que en Occidente son iguales a los demás, pero no son personas porque están excluídos; y hay un tercer grupo enorme, el “tercer mundo”, todas aquellas naciones y poblaciones que no han tenido tiempo de entrar en la fase progresiva del modo de producción capitalista; para ellos el sueño de la persona no es ni siquiera un concepto, ni siquiera se les pasa por la cabeza.

El pasó a través de la condición de persona para superarla y adquirir una figura superior ni siquiera existe.

Para ellos la condición de persona significa solo explotación occidental, explotación sin límite de recursos y de personas, esclavitud, etc.

De esta forma, el concepto de persona, que está yendo a menos en el propio occidente por los motivos expuestos, ¿qué implica? Implica que la no-persona no es titular de derechos: si mato a una no-persona, no he matado a un hombre.

Este paso ideológico hace que, también a nivel de percepción, el umbral de tutela de otro ser humano desaparezca.

Porque si el otro no es una persona, mi deber de respetar su integridad se pierde: puedo descuartizarlo, extirparle los órganos, esclavizarlo, hacerlo trabajar hasta la muerte… Violencia extrema.

No es una persona.



























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Y por tanto, desde esta perspectiva un poco catastrofista, las actitudes posibles hacia una pléyade de individuos que en principio no pueden acceder al mundo dorado de las personas son dos: la primera opción es intentar humanitariamente que “sobrevivan” creando cualquier tipo de renta básica de supervivencia.

La segunda opción es que los maten. Ambas son prácticas que hemos visto en la historia reciente.

¿Por qué, dadas las circunstancias, la reivindicación de la persona es progresista? Porque la propia ideología dominante la ha abandonado.

La ideología burguesa ha optado por la neoesclavitud, directa o indirecta, abierta o encubierta, y por eso reivindicar la persona parece ahora un proyecto progresista, y de hecho lo es.

Pero, de nuevo, si nos quedamos encadenados en la dimensión de la persona como sujeto, no rompemos el círculo.

Para salir es necesario comprender la dimensión de clase del conflicto, y esto debe enmarcarse en términos funcionales: el centro del trabajo es trabajo asalariado, y trabajo asalariado quiere decir muchas cosas: los autónomos, los trabajos a destajo, los becarios son trabajadores sin salario.

No debemos dejarnos engañar por el enmascaramiento legal.

Sin embargo, dado que los que realmente tienen un trabajo son solo una parte de los que potencialmente podrían trabajar, debemos entender que los que están desempleados o los que trabajan en formas precapitalistas están en el mismo lado que los que trabajan: todos están funcionalmente subordinados a la extracción de plusvalía y al trabajo/no-trabajo en formas dictadas, gestionadas y orientadas por el capital.

Así que este es el nodo desde el que pensar la reconfiguración de la clase: solo atando los nudos funcionales de todos estos sujetos heterogéneos podremos superar la explotación capitalista con todos sus efectos perversos.


Tomado de:  https://www.elviejotopo.com/

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