miércoles, 31 de marzo de 2021

¿Qué pasó con los primeros detenidos de Guantánamo?

 

























¿Qué pasó con los primeros detenidos de Guantánamo?

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 werken rojo

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 30 marzo, 2021 

El Pentágono dijo que eran “lo peor de lo peor”. Solo dos de los 20 primeros prisioneros enviados a la Bahía de Guantánamo en 2002 siguen ahí.

Otros están repartidos por el mundo, entre ellos cuatro dirigentes talibanes.

Carol Rosenberg, en Washington

The New York Times, 27-3-2021

https://www.nytimes.com/es/

El 11 de enero de 2002, en la pista desierta de aterrizaje de la Bahía de Guantánamo, marinos de Estados Unidos escoltaron a 20 prisioneros ataviados con uniformes anaranjados — “lo peor de lo peor” según el Pentágono— que bajaron de un avión de carga de la Fuerza Aérea para convertirse en los primeros residentes del centro de detención de tiempos de guerra que sigue abierto al día de hoy.

En los años posteriores, otros 760 llegarían al lugar y todos excepto los 40 detenidos que siguen ahí, se marcharían.

Pero los destinos y desgracias de esos 20 primeros —que fueron presentados ante el mundo en una fotografía de la Marina, enjaulados y arrodillados— ilustra al mismo tiempo la historia compleja de Guantánamo como repositorio de quienes fueron considerados una amenaza en el angustiante periodo tras los ataques del 11 de septiembre y el desafío del gobierno de Biden al desarrollar un plan para intentar cerrar el centro de detención.

Solo dos de esos primeros 20 hombres siguen en Guantánamo. Uno es Ali Hamza al Bahlul, que está en sus cincuentas, el único prisionero allí condenado por un crimen de guerra, quien cumple una pena de cadena perpetua. El otro es un hombre tunesino, que , de 56 años, quien desde hace años tiene permiso para marcharse, pero se ha rehusado a cooperar con los esfuerzos para repatriarlo o reubicarlo.

El resto —una mezcla de aguerridos luchadores, combatientes de bajo nivel y hombres que estuvieron en el lugar equivocado en el momento equivocado— se fueron hace mucho, ya sea porque fueron repatriados o dispersados por todo el mundo a 11 países, de Australia al Golfo Pérsico.

Además de Bahlul, que ya rebasa los cincuenta años, solo otro de los 20 prisioneros originales enfrentó cargos.

Algunos de esos 20 primeros hombres han logrado concretar el sueño de casarse y tener hijos. Unos han perseguido el anonimato.

Muchos no han logrado dejar el pasado atrás.

Entre ellos hay cuatro hombres que han surgido como líderes políticos y militares talibanes. Otros dos aguardan en una prisión en los Emiratos Árabes Unidos como resultado de un arreglo diplomático de transferencia estadounidense que se malogró.

Un hombre yemení que se reunió con su familia en el improbable país anfitrión de Montenegro, ahora intenta ganarse la vida vendiendo las obras de arte que produjo como prisionero. Otro de los prisioneros originales murió en su Sudán natal a causa de la enfermedad física y mental que sufrió a lo largo de una década en la Bahía de Guantánamo.

La gestión de George W. Bush presentó el transporte aéreo de los prisioneros en avión militar de 12.800 kilómetros de Afganistán a la base naval en Guantánamo para ser interrogados y encarcelados tras los ataques del 11 de septiembre de 2001 como una respuesta severa pero necesaria ante los temores de que hubiera más ataques terroristas.

Pero la tortura de algunos detenidos, la decisión de mantenerlos al margen del sistema civil de justicia y la elección de custodiarlos en condiciones rudimentarias de ultramar al final convirtió ante los ojos de los críticos a las instalaciones en un símbolo de todo lo que había fallado en la respuesta del gobierno de Bush.

Ahora, a dos décadas de aquel momento, la operación de detención en Guantánamo sigue siendo un capítulo de la seguridad nacional estadounidense al que los gobiernos posteriores no han logrado poner fin.

El vigésimo aniversario de los ataques del 11 de septiembre este año pasará sin que haya comenzado el juicio de los prisioneros más infames de Guantánamo: los cinco hombres acusados de ayudar a planear los ataque.

Mantener en operación la descuidada prisión y el rudimentario complejo de la corte le cuesta a los contribuyentes alrededor de 13 millones de dólares por prisionero al año.

La iniciativa extraterritorial comenzó una tarde de viernes cuando un avión de carga C-141 Starlifter que transportaba a los prisioneros procedentes de Afganistán aterrizó en aquel sitio remoto.

Un pequeño grupo de reporteros observó a los militares escoltar a cada uno de los 20 hombres por la rampa del avión, enmascarados, los ojos tapados con anteojos oscurecidos y esposados de las muñecas y algunos de los tobillos.

Más al norte, a dos mil kilómetros de ahí, el general Richard B. Myers, entonces presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor, le decía a los reporteros en el Pentágono que el primer vuelo transportaba “gente muy muy peligrosa”, hombres que “morderían las líneas hidráulicas” de un avión de carga “para derribarlo”.

