viernes, 10 de junio de 2022

Viajes al más allá y teoría de la relatividad (III)

 




Viajes al más allá y teoría de la relatividad (III)

Lo primero que cabría señalar es que, pese a sus grandes logros políticos, sociales, tecnológicos y científicos, el siglo XIX europeo no está más lejos de mitos y fantasías que lo que lo estuviera la Europa anterior.

De entrada, es, aún más que los anteriores, un siglo conflictivo en el que sus grandes logros, explotadores, excluyentes y racistas, son enfrentados desde temprano y a todo lo largo del siglo: el capitalismo por el socialismo, el colonialismo por el anticolonialismo, y las guerras coloniales, criminales y racistas, por los pueblos explotados; y al final incluso por fuerzas progresistas o revolucionarias de la misma Europa.

Pero me interesa ahora lo que ocurre en el mundo científico, colmado de especulaciones y nuevos temas a menudo asociados a esos viejos mitos, fantasías y viajes al Más allá. 

Hay en esto 2 planos. 

Uno, el de las investigaciones y logros llevados a cabo desde mediados de siglo por científicos como Lorenz, Michelson y Maxwell. 

Se discute acerca de la clásica visión de Newton sobre el Universo, sobre la velocidad y carácter de la luz, sobre el éter, la dimensión del universo y si éste es abierto o cerrado, infinito o finito. 

Varias de esas discusiones rebasan el plano científico y se convierten en temas populares discutidos por mucha gente. 

El otro es el tema, cada vez más en primer plano, de la cuarta dimensión, y de otros también cercanos a ella, que ganan espacio en la discusión científica, como el espiritismo.

Se empieza a hablar de estados alterados de conciencia, de experiencias fuera del cuerpo y de experiencias personales de casi muerte. 

Los estados alterados de conciencia son propios sobre todo del chamanismo, asociados al chamán, que se sirve de ellos; los otros son componentes de viajes al Más allá, sea de la Iglesia, que ubica en esa suerte de cuarta dimensión su paraíso; sea sobre todo de los viajeros del pasado medieval que invitados por un hada iban al Más allá, en el que vivían la experiencia del doble transcurso del tiempo. 

O también del enfermo cristiano que, mientras se le daba ya por muerto, era llevado por un guía ultramundano a ese otro mundo, del que volvía luego para contar lo que había visto, y morir poco después. 

El tema científico de la cuarta dimensión, estudiado con seriedad por Hinton, termina asociado al espiritismo, que era tema de moda y objeto de experiencias masivas en esas últimas décadas del siglo XIX. 

Se descubrieron muchos fraudes, pero el espiritismo siguió atrayendo hasta a estudiosos que creían vivir con ello experiencias de cuarta dimensión. 

Y, aunque en un plano diferente, el enfrentamiento entre el papado y la francmasonería es otro tema importante que ocupa tiempo y espacio entonces; y al menos vale la pena recordar al respecto a ese genial estafador que se hacía llamar Leo Taxil.

La juventud de Einstein transcurre en ese mundo de ciencia viva en acción, de nuevos descubrimientos y experiencias como las citadas. 

Y no hay duda de que eso influye sobre él. 

En todo caso lo que aquí importa es mostrar cómo Einstein recoge todo el saber científico acumulado por las experiencias exitosas realizadas por la ciencia en esas décadas, lo sintetiza, lo reúne, lo critica y reorganiza junto con sus propias grandes ideas para construir su genial teoría de la relatividad, primero especial (1905) y luego general (1915), a la que debió hacerle importantes ajustes ulteriores.

De la teoría de la relatividad no diré más. 

No es mi tema ni estoy calificado para entrar en detalles al respecto. 

Lo único que quiero señalar son los fundamentos en que la apoya el propio Einstein, y en particular cómo hace de la cuarta dimensión, despojada de fantasías, y haciéndola dejar de ser espacio, una sólida base de la misma. 

Y por supuesto terminaré por fin examinando la relación de todo esto, en especial de los viajes teóricos y cuatridimensionales de la teoría de la relatividad con los viejos, fabulosos e intuitivos viajes al Más allá con los que comencé el primero de estos 3 artículos.

