domingo, 29 de enero de 2017

Obama: de Presidente a “asesino en jefe”

Obama terminó siendo peor que Bush, al llevar la guerra preventiva al paroxismo absoluto, puesto que se trata de matar a quien se supone enemigo de los Estados Unidos, antes que estos pudieran actuar contra esa potencia. Un directivo de la CIA se lo dijo sin ambages al Washington Post: "Estamos matando a esos hijos de puta más rápido de lo que pueden crecer".
El Ciudadano
 

“los martes de la muerte”
Durante su nefasto gobierno, Barack Obama instauró una novedosa práctica criminal, una nueva forma de terrorismo de Estado, con alcances mundiales, política que de seguro va a ser mantenida por sus sucesores. Cada martes en las primeras horas del día Obama se reunía con sus asesores de seguridad con el fin de confeccionar y actualizar una lista con los nombres de aquellos considerados como “enemigos de los Estados Unidos” y determinar, con nombre y apellido, a aquellos que debían ser asesinados durante esa semana. Así como suena, sin eufemismos, el individuo que fungía como Presidente de la primera potencia mundial decidía a quienes se iba a asesinar, porque estaba claro que no se iban a capturar vivos.
Desde la Casa Blanca se planeaba, con ayuda de sofisticada tecnología, la ubicación de los enemigos que se debían matar. Recurriendo a información satelital se detectaba el lugar a donde se encontraba el blanco elegido y se daban las órdenes, que permanecían en secreto, para que desde alguna base militar de los Estados Unidos, dentro o fuera del país, a  control remoto se maniobrara un dron provisto de “armas inteligentes” que descargara sus bombas letales sobre el objetivo escogido. Una información de prensa que comentó este tipo de acciones afirmaba, con un tono de reproche y de admiración,  “La muerte en las montañas del norte de Pakistán viene de arriba. Discreta y perniciosa, se abate de repente como un aguacero”.
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El 21 de enero de 2017 se terminaron los ocho años de mandato presidencial de Barak Obama en los Estados Unidos, con un balance absolutamente negativo para este personaje, si se consideran las grandes expectativas que se generaron luego de su primera elección en noviembre de 2008. En ese momento se anunció que en Estados Unidos había comenzado un nuevo ciclo histórico, que traería resultados benéficos para el resto del mundo, en razón de que había sido elegido un individuo de piel negra y profesor universitario. En forma alegre se creía que por el solo hecho de ser el primer presidente negro de los Estados Unidos se estaba dando paso a un nuevo tipo de gobierno en esa potencia, que dejaría atrás las acciones imperialistas, agresivas y criminales contra el resto del planeta. Se suponía que con Obama se inauguraba un período de humanitarismo, de paz y de concordia en las relaciones internacionales. Los cálculos fueron demasiado optimistas, y en verdad poco realistas, ya que es muy cándido suponer que por cuestiones circunstanciales de raza o de género (como lo planteó la candidatura reciente de Hilary Clinton) se va a modificar un sistema imperialista.
La política de Obama en nada ha modificado ese proyecto de dominación mundial de los Estados Unidos y, antes por el contrario, ha acentuado las acciones criminales y terroristas en el ámbito internacional por parte de ese país. Uno de los mejores ejemplos al respecto es el de la institucionalización de los llamados “martes de la muerte”, como se examina en este artículo.

Lista en mano
Durante su nefasto gobierno, Barack Obama instauró una novedosa práctica criminal, una nueva forma de terrorismo de Estado, con alcances mundiales, política que de seguro va a ser mantenida por sus sucesores. Cada martes en las primeras horas del día Obama se reunía con sus asesores de seguridad con el fin de confeccionar y actualizar una lista con los nombres de aquellos considerados como “enemigos de los Estados Unidos” y determinar, con nombre y apellido, a aquellos que debían ser asesinados durante esa semana. Así como suena, sin eufemismos, el individuo que fungía como Presidente de la primera potencia mundial decidía a quienes se iba a asesinar, porque estaba claro que no se iban a capturar vivos.
Desde la Casa Blanca se planeaba, con ayuda de sofisticada tecnología, la ubicación de los enemigos que se debían matar. Recurriendo a información satelital se detectaba el lugar a donde se encontraba el blanco elegido y se daban las órdenes, que permanecían en secreto, para que desde alguna base militar de los Estados Unidos, dentro o fuera del país, a  control remoto se maniobrara un dron provisto de “armas inteligentes” que descargara sus bombas letales sobre el objetivo escogido. Una información de prensa que comentó este tipo de acciones afirmaba, con un tono de reproche y de admiración,  “La muerte en las montañas del norte de Pakistán viene de arriba. Discreta y perniciosa, se abate de repente como un aguacero”.