Habían pasado cuatro meses de los ataques del 11 de septiembre.

El general brigadier que dispuso la prisión, Michael R. Lenhert de la Marina, los describió así: “estos representan a los peores integrantes de Al Qaeda y los talibanes.

Pedimos primero a los malos”.

Pero ninguno de esos primeros hombres fueron acusados de los ataques del 11 de septiembre y a ninguno se le culpó de haber tenido conocimiento previo del plan de Al Qaeda.

Khalid Shaikh Mohammed y los otros cuatro hombres a quien ahora Estados Unidos culpa de orquestar dichos ataques seguían prófugos en ese entonces y no llegarían a Guantánamo hasta casi cuatro años más tarde.

Los detenidos considerados por la gestión de Bush como los verdaderos “peor de lo peor”, fueron enviados a una red secreta de prisiones en el extranjero en donde la CIA interrogaba y torturaba a los prisioneros, una decisión que incluso ahora pone en entredicho el atribulado sistema de comisiones militares.

El proceso de determinar cuáles prisioneros eran verdaderas amenazas o podían ofrecer “inteligencia procesable” empezó poco después de abierta la prisión. Ocho de los 20 fueron liberados durante la gestión de Bush tras recortes al personal y maniobras diplomáticas.

El primero en marcharse fue un hombre paquistaní, Shabidzada Usman Ali, quien fue enviado a casa en mayo de 2003, cuando tenía 21 años.

Su regreso fue tan prematuro que es posible que hubiera sido incluido en aquel primer grupo de prisioneros por error.

Le dijo poco después a un periodista que era inocente y que lo habían capturado para cobrar la recompensa.

En Guantánamo, la inteligencia militar también cometió otros errores, especialmente la liberación en 2007 del mulá Abdul Qayyum Zakir, quien llegó aquel primer día y fue retenido bajo un alias, Abdullah Gulam Rasoul, según los documentos de la prisión.

Poco después de su regreso, se convirtió en comandante de las fuerzas talibanes en el sur de Afganistán.

Ahora tiene 48 años y es un alto dirigente militar talibán, y se le considera un líder de línea dura que en ocasiones se ha opuesto a las negociaciones de paz del año pasado entre diplomáticos estadounidenses y representantes talibanes.

Otros tres hombres que también fueron llevados a Guantánamo el día en que se abrió la prisión participaron en el equipo de negociación basado en Catar y cuyo acuerdo está siendo revisado por el gobierno de Biden.

Los tres hombres, el mulá Fazel Mazloom, el mulá Norullah Noori y Abdul Haq Wasiq, todos en sus cincuenta años, estaban entre los cinco prisioneros talibanes que el gobierno de Barack Obama envió a Catar en 2014 en un intercambio por la liberación del sargento del ejército Bowe Bergdahl.

Abdul Haq Wasiq, a la izquierda, el mulá Fazel Mazloom, en el centro, y el mulá Norullah Noori, que aparecen aquí en sus perfiles filtrados de Guantánamo en 2008, estaban entre los cinco prisioneros talibanes intercambiados por la liberación del sargento del ejército Bowe Bergdahl en 2014.Credit…Departamento de Defensa

Tras un primer periodo de confinamiento, ahora viven con sus familias en viviendas que les han dado los cataríes.

Pueden moverse libremente por la cosmopolita capital de Catar —las mujeres compran en los mercados locales, los niños estudian en una escuela gestionada por Pakistán—, pero necesitan la bendición de su país de acogida, así como de Estados Unidos y de la nación de destino, para viajar al extranjero.

Sus traslados responden a una estrategia adoptada por el gobierno de Obama de enviar a ciertos detenidos a otros países porque el gobierno considera demasiado arriesgado devolverlos a sus hogares.

Entre 2009 y 2017, los diplomáticos estadounidenses negociaron acuerdos de reubicación con países amigos que ofrecían rehabilitación, alojamiento e, idealmente, puestos de trabajo a los detenidos que habían conseguido autorización.

El gobierno de Trump transfirió solo a un detenido, un terrorista confeso de al-Qaeda que fue enviado a su natal Arabia Saudí para completar una sentencia de prisión de una comisión militar por un acuerdo de admisión de culpabilidad negociado en el gobierno de Obama,

Entre los 30 prisioneros yemeníes acogidos por el estado petrolero de Omán estaba Samir Naji al Hasan Moqbel, uno de los primeros 20.

Ahora, con 43 años, ha encontrado trabajo en una fábrica, se casó y es padre de dos hijos, según otro ex preso de Guantánamo, Mansour Adayfi, quien ha hecho una crónica de cómo es la vida después de la detención para algunos presos liberados.

Otros dos de los primeros 20 detenidos, Ali Ahmad al Rahizi, de 41 años, y Mahmoud al Mujaihd, de 40, ambos de Yemen, no tuvieron tanta suerte. Formaban parte de las casi dos decenas de presos enviados a los Emiratos Árabes Unidos en los dos últimos años del gobierno de Obama.