En el Universo de Einstein espacio y tiempo no son ya separables como en el de Newton.

Einstein debió elegir antes entre la concepción de la luz como electromagnetismo cuya velocidad inmodificable en el vacío es de 300.000 kilómetros por segundo, tal como había demostrado ya Maxwell y la teoría de Newton en la que ello no tenía cabida. 

Y en eso descartó la teoría de Newton. 

En la teoría de Einstein espacio y tiempo son inseparables y forman una unidad espacio-temporal a la que se llama espacio-tiempo y que reúne las 3 dimensiones propias de nuestro espacio tridimensional (largo, ancho y alto), con el tiempo, que viene ahora a ser la cuarta dimensión. 

Esta deja de ser espacio temporal y es convertida solo en tiempo, para abordar con nueva visión la lectura del universo. 

Ahora bien, la unidad de esas 3 dimensiones del espacio con la cuarta que es el tiempo está sujeta a la relatividad a la que se sujeta todo lo que forma ese universo en el que lo único absoluto, cuyo valor fijo e invariable es la velocidad de la luz, que se mueve a 300.000 kilómetros por segundo. 

De modo que 2 observadores que pretendan medir un momento de esa unidad espacio temporal de 4 dimensiones llegarán a resultados diferentes, los cuales dependen de su posición, que es relativa, y de la velocidad a que se muevan, que siempre tendrá como referencia en el universo la velocidad inalcanzable de la luz.

 Esto es lo que sirve de base al llamado tren de Einstein, que intenta probar eso.

 Supone 2 observadores, uno en el andén de una estación de trenes, el otro desplazándose en un tren corriente que cruza rápidamente la estación. 

La diferencia espacial y temporal es clara, pero el tiempo y la distancia escasos no permiten apreciar tal diferencia. 

La distancia es corta y la velocidad del tren muy poca. 

Se imagina entonces, de un lado al mismo observador que apenas se mueve en el andén y del otro al pasajero de un tren que cruza ante la estación a una velocidad cercana a la de la luz, a 240.000 kilómetros por segundo. 

Más que un tren es una nave espacial. 

Son 2 dimensiones distintas del tiempo. 

Aquí sí se aprecia la relatividad del espacio-tiempo. 

A esa velocidad el tren o nave espacial con su observador puede en unas horas recorrer galaxias y visitar planetas mientras el observador del andén apenas se mueve. 

Y es claro que el viajero de la nave no envejece mientras el del andén muere de viejo porque una hora de viaje espacial equivale en la tierra a varios siglos. 

El impactante ejemplo es lógicamente válido, mas no pasa de ser teórico. 

Y en lo inmediato es impensable pues no tenemos hasta ahora ninguna manera de probarlo. 

La primera pregunta que surge es si esta humanidad puede construir esa nave y si el pasajero soportaría ese viaje y a esa velocidad.  

Pero los peores problemas surgen apenas se piensa en el regreso de la nave a la tierra. 

¿Qué pasa al aterrizar? 

¿le caen al pasajero de la nave y a sus acompañantes los años que deben aquí en la tierra y se vuelven todos polvo?

¿y es que la tierra que hallan a su regreso es la misma, o es una muy diferente porque han pasado varios siglos?

Por fuerza esto nos hace recordar lo que ya vimos. 

Lo que de modo intuitivo descubrieron de algún modo diversos pueblos antiguos hace ya muchos siglos: un otro mundo o Más allá que sería para ellos la cuarta dimensión, espacial y aún sin nombre, y un peligroso pero atractivo doble transcurrir del tiempo que les daría a ellos acceso a ese ansiado Más allá como espacio de sus sueños, paraísos, mitos viajeros, miedos y ansias de trascender. 

Y la pregunta de las preguntas que nos estalla de pronto es esta: ¿por qué la moderna y científica teoría de la relatividad nos hace otra vez pensar en ese viejo y ancestral misterio?

Tomado de: https://ultimasnoticias.com.ve/

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