Guerra preventiva al extremo
La innovación perversa de Barack Obama, acaso producto de su formación académica como abogado experto en “derechos civiles”, consistió en que esas muertes planificadas se convirtieron en una rutina de cada semana, planeadas en lo que se conoce como los “martes del terror”. Esos asesinatos se realizaban en cualquier lugar, sin importar si eran países con los que Estados Unidos estuviera oficialmente en guerra. En otras palabras, no solamente se acudía a este tipo de asesinato de estado en Irak, Afganistán o Libia, sino en Yemen, Siria, Somalia, Pakistán, Filipinas o en cualquier lugar en donde el gobierno de Obama ubicara a alguien que catalogara como terrorista y como enemigo. La estrategia se basa en el principio de hacer la guerra sin dejar rastro, entendiendo como tal no el rastro de muerte y destrucción (que es evidente), sino en que los Estados Unidos nadie se dé cuenta ni reclame por los muertos que se ocasionan en el exterior, que incluso llevo a que se asesinaran a ciudadanos de los mismos Estados Unidos, radicados en algún país musulmán y vistos como fundamentalistas. No dejan rastro, sobre todo porque no produce muertos del lado del país agresor, no importa que en el lado de los agredidos queden decenas o centenas de muertos.
Obama terminó siendo peor que Bush, al llevar la guerra preventiva al paroxismo absoluto, puesto que se trata de matar a quien se supone enemigo de los Estados Unidos, antes que estos pudieran actuar contra esa potencia. Un directivo de la CIA se lo dijo sin ambages al Washington Post: “Estamos matando a esos hijos de puta más rápido de lo que pueden crecer”.

Terrorismo de Estado “inteligente”
Para que se vea que no falta la sofisticación en la forma de matar por parte de los gobernantes de los Estados Unidos, Obama y sus asesores distinguían dos tipos de ataques: los personalizados y los específicos. Los primeros matan a personas, los segundos a grupos, principalmente de jóvenes. Más exactamente,  como lo ha dicho el peridista Jeremy scahill: “…el presidente Obama ha dado autorización para que se realicen ataques incluso sin conocer la identidad de las personas atacadas, la política conocida como “signature strikes”, ataques contra grupos sospechosos. La idea es que ser un hombre en edad militar, de cierta región de un determinado país del mundo, es suficiente para ser considerado un blanco legítimo, sólo basándose en su género, su edad y su presencia geográfica.”
Alegando que se programa una muerte inteligente en que solo se matan a los sospechosos-culpables (con una edad entre 20 y 40 años), se supone que solo mueren los objetivos a liquidar, pero no se suele mencionar que los drones matan en forma indiscriminada, generando lo que se llama en el lenguaje orweliano “daños colaterales”.  Un ejemplo terrorífico: “El 17 de marzo de 2011, cuatro misiles Hellfire, disparados desde un avión no tripulado estadounidense, se estrelló contra una estación de autobuses en la ciudad de Datta Khel, en la región fronteriza de Waziristán de Pakistán. Se estima que 42 personas perdieron la vida”.
Con este procedimiento se buscan solo muertes, nada de vivos para capturar, porque eso evoca los problemas de Guantánamo y Abu Ghraib y las consecuencias que se pueden derivar. Se basa en una lógica implacable de leguleyo: es mejor matar a un sospechoso que capturarlo y luego tener que enfrentar problemas judiciales o de denuncias internacionales.  En síntesis, bajo el régimen de Obama el terrorismo de Estado, y las muertes que genera, se ha hecho legal, legítimo e incluso destila una ética mortífera, la de arrogarse el derecho de asesinar a quien se le venga en gana, sin que sea sometido a juicio, sin que se le haya declarado culpable, sin que tenga derecho a defenderse. La Casa Blanca opera como juez, jurado y verdugo. Como lo recordó Fidel Castro, en el 2012, Obama no solo era un presidente de los Estados Unidos, sino su “asesino en jefe”.
Publicado en papel en Periferia (Medellín), enero de 2017
Vía Rebelión

Nada que festejar

El “legado” de Barack Obama

Detonación de la crisis de refugiados, promoción de la tríada TTIP, TPP y PISA, récord en deportaciones de migrantes, expansión de bases militares, crecimiento de la precariedad laboral y la desigualdad social; Barack Obama dejó la Casa Blanca siguiendo la línea de sus predecesores.
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Sábado 28 de enero de 2017 CARAS Y CARETAS