Siguen encarcelados allí en condiciones que el proyecto Life After Guantánamo, con sede en Londres, describe como sombrías y amenazantes, en parte porque Emiratos ha considerado repatriarlos involuntariamente a Yemen, un país asediado por la guerra y la crisis humanitaria. Yemen es un destino peligroso para los detenidos, porque alberga una poderosa filial de Al Qaeda.

Abd al Malik, yemení de 41 años, fue enviado a establecerse a una nación pacífica, Montenegro. Recibió un estipendio del gobierno durante un tiempo tras su liberación en 2016, que se agotó. Intentó recaudar fondos con la venta de las obras de arte que produjo en Guantánamo, pero su última venta fue el año pasado.

La ambición de trabajar como conductor y guía en Montenegro nunca se materializó, ya que la economía dependiente del turismo se hundió.

Y ahora él, su mujer y su hija de 20 años están aislados y casi siempre en casa a causa de la pandemia.

“No sé qué puedo hacer, especialmente ahora con el coronavirus”, dijo hace poco.

“No hay trabajo.

Nada”.

Cuatro de esos primeros 20 hombres, todos liberados por el gobierno de Bush, no han podido ser ubicados.

Gholam Ruhani, de 46 años y cuñado de uno de los negociadores de los talibanes, fue devuelto a Afganistán en 2007, y eso fue lo último que su abogado supo de él.

Feroz Abassi fue enviado a casa a Gran Bretaña en 2005, Omar Rajab Amin a Kuwait en 2006 y David Hicks a Australia en 2007.

Todos han buscado un perfil bajo.

Hicks, de 45 años, vagabundo australiano y converso al islam, fue capturado en Afganistán en 2001.

Es el único, además de Bahlul, del grupo original de 20 detenidos que enfrentó cargos.

Volvió a casa tras declararse culpable de proporcionar apoyo material al terrorismo por servir como soldado raso talibán, condena que ha sido anulada.

Ben Saul, un profesor de derecho de Sídney que en 2016 ayudó a Hicks en un caso de derechos humanos, dijo que lo último que había sabido era que Hicks estaba “trabajando en jardinería de paisajismo y tenía problemas físicos y de salud mental como resultado del tratamiento que recibió de Estados Unidos en Gitmo y antes”.

La última aparición en público de la que se tiene conocimiento fue en 2017 al ingresar a un juzgado en Adelaida, acusado de violencia doméstica, un cargo que luego fue retirado.

David Hicks volvió a Australia luego de declararse culpable de proveer apoyo material al terrorismo y servir como soldado raso para los talibanes.

Credit…Saeed Khan/Agence France-Presse — Getty Images

Abassi, de 41 años, le contó a un reportero en 2011 que se había cambiado el nombre poco después de volver a casa.

Si bien solía ser expresivo, rehusó a través de intermediarios los intentos de conversar con él para conocer su estado actual.

Amin, de 53 años, graduado de la Universidad de Nebraska una década antes de ser capturado por tropas pakistaníes en la frontera afgana en 2001, también rechazó los intentos hechos a través de intermediarios para verificar su bienestar.

Quienes lo conocen dicen que lleva una existencia tranquila con su familia en su natal Kuwait.

Arabia Saudí es hogar de cuatro hombres que llegaron a Guantánamo el día de su inauguración: tres ciudadanos saudíes y un hombre yemení cuya hermana cuenta con ciudadanía de ese país.

Todos se casaron y la mayoría tiene hijos, según el funcionario saudí que proporcionó la información a condición de permanecer anónimo debido a la delicadeza del tema en el reino.

El más conocido de ellos fue el huelguista de hambre más decidido en Guantánamo, Abdul Rahman Shalabi, de 45 años, quien fue encarcelado en Arabia Saudí a su regreso en septiembre de 2015.

Fue transferido a un programa de rehabilitación más de un año después y consiguió ser liberado por “buen comportamiento” antes de completar su sentencia en 2018.

Después se casó y se convirtió en padre, cumpliendo así un deseo expresado por su abogado ante la junta de libertad condicional de Guantánamo en 2015 de “sentar cabeza, casarse y formar su propia familia y dejar atrás el pasado”.

Los otros tres prisioneros originales enviados a Arabia Saudí — Mohammed al Zayly, de 43 años, Fahad Nasser Mohammed, de 39, y Mohammed Abu Ghanem de 46— cumplieron con el programa de rehabilitación.

Ninguno ha estado “involucrado en ningún delito” desde su liberación, dijo el funcionario saudí.

Tampoco Ibrahim Idris, un hombre sudanés que en Guantánamo fue diagnosticado con esquizofrenia, obesidad, diabetes e hipertensión y fue repatriado por orden de la corte en 2013.

Jamás consiguió un trabajo, nunca se casó y vivió básicamente como un ermitaño en la casa de su madre en Puerto Sudán antes de fallecer el 10 de febrero a causa de enfermedades relacionadas con su estancia en Guantánamo.

Tenía 60 años.

Tomado de:  https://werkenrojo.cl/

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En Fecebook: adolfo Leon libertad

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