Por Manuel González Ayestarán
“Ocasionalmente tenemos que torcer el brazo de los países que no hacen lo que queremos que hagan”, Barack Obama, en entrevista en Vox en febrero de 2015.
La “marca Obama” ha sido una de las mejores apuestas propagandísticas de las últimas décadas, que ha demostrado que en la sociedad del espectáculo el discurso importa casi tanto –o más– como la acción. ¿Qué mejor rostro pudo haber elegido el conglomerado bancario-armamentístico-petrolero estadounidense para su representante que el de un joven afrodescendiente con cualidades de presentador de late night show? Tras ocho años de gobierno en el que, al igual que sus predecesores, ha trabajado en el apuntalamiento del orden nacional y global a la medida de las necesidades de los poderes financieros dominantes, Obama sale de la Casa Blanca entre halagos de la prensa hegemónica, en contraste con su sucesor. El carisma mediático del presidente y su familia, adaptado a los cánones pseudoprogresistas de moda, absorbidos por adalides del neoliberalismo de la talla de George Soros, ha permitido la explotación mediática del factor humano ligado al sentimentalismo y a la intimidad de este clan presidencial.
Esto ha permitido a sus adeptos separar los actos del gobernante de los de la persona; han alegado que Obama “no pudo hacer más” durante su gestión, como si se tratase de un “hombre común” que llegó a la Casa Blanca por casualidad, al margen de los monopolios y de los poderes financieros que apoyaron su candidatura. La marca Obama (que incluye tanto a Barack como a Michelle y su familia) es en sí misma una apología del “capitalismo humano” o del “neoliberalismo progresista” (en palabras de Nancy Fraser). Permite que la cúpula de poder mundial pueda ser teñida de valores como el multiculturalismo, el feminismo y la lucha LGBTI, a la vez que apuntala el orden de explotación del que se deriva la desigualdad racista y patriarcal que rige el mundo.
En este sentido, buscar equivalencias con la figura de Obama en los distintos entornos internacionales en los que su administración pretendió influir ilustra en cierta forma la verdadera naturaleza de su gobierno. En este sentido, su figura en América Latina equivale a la de líderes como Mauricio Macri y Michel Temer, o a la de opositores como Henrique Capriles o Leopoldo López, en el caso de Venezuela. En Oriente Medio se traduce en líderes como Benjamin Netanyahu y en el salafismo promocionado por Arabia Saudita y la monarquía catarí. En Europa se corresponde con los grandes líderes de la Europa de la austeridad, como Angela Merkel y Christine Lagarde.
La gestión Obama, hecha a medida de las necesidades del capital especulativo, ha derivado en la profundización de la deslocalización empresarial y en el crecimiento de la desigualdad social. Su gestión de la crisis económica consistió en rescatar la economía y hacer que el peso de la crisis recayese sobre los trabajadores para mantener la tasa de ganancia del empresariado. Según el sociólogo estadounidense James Petras, la mayor parte de los afroamericanos estadounidenses han sido afectados negativamente por su administración. “Las desigualdades entre trabajadores blancos y afroamericanos han crecido 15% bajo la presidencia de Obama”, señaló el autor en su entrevista semanal en Radio Centenario. Todo ello ha hecho que una parte importante de los trabajadores estadounidenses precarizados haya apoyado a una figura de tintes fascistoides como Donald Trump, bajo la promesa de volver a traer las empresas al territorio nacional.
La realidad es que Obama y Trump, si bien se han presentado como polos opuestos en el discurso mediático dominante, son dos caras de una misma moneda que representa los intereses en disputa de dos facciones de la burguesía estadounidense. Igual que se festeja la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible (conocida como Obamacare) o el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba impulsado por Obama, se podría festejar la reacción de Trump al Acuerdo Transpacífico de Asociación (TPP, por sus siglas en inglés), a la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP) y al Acuerdo Sobre el Comercio de Servicios (TISA) (impulsados por su predecesor) o su negativa inicial a emprender nuevas injerencias extranjeras. Sin duda, estas medidas hubiesen sido ampliamente festejadas si las hubiese llevado a cabo el primer presidente negro de Estados Unidos. En cualquier caso, todo esto es parte de un falso debate para los trabajadores del mundo, ya que el gobierno de ambos líderes responde a lo mismo: proteger la tasa de ganancia de la facción de la burguesía que los apoya.

Hitos de la administración Obama
Debido a esto, la administración Obama ha emprendido incursiones fuera de sus fronteras cuyas consecuencias bien podrían compararse con la guerra de Irak llevada a cabo por George W Bush. El propio The New York Times reconoció que “Obama estuvo en guerra más tiempo que Bush o que cualquier otro presidente estadounidense”. Afganistán, Libia, Somalia, Pakistán, Yemen, Irak y Siria han sido escenarios de bombardeos estadounidenses durante los últimos ocho años. Los analistas coinciden en que la crisis de refugiados, que hoy todo el mundo lamenta, fue detonada por las guerras de Libia y Siria, resultado de las dos principales injerencias de la administración Obama en política exterior. En el primer caso, su ejército directamente participó en el bombardeo del país más próspero del continente africano, el cual por aquel entonces se encaminaba a crear instituciones de soberanía para todo el continente al margen de Occidente. La actual ausencia de Estado en Libia ha creado un paso de migrantes africanos directo al mar Mediterráneo, que ha sido aprovechado por las mafias de tráfico de personas. A su vez, el Estado fallido libio es uno de los principales entornos de desarrollo de grupos yihadistas, que fueron exportados a Siria para combatir contra el gobierno de Bashar al Assad.
En el caso de la guerra siria, Washington apoyó y armó a la insurgencia conservadora, dominada hasta hoy por facciones yihadistas de tinte salafista. Así, la administración Obama, junto con sus aliados (Turquía, Arabia Saudita, Catar e Israel), armó en Siria una guerra con manos ajenas contra el gobierno secular de Al Assad, para garantizar la hegemonía de sus capitales aliados en Oriente Medio en detrimento de los de Irán, Rusia y China. En este sentido, uno de los principales aportes de Obama en la gestión de la guerra ha sido su empleo de mercenarios en sustitución de sus propias tropas, algo que ha permitido reducir el número de soldados en los conflictos de cara a la tribuna. Según datos del Pentágono citados por Sputnik, en Afganistán fueron empleados durante el primer trimestre de 2016 alrededor de 44.000 mercenarios. En el caso de Irak, actualmente hay cerca de 8.000 mercenarios.
A estos conflictos se sumó la promoción del golpe de Estado ultraderechista en Ucrania, que dejó al país con formaciones fascistas y neonazis en el Parlamento y con un estado de guerra de baja intensidad, a raíz de la cual cerca de 9.400 personas han muerto y dos millones han abandonado el territorio. Por otro lado, el presidente y premio Nobel de la Paz 2009 selló con Israel el mayor acuerdo militar de la historia de Estados Unidos por su coste y alcance. Dicho tratado estableció un paquete de ayuda militar por un costo de 38.000 millones de dólares que se extenderá entre 2019 y 2028, con el cual el gobierno sionista reforzará lo que muchos consideran una operación de limpieza étnica en Palestina.
En este sentido, Obama deja la Casa Blanca siendo uno de los presidentes que más han apoyado al régimen israelí, a pesar de haberse abstenido por primera vez en la votación sobre la última resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (CSNU) sobre la condena de los asentamientos israelíes en Cisjordania. En 2011 sí usó su poder de veto para echar abajo una resolución de este tipo y en 2013 llevó a cabo una visita al país para remarcar su apoyo al gobierno de Netanyahu. “Apoyamos a Israel porque es algo que nos hace más fuertes y más prósperos a ambos, y hace del mundo un lugar mejor […], estoy convencido de que nuestra alianza es eterna, para siempre”, expresó.
Por otro lado, cabe destacar que la administración Obama batió récords en venta de armas. Entre 2008 y 2015 las exportaciones crecieron 54% (pasaron de 6.799 en 2008 a 10.484 en 2015). Sus principales clientes fueron Corea del Sur, Emiratos Árabes y Arabia Saudita. Por tanto, gran parte de estas armas están siendo empleadas por la Casa de Saúd para hacer la guerra en Yémen, el país más pobre del mundo árabe. El compromiso de la administración Obama con esta monarquía absoluta salafista lo llevó en septiembre a traicionar a las víctimas del 11-S, cuando vetó el proyecto de ley que permite denunciar a Riad por su presunto papel en los atentados del 11 de setiembre. Finalmente, el Congreso estadounidense lo rechazó y logró los dos tercios de votos que se precisan en ambas cámaras.
Otra parte fundamental del legado de Obama es la tríada de macroacuerdos de libre comercio que han sacudido a los movimientos sociales y sindicatos de medio mundo. El TPP, el TTIP y el TISA son tres textos caracterizados por el secretismo de sus negociaciones, que fueron especialmente criticados por tratar de ampliar en sus zonas de influencia los valores antisindicales y antimedioambientales y la elevada desregulación financiera que rige la política estadounidense. Estos acuerdos incluyen la cláusula de Acuerdo de Solución de Controversias Inversor-Estado (ISDS, por sus siglas en inglés), un punto clave que asienta la vulneración de la soberanía de los pueblos, debido a que permite a las multinacionales demandar ante tribunales generales de arbitraje a los gobiernos que aprueban leyes que perjudiquen la libre competencia previamente acordada.

Los logros de Obama
El restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba, que terminó con la cancelación de la política “pies secos, pies mojados”, es la medida más importante impulsada por Obama, debido fundamentalemnte a su carácter histórico. Sin embargo, la promoción de esta iniciativa en ningún momento se basó en admitir la vulneración de los derechos humanos que conlleva esta política de ataque directo contra la población civil. Tampoco en subsanar la violación del Tratado de Ginebra que implica.
La argumentación que esgrimió Obama tiene su pilar en que la política de guerra en tiempo de paz que Washington lleva emprendiendo contra Cuba durante más de medio siglo “no funcionó” de cara a imponer la democracia de mercado en la isla caribeña. Por ello, el cambio en las relaciones diplomáticas obedece a un cambio de estrategia. Su fin último es la transformación de Cuba en el modelo de democracia capitalista basado en la acaparación desigual de la riqueza que Washington promueve en América Latina. “Estados Unidos confía en que la liberalización económica y los contactos personales transformen la isla”, subtitulaba el diario español El País el día de la llegada de Obama a La Habana. Para analistas como Peter Kornbluh, “el punto de vista de Estados Unidos es el siguiente: crearemos puentes culturales, económicos, políticos entre ambas sociedades, y por esos puentes cruzará la enorme influencia del sistema estadounidense”.
Además de esto, varias cuestiones se han presentado como “logros” de la administración Obama. Las más defendidas son la creación de empleo (récord de los últimos ocho años), la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible, la reducción de presos en las cárceles, el lanzamiento del Plan de Energía Limpia, que busca reducir para 2030 en 32% las emisiones de las centrales termoeléctricas respecto de los niveles de 2005, y la promoción del acuerdo antinuclear con Irán. Esta última cuestión sólo puede ser celebrada como un logro asumiendo los intereses geoestratégicos de Washington en Oriente Medio, ya que salvaguarda la posición de Estados Unidos como el líder mundial en armamento nuclear.
Por otra parte, en lo referente al primer punto, la administración Obama sumó 9,3 millones de puestos de trabajo durante su mandato. Sin embargo, los sueldos apenas aumentaron en estos ocho años, cuando sí lo hicieron los precios, debido a las fórmulas de trabajo precario y explotación que se impusieron tras la crisis, algo que ha hecho que los trabajadores vean la recuperación económica únicamente desde las pantallas de sus televisores.
Por último, el tan celebrado Obamacare ciertamente supone un tibio avance en materia de salud en un país que parte de una situación que directamente vulnera los derechos humanos más elementales. Sin embargo, el programa propone una fórmula que en ningún caso afecta al poder de las grandes corporaciones de salud. La Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible obliga a la mayoría de los estadounidenses a contratar un seguro privado de salud y a extender la deficitaria cobertura pública a personas que ganen hasta 133% del umbral de pobreza. También obliga a las aseguradoras a reducir la discriminación de pacientes por renta económica que hasta ahora practicaban.
Esta medida incluyó a millones de personas en el sistema de cobertura sanitaria, sin embargo, la sanidad no deja de ser un privilegio para los trabajadores estadounidenses, la diferencia es que ahora muchos están obligados a consumirlo. Según la Oficina de Presupuesto de Congreso de EEUU, diez años después de la implementación de esta legislación continuará habiendo 31 millones de personas sin seguro médico en el país. Esto se debe a que aún hay muchos estadounidenses que, aún con subvenciones, no se pueden permitir costear el seguro, además de los inmigrantes indocumentados que en ningún caso tendrán acceso a salud. Sin embargo, uno de los mayores beneficiarios de este programa fue la UnitedHealth Group, la cual, desde la entrada en vigor del Obamacare, ha visto aumentar el precio de sus acciones en 400%.

TOMADO DE:  http://noticiasuruguayas.blogspot.com/
, en Libertad Bermeja//Facebook y en @victorianoysocialista

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